CAPÍTULO 43
Casi una hora después de que Pedro abandonara la habitación del hotel y de que Edmund pidiera otra botella de brandy, aunque no se hubiese terminado la primera, volvían a tocar a la puerta.
Él estaba seguro de que no había solicitado nada más, por lo que no se levantó de la cama para ir a abrir, suponía que sencillamente alguien se había equivocado de habitación y que prontamente se daría cuenta de su error; sin embargo, volvían a tocar la puerta una y otra vez, por lo que decidió levantarse de la cama e ir a abrir, inevitablemente al ponerse de pie, sintió intensamente los efectos del alcohol.
Caminó hasta la puerta, dispuesto a echar al impertinente que no se daba cuenta de que estaba equivocado, pero al abrir se percató, de que aunque el visitante no estaba errado, sí era realmente inoportuno.
—Déjame adivinar —dijo señalando a Walter, parado frente a él, quien no podía ocultar los efectos colaterales de su descontrol con el brandy—. Pedro te fue con el chisme.
El abogado lo miró de arriba abajo, percatándose del desastre que era Edmund, estaba despeinado, con la camisa abierta, había estado llorando y evidentemente estaba borracho.
Negó con la cabeza y entró a la habitación sin ser invitado, recorriendo con la mirada analíticamente el lugar.
—Te estuve llamando, pero ya veo por qué no respondías —dijo recogiendo el teléfono del suelo al que se le había quebrado la pantalla.
Edmund lanzó la puerta y caminó de regreso a la cama, donde se dejó caer sentado.
—¿Qué sucede Edmund? —preguntó, poniendo sobre la mesa el iPhone—. Ahora se te da por beber a cualquier hora y cualquier día... Sabías que tenías una reunión con Powell hoy. —Lo regañó sin dejar de ser precavido.
—Pasa que estoy jodido... Estoy maldito, sí. —Movió la cabeza afirmativamente de forma exagerada—. No hay otra forma de definirlo, estoy maldito. —Apoyó los codos sobre las rodillas, se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar.
—Algo grave pasa, ¿cierto? —preguntó Walter, con un extraño nudo de angustia formándosele en la garganta—. Fuiste a ver a Powell. —No era una pregunta, lo estaba afirmando, y Edmund aún con el rostro cubierto para que no viera sus lágrimas, movió la cabeza ratificando.
—Todo lo que me hace bien, todo lo que me hace feliz, termino perdiéndolo... April no está bien, no lo está —sollozó, pero hacía un gran esfuerzo por dejar de llorar.
Walter tragó en seco para bajar ese nudo que se intensificó ante la confesión.
—Edmund, tranquilízate, anda... hijo, tranquilízate. —Le acarició la espalda, sin saber qué más decir—. ¿Estás seguro? ¿Qué fue lo que te dijo Powell?
—Tiene cáncer en el corazón, tiene el maldito cáncer... Solo hay dos opciones —dijo restregándose la cara con las palmas de las manos, tratando de hacerle caso a su amigo y calmarse.
—Pero al menos hay opciones.
—Ambas son muy delicadas y riesgosas, Powell dice que pueden hacerle un autotransplante, pero que no aseguran que pueda soportarlo, que es mínima la probabilidad de que sobreviva.
—¿Y la otra? —Quería mostrarle todo su apoyo, deseaba poder hacer más, porque estaba totalmente seguro de que Edmund no merecía tanto sufrimiento, ya había tenido suficiente con pasar encerrado injustamente diez años de su vida y haber perdido a sus padres.
—Un trasplante de corazón, es menos riesgoso, aunque dice que los medicamentos para que se adapte al nuevo órgano, puede volver a estimular la formación del cáncer, pero existe la posibilidad de que un tratamiento lo cure.
—Entonces hay que buscar un corazón cuanto antes, creo que esa es la mejor opción, no te vas a rendir, debes hablarlo con ella.
—Voy a darle el mío —dijo, fijando la mirada ahogada en lágrimas en Walter, quién no pudo ocultar su asombro al abrir los ojos de par en par.
—¿Te has vuelto loco? ¡No! Eso no lo voy a permitir.
—No es algo que tengas que permitirme, ya la decisión está tomada.
—Se puede buscar el órgano, no tienes que sacrificarte... Edmund, eres consciente de lo que dices... ¡Vas a morir! ¿Cómo se supone que vas a conseguir eso?
—Quién no entiende eres tú, April no tiene tiempo, no lo tiene, no puedo arriesgarme a esperar a que le dé un derrame cerebral o un paro respiratorio... Tenemos que arreglar todo, me suicidaré... algo haré, y tú arreglarás toda la documentación para hacer lo necesario para el trasplante...
—¡Para! ¡Para! —Le gritó, poniéndose de pie—. ¿Qué mierda estás diciendo? —No pudo evitar que las lágrimas empezaran ahogarle los ojos, porque identificaba total decisión en las palabras de Edmund—. No... no voy a ayudarte en eso, no cuentes conmigo —dijo, tembloroso.
—Si no quieres hacerlo, no importa. Encontraré quién lo haga —aseguró, observando cómo Walter derramaba algunas lágrimas—. Ven aquí, siéntate. —Le sujetó la mano, halándolo—. Siéntate.
Walter se sentó a su lado, mientras negaba con la cabeza.
—No hagas esto Edmund, piensa bien las cosas...
—Porque he pensado muy bien las cosas es que he tomado esta decisión —dijo con la voz en remanso, sintiéndose cansado—. Santiago necesita a su madre.
—Tú podrás hacerlo muy bien, podrás criar del niño.
—No, estoy seguro de que no podré hacerlo. —Negaba constantemente con la cabeza—. Él la necesita más a ella que a mí.
—Te vi con Santiago, sé que serás un buen padre...
—No lo seré, si dejo que April muera no voy a poder reponerme, ya estoy cansado Walter. —Lágrimas volvían a correr por sus mejillas—. Ya no quiero seguir siendo optimista... pensé que con April a mi lado podría volver a recuperar lo que alguna vez fui, volví a creer en mí, pero si ella no va a estar en mi vida, no tiene caso que siga nadando contra la corriente.
—Jamás imaginé que la chica te hubiese robado el corazón, y al parecer será literalmente —argumentó Walter, sin poder creerlo.
—Desde el primer momento en que la vi. —Sonrió tristemente.
—Me toma por sorpresa. —Le palmeó la espalda, sintiéndose realmente muy triste por Edmund, pero estaba seguro de que lo convencería de desistir de esa locura. Podría ser muy egoísta, pero prefería con vida a ese hombre que era como su hijo, y tras la pérdida de un nuevo amor le ayudaría a reponerse.
—Supongo que no tengo que estar gritando a los cuatro vientos que una chica ochos años menor que yo me trae loco, a ella le he demostrado que mis intenciones han sido las mejores, siempre que he podido le he brindado mi apoyo. Qué mejor muestra de amor que esa. —Volvió a limpiarse otra lágrima caprichosa—. Nunca he visto defectos en ella, ni siquiera cuando se prostituía; admito que me daban celos, pero en ese entonces no tenía la posibilidad para sacarla de ese mundo, tampoco sabía que ella quería salir de eso, porque nunca me lo confesó hasta el día en que me dijo que había encontrado un mejor trabajo, la perdí por un tiempo e iba todos los viernes al Madonna, esperanzado con volver a verla... Eso pasó un par de veces, pero volvía a perderle el rastro, no quiero volver a perderla y si para eso tengo que entregar mi vida, lo haré.
—Qué caso tiene sacrificarte de esa manera si igualmente no vas disfrutar de ese amor.
—Quiero hacer algo por ella, quiero hacer algo por alguien, ya que no pude hacerlo por mi madre.
—Haz algo por ti, ¿por qué no hablas con ella? Aclara las cosas, primero debes estar seguro de que ella querrá aceptar eso que quieres darle —dirigió su mirada al pecho de Edmund—. En mi caso, no aceptaría un corazón tan duro —bromeó un poco, aunque se le derramaron un par de lágrimas.
—No tiene por qué enterarse, ni siquiera sé si volveré a verla, no voy a poder mirarla a la cara y no ponerme a llorar como un marica. —Volvió a cubrirse el rostro.
Walter le llevó la mano a la nuca y lo haló hacia él, refugiándolo entre sus brazos, para que llorara libremente, mientras él se tragaba el torrente de lágrimas que se le arremolinaban en la garganta.
—Eres un hombre fuerte, muy fuerte... Sé que podrás hacerlo, posiblemente encuentres otra solución, déjame hablar con unos amigos; mientras, necesito que descanses y deja de estar emborrachándote... Acuéstate un rato.
Walter se quedó a su lado por mucho tiempo, hasta que Edmund estuvo totalmente rendido.
Después se fue a la sala de estar y desde ahí llamó a su esposa, para decirle lo que estaba pasando, al igual que él no podía creerlo y el asombro se podía sentir en su voz.
Ella que trabajaba en una clínica como anestesióloga, le prometió que haría todo lo posible para buscar información, posiblemente ella conocía muchas más personas que él, que pudieran ayudar a encontrar un donante en poco tiempo.
Por su parte él también puso manos a la obra, y llamó a varios colegas, abogados de reconocidos médicos, estaba totalmente esperanzando en que podría ayudar a Edmund, esperaba que lo que había dicho de sacrificarse, solo haya sido producto de la borrachera y la desesperación.
*******
April agradeció inmensamente la puntualidad de Carla, quien llegó justo a las seis de la tarde, para pasar la noche con Santiago y hacerle compañía a su madre que también se quedaría.
—Carla, gracias por venir —dijo, dándole un beso en la mejilla.
—No tienes que agradecer, sabes que me gusta pasar tiempo con Santi.
—Él te extraña mucho, pregunta por ti en todo momento.
—He querido venir más seguido, pero estoy en parciales.
—No te preocupes... Ahora debo irme, no quiero que se me haga tarde.
—Ve tranquila, disfruta... Necesitas distraerte un poco —dijo con tono cómplice, al tiempo que le guiñaba un ojo.
—Gracias. —Sonrió.
Aunque verdaderamente le extrañaba mucho que Edmund no hubiese pasado en todo el día por el hospital, ni mucho menos la hubiese llamado o enviado un mensaje, para pautar el lugar de encuentro e imaginó que se verían en la casa, por lo que se iría para allá.
Caminó hasta donde estaba su madre sentada en el sofá junto a la puerta.
—Ve tranquila, corazón —dijo cariñosamente su madre, mientras le acariciaba los cabellos y la miraba a los ojos.
—Tendré mi teléfono todo el tiempo conmigo, si pasa algo, lo mínimo, aunque le suba la temperatura, me llamas que vendré enseguida —dijo, posando las manos sobre las suaves mejillas de su madre y le acariciaba los pómulos con los pulgares.
—Eso haré, ahora marcharte, que no quieres faltar a tu cita.
—Solo vamos al partido —dijo sonriente.
—Supongo que esa es la cita ideal de tu marido.
—No es mi marido...
Su madre entorno los párpados en un gesto divertido, ella sabía perfectamente lo que pasaba a puertas cerradas en la habitación de Edmund Broderick, como para que su hija pretendiera negarlo.
—No estamos casados, así que no es mi marido. —Le dio un beso en la frente.
—No hace falta un papel, un anillo, ni mucho menos la bendición de un cura para que vivan plenamente lo que sienten, todo eso han sido banalidades creadas por el hombre... ¿acaso lo amarás más si se casan? —preguntó, sin permitir que su hija se le escapara.
—Cada día lo quiero más, no creo que nada de eso afecte en mis sentimientos —confesó.
—Entonces es tu marido.
—Está bien, lo es —dijo divertida—. Ahora sí me voy.
Se despidió de ambas agitando su mano y salió de la habitación, al entrar al ascensor buscó su teléfono y decidió escribirle a Edmund, ya que él no lo había hecho.
¿Encontraste las entradas?
Voy saliendo para tu casa, pero no sé si prepararme, porque no me has confirmado nada.
Terminó de escribir y lo envió, no guardó el teléfono, sino que lo mantuvo en la mano esperando una respuesta.
Salió del hospital, despidiéndose cariñosamente de la recepcionista, porque ya conocía a casi todos en el lugar. Mando a parar un taxi, y durante el trayecto hacia la casa de Edmund se mantuvo revisando el teléfono, esperando alguna respuesta, pero llegó a la casa y él seguía sin responder.
Quería llamarlo, pero no pretendía ser impertinente, imaginaba que estaba muy ocupado en su trabajo, por lo que pasó directamente hacia la habitación y entró al baño, llevándose el teléfono para no dejar pasar la oportunidad si él intentaba comunicarse.
Después de la ducha, empezó a molestarse, porque Edmund sabía que tenían un compromiso y si se le había presentado un inconveniente y ya no iban para ningún lado; por lo menos, debía enviarle un mensaje para informarle.
Con el pelo mojado y solo vistiendo el albornoz, se sentó en la cama y decidió llamarlo, pero inmediatamente se le fue al buzón de voz.
Intentó un par de veces más, consiguiendo el mismo resultado.
Cuando el reloj marcó las ocho de la noche, exactamente la hora del inicio del partido, estuvo segura de que ya no irían a ningún lado. Entonces estaba preocupada y molesta.
Ya había perdido la cuenta de las veces que intentó comunicarse con él, pero siempre fue en vano, por lo que decidió llamar a Walter, quien amablemente le había dado su número por si surgía alguna emergencia.
A su parecer eso era una emergencia, porque Edmund no daba ningún tipo de señal, inevitablemente empezó a sentir mucho miedo y los latidos del corazón aumentaban con cada repique que el abogado no le contestaba.
Walter despertó ante el zumbido de su teléfono vibrando sobre la mesa de centro, no supo en qué momento se quedó dormido en el sofá de la habitación del hotel, porque lo último que haría, sería dejar solo a Edmund.
En medio de la oscuridad vio la pantalla iluminada y Contestó todavía con la vista borrosa, por lo que no se percató de quién llamaba.
—Buenas noches —susurró, porque no quería que Edmund se despertara.
—Buenas noches, señor Walter —Ella percibió por el tono de voz que lo había despertado—. Disculpe no sabía que estaba durmiendo. —Los latidos de sus corazón se descontrolaron más, porque era evidente que Edmund no estaba con su abogado. Respiró profundo para calmarse; sin embargo, tenía las manos temblorosas.
—No te preocupes April, solo estaba tomando una siesta... ¿Sucede algo? —murmuró su pregunta.
—Estoy preocupada, no lo llamaría si no lo estuviese... Es que Edmund no ha llegado a casa... No me ha llamado en todo el día y estoy intentando comunicarme con él, pero si teléfono está apagado. —Sentía que las palabras se le atoraban en la garganta y no podía hablar claramente.
—April —suspiró e hizo una pausa mientras pensaba qué decirle, pero estaba seguro de que no podría contarle lo que estaba pasando con Edmund—. No te preocupes, seguramente está bien. Suele desaparecer a menudo, muchas veces cuando necesita aclarar ideas o tiene mucho trabajo. ¿Ha pasado algo con Santiago? ¿Está bien?
—Sí, Santiago está bien... Pero teníamos algo planeado para hoy —con cada palabra bajaba un poco más la voz, hasta casi susurrar, sintiéndose realmente desanimada.
—Entiendo, lamento que no se haya comunicado contigo, me hubiese gustado que pudieran llevar a cabo sus planes... ¿Puedo hacer algo más por ti? —preguntó, tratando de ser muy cuidadoso, porque no pretendía herir a April.
—Sí... —Pensó en preguntarle si tenía alguna otra manera de comunicarse con Edmund, pero terminó mordiéndose el labio para no hablar—. No... mejor olvídelo, ¿está seguro que de Edmund se encuentra bien?
—Sí estoy seguro.
—Entonces no lo molesto más, probablemente debe estar cansado.
—No me molestas... Si necesitas algo más en lo que te pueda ayudar...
—No —intervino antes de que él abogado siguiera hablando.
—Entonces que estés bien.
—Igual usted —murmuró y terminó la llamada.
Aunque el abogado le dijo que Edmund estaba bien, ella no pudo quitarse del cuerpo la preocupación, también era evidente que ya no iría a ningún lado, por lo que salió de la cama, con la decisión de vestirse y regresar al hospital, pero antes de ponerse alguna prenda, desistió de hacerlo, porque sabía que al volver, debería darle explicaciones a su madre y no quería preocuparla, o que al igual que ella, pensara que Edmund era un mentiroso que la había ilusionado en vano.
Así que decidió ponerse un pijama, de esos de seda y encaje, perversamente seductores que Edmund le había comprado, porque la mayoría de su ropa aún se encontraba en su departamento. No había pensado en traérsela, porque en ningún momento él le había hecho una propuesta formal, no sabía si la quería en su casa de manera definitiva o simplemente mientras Santiago se recuperaba.
Edmund le había demostrado que a su manera la quería, pero en ningún momento se lo había dicho, y ella no podía devanarse los sesos, tratando de interpretar el lenguaje entre líneas con el que él se expresaba.
Se paseó por el vestidor, acariciando las camisas colgadas, perfectamente planchadas y ordenadas por colores. Inevitablemente a su memoria asaltó ese momento en que lo vio por primera vez, esa mirada gris fue un imán para su corazón, ese aire misterioso y seductor lo hacía lucir tan irresistible.
En sus planes, jamás estuvo terminar perdidamente enamorada de un cliente, porque estaba concentrada en su salud tanto física como mental, tampoco quería dejarse absorber por ese mundo del que la mayoría no lograba salir, y donde vio hasta lo inimaginable, ser prostituta no solo se limitaba a entregar el cuerpo a cambio de dinero, también había drogas, alcohol, violencia y hasta muerte.
Se negó los sentimientos que la embargaban por ese hombre, tanto que la segunda vez que la solicitó, lo rechazó porque él había contado con la habilidad de despertar nervios y sentimientos.
—Termina esta presentación y nos vamos arriba —propuso él, mirándola a los ojos, mientras le metía un billete de veinte dólares en la tanga.
—Hoy no podré, ya estoy comprometida con otro cliente —mintió, evadiendo por primera vez la mirada de un hombre.
—Recházalo, te pagó el doble —insistió, repasándose con la punta de la lengua el labio inferior.
—No es por el dinero —respondió, mientras seguía con su trabajo de mover el cuerpo con la única intención de enloquecerlo, porque esa era su misión, sin importar que no pudiera cumplir con las fantasías de Edmund, aunque ella deseara hacerlo, no podía arriesgarse.
Se alejó de él con la intención de no volver a mirarlo, prefirió concentrarse en los demás hombres que estaban en el lugar, pero le era imposible y su mirada se escapaba hacia ese rostro moreno con brillantes ojos grises.
Sin embargo, el tiro le salió por la culata porque el próximo cliente que la solicitó, quería llevársela del club para compartirla con dos amigos.
—No... no hago servicios fuera. —Se negó, mirando al hombre de unos cuarenta años y realmente atlético, que ya había sido su cliente, admitía que era habilidoso a la hora de brindar placer, pero desconfiaba de lo violento que se ponía algunas veces. La primera vez la abofeteó sin su consentimiento y la segunda le dio una nalgada, que dejó un horrible hematoma por días. Después de que le reclamara por sus agresiones no permitidas, había sido cuidadoso, pero no sabía si cumpliría su palabra estando fuera del club.
—Te aseguro que seguiremos tus reglas, uno a la vez... Quiero mirarte con mis amigos. —Trataba de convencerla mientras le acariciaba el trasero—. Solo serán tres horas, te daremos tres mil.
April se sintió seducida por la cifra ofrecida, porque realmente necesitaba el dinero, quería reunir para operarse cuanto antes, solo quería que le extirparan en maldito tumor y liberarse de ese mundo, donde tenía que permitir que siguieran apretándole el culo como se lo estaban haciendo.
—No quiere, no va a ir contigo —intervino Edmund a su espalda, sujetándola por la cintura y pegándola a él, liberándola del lascivo toque—. Viene conmigo.
Ella no pudo evitar tensarse, pero también se sintió aliviada.
—Mejor busca otra —dijo el hombre con un evidente tono de advertencia—. Irina, vamos. —Dirigió su mirada hacia ella y le guiñó el ojo.
—Yo decido con quién voy. —Iba a decir que con ninguno de los dos, pero maldito su deseo de sentir a Edmund pegado a su cuerpo le derretía la voluntad.
Llevó sus manos a la de Edmund que estaban sobre sus caderas, para quitárselo de encima, pero él le sujetó las suyas, hasta entrelazar sus dedos, con ese simple gesto la convenció, provocando que olvidara hasta su estado de salud.
—Lo siento Jonathan, será en otra oportunidad. —Se disculpó con el cliente y se fue con Edmund.
—Si no quieres tener sexo conmigo, no te preocupes, solo espera a que ese maldito animal se largue y buscas otro. —Le dijo, alejándola de Jonathan.
—Mejor vamos a la habitación —Lo haló hacia las escaleras.
—Escuché lo que te proponía, nunca confíes en un hombre que quiere compartirte con otros...
—¿Estás escuchando lo que dices? —Sonrió, abriendo la puerta de la habitación—. Aquí todos los que vienen terminan compartiéndome.
—No me refiero a eso —dijo, poniéndose muy serio—. Siéntate. —Le ordenó frunciendo el ceño.
—Está bien, me siento. —Se desplomó en la cama, como una niña malcriada a la que le tocaba obedecer. Si no fuera por el maldito dinero, lo hubiese dejado ahí, pero temía que pusiera una queja y la despidieran.
—Irina, lo que trato de advertirte es que no aceptes estar con varios hombres a la vez, suelen perder los estribos o trataran de impresionar a los demás, y serás tú quien pague las consecuencias... Te trataran como a un objeto.
—Todos me tratan como a un objeto.
—No generalices, y no me respondas así, que solo trato de ayudarte —volvió a hablarle con un tono de mando que a ella no le agradaba en absoluto.
—Gracias por tus consejos, pero por si no lo sabes, aquí he estado con más de tres hombres en una misma habitación... Algunos miran mientras esperan su turno, es normal que les guste mirar y masturbarse. —Al parecer, Edmund no estaba muy enterado de lo que era el mundo de la prostitución.
—Ibas a irte con ese hombre, a ver a otros desconocidos, aquí conoces a todos tus clientes, sabes cuales son nuestros deseos, nuestras fantasías... ¿Dime qué sucede si en este momento empiezo a golpearte para obligarte a romper las reglas que me has impuesto? —preguntó, percibiendo como ella tragaba en seco.
—Aquí no puedes hacer eso, hay varias maneras de comunicarme con seguridad para que vengan en mi ayuda —advirtió, sin saber qué era lo que Edmund pretendía.
—Aquí tienes el control, ¿acaso afuera existe la manera de que alguien vaya en tu ayuda? ¿Puedes evitar que te obliguen a hacer cosas que no deseas? —interrogó con las manos en jarras y su mirada se fijaba en el influjo alterado del pecho de Irina.
—No, quien sale de aquí lo hace bajo su propio riesgo —respondió, comprendiendo el punto de Edmund—. Pero necesito el dinero.
—Hay muchas maneras de conseguir dinero, pero no te arriesgues a perder el control, aún tienes el poder para evitar que te hagan daño... No hay nada más desesperante que no poder evitar que te lastimen, que tengas que ceder a las bajas pasiones de alguien, en medio de la violencia y el pánico.
April se quedó callada y bajó la mirada, era su manera de agradecer el consejo que le daba.
—Tienes razón, ahora... Ya no pierdas tiempo. —Empezó a levantarse la blusa.
—Tu intención no era tenerme como cliente esta noche, así que mejor me voy. —Se sacó la billetera del bolsillo trasero del jeans y le dio varios billetes—. No son tres mil, pero es todo lo que tengo.
April vio que sacó absolutamente todo lo que tenía, eso fue lo más tierno y maravilloso que había visto en toda su vida, el corazón empezó a latirle a mil y estaba segura que era de emoción y no por síntoma de su enfermedad.
Él había destrozado todos sus intentos por alejarlo, porque no quería dejarse llevar por los sentimientos, que en ese mundo en el que estaba sumergida, estaban prohibidos.
—No voy a cobrarte si no tenemos sexo —dijo levantándose de la cama y tomándolo de la mano.
—Entonces te pagaré por haberme escuchado.
—Solo me estaban dando un consejo, sería quien debería pagarte.
—Dijiste que necesitas el dinero, que por eso pretendías arriesgarte... Mejor me voy...
—Si me das el dinero no podrás pagar a otra.
—Aún mis manos pueden consolarme. —Le metió los billetes en medio de los senos.
April empezó a desabrocharle el cinturón.
—Suelo ser muy hábil con las mías, estarán encantadas de consolarte.
Edmund que no podía controlar su deseo con esa mujer, inmediatamente cedió y buscó para besarla en la boca, pero no consiguió hacerlo, porque ella se la tapó.
—Recuerda las reglas —susurró y le dio un beso en la mejilla.
—Lo siento —se disculpó, pero sus palabras no siguieron a sus acciones, porque empezó a desvestirla rápidamente y casi se le devoraba el cuello, en medio de besos, chupones y suaves mordidas.
Ese hombre parecía insaciable, pero no logró comprender esa forma famélica de brindarle placer, hasta dos horas después, cuando le confesara que llevaba poco tiempo de haber salido de prisión, y todas las cosas que le obligaron a hacer en ese infierno.
Entonces comprendió porqué la había aconsejado con tanta propiedad, desde ese momento se sintió totalmente compenetrada con él, quiso ayudarle como lo había hecho con ella, pero más allá de eso, se permitió sentir por su cliente.
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