Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 41



El silencio reinó en el lugar, solo se escuchaba la brisa que agitaba el cabello de Natalia y los pasos de algunos transeúntes que pasaban a poca distancia, mientras la mirada de Burak recorría lentamente por el rostro perfilado, y la idea de besarla revoloteaba insistentemente en sus ganas.

—Ya debo volver. —Natalia cortó el silencio y la resolución de Burak por besarla.

—Está bien, te acompaño. —Se levantó y le ofreció la mano para ayudarla.

Natalia se aferró al agarre y se levantó, después se soltó con la excusa de acomodarse el cabello que la brisa despeinaba.

Él caminó hasta una papelera cercana, donde arrojó la botella y los vasos. Regresó para encontrarse a Natalia, abrazada a sí misma.

—Burak, gracias por regalarme un momento de distracción, cuando te vi entrar en la oficina de mi jefe, jamás imaginé que terminaríamos siendo amigos —comentó, mientras avanzaban de regreso al hospital.

—Cuando te vi en la oficina de Worsley, estuve seguro de que haría lo posible para volver a verte, y que tu auto no quisiera prender justo en el momento en que me marchaba, me dio la certeza de que debía aprovechar la oportunidad.

—No sé qué decir con respecto a eso... Gracias. —Natalia tenía un gran torbellino de emociones girando en su interior, ciertamente el hombre era atractivo y parecía ser sincero, pero por ahora, no iba a arriesgarse a ir más allá de una amistad, porque no quería volver a equivocarse, ya no estaba en edad de dejarse llevar por las emociones y experimentar a la primera, se lo había dejado muy claro, la última vez que había cedido ante el deseo y aceptó ser la marioneta del juego de Erich Worsley, para que al día siguiente la humillara de la peor manera.

Posiblemente Burak no era del mismo tipo de hombre que su jefe, pero prefería mantenerse en la zona segura, hasta que no le quedaran dudas de que realmente valía la pena arriesgarse.

—No te comprometas a decirme nada, solo por ser amable. Lo que te digo quiero que lo escuches, simplemente eso —dijo Burak, al darse cuenta de que ella no encontraba palabras adecuadas para seguir con la conversación.

—Me gusta escucharte, me agrada mucho como pronuncias el inglés, además que eres de amena conversación. —No pudo evitar sentirse tonta, por no poder controlar la sonrisa que el efecto del alcohol en su sangre le provocaba.

Bajó la mirada y separó los labios para respirar por la boca, cuando se percató por primera vez en los pies de Burak, realmente debía calzar más que su hermano y eso la hizo sonreír.

—Es fácil hablar contigo —aseguró él mientras avanzaban.

Cuando por fin estuvieron frente a la entrada del hospital, sabían que era la despedida, ella debía volver a cuidar de su madre y él regresar al hotel.

—¿Te vienen a buscar? —preguntó Natalia, segura de que por la tarde lo había visto con un chofer.

—No, me iré en taxi —respondió, parado frente a ella.

—Descansa, porque el viaje debe ser agotador.

—Ya estoy acostumbrado a pasar muchas horas en un avión. —No podía despegar su mirada de los labios sonrojados de Natalia, y como muestra de las ganas que lo estaban consumiendo por besar esa boca, se mordió ligeramente su propio labio, en un intento por disimular su deseo.

Para ella no pasó desapercibido y sus pupilas quedaron suspendidas en la boca de él, apreciaba unos labios masculinos, provocativos y sensuales. No pudo poner resistencia, pero tampoco pudo evitar tensarse, cuando Burak se acercó; y apenas, le sujetó con delicadeza la barbilla; inevitablemente, la respiración se le agitó, pero no se alejó, solo cerró los ojos y se dejó llevar, sintiendo como los cálidos y suaves labios se posaron sobre los suyos, en un tierno toque, que provocó que las mariposas resurgieran en su estómago y las piernas le temblaran. Era volver a vivir con total intensidad esas maravillosas sensaciones de adolescente.

El beso de Burak fue casi inocente, tan solo un delicado roce, pero no debió ser más profundo para que fuese avasallador.

Cuando se alejó, le regaló una sonrisa cautivadora y ella también lo hizo, sin poder controlar su deseo por saborearse el beso, se pasó lentamente la lengua por los labios.

—Adiós Natalia —susurró, mirándola a los ojos.

Ella sintió que cada poro de la piel se le erizó al escuchar el tono de voz que había usado para despedirse.

—Adiós Burak —murmuró, con el corazón martillándole contra el pecho. Eso era lo más cercano a la adrenalina que había vivido en mucho tiempo. Retrocedió un paso y él también lo hizo.

Natalia estaba segura de que debía marcharse justo en ese momento, antes de que se dejara llevar por las emociones.

Caminó dentro del hospital y a través del cristal, lo vio subirse a un taxi, él la miró por última vez y se despidió con un gesto de su mano, ella correspondió, además de que no podía controlar la tonta sonrisa y se sentía levitar.

Sabía que era hora despertar del cuento de hadas, por lo que se dio media vuelta y caminó al ascensor, subió sola y aprisionó el botón del piso en el que estaba su madre, no pudo soportar más de tres segundos sin mirarse al espejo; nuevamente la sonrisa afloró, no reconocía en esa chica del reflejo a una mujer de veintinueve años, estaba tan sonrojada como una adolescente, suponía que todo lo vivido era tan especial, porque habían sido muy pocas las veces que había estado en situaciones similares, realmente un par de veces, y con Mitchell, nunca fue tan emocionante.

Caminó por el pasillo, saboreando el delicado beso que Burak le había regalado, eso había sido una perfecta estrategia para dejarla pensando en él. Con mucho cuidado abrió la puerta, para no despertar a su madre por si ya estaba dormida, pero a cambio, se encontró una sorpresa que provocó que se tensara.

Sentado al lado de la cama y de espaldas a la puerta, estaba su padre, suponía que esa noche no visitaría a su madre. No conseguiría nada con quedarse parada en el umbral, por lo que se armó de valor y entró.

—Buenas noches, papá —saludó en susurros, al tiempo que se quitaba el cárdigan—. ¿Ya se durmió? —preguntó, acercándose hasta su madre e iba a tocarla, pero Sergey no se lo permitió al sujetarle la muñeca.

De manera inevitable clavó la mirada en el agarre y después miró a su padre, quien la veía acusadoramente.

—No creo que te interese saber si está dormida o muerta, te da lo mismo si te largas y la dejas sola —dijo en voz baja pero con contundencia y sus ojos azules destellando por la rabia.

—Papá, yo solo fui a caminar un momento... —explicó sin poder contener los nervios, con el corazón alterado—. Suel... Suéltame —balbuceó forcejando.

Él la soltó de un tirón; Natalia al sentirse liberada decidió ponerse a salvo y se fue al baño, para poder llorar, porque verdaderamente su padre la había herido al decir que no le importaba su madre, pero fue una muy mala idea, porque él la siguió; ya lo conocía, y no se quedaría tranquilo hasta hacerla sentir una irresponsable e insensible.

—Así que solo fuiste a caminar un momento —comentó al tiempo que cerraba la puerta—. Tengo aquí más de media hora.

—Solo fui un momento —reafirmó, tragando las lágrimas y la rabia que le provocaba que su padre la juzgara de esa manera.

—¿Qué es para ti un momento? ¿Dos, tres horas? —inquirió parándose frente a ella—. Y mírame a los ojos cuando te hablo —exigió, alzándole la barbilla.

—No estuve más de una hora, mamá estaba despierta y me dio permiso, necesitaba distraerme un poco.

—Así que estar con tu madre te aburre.

—No es eso papá, no me aburre... Estoy cansada, estoy cansada. —No pudo seguir conteniendo las lágrimas—. No puedes juzgarme porque dejé a mamá sola por unos minutos, cuando soy quien más está pendiente de ella, soy quien está pagando la clínica y los medicamentos...

—Vas a sacar lo que le das a tu madre. —Se aproximó amenazante hacia su hija, sin poder creer que se estuviera quejando.

—No, no lo hago, simplemente digo que vengo todos los días, tres veces, no tengo vida social, no descanso, y solo porque me fui unos minutos, dices que ya no me importa mamá... —sollozó, sintiéndose molesta por llorar. Era increíble cómo Sergey, tenía el poder para hacerla sentir culpable, y estaba segura de que eso aumentaba el orgullo en él.

—Baja la voz —siseó, haciendo un ademán para abofetearla—. Si tu madre se despierta por tu culpa, tendrás problemas...

—Lo siento, no quise levantar la voz... prometo que no volveré a dejarla sola —Se disculpó, sabiendo que no debía hacerlo.

—Sabes bien que no creo en tus promesas, si no deseas cuidar de tu madre dímelo y busco a una enfermera, pero no vuelves a pisar la clínica, ni siquiera te quiero ver en el funeral.

Natalia lo miró con ira y dolor, quería gritarle que él menos que nadie podía tomar esas decisiones, porque no estaba aportando ni un dólar para los gastos médicos de su madre, fue ella quien tuvo que acostarse con su jefe para pagar todo lo que se necesitaba, porque bien sabía que implícitamente Erich Worsley le mandó esa nota en Panamá, para que la aceptara, sino le daría cualquier excusa para no cumplir con el trato.

—Seguiré cuidando de mamá en la medida en que pueda, tal vez todo fuese más fácil si me ayudaras un poco, porque si no trabajo, no tengo para pagar, y siento si lo que digo te ofende papá, pero es la verdad... —dijo, llevada por el coraje—. Bien puedes venir por las mañanas... necesito un poco de ayuda porque creo que terminaré por colapsar física y emocionalmente.

Sergey no dijo nada, era lo que pasaba cuando sabía que alguien más tenía la razón, y su única manera de no ceder, era no dar ninguna respuesta. Salió del baño, dejando la puerta abierta.

Natalia empezó a limpiarse las lágrimas con las manos, pero por más que lo hacía no dejaban de brotar, no estaba preparada para salir, por lo que se quedó pegada a la pared, sintiendo que la poca felicidad que había logrado esa noche, su padre una vez más la arruinaba.

—¿Piensas quedarte ahí? —preguntó él, después de varios minutos.

—No, ya voy a salir —dijo con la voz ronca.

—Me voy, regresaré mañana temprano, para que puedas ir a descansar antes de que vayas al trabajo.

Natalia asintió y no se despidió, esa era su muestra de rebeldía, no hablarle a su padre; aun así, ella temía que le exigiera la despedida como tantas veces lo había hecho, pero para su suerte, está vez, no la obligo a doblegar su orgullo.

Cuando Sergey se marchó, ella salió del baño y se acostó acurrucada en el sofá, con la mirada puesta en su madre dormida, mientras escuchaba el silbido de la respiración forzada de su madre y lloraba de impotencia, se esforzaba por recordar los momentos vividos junto a Burak, pero tenía más peso sobre ella los reclamos y acusaciones de su padre.

En momentos como esos, era cuando deseaba desesperadamente una salida, tal vez debía aceptar la propuesta de trabajo de Burak, porque eso la mantendría alejada de los maltratos y humillaciones de su padre, irse sin pensar en nada más, sin ser precavida, arriesgarse a lo desconocido y no ser pesimista, lo que posiblemente confundía con realista, dejar de ver solo el lado malo de las cosas y esperanzarse, salir de su zona segura de conflictos personales y ver si había cosas mejores y no peores a lo que ya vivía.

********

Edmund había dormido tantas noches en el sofá cama de hospital, que ya se había acostumbrado a despertar sin los músculos contraídos, estaba solo y suponía que April estaría en el baño lavándose los dientes.

Se levantó, dobló la cobija, acomodó las almohadas y compactó el sofá. Caminó hasta donde estaba Santiago dormido.

—Estás teniendo un buen sueño. —susurró enternecido, al percatarse de que el niño sonreía—. Seguro que vas a ser un chico pícaro.

—Tanto como el padre —interrumpió April, quien entraba sonriente—. Estoy segura de que será terrible.

—Sabrás controlarlo. —Se acercó a ella y le dio un beso en la frente—. Porque has hecho un buen trabajo conmigo.

—¿Yo te controlo? —preguntó divertida y mostrándose exageradamente sorprendida.

Edmund se alejó, le regaló un guiño y una sonrisa de medio lado, cargada de pillería.

—No voy a responder a eso —comentó, propinándole una nalgada—. Regreso en un rato para que nos vayamos a casa.

Ante la mirada divertida de April, se fue al baño, mientras ella se quedó acariciando a Santiago que seguía durmiendo.

Cuando llegaron a la casa, fueron recibidos por un diminuto terremoto de pelo marrón, que se arremolinó a los pies de April.

—Chocolat, hola pequeñito. —Ella lo cargó y con entusiasmo empezó a cubrirlo de besos—. Mami está feliz de verte, te extrañé mucho... Sí también te extrañé —sonría, disfrutando de las lamidas de su cachorro.

Edmund quien no era muy apegado a las mascotas, ni mucho menos de esa forma de ser tan chispeante como April, la admiraba sonriente, sin duda; ella aún tenía el espíritu de la juventud, era espontánea, divertida, tierna... Era una jovencita que le daba alegría a su monótona vida aburrida, repleta de negociaciones.

Sí, las putas le daban placer, le brindaban lujuria, experiencias sexuales inimaginables, pero los días que había compartido con April y Santiago, se daba cuenta de que había cosas más importantes y reconfortante que el sexo.

Posiblemente, ya estaba llegando a una etapa de receso, ya estaba colmando su deseo sexual que había reprimido por tantos años en prisión, ahora prefería esos pequeños momentos en que April sonreía y le hablaba a un perro.

—Buenos días —saludó Abigail, quien se estaba quedando en la casa de Edmund, por petición de él, bien sabía que la presencia de la mujer no le incomodaría, porque pasaba todo el día fuera, además que, bien podían vivir diez personas en el lugar, sin tener que verses la caras, porque había espacio de sobra—. ¿Cómo amaneció Santi?

—Lo dejamos dormido, en compañía de la enfermera —respondió April, acercándose a su madre y dándole un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás?

—Bien, muy bien... ¿desea café señor Worsley?

—Por favor, llámeme Erich o Edmund, como prefiera —pidió, caminó hasta ella y le apretó el hombro en un cálido saludo—. Yo mismo me serviré el café —consciente de que la mujer no paraba en todo el día, ya se lo habían dicho sus asistentes al servicio de la casa, y él no la había llevado como empleada.

—Ya está preparado —anunció sonriente.

—Gracias. —Caminó a la cocina, para permitirle a madre e hija un poco de espacio.

—Sé que tenemos una conversación pendiente —susurró April, quien aún no le había contado a su madre sobre el porqué de la doble identidad de Edmund, sabía que para eso necesitaría tiempo y no lo habían tenido.

—Está bien, cuando quieras... Solo espero que no sea por nada malo.

—¿Edmund te parece mala persona? —preguntó sonriente, mientras que con la mano con la que no cargaba a Chocolat, le acariciaba la mejilla.

—Parece un hombre honesto.

—Lo es —asintió.

—Bueno, me voy al hospital, descansa. —Le dio un beso y le regaló una caricia al cachorro.

—Cualquier cosa me llamas —pidió April.

—Lo haré, adiós cariño.

—Adiós mamá. —Al despedirse de su madre, dejó a Chocolat en el suelo y se fue a la cocina, donde se encontró a Edmund tomando café, mientras veía en el televisor las noticias de fútbol americano, inevitablemente ver en sus ojos el brillo por esa pasión que no pudo vivir, le entristecía. Estaba segura de que el negocio de Bienes Raíces no era más que con lo que le tocó resignarse, porque su tiempo para ser el jugador estrella había pasado.

—¿Se fue Abigail? —preguntó, echándole un vistazo a ella y después regresó la mirada al televisor.

—Sí —respondió mientras se lavaba las manos—. Si deseas, está noche podríamos ir al partido, estoy segura que si le pido a Carla el favor de que se quede con Santiago lo hará.

—¿En serio? —preguntó incrédulo.

—Muy en serio. —Se acercó hasta él, quien estaba sentado en un taburete de la barra, y parada detrás, le posó las manos sobre los hombros—. Compra las entradas. —Le susurró cerca del oído, y le un beso en el cuello.

—Voy a comprarlas enseguida, espero que no me entusiasmes en vano. —Sonreía sin poder creer que April lo acompañaría a un partido, la mayoría del tiempo iba solo, porque Walter prefería el béisbol.

—Te juro que no lo haré, quiero ir contigo al partido... Necesito distraerme un poco. ¿Tendrás mucho trabajo hoy?

—Lo mismo de siempre.

—Si deseas, puedo ayudarte con eso, llevo muchos días sin trabajar... —intentó hablar pero él interrumpió.

—Ya tienes suficientes preocupaciones con la salud de Santiago, después hablaremos sobre eso... —Se levantó del taburete—. Voy a ducharme o se me hará tarde. —Dio varios pasos y después giró sobre sus talones—. Entonces, ¿tenemos una cita esta noche? —preguntó conteniendo la sonrisa.

Ella asintió con gran entusiasmo, mientras sonreía con la inocencia de una niña.

Edmund pasó directamente al baño de su habitación, se desvistió, dejando el teléfono y la billetera sobre el lavabo, entró a la ducha, debía darse prisa para estar a tiempo en la compañía.

Se lavaba el cabello cuando escuchó el sonido enigmático y sensual de una guitarra eléctrica, al que en segundos los acompañaron los acordes de otros instrumentos, dando vida a un Blues. Sonrió al estar seguro de que April había entrado en la habitación y puesto música, pero siguió con su ducha, prestando atención a la letra.

Strike a match and set me on fire

Watch it burn and flames getting higher

You light me up, sweet old desire

So won't you come close to my fire?

Sonreía ante la implícita petición que hacía la canción, cuando escuchó que corrían la puerta de cristal de la ducha, miró por encima de su hombro, encontrándose con una diminuta y sensual rubia, entrando desnuda.

April lo abrazó por la espalda, acoplando su cuerpo seco al moreno mojado de Edmund, se puso de puntillas, apenas alcanzando a besarle el omóplato derecho, mientras sus manos viajaban deseosas por el poderoso pecho.

Él tan solo la miraba por encima del hombro, con una encantadora sonrisa.

—¿Te molestaría si te hago llegar tarde al trabajo? —preguntó sonriente, y empezó a besarle la espalda.

—En absoluto, lo bueno de ser el jefe es que puedo llegar a la hora que me dé la gana.

—¿Y tus compromisos? —preguntó, bajando las manos lentamente por el vientre masculino.

—Nada es más importante que cumplir los deseos de mi mujer... Me deseas, ¿cierto? —dijo con pillería, y se mordió ligeramente el labio, al sentir las manos de April acariciando su pene.

—¿Qué te hace pensar eso?

Edmund se llevó una mano hasta donde estaban las de ella, incitándolo lentamente y él guio sus movimientos, aunque ella perfectamente sabía lo que hacía, él quiso hacer esa tarea entre los dos.

—Esto me lo deja claro, sabes que no necesitas de mucho para seducirme, pocas palabras y contadas caricias son suficientes para que me controles.

—Como ya tienes claro lo que quiero, no voy a perder tiempo. —Liberó una de sus manos para rodearlo sin soltarlo, se pudo frente a él y empezó a besarle el pecho; sin embargo, Edmund le ofreció su boca y ella no rechazó la oportunidad para besarlo con el ardor que la estaba calcinando.

Disfrutó de la boca de Edmund tanto como quiso, y cuando se separaron, siguió repartiendo besos por los hombros, el pecho, siguió por el abdomen, hasta ponerse de rodillas.

Se relamió los labios, al tiempo que le dedicaba una mirada cargada de picardía y sus manos acariciaban los fuertes muslos.

Él aún no estaba erecto y ella se daría el placer de llevarlo al punto más alto.

En medio de chupadas, lamidas y un diestro movimiento de sus manos, consiguió el objetivo, sintiéndose orgullosa de contar con la habilidad de excitar a su hombre en poco tiempo.

No había decidido levantarse cuando Edmund la sujetó por los brazos, poniéndola en pie, en un rápido movimiento la tomó por la cintura, levantándola en vilo, la pegó contra la pared de vidrio templado y ella se aferró con las piernas a las caderas masculinas.

Sus bocas volvieron a devorarse con famélica devoción, jadeos y gemidos, acompañando al momento en que él la penetró.

April se colgó con fuerza del pelo mojado de Edmund, mientras que él la sujetaba por los muslos, calvándose en ella una y otra vez, con intensidades y velocidades diferentes.

Se miraban a los ojos, sonreían, jadeaban cómplices de un momento íntimo y ardiente.

April se perdía en la mirada gris de Edmund, cuando miraba a esos ojos, sabía que no existía nada más, porque en ellos podía observar el mundo entero.

Estaba segura de que el amor era mucho más que un orgasmo, muchísimo más, porque otros hombres habían contado con la habilidad de hacerle experimentar esos segundos de placer, pero con Edmund era distinto, era lo que había antes y después de ese momento, era dormir a su lado y sentirse protegida, era abrazarse a él y saber que eso significaba más que un simple abrazo, era un hogar, un lugar cálido en el que podría habitar lo que le restaba de vida y más.

Pasar horas y horas hablando con él y nunca sentirse aburrida, era no cansarse de mirarlo, era querer darle todo, para ella eso era el amor... Entregarle todo, era regalarle no solo su cuerpo, sino también su alma.

Salieron del baño cada uno con un albornoz, tomados de la mano y sonrientes.

—Necesito mi teléfono, porque estoy seguro de que Judith ya tiene que haberme escrito —dijo Edmund, regresando al baño.

—Si quieres puedo buscarte la ropa.

—Está bien.

Edmund volvió a la habitación, mientras le respondía a su secretaría, quien le había escrito, recordándole que debía firmar unos documentos, y se fue al vestidor, donde sabía que estaba su mujer.

—Debo darme prisa, tengo unos documentos que firmar. —Dejó el teléfono sobre un mueble y agarró el bóxer negro que April le ofrecía. Se lo puso sin quitarse el albornoz y lo mismo hizo con el pantalón.

Cuando se quitó la prenda de baño, permitió que April le humectara la piel de la espalda, brazos y pecho.

Realmente ella se encargó de todo lo demás, le puso la camisa, la corbata y hasta lo peinó, como si fuese un niño. Él no podía negar que le encantaba esa muestra de atención, porque nunca antes había sido tan mimado por nadie, posiblemente lo había hecho su madre, pero no lo recordaba.

Ya listo, empezó a despedirse de ella con besos en los labios.

—Hoy no podré ir a almorzar contigo, tengo un compromiso muy importante que atender. —Le anunció, porque tenía pendiente la reunión con Aidan Powell, y solo deseaba que le diera noticias alentadoras.

—Está bien, no te preocupes. Sé que debes tener mucho trabajo —dijo sonriente, le dio un último beso.

—Descansa un poco.

—Espero hacerlo —mintió, porque tenía que ir al departamento a lavar los pijamas de Santiago, estaba segura de que si le decía, él simplemente le ordenaría a alguien que fuera a buscarlo e hiciera el trabajo por ella, pero no era lo que quería. Necesitaba hacer algo más que dormir o ver televisión en una casa tan grande.

Edmund salió de la habitación ante la mirada enamorada de April, quien al quedarse sola, no pudo evitar que una estúpida duda de celos latiera en ella, porque no sabía nada de Natalia Mirgaeva, no habían hablado sobre eso y no estaba segura si seguía trabajando en Worsley Homes.

Y si es con ella con quien va a encontrarse en la hora del almuerzo —pensó empezando a mortificarse—. No... no, él ya no la quiere, la odia, me lo dijo mucha veces... Entonces por qué le dio trabajo. —Su cabeza era un hervidero de dudas y celos.

Pero se obligó a dejar de lado tantas tonterías y a confiar en Edmund, sabía que no era fácil, que no podría estar tranquila hasta asegurarse de que Natalia estuviese a kilómetros de distancia del hombre que ella amaba.

Era imposible no sentirse amenazada, por alguien que fue importante en la vida de Edmund, por alguien que aunque le hizo mucho daño, también despertó en él la fuerza de un sentimiento que ella conocía muy bien.

No era fácil dejar de amar y empezar a odiar a quien llevas clavado en el corazón, lo sabía por experiencia propia, por todas las veces que en vano intentó alejarse y olvidarse de Edmund.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro