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CAPÍTULO 53


Se había terminado la taza de té y derramado varias lágrimas, las que se limpió para que los asistentes no vieran su tristeza. Entonces decidió que era momento de irse a otro lugar.

Se levantó, caminó de regreso a la mesa, donde dejó la taza; volvió a recorrer el salón, en medio de las personas que seguían conversando y comiendo. El murmullo de todas esas voces la atormentaba, por lo que decidió escaparse, sin importar que su padre después la reprendiera.

Subió las escaleras y caminó por el pasillo que la llevaba a las habitaciones, mientras acariciaba con las yemas de sus dedos las sábanas que cubrían los espejos.

La primera noche se vio tentada a quitarlas, para saber si era cierto que podría ver a su madre en alguno de ellos, pero temió que su alma quedara atrapada, por lo que prefirió contener sus deseos.

Sus pasos la llevaron justo a la puerta de su habitación, pero a punto de abrirla, decidió ir a la recámara de su madre, donde esta había dormido por tantos años. Aprovecharía que su padre estaba entretenido con la reunión y tendría la libertad para ahogarse en sus recuerdos.

Entró y cerró la puerta, era como si se adentrara a un lugar prohibido, porque así se lo había hecho creer su padre. Siempre decía que los niños no podían interrumpir en la privacidad de los mayores, por lo que entrar ahí solo estaba permitido en momentos extremadamente necesarios, y siempre bajo la atenta supervisión de él o de su madre.

Natalia se sentó al borde de la cama, del lado que ocupaba la mujer que le había dado el ser, cerró los ojos, esperando sentir su presencia, mientras el pecho se le agitaba ante las ganas de llorar.

Un vago olor a fármacos todavía se podía percibir, abrió los ojos y abrió el cajón de la mesa de noche, ahí aún había medicamentos; sus manos empezaron a temblar y se las llevó al rostro, sin poder evitarlo se echó a llorar.

Sabía que iba a ser muy difícil, que la muerte de su madre no iba a superarla en mucho tiempo, posiblemente nunca lo haría. Sintiéndose destrozada y vacía por dentro, se acostó en la cama, acurrucada en el puesto que siempre había sido de su madre.

Ahí lloró por un largo rato, hasta que le dolió la cabeza y casi no podía abrir los ojos por lo hinchados que los tenía.

Pensando en alguna manera de sentirse mejor, se levantó y caminó al vestidor, donde se encerró; sabía que ahí sus padres guardaban los álbumes de fotografías, algunos vídeos, ropas de Levka y de ella cuando eran niños; es decir, era como un gran baúl, donde solo se inmortalizaron los buenos momentos, porque las palizas e insultos de su padre nunca fueron retratados, mucho menos grabados, solo guardaban la parte perfecta de la familia.

Su padre solía decir que todas las familias tenían problemas, que todas tenían su lado oscuro, sus trapos sucios, pero que ninguna lo hacía público, porque los problemas se resolvían dentro del hogar.

Natalia rebuscó en los armarios y cajones, hasta que encontró los álbumes y varias carpetas que contenían documentos; imaginó que los papeles eran las escrituras legales de la casa o escritos con algún valor sentimental para sus padres, como para que todavía permanecieran con ellos.

Se sentó sobre la alfombra y dejó todo a un lado, agarró un álbum que ya había visto otras veces, porque su madre se lo había mostrado.

Eran fotos de sus antepasados en Moscú, antes de que sus abuelos huyeran y se radicaran en Estados Unidos.

Había fotos de cuando sus padres eran novios, después cuando se casaron; realmente se veían felices. Otras de su madre embarazada de Levka, y de su hermano recién nacido.

Así fue pasando a través de los años, reviviendo lindos momentos que la hacían sonreír y llorar. Cuando terminó de ver las fotografías, sentía que el vacío en el alma se le había llenado de recuerdos, lo que le hizo sentirse mejor, al menos de forma temporal.

Recogió los álbumes y las carpetas para regresarlos al cajón, cuando notó que se escaparon algunas hojas, por lo que se arrodilló para recogerlas y devolverlas a la capeta.

Inevitablemente, su curiosidad la llevó a leer un párrafo del documento, y no le tomó mucho tiempo descubrir que se trataba del proceso judicial que su padre habían llevado en contra de Edmund.

—El abogado de la defensa... —susurró cada palabra que se atravesaba ante sus ojos—. Walter Schwimmer... Walter... Walter Schwimmer... —repitió Natalia con la voz ahogada por los latidos que se habían descontrolado en su garganta.

Siguió leyendo, y las palabras se le tropezaban al salir, toda ella empezó a temblar ante el descubrimiento. Sintió que se quedó sin aliento, y tuvo que jadear, en busca de un poco de aire. El vestidor empezó a darle vueltas y progresivamente empezó a tornarse borroso; se levantó y a tientas, salió del lugar. Sentía que las piernas no iban a soportarla, aun así, consiguió llegar al baño; se dejó caer de rodillas frente al retrete y vómito el té, lo único que tenía en su estómago.

—Es Edmund... ¡Oh por Dios! Es Edmund —repetía con voz temblorosa, como si una gran verdad la estuviese aplastando. Una nueva arcada la atacó, provocando que un denso sudor frío le cubriera la frente, mientras en su cabeza emergían imágenes de su jefe, y las lágrimas acompañaban al vómito—. No puede ser..., no es casualidad, no lo es... Es el mismo abogado —tartamudeaba con la voz ronca. Se limpió la boca y se dejó caer sentada en el suelo, llorando de forma desesperada, casi no podía respirar.

Se pasaba las manos por la cara, tratando de escapar de esa pesadilla, no comprendía nada, no entendía nada.

—¿Por qué no me lo dijo, por qué no me ha dicho nada?... ¡Qué estúpida! ¿Cómo no conseguí reconocerlo? Es Edmund, pero ¿por qué se hace llamar Erich? —Cientos de preguntas empezaron a atormentarla, estaba confundida y aterrada.

Se levantó y apenas se enjuagó la boca, salió del baño; regresó al vestidor y agarró la carpeta que contenía todos los documentos, metió los que había leído sin ningún orden, guardó los álbumes en el cajón y salió, llevándose la carpeta.

Caminó a toda prisa hasta su habitación, agarró la cartera, y sin ningún cuidado, puso dentro los documentos, se aferró a ella y salió. Bajó corriendo las escaleras y atravesó el salón de la misma manera. Su padre la llamó, pero no le hizo caso, escuchó a su paso varias voces, pero no lograba distinguir lo que decían.

Llegó al estacionamiento, donde un chofer de Worsley Homes le había dejado su auto, y estaba a punto de subir, cuando Levka se lo impidió.

—Espera Natalia, ¿a dónde vas?

—Déjame, solo quiero irme —dijo, convulsa por el llanto.

—No, así como estás no te dejaré conducir. Natalia, a mamá no le hubiese gustado verte así, tienes que calmarte un poco; inténtalo por ella, por favor —pidió, sujetándola por los hombros.

—Solo quiero irme, solo quiero irme... ¡Quiero irme! —Le gritó, como nunca lo había hecho.

Él quedó anonadado ante la violenta reacción de su hermana.

—Pues no te vas —dijo con dureza—. Ya mamá murió, acéptalo. Ahora solo tienes que reponerte... ¿Me entiendes?

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Sergey, irrumpiendo en el lugar.

—No pasa nada —dijo Levka—. Natalia, es mejor que vayas adentro —pidió, porque era evidente que su padre ya se había tomado más de cuatro vasos de Vodka, y bien sabía que ebrio perdía mucho más rápido la paciencia.

—Solo quiero ir a mi departamento, necesito dormir un poco... Necesito descansar, por favor —suplicó, calmándose, porque lo que más deseaba era alejarse de su hermano y su padre.

—Está bien, te llevaré. —Se ofreció Levka—. Sube —dijo, abriéndole la puerta.

—La dejas y regresas —ordenó Sergey, y se dio media vuelta para regresar a la casa.

Levka llamó a Zoe, para que lo alcanzara en el estacionamiento, jamás la dejaría al cuidado de su padre. Estaba seguro de que la humillaría de todas las maneras posibles.

Ya todos dentro del auto, salieron de la propiedad. Zoe no podía entender lo que había pasado con Natalia, quien iba aferrada a su cartera, como si dentro llevara su vida.

—Levka. —Natalia se aventuró a hablar, aunque todavía no lograba esclarecer sus pensamientos—. ¿Recuerdas a Edmund? —preguntó casi sin voz.

De manera inevitable, él se tensó, bien sabía que odiaba hablar del tema, y que lo retomara después de tantos años, y tras todo lo que ella había sufrido por ese hijo de puta, le enfurecía que tan solo lo nombrara.

—No me interesa recordarlo, a ti mucho menos... ¿Acaso no recuerdas todo lo que te pasó por su culpa? —preguntó con los dientes apretados, sujetando fuertemente el volante.

—No fue su culpa, nunca fue su culpa...

—Cállate Natalia.

—No me voy a callar, no me quiero callar... Solo quiero saber qué pasó con él.

—No lo sé, debe seguir pudriéndose en prisión... No entiendo por qué hablas del maldito tema, ya déjalo.

Natalia se aferró aún más a su cartera, protegiendo lo que llevaba dentro. Quería leer esos documentos, porque era lo único que había tenido sobre el caso de Edmund, pero bien sabía que con eso ya no podía hacer nada, porque él era su jefe y había tenido sexo con él, quien ahora tenía un hijo ¡Un hijo! Ella no entendía nada.

Empezó a negar con la cabeza, mientras se le derramaban abundantes lágrimas, cerró los ojos, tratando de evadir al mundo que se le había puesto de cabeza.

Sabía que estaba bajo la atención de Levka, pero no quería decir nada hasta que no estuviese completamente segura de lo que estaba pasando, porque temía volver a equivocarse.

De manera inevitable, volvía a sentirse atada a ese pasado que tanto luchó por superar, y lo hizo tanto, que hasta consiguió diluir poco a poco la imagen de Edmund. No supo por qué no le hizo caso a su intuición, que siempre le decía que ese hombre, que ahora era su jefe, era demasiado parecido a ese chico que se llevó su corazón a prisión con él.

Lo sabía, sabía que ya no quería hacerse más daño y que tenía que superar los demonios del pasado; se confió, pensando que seguiría en prisión. Ella más que nadie llevaba los días contados, y estaba segura de que todavía le quedaban veintitrés meses para cumplir la condena que injustamente su padre había conseguido que le impusieran.

Cuando llegaron al apartamento, Natalia pasó directo a su habitación y se encerró en el baño, dejando la cartera sobre el lavabo; se desnudó y se metió en la ducha. Ahí se quedó por mucho tiempo, tratando de conseguir que el agua la ayudara a aclarar todo lo que giraba en su cabeza.

No sabía por dónde empezar, pero ya no podía seguir con toda esa farsa, posiblemente enfrentar a Edmund, exigirle alguna explicación, porque evidentemente él estaba en ventaja, y se aprovechó de eso para jugar con ella.

Poco a poco fue hilando todo lo que había pasado en los últimos meses, y le dolió descubrir que ella no había sido más que el blanco de una venganza, solo esa explicación podía encontrar a las acciones tan humillantes a la que la había sometido; sin embargo, no comprendía por qué la ayudó con los gastos médicos de su madre, no conseguía comprender nada.

Ya no iba a seguir mortificándose con nada de eso, era muy cobarde como para enfrentarlo, le daba miedo que Edmund la hiriera más de lo que ya lo habían hecho en el pasado sus amigos. Estuvo segura de que la mejor decisión sería renunciar a Worsley Homes.

Sin poder evitarlo, se echó a llorar una vez más; se deslizó por la pared, hasta quedar sentada en el suelo, y se abrazó a las piernas, sintiendo que una vez más el mundo se le venía encima; al parecer, a ella le llegaban todas las desgracias al mismo tiempo.

Levka volvía a vivir la angustia del pasado, le extrañaba la reacción de Natalia, sobre todo, por haber nombrado a un infeliz que debía estar totalmente borrado de su memoria.

—¿Natalia no dijo que iba a dormir? —Le comentó a Zoe.

—Dijo que iba a ducharse y después trataría de descansar —respondió ella, mientras llenaba la bandeja de alimento de los canarios de su cuñada.

—No, no... No se está duchando —aseguró Levka, reviviendo los demonios del pasado, y preso de los más aterradores nervios, ante la mirada atónita de Zoe, salió corriendo, y ella lo siguió.

Levka, a pesar de estar asustado, tocó a la puerta de la habitación de Natalia, pero no obtuvo ninguna respuesta, por lo que abrió y se encontró el lugar solo. Ya había pasado demasiado tiempo como para que solo se estuviese duchando, por lo que con el corazón a punto reventar, corrió al baño y abrió la puerta.

—¡Natalia...!

—¡Levka! —Natalia se sorprendió ante la invasión de su hermano, por lo que se abrazó más a sus piernas, para que no la viera desnuda.

—¿Estás bien? —preguntó él, tratando de desviar la mirada, pero necesitaba asegurarse de que nada malo le pasaba. Miró, en busca de algún frasco vacío.

—Sí, estoy bien... ¿Puedes salir, por favor? —solicitó, sintiéndose avergonzada.

—Es que llevas mucho tiempo en el baño, te llamé y no contestabas.

—Estoy bien Levka, de verdad. Siento haberte preocupado.

—Está bien, no te quedes mucho tiempo ahí. Avísame cuando vayas a dormir.

—Lo haré.

Levka salió del baño, pero no estaba totalmente seguro de que su hermana se encontrara bien, por lo menos, no anímicamente.

—¿Qué fue todo eso? —Zoe susurró su pregunta.

—Algo de lo que ahora no quiero hablar, ya he tenido suficiente por estos días —dijo, desplomándose en el sofá—. Se supone que debo regresar a la casa, pero no quiero dejar a Natalia como está.

—Si quieres puedo quedarme y prometo estar pendiente de ella.

—¿Lo harías?

—Por supuesto tonto. —Le acarició el cuello—. Ve con tu padre, pero regresa pronto.

—Lo intentaré. —Se acercó a ella y la besó, un intenso beso que alargó la despedida por varios minutos.

Natalia salió de la ducha, se secó el pelo un poco y se puso una bata de seda blanca.

Buscó en su cartera la carpeta que contenía los documentos referentes al caso de Edmund y se fue a la cama, donde empezó a revisarlos.

Sabía que era masoquista de su parte seguir torturándose, pero por fin encontraría algunas de las respuestas a las incontables preguntas que se había hecho durante tanto tiempo, por fin tenía entre sus manos la posibilidad de enterarse de todo ese episodio que había marcado no solo su vida, sino también la de Edmund; aunque al parecer, después de todo, él no estaba tan mal, poseía un imperio y una familia.

Sería acaso que Edmund no fue encontrado culpable como su padre le dijo, y ella todo este tiempo así lo creyó. Si fue así, por qué no la buscó, por qué nunca le dijo nada. Estaba a punto de enloquecer, sus emociones estaban al límite con todo lo pasado en los últimos días.

Leer ese Certificado de Libertad Condicional, fue suficiente para aclarar la mayoría de sus dudas, en el descubrió que Edmund había salido de prisión hacía tres años, cuando cumplió las tres cuartas partes del tiempo de su condena. Tenía muchísimas restricciones, entre ellas volver a acercarse a la víctima o a sus familiares.

Su padre le estuvo ocultando durante más de tres años que Edmund había sido puesto en libertad. Volvieron a derramársele las lágrimas, volvió a sollozar, sintiéndose estúpida, sintiendo que su padre le había manejado la vida a su antojo.

Edmund era imbécil, cómo había podido darle trabajo en su propia empresa, cómo se había arriesgado a llevársela de viaje y tener sexo con ella. Eso estaba mal, estaba muy mal; si su padre o Levka se enteraban, las cosas para Edmund se tornarían muy complicadas.

Aun así, no sabía por qué no le había dicho nada. Tal vez estaba esperando el momento para enfrentarla o solo quería vengarse de ella, por eso le quitó la casa a Levka, sin opciones a recuperarla cuando la demolió, y pagó los gastos médicos de su madre para poder recriminarle eso durante lo que le restaba de vida.

Obtuvo algunas respuestas, pero las preguntas siempre seguían sumando, creando gran mayoría.

Tocaron a la puerta y ella se apresuró a guardar todos los papeles debajo de la sábana, y se pasó las manos por la cara.

—Adelante.

—Hola —saludó Zoe, asomando medio cuerpo—. ¿Puedo pasar?

Natalia no deseaba hablar con nadie, pero no quería hacer sentir mal a Zoe, ya tenía suficiente con las mal disimuladas humillaciones de su padre.

—Sí, pasa. ¿Y Levka? —preguntó, observando cómo su cuñada se acercaba.

—Se fue a tu casa, ¿puedo sentarme? —pidió, señalando el diván que estaba frente a la peinadora.

—Sí, pero ven aquí. —Palmeó la cama, y Zoe aceptó la invitación.

—Sé que te debes sentir muy mal.

—Ni te imaginas, el mundo se me ha venido encima... Todo es tan complicado —suspiró temblorosamente, buscando fuerza para no echarse a llorar, y para respirar, porque tenía la nariz muy congestionada.

—No hay nada que no podamos solucionar...

—En eso te equivocas, existen cosas que no tienen solución, como por ejemplo: la muerte.

—Es lo único, pero también es lo único que todos tenemos seguro. Solo que a algunos nos llega primero que a otros, es la ley de la vida... ¿Te parece si dejamos de hablar de eso y nos entretenemos en algo más? Quizá preparar algo de comida, porque no has comido nada y estás muy pálida.

—Realmente no tengo hambre, no creo que mi estómago soporte algo.

—Pero lo necesitas Natalia, anda... Al menos una ensalada de frutas.

—Está bien, acepto la ensalada, vamos a prepararla —dijo, bajando de la cama, y descalza salió de la habitación, en compañía de Zoe.

Después de comer, Natalia regresó a su habitación y recordó que le había prometido a Burak llamarlo, así lo hizo, le dijo que se sentía un poco mejor, algo que evidentemente era mentira, pero había sido golpeada con una noticia de gran impacto, como para ir a verlo; sobre todo, porque ahora estaba más confundida que nunca.

Le deseó un feliz viaje y deseó verlo nuevamente. Al terminar la llamada, recogió el Aviso de Acción, donde le notificaron a su padre sobre la libertad condicional de Edmund, y los guardó muy bien.

Después de eso, se acostó a escuchar música a muy bajo volumen, hasta que el cansancio terminó por vencerla y se quedó profundamente dormida.  

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