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CAPÍTULO 51


Después de haberse reportado ante la ley, como lo hacía todos los meses, decidió ir a desayunar con April a un café cercano, porque bien sabía que esa mañana no tenía cosas importantes que atender en la empresa.

Pasaron mucho tiempo conversando mientras disfrutaban de la comida, ella pidió permiso para ir al baño, y se llevó la cartera. Edmund estuvo seguro de que lo había hecho porque le tocaba su medicación y no quería tomársela delante de él.

Sabía que era cuestión de tiempo, no podía evitar sentirse nervioso y ansioso, porque por la tarde también tenían la reunión pendiente con Aidan Powell, en la que se iba a discutir lo del autotransplante. Le aterraba pensar en las pocas probabilidades del éxito de la intervención, pero no podía desmotárselo a April, porque mayor era su temor a que desistiera.

Ella regresó del baño, pidieron la cuenta y se marcharon. Edmund Le pidió a Pedro que lo dejara en Worsley Homes, y que luego llevara a April al hospital.

El auto estacionó frente al rascacielos; antes de bajar, Edmund le acunó el rostro, disfrutando de esa sensación suave y cálida que le ofrecía a las palmas de sus manos, y ahogó su mirada gris en la hermosa azul de ella.

—¿Segura de que te sientes bien? —Le susurró su pregunta, dejando su tibio aliento sobre los labios femeninos.

—Sí, muy segura... Es hora de que vayas al trabajo, menos mal que no eres un empleado, porque si no, ya te hubiesen despedido por mi culpa —dijo sonriente, con las manos sobre el pecho de Edmund, sintiendo el latir rítmico de su corazón.

—Habría valido la pena, tú lo vales todo —confesó y le dio un par de besos, con ganas de querer quedarse sobre sus labios todo el día.

«Te amo» articuló ella, como si fuese un secreto entre los dos, y no quisiese que Pedro se enterara.

—Eso que me acabas de decir, es suficiente para hacer mi día perfecto... ¿Quieres bajar? Anda, acompáñame un rato —propuso, bajando lentamente las manos hasta su cuello.

—No sé Ed... No quiero hacerte sentir incómodo, mucho menos hacerte perder tiempo. Sé que tienes cosas importantes que hacer.

—De ninguna manera harás nada de lo que dices... Vamos. —Le sujetó la mano y haló la manilla—. Pedro, cambio de planes, espera en el estacionamiento —dijo Edmund antes de bajar.

—Lo siento Pedro —dijo April, casi siendo arrastrada por Edmund.

Él le sujetó la mano y entrelazó los dedos, provocando que a ella empezaran a temblarle las piernas. Justo en el momento que entraron al gran vestíbulo, el corazón empezó a martillarle con insistencia. Suponía que no debía poner a trabajar de esa manera a su afectado órgano, pero no podía evitarlo, al ver que todas las miradas estaban puestas sobre ella.

Las personas intentaban disimular al saludar a Edmund, quien realmente le parecía un tanto arrogante, aunque tal vez era su manera de ser el líder.

El lugar era maravilloso, todo era blanco y plateado, solo algunos muebles negros daban un poco de color a ese lugar que parecía infinito, donde abundaban las sonrisas mecánicas.

Cuando entraron al ascensor, sintió que por fin volvía a respirar.

—¿Estás nerviosa? —preguntó él.

—Mucho —suspiró, como quitándose un peso se encima—. Todos me miran... Me siento como si fuese una extraterrestre —dijo, pensando que gracias al cielo se había puesto un pantalón de tela de lana color pizarra y una blusa de seda blanca. Suponía que estaba presentable para el lugar.

—Tal vez seas una extraterrestre, y por eso te elegí —comentó, poniéndole un mechón de pelo rubio y sedoso detrás de la oreja—. Realmente no pareces de este mundo.

—Estás queriendo decir que soy horrorosa, que tengo la cabeza más grande que el cuerpo. —Se fingió indignada.

—No precisamente. —Soltó una corta carcajada—. El ser humano siempre se ha creído superior a todos, pero no deja de ser inseguro, por eso recrea a los extraterrestres con dimensiones tan descomunales o tan feos. Yo creo que podría existir una especie mucho más avanzada y físicamente más atractiva que los terrestres, y sin duda alguna, tú eres de las más hermosas.

—Adulador.

Ella le sonrió y se abrazó a él, en ese momento las puertas del ascensor se abrieron, dándoles paso a dos personas más. April intentó romper el abrazo, pero Edmund no lo permitió, realmente a él no le importaba que le vieran entre los brazos de la mujer que amaba.

Lo saludaron y él correspondió con la seria amabilidad que lo caracterizaba.

Judith no pudo ocultar la sorpresa al ver llegar a su jefe en compañía de una rubia que no aparentaba tener más de veinte años; definitivamente, Erich Worsley estaba dispuesto a darle sorpresas a diario.

—Buenos días Judith —saludó Edmund, aunque ya eran las once de la mañana—. Te presento a April Rickman, es la madre de Santiago y mi mujer. —Después miró a la chica a su lado—. April, esta es Judith, mi secretaria.

—Es un placer —dijo April sonriente, ofreciéndole la mano.

—El placer es mío, tienes un hijo hermosísimo. —Se aventuró a decir, para dejar de lado el asombro. No conseguía entender nada, hasta hace un par de días su jefe era un solitario casanova amante del libertinaje, ahora tenía una familia y una mujer con voz de niña, que estaba más cerca de la adolescencia que de ser una adulta.

—Gracias —dijo con el pecho hinchado de orgullo.

—Vamos —instó Edmund, guiándola a la oficina.

Cuando entraron, April se percató de que el lugar era demasiado grande para ser solo una oficina, pero estaba perfectamente decorado, siguiendo el mismo estilo de todo el edificio. Inevitablemente, su mirada se dirigió a los peldaños de cristal, donde reposaban los tesoros de Edmund.

—No sabía que tenías algo así. —Se emocionó y caminó hacia donde estaban los balones de fútbol americano.

Él la siguió, y adelantándose un par de pasos, agarró el que ella le había regalado.

—Aquí está, este ha sido el regalo perfecto... Claro, además de Santiago —dijo con los ojos brillantes por la emoción y le entregó el balón.

April lo agarró mientras sonreía, sintiéndose feliz de haberle dado ese obsequio a Edmund y que lo apreciara de tal manera.

—No pude dejar pasar la oportunidad. ¡Las cosas que hace uno por amor! —Puso los ojos en blanco de forma divertida.

—Aunque sean las más extrañas locuras, siempre son las mejores.

April le devolvió el balón y él lo puso con cuidado sobre la base.

—Estoy segura de que sí... ¡Oh por Dios! —En ese momento recordó que no había avisado que no iba al hospital—. Mi madre debe estar preocupada, no la he llamado... Debo irme.

—Está bien, no te retengo más —dijo colgándose a la cintura de ella y empezó besarle el cuello, dándole suaves besos que le arrancaban suspiros.

—Sé que tienes cosas importantes que hacer, ya suficiente has faltado a tus obligaciones por mi culpa, como para que ahora también me quede en tu oficina robándote atención —dijo en voz baja y en medio de suspiros, disfrutando de los besos que Edmund le repartía con lentitud, mientras ella le acariciaba el pecho.

—Sabes que no me importaría que me robaras todo. —Sus manos se escabulleron hasta apoderarse del trasero de su chica, apretándolo con pertenencia y disfrutando de la turgencia.

—Debo marcharme —chilló, segura de que no podría cumplir con los deseos de Edmund.

—Si quieres puedes quedarte un poco más, y... te llevo a conocer todos los departamentos de Worsley Homes.

—Me encantaría, pero prefiero hacerlo luego... Mamá debe estar esperándome.

—De acuerdo, te acompaño al estacionamiento.

—Solo si dejas las manos quietas —condicionó, sujetándole las muñecas para que la soltara.

Edmund levantó las manos a modo de rendición y retrocedió un paso.

—Primero las damas. —Hizo una reverencia para que ella se adelantara.

April le guiñó un ojo de esa manera sensual en que siempre solía hacer, acompañado de la pícara sonrisa que a él tanto le gustaba, y caminó a la salida.

—Enseguida regreso Jud. —Le dijo Edmund a su secretaria.

Ella solo asintió en varias oportunidades, tratando de ser discreta con su mirada.

Después de varios minutos, él estuvo de vuelta, le pidió que lo acompañara a su oficina para iniciar el día de trabajo.

Judith le recordó la agenda, todos los compromisos pendientes, también le entregó varias carpetas con documentos que él debía firmar.

—Por cierto —comentó Judith, mientras su jefe estampaba su rúbrica en unas aprobaciones de contratos de venta—. Me avisó Janeth que murió la madre de Natalia Mirgaeva.

Edmund detuvo su firma a medias y se quedó mirando el papel, sin poder ver nada. Le llevó casi un minuto volver a recobrar el control; imposible que no le afectara, cuando estaba tan sensibilizado por todo lo que él mismo había pasado con su madre y estaba pasando con April. Lo último que deseaba era escuchar de muertes por culpa del maldito cáncer.

—Dile a Katrina que le conceda quince días a Mirgaeva —ordenó, sin poder ocultar la turbación en su voz—. ¿Ya saben dónde se harán los servicios fúnebres?

—Janeth dijo que me informaría por la tarde.

—En cuanto tengas esa información envía dos coronas, una en nombre de Worsley Homes y otra en mi nombre.

—¿Alguna nota disculpando su ausencia? —preguntó, segura de que la petición de su jefe de hacerle llegar las coronas, era porque no tenía pensado ir.

—No, solo mi nombre... Con eso es suficiente —dijo secamente—. Ahora ve —pidió, antes de que se arrepintiera de tener ese tipo de condescendía, ya que no podía evitar recordar que él no tuvo la oportunidad de enviar flores al funeral de su madre—. Te llamaré en cuanto termine aquí. —Retomó su trabajo de firmar los documentos.

En cuanto Judith salió de la oficina, él intentó concentrarse en lo que estaba haciendo, pero le fue imposible; entonces se vio tentado de llamarla, pero bien sabía cómo debía sentirse, y lo que menos estaría deseando en ese momento era hablar con alguien. Así que decidió brindarle el espacio que se necesitaba en momentos como esos.

Su almuerzo lo tomó en la oficina, y a las tres de la tarde llamó a Pedro, para que fuera a buscar a April al hospital y después pasaran por él, pues a las cuatro tenían la reunión con Aidan Powell.

En el consultorio del cardiólogo, pudo darse cuenta de que en realidad, existía una verdadera amistad entre April y su médico; estúpidamente, no podía controlar los celos que lo hacían sentir incómodo. No le desagradaba del todo, pero tampoco podía agradarle.

Aidan expresó satisfacción al saber que Edmund Broderick había conseguido convencer a April de utilizar su último recurso.

—Solo queremos lo que sea más seguro para April. Si me dices que es más recomendable reemplazar el corazón, buscaré uno, donde sea...

—Edmund, lamentablemente las cosas no funcionan así, esto no es un negocio —interrumpió el doctor—. No puedes encontrar un corazón como quien va al mercado por un pedazo de carne, es complicado, por eso existen las listas de espera, porque el corazón debe ser donado por alguien que esté clínicamente muerto, pero que permanezca con soporte vital. Es un proceso que lleva su tiempo. El donante de corazón debe ser lo más compatible posible con el tipo de tejido de April, para reducir la probabilidad de que su cuerpo vaya a rechazarlo, y hasta ahora esta señorita que tienes al lado... —La señaló con el bolígrafo que tenía en la mano—, no ha querido realizarse ninguna prueba de tejido ni ningún otro estudio.

—Sabes perfectamente que no estaba en mis planes nada de esto —intervino ella. Sentía cómo el agarre donde se unía su palma con la de Edmund estaba sudada; no sabía si era él o ella quien estaba siendo víctima de los nervios—. No me dices más que cosas malas, y no, no quiero que me digas que si se encuentra un corazón, voy a rechazarlo tarde o tempano... Unos dos, diez años, ¡qué más da! Seguiré viviendo en el mismo estado de zozobra —hablaba casi sin respirar, presa del temor, y poniéndose a la defensiva, como siempre hacía.

—Tienes razón April, nunca te la he quitado. —Volvió a hablar Powell—. Pero en este caso, por lo menos tienes opciones a las cuales aferrarte, creo que ese solo punto a favor suma mayoría.

—Tiene razón —habló Edmund, soltándole la mano y llevando su brazo por encima de sus hombros—. No podrás saberlo si no te arriesgas, sabes que en mí tienes lo que necesitas... —Le dijo en voz baja, mirándola a los ojos; y de manera inmediata, April miró al doctor.

—Si voy a arriesgarme, será con el autotransplante. Si algo llega a salir mal, que sea mi propio corazón el que falle. No aceptaré el de nadie más. —Se apresuró a decir, no quería escuchar a Edmund decir que iba a sacrificarse por ella, prefería morir en este instante, antes de aceptar que algo remotamente parecido a eso sucediera.

—Bien, a pesar de ser la decisión más arriesgada al momento de hacer la cirugía, a largo plazo es la mejor, porque no vas a correr el riesgo de que tu organismo lo rechace o que inmunosupresores estimulen al nuevo crecimiento del sarcoma...

—Por ahora no quiero hablar de eso, ni siquiera quiero que me expliques lo que harán. Me pongo en tus manos y las de tu equipo...

—Es necesario que lo sepas April...

—Saber lo que harán, que me abrirán el pecho y me conectarán a una máquina, además de todas las complicaciones que puedan surgir, solo hará que me ponga más nerviosa.

—Podrán conversarlo conmigo —dijo Edmund, acariciándole un hombro para reconfortarla. Entendía ese temor de April, sabía que seguir paso a paso los pormenores de la intervención solo la aterraría más.

—En ese caso, voy a convocar al equipo para pautar la fecha, también es necesario prepararte con tiempo para el autotransplante, hacerte análisis y estudios. Estos medicamentos deberás empezarlos hoy mismo... —indicó, extendiéndole el papel con la receta.

—De acuerdo.

—¿Por lo menos podré informarte de la fecha? —preguntó, con la ironía que la confianza le brindaba.

April movió la cabeza de forma afirmativa, al tiempo que tragó en seco. No sabía por qué para Aidan era tan fácil hablar sobre eso, todo lo decía con tanta naturalidad que a ella le preocupaba, porque al parecer, él no era consciente de que posiblemente no soportaría esa intervención, que él tanto le recomendaba.

—Bien, en cuanto tenga una fecha te avisaré, para que vuelvas y empecemos con todo el proceso. —Extendió la mano, posándola encima de la de April, que estaba sobre el escritorio—. Sé que tienes miedo, es completamente normal, pero no te preocupes, te asignaré consultas psicológicas, para que te ayuden a sobrellevar todo el proceso, antes y después.

—¿Estás seguro de que habrá un después? ¿Puedes asegurarme eso? —preguntó a quemarropa, dejándose llevar por el miedo.

—Sabes que no, pero creo en el equipo médico que te atenderá. Debes confiar también.

—Eso intento.

—Pues no lo parece.

—Realmente no lo parece, creo que tendré que empezar a ponerte un poco de mano dura, pareces una niña malcriada —dijo Edmund algo incómodo, por cómo Powell posaba su mano sobre la de April—. Creo que es hora de irnos —dijo al fin, con la única intención de romper ese toque.

—Sí, ya es hora. —Estuvo de acuerdo April.

Los tres se levantaron al mismo tiempo. Edmund le ofreció la mano al médico.

—Necesito que me mantengas informado, por mínimo que sea. —Le pidió mientras lo miraba a los ojos.

—Eso haré, en cuanto tenga alguna noticia. —Aidan desvió la mirada a April—. Si corremos con suerte, podrías estar entrando a quirófano en menos de quince días.

—Bien, muchas gracias Aidan. —April se acercó a él y se despidió con un brazo y un beso en la mejilla.

—De nada, sabes que siempre he querido lo mejor para ti. No temas, eres una mujer muy fuerte.

Edmund y April salieron del consultorio y caminaron a la salida. Él iba con las manos en los bolsillos del pantalón, mientras que ella caminaba a su lado.

Entraron al ascensor y él pulsó el botón del estacionamiento, sin provocar ningún tipo de acercamiento.

—¿Sucede algo? —preguntó ella, consciente del incómodo silencio que se había instalado entre ambos, desde que salieron del consultorio.

—No, nada —contestó escuetamente.

—¿Estás seguro? —Continuó preguntando.

Edmund exhaló lentamente y volvió a agarrar aliento, como saboreando las palabras, mientras se preparaba.

—Está bien..., realmente me preocupa la confianza que Aidan te tiene.

—¿Estás celoso? —Casi no podía creerlo—. Pues déjame decirte que en este caso, quien debería sentirse preocupada debería ser yo.

—No entiendo a dónde quieres llegar, solo dime si tengo que preocuparme.

—No, no tienes que preocuparte. Aidan es homosexual... —La cara de Edmund era de impresión e incredulidad—. Es cierto, no lo parece, porque es un hombre muy masculino, pero es reservadamente homosexual. Tiene su pareja y un niño de siete años, que adoptaron cuando este apenas tenía dos; sin embargo, son pocas las personas que lo saben. Me he ganado su amistad, tanto, como para pasar navidad con ellos.

—Eh..., eh... Bueno, no sé qué decir al respecto.

—Está bien. —Le palmeó la espalda—, no digas nada. Aunque supuse que eras más seguro Edmund Broderick. —Sonrió, casi llegando al auto.

—Cuando un hombre está verdaderamente enamorado, pierde toda seguridad, porque lo que más lo llena de temor es perder a la mujer que ama —confesó, dándole un azote que resonó en el estacionamiento, y ella dio un respingo, acompañado de un grito de sorpresa.

Pedro no pudo evitar sonreír ante el juego que se traía su jefe con la señorita April, le agradaba mucho verlo así, más feliz, verdaderamente feliz.


P.D: Para las chicas que aún no han podido leerlo.  

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