CAPÍTULO 39
Svetlana se sentía exhausta, aunque pasara todo el día postrada en esa cama, su energía estaba en el punto más bajo, era como si su motor hubiese agotado toda potencia, estaba cansada de estar cansada, eso solo la hacía sentirse impotente y quería que todo eso terminara lo más pronto posible, porque no solo era cansancio físico, era también emocional y mental.
Se sentía un ser totalmente inútil, porque no podía estar sentada ni mucho menos de pie, ya que no conseguía mantener el equilibrio, y no iba a aceptar el maldito andador porque no era una anciana.
Jamás imaginó llegar a ese punto, aunque ya llevaba meses en esa situación, aún era vergonzoso y humillante, tener que hacer sus necesidades fisiológicas en un sanitario portátil, que la mayoría del tiempo tenía que usar con la ayuda de sus hijos.
Ya no quería depender de la morfina, deseaba liberarse del dolor sin tener que usar tanta medicación, en algunos momentos deseaba quedarse dormida y no despertar jamás, pero en otros, temía dormir y no volver a despertar, porque a pesar de todo, no quería morir, no quería dejar a sus hijos, en especial a Natalia, porque su niña era tan vulnerable que temía que no superara su partida e intentara una vez más atentar contra su vida.
Escuchó la puerta abrirse, pero no podía abrir los ojos, porque estaba más concentrada en respirar.
—Buenas noches. —Escuchó la voz de su hija y olió su perfume, e hizo un esfuerzo sobre humano por sonreír—. Mamá, ¿te sientes bien? —preguntó alarmada.
—Sí, estoy bien —mintió, porque llevaba meses sintiéndose fatal, pero quejarse de su situación, solo heriría más a sus seres queridos.
No había nada más sanador que sentir la suave mano de su pequeña posarse sobre su frente, inevitablemente un torrente de lágrimas le subió a la garganta, porque sabía que disfrutar de esa maravillosa sensación, tenía su tiempo contado, pero con la mínima fuerza que aún poseía, se tragó su llanto y se obligó abrir los ojos, para mirar al rostro de su ángel.
—Qué bonita estás, seguro que el señor Öztürk... —Hizo una larga pausa para coger aliento—. No le prestará el mínimo de atención al lugar, porque tu belleza opacará todo lo demás.
Ya su hija le había comentado sobre la cena que tenía con un cliente de Worsley Homes en la cafetería de la clínica, aunque le suplicó infinitamente que fuera a otro lugar y le diera la importancia necesaria al hombre, no lo consiguió. Natalia no quería dejarla sola ni una sola noche, sabía que debía estar agotada, aunque se esforzara por no demostrarlo, ella sabía que sí lo estaba, y quería liberarla de tanta obligación.
Estaba hermosa, había ido a la peluquería a alisarse el cabello y se había puesto un lindo vestido floreado, con un escote reservado, pero muy sexi. Estuvo segura de que no era un simple cliente, por la manera en que se sonrojó mientras le contaba.
Anhelaba que su pequeña consiguiera un hombre que verdaderamente la quisiera, no uno que terminara lastimándola como lo hacía Sergey y Levka, uno que valorara la chica valiente y de espíritu noble que estaba tras ese muro de miedo e inseguridades, que había creado su marido con su maldita manía de seguir la absurda y ortodoxa cultura rusa, cargada de machismo.
Sergey había trasladado las leyes rusas a un país donde sus padres encontraron libertad, no lo entendía, realmente no entendía ese amor por un país que obligó a sus antepasados a refugiarse en otro, aniquilándoles la posibilidad de volver a sus raíces.
Tan solo un par de días habían pasado desde que le estaba leyendo las noticias de un portal ruso en el que la ley, permitirá que un marido les pegue a su mujer e hijas una vez al mes, y él se mostró totalmente de acuerdo. Estaba segura de que la cumpliría, como lo hacía con todos los estatutos rusos. A ella no le quedaba tiempo y temía que lo cumpliera con Natalia, como si ya no la hubiese lastimado lo suficiente durante toda la vida.
Sabía que todo era su culpa, porque permitió que a ella también la absorbiera el estilo de vida de Sergey, y no hizo más que adaptarse como la esposa de un hombre machista, exigente y controlador, siempre permitió que su esposo «fuese la cabeza y ella el cuello» tan solo se encargaba del hogar y de sus hijos; sobre todo, bajando la mirada cada vez que él hablaba.
—Mamá, ya te he dicho que solo es una cena de negocios, por eso no le dimos tanta importancia del lugar —comentó Natalia, acomodándole la almohada.
—Aunque sea una cena de negocios creo que te has puesto más linda de lo normal... —Volvió a agarrar una bocanada de aire—. Eso quiere decir que no le diste importancia al lugar, pero sí a tu apariencia. —Le sostuvo la mano, sin tener fuerzas suficientes para apretarla—. Cuéntame, ¿está casado? ¿Es lindo? ¿Qué edad tiene? —interrogaba con un halo de brillo en sus ojos casi opacos.
Natalia sonrió apenada, sin poder controlar el sonrojo que se le asomaba en los pómulos, como si fuese una niña virginal. De cierta manera, lo seguía siendo, porque su experiencia con los hombres se limitaba a lo básico, y empeoraba la situación, si le sumaba que nunca había tenido ningún tipo de conversación «sobre chicos» con su madre.
—Sí, es muy apuesto —dijo al fin, sin poder controlar su tonta sonrisa—. No sé si esté casado, pero debería estarlo, porque debe rondar los treinta y cinco. Pero ya mamá, no nos ilusionemos, no creo que el señor Öztürk se fije en mí.
Svetlana sonrió lentamente, después se repasó los labios secos con la lengua, mientras volvía a coger aliento.
—Eres hermosísima, estaría loco si no se fija en ti.
—Me ves hermosa porque soy tu hija, pero olvidemos a Öztürk —dijo, volviéndose hacia la mesa para buscar en el bolso que había traído, la comida de su madre.
—¿Por qué tendrías el olvidarlo? Si te parece atractivo no tienes que hacerlo...
—Es turco —interrumpió a su madre—. Creí que su nombre te lo había dejado claro.
—Imaginé que lo fuera, y no veo nada de malo en la nacionalidad, si es un buen hombre, no importa de dónde provenga.
—Sabes bien que papá no lo tolerara, él no lo aceptará —dijo en voz baja, sacando el envase de comida.
—No me he muerto y ya le estás buscando compañía a tu padre —dijo con pillería.
—Mamá. —Natalia rio—. Sabes a lo que me refiero.
—Sé perfectamente a lo que te refieres, sé que tu padre es un racista, un xenófobo, algo que es completamente contraproducente, cuando es norteamericano, pero idolatra la cultura rusa... Nunca he logrado comprender a Sergey, y con el poco tiempo que me queda, dudo mucho que llegue a hacerlo. —Tuvo que hacer otra larga pausa, porque se quedaba sin aire y sin fuerzas—. Pero el señor Öztürk es para ti, no para tu padre, creo que es momento de que aprendas a desobedecer a Sergey y perseguir tu propia felicidad, no quiero que termines como yo, mira mi ejemplo, no permitas que aleje a todo hombre que quiera amarte de una manera distinta a la que él lo hace, lo hizo con Edmund, lo hizo con Mitchell... Sabes que Mitchell no se cansó de ti, si no de tu familia, sobre todo de tu padre.
—Mitchell no me amaba lo suficiente...
—No, tú no te amabas lo suficiente. —Volvió a interrumpir—. El hombre que elijas de pareja no tiene por qué amar a tu familia, él se casa contigo, no con tus parientes y no debes obligarlo a que acepte y calle cuando vea cómo te maltratan, y tú termines justificándolos. Quien te ama no soportará ver que otro te dañe, ni aunque sea tu propio padre quien lo haga.
De manera inevitable a la memoria de Natalia, saltaron todas esas discusiones que tuvo con Mitchell, sobre todo, después de que llegaban de visitar la casa de sus padres, donde Sergey no dejaba pasar la oportunidad para demostrar que tenía poder sobre ella. No hacía falta que la agrediera físicamente, con palabras era más que suficiente. En ese entonces, no contaba con el valor suficiente para enfrentar a su padre y era más fácil darle la razón que afrontar que era una cobarde; lamentablemente, seguía siéndolo.
—Mamá, mejor dejemos esta conversación para otro momento, sé que tienes razón en muchas cosas, pero ahora solo quiero que disfrutes de tu comida. —Se giró con envase en mano y sonriente le mostraba los alimentos—. Te he preparado tu comida favorita.
Svetlana sonrió resignada, porque una vez más Natalia evadía la realidad que la abofeteaba todos los días, algunas veces desesperaba y quería conseguir que su hija reaccionara, pero era más fuerte el temor de pensar en los daños colaterales que podrían repercutir si seguía presionándola.
Sentía que cada palabra dicha le había robado su única reserva de energía y ni siquiera contaba con la fuerza suficiente para comer, aun así; se esforzó por abrir la boca.
Últimamente casi no podía comer, solo lo hacía porque sabía que era necesario para seguir con vida.
Masticó muy lentamente para poder tragarlo, mientras Natalia esperaba pacientemente con cuchara en mano para volver a alimentarla.
—No quiero más, así está bien —dijo después de un par de cucharadas, lo último que deseaba era terminar vomitando lo poco que había conseguido tragar.
—Mamá, pero si está riquísimo; además, te lo preparé con tanto cariño —insistió Natalia.
—No puedo más... Natasha, no quiero más —dijo terminante, recurriendo al poco carácter que aún le quedaba.
—Sé que no comes porque quieres dejarte morir, pero mamá no seas egoísta, por favor. —Dejó de lado el envase con la comida casi intacta, intentó no llorar, pero le fue imposible, porque las lágrimas se le derramaron y corrieron abundantes por sus mejillas—. Solo pretendes acelerar tu muerte, cuando yo todos los días a cada segundo intento retenerte un poco más, entiende que no quiero que me dejes... No me dejes —suplicó llorando, permitiéndose liberar tanto dolor acumulado que trataba esconder delante de su madre con el único propósito de no empeorar la situación.
—Natalia —susurró derrotada y triste—. Ven aquí. —Le tendió los brazos. Su hija se acercó posándole la cabeza sobre el pecho y ella la refugió, acariciándole los cabellos—. Apreció muchísimo el esfuerzo que haces por alimentarme, por estar conmigo en todo momento, por todas tus muestras de amor... —susurraba mientras su hija sollozaba—. Quisiera devorarme lo que me has traído, pero mi cuerpo no quiere tolerarlo, no depende de mí... Dios sabe que no depende de mí, y no quiero dejarte... Más que el dolor físico que me provoca este maldito cáncer que me está consumiendo, me duele el alma, por tener que dejarlos... No quiero morir, pero tampoco tengo control sobre eso. —Sin poder evitarlo también empezó a llorar—. Pero te prometo que siempre estaré a tu lado, guiando tus pasos, de alguna manera lo haré.
Natalia abrazó fuertemente a su madre, quien le correspondió, ambas lloraron por varios minutos, desahogando en silencio el dolor de una inminente despedida que no tardaría mucho en llegar.
—Mejor deja de llorar y ve a retocarte el maquillaje —dijo Svetlana, sorbiendo las lágrimas, tratando de pausar tanto dolor.
—No importa. —Se alejó un poco para mirar a su madre a los ojos.
—Sí importa, necesitas estar linda para tu reunión de negocios.
—Realmente no es una reunión de negocios —confesó—. Es de agradecimiento, porque el señor Öztürk reparo mi auto.
—¿Tú lo invitaste? —preguntó su madre sorprendida, porque estaba segura de que su hija nunca había sido audaz en ese tipo de cosas.
—No, él se auto invitó.
—Entonces no es una reunión de negocios, evidentemente el hombre está interesado en ti, así que mejor ve a ponerte más linda. —Le pidió, acariciándole las mejillas.
—Está bien —resopló, dándose por vencida ante su madre. Agarró su cartera y caminó al baño, no sin antes disfrutar una vez más de la mirada cariñosa y de esa sonrisa, que estaba segura le costaba esbozar.
Frente al espejo se obligó a olvidar el triste momento y borrar las huellas que había dejado en su rostro, hizo lo posible por recuperar la apariencia con la que había llegado, pero el sonrojo en sus párpados y nariz no hubo manera de ocultarlos totalmente.
Escuchó su teléfono repicando dentro de su cartera e inevitablemente los nervios la convirtieron en su rehén, sabía que no era amor, ni siquiera ilusión sentía hacia ese hombre; sí, le parecía atractivo, pero solo eso, posiblemente la descontrolaba compartir de forma íntima con alguien que representara tanto poder y que apenas conocía.
No era de ese tipo de mujer que derrochaba seguridad, y que veía sin ningún tipo de prejuicios, tener sexo con un hombre sin involucrar sentimientos, solo por el primario placer de buscar un orgasmo.
Confirmó sus sospechas de que quien la llamaba era Burak Öztürk, cuando sacó el teléfono y vio al remitente en la pantalla. Respiró profundo para encontrar valor y tomar con total normalidad ese momento.
—Buenas noches —saludó, posándose una mano en el pecho. Se sentía estúpida por permitir que la inseguridad jugara con sus emociones.
—Buenas noches señorita Mirgaeva.
Ella lo escuchó tan seguro, tan natural, que provocó que sus nervios se intensificaran, pero ya el hombre estaba ahí y no podía rechazarlo.
—¿Está en la clínica? —preguntó con cautela, esperando que le dijera que no, que llegaría en unos minutos, porque ese tiempo sería suficiente para encontrar un poco de calma.
—Sí, la estoy esperando.
—Deme un minuto, voy a buscarlo en recepción.
—Estoy en la cafetería. —Le aclaró.
—En un minuto estoy con usted. —Empezó a guardar los maquillajes en el estuche, tratando de no hacer tanto ruido, para que él no se percatara de que estaba apurada.
—Está bien. —Burak estuvo de acuerdo y terminó la llamada.
Natalia agarró una bocanada de aire y al salir del baño, encontró a su madre con los ojos cerrados, suponía que se había quedado dormida, pero también temía que la hubiese abandonado, por lo que sea acercó a ella para constatar que aún respiraba.
—Estoy bien —murmuró, erradicando el miedo en su hija.
—Mamá, el señor Burak acaba de llegar, me está esperando.
—Entonces ve, no demores... Disfruta de tu cena, alárgala lo más posible, porque son los momentos que se harán inolvidables.
—Prometo que no tardaré, no quiero dejarte sola mucho tiempo.
—Tonterías, tarda todo lo que debas... No te preocupes por mí, estaré bien.
—Te amo mamá, te amo muchísimo. —Le dio un beso en el pómulo y salió.
Durante el corto trayecto hasta la cafetería, se recordó que debía mostrarse totalmente calmada, a pesar de que se encontraba en la situación más extraña de su vida. Suponía que toda cena que involucrara algún tipo de interés ya fuera sexual o sentimental, debía ser un restaurante decente y no en una clínica y eso la hacía sentir mal.
También cabía la posibilidad de que el señor Öztürk, simplemente quería ser amable y ella estaba llevando las cosas demasiado lejos, tal vez entusiasmada por la prematura conclusión que su madre había sacado sobre la invitación de Burak.
En cuanto entró y sus miradas se encontraron, él se levantó de la silla, vestía unos jeans negros y una camisa blanca arremangada hasta los codos, que hacía resaltar el color maravilloso de su piel.
Por absurdo que pareciera, lucía más joven y más relajado.
Ella correspondió a la sutil sonrisa que él el regalo.
—¿Tarde mucho? —preguntó, sin saber qué más decir, mientras observaba cómo él sacaba la silla para que ella se sentara y le posaba una mano en la espalda, haciendo más íntima la relación.
—El tiempo suficiente como para que siga interesado en disfrutar de su compañía.
Natalia no supo cómo interpretar eso; sin embargo, se obligó a seguir con la velada, tomó asiento al tiempo que le dedicaba una mirada de agradecimiento.
—Sé que el menú aquí no es muy variado...
—No estoy apurado por ordenar —interrumpió sonriente, sentándose frente a ella.
—Lo siento, es que estoy un poco nerviosa, usted no debería estar aquí, si mi jefe se entera. —Bajó la mirada, rehuyendo a esos ojos negros que parecían que iban a traspasarla
—Si su jefe se entera, no creo que exista ningún inconveniente, somos adultos y responsables de nuestras decisiones, no creo que a Worsley le interese lo que usted hace fuera de la oficina, ¿o me equivoco? —preguntó con precaución, no entendía por qué ella debía darle tanta importancia a la opinión de su jefe, al menos, que estuviesen saliendo juntos.
Natalia levantó la mirada lentamente y con valor la fijó de nuevo en esos ojos, enmarcados por espesas y largas pestañas sumamente negras.
—No, mi jefe jamás le daría importancia a mi vida personal, siempre y cuando no interfiera en sus negocios... —dijo con total seguridad.
—¿Piensa que cenar conmigo influenciará de alguna manera en las negociaciones que tengo con Worsley?
—No lo sé, posiblemente a él no le agrade que una empleada se relacione más allá del ámbito laboral con uno de sus clientes más potenciales.
—¿Está segura de eso?
—No, solo son suposiciones.
—Entonces no le dé importancia; aun si a Worsley no le agrada la relación cliente-empleado, no debería darle importancia, porque cada quien hace con su vida personal lo que mejor le plazca.
—Tiene razón. —Sonrió tímidamente—. No puedo discutir contra eso —Su sonrisa se hizo más amplia—. Me disculpo una vez más por haberlo hecho venir hasta aquí...
—No se preocupe, sé que está pasando por un momento difícil, puedo notarlo. —Apoyó los codos sobre la mesa y se aproximó más a Natalia—. Como le he dicho antes, sería un estúpido si le doy más importancia al lugar o a la comida, que a la mujer que me acompaña —murmuró con un tono totalmente cargado de seducción.
—Gracias por ser tan amable —carraspeó sonrojada.
—No estoy siendo amable, soy totalmente sincero —dijo mirándola fijamente a los ojos.
—Lo siento, no sé qué decir con respecto a eso... apreció mucho sus halagos. —Natalia se sentía en un callejón sin salida, pero si lo pensaba muy bien realmente no deseaba escapar.
—No tiene que agradecerlos... —No pudo contener su impulso y posó su mano sobre la de Natalia y ella de manera automática miró la mano morena cubrirle la suya, por lo que se mantuvo inmóvil y contuvo la respiración—. ¿Le parece si nos conocemos un poco más? ¿Tiene novio? —preguntó sin que le diera una respuesta.
Natalia estaba totalmente tensa, no le incomodaba sentir la mano caliente sobre la de ella, ni esos ojos negros casi fusilándola con verdadero interés, solo que nunca le había gustado hablar de su vida personal, era muy celosa con eso, desde que aprendió a guardar sus sentimientos, cuando pasó lo de Edmund, y descubrió que absolutamente nadie logró ponerse en sus zapatos.
—No, estoy divorciada —respondió casi como una obligación.
—Estoy seguro de que el hombre que estuvo a su lado no supo valorarla.
—Realmente nos casamos muy jóvenes, errores que comúnmente pasan.
—El amor, sin importar la edad, nunca se considera un error.
—¿Ha estado enamorado? —preguntó dejándose llevar—. Disculpe el atrevimiento de mi pregunta, olvídelo.
—Puedo responder, sí, estuve muy enamorado una vez... También era muy joven y estaba bajo el dominio de mi padre, él intentaba hacerme un hombre responsable, por lo que me mandó a trabajar a otra ciudad en la cocina de uno de sus hoteles... pasaba todo el día pelando cebollas —sonrió melancólico y movió su mano hasta aferrarse a la de Natalia—. Lo bueno era que podía echarle la culpa de mis lágrimas a la cebolla, después de seis meses, cuando regresé con el dinero que había reunido de mi trabajo, compré un anillo de compromiso, estaba loco. —Volvió a sonreír frunciendo la nariz y los ojos le brillaron—, pero totalmente decidido a pedirle que se casara conmigo, igual, algún día heredaría los hoteles de mi padre y tendría cómo darle la calidad de vida a la que estaba acostumbrada, pero llegué muy tarde, mi anillo de compromiso se convirtió en mi regalo de bodas... Se estaba casando, no pude evitar odiar a mi padre, porque sentía que había sido culpa de él, por haberme enviado a Bursa.
—Lo siento —casi jadeó; por un momento se sintió identificada con él, pudo empatizar con su situación, porque de cierta manera el padre del señor Öztürk lo había alejado de su gran amor.
—Está bien, ya no me duele hablar de eso, porque los perdoné a ambos, me di cuenta que era más fácil perdonar que odiar, uno gasta menos energías.
—¿Después de eso no conoció a nadie más? —preguntó, al tiempo que dejaba descansar la barbilla sobre su mano libre. Sintiéndose más interesada, pero no podía dejar de estar nerviosa por la manera en qué él permanecía sujetándole la otra mano.
—Sí, conocí otras mujeres pero ninguna logró despertar las mismas emociones, si ha tenido la oportunidad de comparar sabrá a lo que me refiero.
Natalia quiso reservarse cualquier comentario acerca de eso, pero quería hacerle saber que lo comprendía.
—Sí, sé diferenciar amor de ilusión, cuando me casé, anhelaba que mi esposo me hiciera sentir lo mismo que el chico del que estuve verdaderamente enamorada, pero eso nunca pasó; sin embargo, me resigné y aposté todo por esa relación, que no fue más que una bomba de tiempo.
—¿Y por qué no se quedó con el chico del que se enamoró? ¿También se casó?
—No, realmente me hubiese preferido que me dejara por otra, pero no fue así, fue mucho peor... y no creo que sea el momento para contarle lo que pasó —dijo soltándose el agarré del hombre, se puso un mechón de pelo detrás de la oreja y bajó la mirada.
De forma inmediata él puso distancia, adhirió la espalda a la silla, al notar que le dolía hablar sobre el hombre del que estuvo enamorada o posiblemente aún lo estaba.
—Debe perdonarlo, es la única manera de volver a estar tranquila con usted misma.
—Usted no entiende señor Öztürk, no soy quien deba hacerlo, es él quien debe perdonarme, le hice mucho daño... pero realmente no me hace sentir cómoda hablar sobre eso.
—Entonces podemos pedir la comida y cambiar de tema, ¿le parece? —propuso agarrando la sencilla carta de la cafetería.
—Creo que es una mejor idea, pediré una ensalada vegana de espinacas —dijo sin mirar la carta, porque ya se la sabía de memoria, y siempre terminaba pidiendo lo mismo, porque era lo único que podía comer de ese lugar.
Burak leyó y releyó la carta, al final se decidió por lo mismo que Natalia.
—Sé que es contadora, ¿dónde estudió?
—En Princeton e hice un postgrado en Harvard. ¿Y usted?
—Estudié gestión hotelera y turismo, después administración, mientras seguía pelando cebollas, lo hice por cinco años... Mi padre no me hizo la vida fácil, hacía todo lo que él decía, y yo solo vivía preguntándome cómo impresionarlo, cómo demostrarle que iba a tener éxito más allá de la cocina, pero él siempre me instaba a esforzarme más, era quien me llevaba los sacos de cebolla. —Soltó una risa cosa que a Natalia le encantó—. Nunca me daba un respiro, nunca me ayudó, quería inculcarme esa ambición, ese empuje, esa ética laboral que poseemos los de Medio Oriente. Creo que sin esa lección de vida, hubiese llevado el esfuerzo de mi padre al polvo, no hubiese sabido qué hacer con los hoteles.
En ese momento llegaron las ensaladas que habían pedido.
—A pesar de que su padre lo alejó del amor de su vida, sigue agradecido con él —comentó ella, bajando la mirada a su ensalada.
—No le voy a mentir, en un principio pensé que así fue, pero después comprendí que no era culpa de él, sino de la fuerza de los sentimientos de la chica de la que estaba enamorado, mejor darse cuenta a tiempo de que la relación se rompería ante la primera tempestad.
—Disculpe, dijimos que íbamos a cambiar de conversación y lo he llevado al mismo punto —pinchaba con el tenedor las hojas de espinaca—. Es bueno saber que el esfuerzo de su padre dio buenos resultados, es un hombre totalmente exitoso, lo felicitó por ello.
—Gracias, también es una mujer muy talentosa y responsable. Ser gerente de contabilidad de una empresa como Worsley Homes, no es para cualquiera. Me encantaría poder contar con sus servicios en Estambul.
—No sé si a mi jefe le preocupe una relación entre cliente-empleados, pero lo que definitivamente sí le molestaría, sería enterarse de que me está ofreciendo empleo. —Sonrió nerviosa, mientras seguía pinchando en la ensalada.
Él sí rio con más fuerza, cautivando totalmente la atención de Natalia.
—Esa es su decisión —dijo entre risas.
—Me pone en un gran aprieto —respondió de igual manera que él.
—No es mi intención, pero mi deseo sí es tenerla cerca. —Se enserió y la miró a los ojos.
A Natalia también se le borró la sonrisa, tragó en secó y aprovechó para llevarse ensalada a la boca, con la cual pretendía atragantarse, hasta olvidar esa propuesta, tanta sinceridad le incomodaba y le encantaba en la misma medida.
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