CAPÍTULO 40
Natalia masticaba lentamente, mientras pensaba en una respuesta apropiada para el señor Öztürk, porque la estaba poniendo entre la espada y la pared, qué se suponía que era lo correcto.
Aceptar su oferta de trabajo era irse a con él a Estambul, no podía dejar a su madre, no podía dejar su vida y sus costumbres para adecuarse a nuevos hábitos en un país en el que no conocía a nadie.
No, definitivamente no podía aceptar la propuesta, no podía hacerle eso al señor Worsley, quien a pesar de ser en muchas ocasiones un completo patán con ella, le había dado la oportunidad de volver a ejercer su profesión y le estaba pagando la clínica a su madre, sería un completa desagradecida si le entregaba la carta de renuncia.
Bebió agua para aclararse la garganta, mientras notaba en la mirada oscura ansiedad, era realmente atractivo, poseedor de una seguridad que podía ser comparada con la de su jefe, pero no podía arriesgarse de esa manera, no podía confiar en las cosas bonitas que le ofrecía, cuando apenas se estaban conociendo.
Debía ser más razonable y no dejarse llevar por el entusiasmo, sería una locura total irse sin más, sin saber qué era lo que le deparaba en Estambul y si el señor Öztürk realmente era tan amable como se presentaba, por muy atractiva que fuese la propuesta, primero debía actuar con prudencia, bien podría estarla engañando para llevársela y hacer con ella cualquier cosa, menos ofrecerle un puesto de trabajo.
—Realmente no es el mejor momento para aceptar su oferta, cómo le mencioné, mi madre está enferma, no me perdonaría dejarla en su condición, tampoco creo que sea honorable renunciar a mi puesto en Worsley Homes, cuando se me han brindado muchas posibilidades —fijó sus ojos en los de él—. Lo siento señor Öztürk.
—Sé que es una decisión muy difícil de tomar, pero si algún día cambia de opinión y desea un nuevo ambiente laboral, mi propuesta seguirá en pie... La invitó a librarse de culpa por rechazarme.
—No, de ninguna manera lo estoy rechazando, no a usted. —Se apresuró a decir—. Solo al puesto laboral, y es un «por ahora».
—Eso me deja mucho más tranquilo... ¿Quiere que hablemos de su madre?
—No quiero terminar arruinando la cena —murmuró, regresando la mirada al plato al suyo y después al de él, notando que apenas había probado bocado.
—No creo que lo haga, me interesa saber de su vida y supongo que su madre es muy importante para usted.
—Lo es —aseguró, mientras se armaba de valor para conversar sobre la inminente muerte de su madre sin ponerse a llorar—. Mi madre tiene cáncer.
—Lo siento, muchas personas logran ganarle la batalla a tan terrible enfermedad —consoló, paseando con su mirada llena de compasión, por el rostro entristecido de la chica.
—Mi madre no fue tan afortunada, a pesar de que luchó fervientemente, el cáncer terminó por vencerla, hizo metástasis. —Movió el plato a un lado, porque estaba segura de que ya no podría comer nada más, y Burak una vez más le sujetó la mano, pero está vez lo hizo con mayor pertenecía y calidez—. Solo estamos coleccionando recuerdos, aguardando por lo inevitable, y al mismo tiempo anhelando un milagro, creo que no dejaré de desear con todo mi corazón que eso suceda, hasta que ya no se pueda hacer nada, hasta que mi madre dejé de respirar, mientras espero todos los días que los doctores me digan que ya no tiene nada, que no va a morir, es que aún veo los resultados médicos y no puedo creerlo, pienso que todo es mentira... —La voz le vibraba, pero no iba a llorar, no lo haría, por lo que evitaba mirar al hombre a los ojos, y prefería poner su atención a la mano de él sujetándola, como si intentara decirle que todo iba a estar bien y que la estaba escuchando, como no lo había hecho un hombre en mucho tiempo, como solo lo había hecho Edmund.
—Natalia. —Se permitió tutearla—. Entiendo lo difícil que debe ser perder a tu madre, yo no tuve... Murió tres semanas después de haber nacido, mi padre dice que fue la muerte más tonta e injusta, porque se resbaló en el baño... pero así lo aceptó, porque la muerte es una parte más de la vida terrenal, lo único de lo que estamos seguros desde el día en que nacemos, es que vamos a morir, no sabemos en qué lugar, a qué edad o cómo... Los musulmanes creemos que la vida de este mundo es un paso, como un lugar de tránsito ligero que prácticamente no genera ningún porcentaje en el todo, si lo comparamos con la otra vida que nos espera.
—Quisiera que fuera más alentador saber eso, pero aún no me resigno, sin duda, la vida es un paso y para mi madre ha sido demasiado corto... He terminado de cenar, creo que ha finalizado nuestro encuentro. —Temía no poder controlar su llanto.
—Está bien. —Él también hizo a un lado el plato y con una seña pidió la cuenta—. Imagino que debe estar agotada.
—Un poco, pero ya estoy acostumbrada a esta rutina. —Se quitó la servilleta del regazo y la puso sobre la mesa.
—Le vendría bien distraerse un poco —comentó mientras sacaba un par de billetes de su cartera.
—Gracias a usted lo he hecho esta noche. —Se levantó.
Burak también lo hizo y caminaron a la salida de la cafetería, frente al ascensor él se llevó las manos a los bolsillos y se quedó mirándola, al tiempo que preparaba mentalmente la despedida.
—Ha sido un verdadero placer —dijo al fin.
—Para mí también, pero permítame acompañarlo a la salida.
—No voy a negarme a eso. —Sacó una de sus manos y pulsó el botón de llamada del ascensor.
—Creo que no fue de su agrado la ensalada —comentó Natalia, una vez que las puertas se cerraron. Consciente de que el hombre apenas la había probado.
—No estaba mal, solo que estaba más concentrado en usted que en la comida.
—Siento que por mi culpa se vaya a dormir con el estómago vacío. —Sonrió, fijando la mirada en la pantalla que le anunciaba que ya habían llegado a la planta baja.
—Posiblemente me pida algo en el hotel. —Siguió el juego de ella.
Natalia siguió sonriendo, mientras caminaba al lado de él, llegaron hasta la recepción y sabía que ahora sí era el momento de despedirse.
—Gracias por haber venido.
—Gracias a usted por haber aceptado mi invitación.
—¿Cuándo regresa a Estambul? —preguntó sin poder controlar su curiosidad.
—Mañana por la tarde; sin embargo, espero volver en tres semanas.
—Le deseo un feliz viaje... Cuando regrese, sabe que cuenta con una amiga.
—En ese caso, podemos dejar de lado los formalismos, ¿estás de acuerdo Natalia?
—Está bien, buenas noches Burak... ¿Lo pronuncié bien? —preguntó, con la mirada brillante.
El negó con la cabeza y sonrió ampliamente.
—Lo has pronunciado pésimo, pero no te preocupes. —Se acercó a ella, sujetándola por los hombros le dio un beso en cada mejilla, sintiendo como se tensaba—. Descansa.
—Señor Öztürk —Lo llamó la recepcionista que estaba a pocos metros de ellos—. No olvide su botella. —Plantó sobre el mueble de cristal templado una botella de vino.
Natalia miró un poco confundida.
—Supuse que podríamos cenar con vino, pero no me permitieron pasarla, no hubo manera de convencerla de que solo venía a comer —explicó mirando a Natalia y caminó hasta la recepción.
Ella sonrió y lo siguió.
—Es una pena que tengas que volver con la botella intacta —dijo Natalia admirando el Prosseco.
—No tienes de qué preocuparte, no ha sido tu culpa.
Ella se quedó mirándolo, cómo podía decir que no era su culpa, si fue quien pautó el lugar, que bien sabía, tenía ciertas restricciones. Era una locura lo que pensaba hacer, pero lo estaba pasando bien en compañía de Burak, y le parecía que era realmente temprano para que regresara al hotel.
—Si quieres podemos salir a caminar, mientras disfrutamos del vino.
—Sí quiero, lo bueno es que no necesitamos sacacorchos.
—¿Me permites unos minutos? —pidió.
Él le hizo un ademán, indicándole que podía disponer del tiempo que deseara.
Natalia asintió y caminó hacia los ascensores, él lo hizo hacia el sofá de la entrada y se sentó, dispuesto a esperar.
Las puertas del ascensor se abrieron el piso donde estaba hospitalizada su madre y ella casi corrió a la habitación. Al entrar se la encontró viendo televisión, pero se le notaba cansada, con esas ojeras y bolsas bajos sus ojos, que mantenían permanentes.
—¿Tan rápido? —preguntó Svetlana, al ver entrar a su hija.
—Sí, la cena terminó... ¿Cómo te sientes?
—Bien, al menos, por ahora no hay dolor... ¿por qué lo dejaste ir tan rápido?
—Aún no se ha ido, está en recepción... —se acercó a ella y volvió a acomodarle la almohada, le tocó la frente para ver si tenía fiebre y le tranquilizó sentir que su temperatura estaba normal—. Mamá ¿puedo salir a caminar un rato con el señor Öztürk?
—Natalia, no tienes que pedirme permiso, ve y tarda todo lo que quieras.
—Es que no quiero dejarte sola.
—Estoy bien, ve a pasear un rato, necesitas distraerte.
—Solo vamos a caminar.
—No me des explicaciones, ya no eres una niña.
—Gracias. —Le dio un par de besos en la frente. Le acomodó la sábana y le acarició el rostro—. Te amo. —Le susurró.
Natalia cada vez que podía le decía a su madre cuanto la amaba y lo especial que había sido para ella, quería que a la hora de abandonar este mundo, no tuviera dudas de que la amaba, no quería arrepentirse de no habérselo dicho las veces suficientes que su madre necesitaba escucharlo y que ella necesitaba expresarlo.
Realmente no quería que su madre muriera, no quería que sufriera, pero a pesar de todo, esa enfermedad le brindaba la oportunidad de amarla con todo su ser lo que le restaba de vida, le daba la oportunidad a despedirse.
Agarró un cárdigan negro que estaba en el respaldó del sillón y se lo puso, tenía ganas de ir al baño a retocarse el maquillaje, pero no quería que su madre la viera tan interesada, entonces se digirió a la salida, pero antes de abrir la puerta, regresó hasta la mesa y buscó dos vasos desechables, sabía que serían necesarios.
Antes de abandonar la habitación, le dio un último vistazo a su madre y se apresuró, porque no quería hacer esperar mucho tiempo a Burak.
Cuando por fin regresó a la recepción, él seguía sentado en el mismo lugar, pero al percatarse de que ella se acercaba, se levantó y su mirada negra brillaba intensamente.
—Estoy lista —dijo sonriente, por los nervios que estúpidamente la invadían y que aumentaban al ver cómo él se paraba a su lado.
—Entonces no perdamos tiempo. —Se tomó el atrevimiento de ponerle una mano en la espalda para guiarla.
—Pensé que serían necesarios. —Le mostró los vasos, mientras avanzaban fuera el hospital, y él sonrió.
La brisa fresca le acarició el rostro y empezó a despeinarla, estuvo segura de que había sido buena idea llevar el cárdigan.
Avanzaron por la acera enmarcada por altas palmeras y algunos locales comerciales, entre los que destacaban tiendas de ropa y restaurantes.
—¿Te gusta Miami? —preguntó Natalia, para cortar el silencio, mientras se alejaban cada vez más del hospital, en busca de un lugar mucho más tranquilo.
—Sí, es una ciudad bastante alegre, con la mayor diversidad de cultura que conozco, me agrada ver cómo pueden convivir todos en un mismo ambiente, cada quien aportando un poco de su estilo, lo que la convierte en un lugar único en el mundo —explicó, mirando a la chica a su lado—. Te parece bien ese lugar —dijo, señalando hacia un pequeño parque, donde estaba una banca de madera iluminada por un tenue farol.
Natalia asintió con entusiasmo y sin perder tiempo caminaron hasta el lugar, tomaron asiento, y Burak con un mínimo de presión descorchó la botella.
Ella se encargó de sostener los vasos para que él los llenara, lo que hizo lentamente mientras la miraba a los ojos.
—Así está bien —dijo ella, para que dejara a la mitad su vaso.
Burak dejó a un lado la botella y se apropió del vaso que Natalia le ofreció.
—Por ti —brindó, elevando su vaso—. Por la fuerza de voluntad que representas.
—Realmente no soy para nada fuerte —sonrió tímidamente, esquivando la mirada, al tiempo que se ponía un mechó de pelo tras la oreja.
—Claro que lo eres, estás pasando por una situación muy difícil; aun así, cumples con tus obligaciones laborales y aceptas la molesta invitación de un turco necio.
—¡No eres necio! —Sonrió ampliamente—. Diría que un poquito perseverante.
—Gracias por atenuar la realidad. —Sonrió, totalmente embelesado en ella.
Bebió de su vino y Natalia también lo hizo, pero en ese momento se percató de un dije que colgaba de la esclava que él llevaba en la muñeca derecha, era un ojo con el iris azul, ya lo había visto antes en bisuterías y sabía el significado que se le daba, pero no tenía muy claro su origen.
—Es mi «nazar boncuk» —explicó al ver que su amuleto había llamado la atención de Natalia—. Lo llevo desde que tengo uso de razón, es mi protección. Algunos occidentales lo llevan sin saber realmente lo que significa, solo por moda.
—Creo que así es, durante mi adolescencia tuve una pulsera, tenía varios. —Volvió a probar del vino—. ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta? Es sobre tu cultura.
—Espero poder responder.
—¿Cómo hace un turco para vivir con cinco mujeres? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido, producto de la curiosidad.
—No lo sé y no quiero saberlo. —Soltó con corta carcajada—. No todos los turcos se casan con cinco mujeres... De hecho es menos común de lo que imaginas, legalmente solo podemos casarnos con una, pero por la religión están permitidos los cinco matrimonios, cosa que el estado no acepta... La religión musulmana acepta que un hombre se case con más de una mujer. El código civil turco no lo acepta, un hombre puede casarse solamente con una mujer... No sé si me estoy explicando —comentó al ver que ella parecía no entender o tal vez estaba muy concentrada en lo que le decía.
—Sí, lo entiendo... y ¿cómo se hace en ese caso? Eres musulmán.
—Sí soy musulmán, pero la religión no nos obliga a casarnos con más de una mujer, eso es deseo de cada hombre, y quién lo desee, se deberá exclusivamente a la religión, además que piden muchos requisitos, sobre todo que tus riquezas sean suficientes para mantener a las mujeres con las que desees casarte y a los hijos que puedas tener a futuro. —Siguió explicando, tratando de que comprendiera que en su país todo era totalmente distinto a como lo veía el mundo exterior—. Es muy poco común ver en Turquía a un hombre casado con más de una mujer. Siempre tienden a hacer famosos algunos hábitos no tan comunes, pero sí impactantes de ciertas culturas. Tampoco es cierto que las mujeres tengan que ir vestidas todo el tiempo con las ropas tradicionales, no es completamente necesario el Hiyab, de hecho la mujeres de mi círculo social, nunca lo usan, este tipo de vestimenta es más para la mujeres de medios y bajos recursos, o que al menos sea una musulmana extremadamente conservadora. —Le regaló un guiño, antes de beber otro poco de su vino.
Natalia quedó prendada a ese gesto tan natural, pero con una carga de seducción que provocó un hueco en su estómago y la mente quedó en blanco, sabía que debía dar una respuesta, pero estaba segura de que no podría hilar una idea que no la dejara como una tonta delante de Burak.
Bebió un poco más, consciente de que estaba aprensándose con el vino, como producto de los nervios.
—Me gustaría llevarte algún día a conocer mi mundo —dijo él, sirviéndose más vino—. ¿Quieres? —preguntó, al ver el vaso de ella casi vacío.
—Sí, por favor —dijo sonriente, sintiendo que las orejas empezaban a calentársele. Era una advertencia de que el licor estaba surtiendo efecto, pero lo estaba pasando muy bien como para detenerse y esta vez no le pidió que se detuviera; sin embargo, él lo dejó a la mitad—. Gracias por la invitación, posiblemente aproveche mis vacaciones para visitarte.
—Sería un honor recibirte.
Siguieron conversando hasta que se terminaron la botella, Natalia reía como no lo había hecho en mucho tiempo, ante los comentarios de Burak, que la miraba encantado, percatándose de que era mucho más linda cuando reía.
Agradeció al vino que la relajara y se mostrara más espontánea, aunque seguía siendo muy reservada con su vida, él le había contado de todo, y de ella solo sabía que era divorciada, que su madre estaba luchando los últimos días, también se enteró de que tenía un hermano, que al igual que ella estudio en Princeton, y había sido un jugador estrellas de Los Patriotas en la NFL, pero que una lesión había acabado con su carrera.
Por alguna razón cada vez que hablaba del fútbol americano se notaba que algo le afectaba y no era precisamente por el hermano.
Estaba seguro de que ese chico del que se había enamorado también jugaba al fútbol, posiblemente sería algún jugador estrella, que la dejó para ir tras su sueño de triunfar en la liga. Quiso preguntárselo, pero por experiencia propia, sabía que había heridas con las que se podía vivir, siempre y cuando no las lastimaran.
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