CAPÍTULO 38
Natalia regresó a su oficina, a concentrarse totalmente en sus labores de ingresar datos numéricos en el sistema, archivar importantes documentos y preparar información que enviaría al IRS.
Eso ayudó mucho a que el tiempo pasara muy rápido, no quería marcharse un par de horas antes de su horario de la mañana, sin antes dejar al día todos los pendientes que tenía en su agenda.
Estaba por levantarse de su escritorio cuando su móvil vibró, era Levka quien llamaba, seguramente para confirmar si iría a acompañar a su madre durante los exámenes que le iban a realizar.
—Hola Levka —contestó poniéndose de pie—. Sí, voy saliendo para la clínica... —respondió a las preguntas que su hermano le hacía mientras agarraba su cartera y visualmente verificaba que todo estuviese en orden en su oficina—. ¿Cómo te va? ¿Ya te hicieron las fotos? —Mostró interés por él.
Con un gentil ademán se despidió de su secretaria y siguió conversando con Levka en su camino, agradeció que el ascensor estuviese vacío para poder tener la libertad se hablar de sus cosas personales.
Cuando las puertas se abrieron en el estacionamiento, terminó la llamada y siguió hasta donde dejaba su auto aparcado. Subió, dejando el cartera y el teléfono en el asiento del copiloto, intentó encender el auto, pero al parecer tenía una falla.
—No, no puede ser... Vamos, vamos —susurraba intentado encenderlo, pero no tenía el resultado esperado—. Maldita sea, lo que me faltaba. —Pulsó el botón para abrir el capó y bajó.
Levantó la tapa y no tenía la más remota idea de qué hacer, no entendía nada de motores de auto, era unos de los trabajadores de la administración de su edificio, el encargado de hacerle el servicio necesario tres veces por semana.
Eso era insólito, le pasaba justo cuando estaba tan apurada, resopló para reservarse alguna palabra y se llevó las manos en jarras, para tratar de que su mente se iluminara o que por instinto adivinara que hacer.
Dejando el capó arriba, entró una vez más e intentó encenderlo, pero seguía sin arrancar. Volvió a bajar y se paró otra vez frente al motor, miró atentamente cada pieza, para ver si había algo que suponía estaría fuera de lugar.
—¿Puedo ayudarle en algo?
Natalia no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz grave con acento turco, y terminó golpeándose en la cabeza con el capó, definitivamente había hecho el ridículo y quería que la tierra se la tragara.
—¿Se hizo daño? —La pregunta fue denotada con preocupación.
—No... Estoy bien, gracias —titubeó, evitando sobarse donde se había golpeado, para no aumentar su vergüenza.
Apenas podía creer que el señor Öztürk, estaba frente a ella, ofreciéndole ayuda. Suponía que ya debía haberse marchado.
—¿Segura de que puede solucionar el inconveniente? —preguntó paseando su mirada del motor a Natalia.
—Sí —mintió—. Es solo... solo, un cable suelto —inventó, tratando de no hacerle perder el tiempo al hombre.
Se sorprendió en el momento en que lo vio aflojándose la corbata y se la quitó, seguido de la chaqueta.
—¿Puede ayudarme? —preguntó tendiéndole las prendas.
—No es necesario señor Öztürk, de verdad, sé cómo solucionarlo. —Recibió las prendas que llevaban ese perfume que era tan seductor.
—Señorita Mirgaeva, no tiene la mínima idea de cómo arreglarlo —aseguró, arremangándose la camisa hasta los codos.
La mirada de Natalia se fijó en los antebrazos cubiertos por intensos vellos negros, que lo hacía lucir muy masculino.
—Sé que debe tener cosas importantes que hacer, no pierda su tiempo arreglando mi auto, puedo pedir que venga un mecánico —dijo apenada, pero sin poder despegar sus ojos del hombre que revisaba el motor.
—Puede estar tranquila, mejor suba y encienda. —Le dijo, dedicándole una mirada intensa, eso a ella le pareció más una orden, que una petición.
Lo que él no sabía, era que si su jefe se enteraba de que lo había puesto como mecánico, estaría en graves problemas.
—Está bien —se resignó y entró al auto, dejando sobre su cartera en el asiento del copiloto, la chaqueta y corbata del hombre.
Intentó prender el motor, pero una vez más hizo ese ruido extraño, como si tuviese algo pegado, por lo que volvió a apagarlo.
—Vuelva a intentar —pidió Burak, segundos después.
Natalia atendió la orden del hombre y esta vez el motor cobró vida, no pudo evitar sentirse feliz, soltó un gritito de júbilo y sonrió.
—Gracias, muchas gracias señor Öztürk —dijo, bajando del auto y acercándose al hombre—. Tiene razón, no tenía idea de lo que le pasaba.
—Solo era el arranque, estaba pegado —explicó, mirando a los cautivantes ojos verdes de la elegante rubia, por un momento le pareció que la incomodaba con la insistencia de su mirada, por lo que se concentró en bajar el capó.
—Se lo diré al mecánico —carraspeó, sintiendo que la cercanía de ese hombre, era demasiado imponente para ella, además de ese aroma en el que predominaba el sándalo, la perturbarla todavía más. Caminó hasta el auto y sacó la chaqueta y corbata—. Le agradezco su ayuda, si existiera una posibilidad de pagarle por lo que ha hecho...
—Acompáñeme a cenar esta noche —interrumpió, sin sentir el mínimo de temor en su propuesta.
—¿Disculpe? —preguntó totalmente sorprendida, ante la osadía del hombre, pero en su interior una voz le gritaba que aceptara la invitación.
—Sería un honor para mí que me acompañara a cenar —repitió con lentitud, por si ella no había entendido su pronunciación del inglés.
—Eh... Eh... —Natalia tartamudeaba y su mirada huía a la del hombre—. No creo que sea buena idea —dijo al fin.
—¿Por qué no cree que lo sea? —cuestionó, echándole un rápido vistazo a las manos, donde no había ninguna alianza que le anunciara que estaba comprometida, y si lo estuviese, tampoco le importaría, al fin y al cabo, no era el marido el que le interesaba.
Natalia sabía que no podía aceptar la invitación del señor Öztürk, por más que lo deseara, su noche estaba comprometida con su madre y ella estaba por encima de todo.
—Ya tengo un compromiso.
—¿Con su novio? —insistió, dedicándole una intensa mirada seductora, le parecía que era la mujer más linda que sus ojos habían tenido la dicha de encontrarse, y no se daría por vencido tan rápido.
—Mi madre, y justamente en este momento me está esperando —explicó—. Es muy amable de su parte invitarme a cenar, pero no puedo aceptarlo —dijo totalmente apenada.
—Entiendo, entonces no sigo quitándole tiempo —comentó, agarrando su chaqueta. Sin poder evitar pensar que era la excusa más estúpida con la que lo habían rechazado.
Natalia fue consciente de la actitud poco convencida del hombre, pero no pudo decir nada, solo se quedó mirando cómo él se daba media vuelta y se marchaba.
—¡Está enferma! —Por primera vez, vencía su orgullo delante de un desconocido. Lo vio volverse y caminar de regreso a ella, lo que provocó que el corazón se le alterara—. Comprenderá que no puedo dejarla sola por ir a una cita...
—No dije que fuese una cita, simplemente era una cena —explicó, volviendo a pararse frente a la mujer rubia de ademanes delicados.
Ella quiso morirse de la vergüenza y mucho más porque no podía ocultarla; estaba segura de que su rostro debía estar furiosamente escarlata.
—Lo siento, malinterpreté su petición. —Fueron las únicas palabras en las que pensó para salir del embarazoso momento.
Él la miraba divertido, con la comisura izquierda ligeramente elevada. Natalia estaba segura de que Burak, estaba disfrutando descontrolarla.
—Pero cuando desee podemos hacer oficial la cita.
Ella decidió ser osada, como nunca antes lo había sido, decidió darse una posibilidad en mucho tiempo, porque tal vez, Burak, era la oportunidad de un buen hombre para ella, y sería trágico, dejarlo pasar; ya que, evidentemente, su jefe, no tenía la mínima intención de tomarla en serio.
—Si no le importa cenar en la cafetería de la clínica, podemos hacer oficial la cita esta noche. —Al terminar se mordió el labio en medio de la vergüenza y el orgullo de haberse arriesgado.
—El lugar es lo de menos, lo importante es su compañía. —Le regaló una sonrisa levemente torcida, en un derroche de seducción—. Necesitaré de su número para contactarla —dijo, sacándose el teléfono del bolsillo del pantalón.
Natalia con el corazón brincándole en el pecho, le dictó cada dígito, observando atentamente los dedos largos morenos, que se movían con destreza por la pantalla; inevitablemente, escandalosos pensamientos le nublaron la mente.
—Entonces, no vemos está noche a las ocho, ¿le parece bien? —preguntó clavando sus ojos negros en los verdes cristalinos.
—Sí, me parece perfecto —contestó—. De nuevo, muchas gracias por ayudarme con el auto.
—No es nada, sé un poco de mecánica, me apasiona... Aunque los negocios heredados, nada tengan que ver —explicó, ofreciéndole la mano.
Natalia la recibió y se aferró firmemente.
—Ha sido un placer conocerlo.
—No más que el mío —se llevó la mano a los labios y le dio un beso en el dorso, sin apartar sus ojos de los de ella.
Natalia admiró el despliegue de sensualidad y disfrutó de los tibios labios sobre su mano, al tiempo que la piel se le erizaba.
—Ahora debo marcharme.
—Hasta luego. —Burak, vio a la mujer subirse al auto, y correspondió al ademán de despedida que ella le hacía. Después caminó hasta donde lo estaba esperando el chofer que el hotel había dispuesto para él.
********
A pesar de que Santiago había salido muy bien de la operación, debían mantenerlo sedado a medias, para evitar que se moviera más de la cuenta y se lastimara la herida, ya lo habían extubado, pero seguía respirando con ayuda mecánica, y un gran parche horizontal en medio del pecho, también estaba monitoreado por varios cables, y agujas incrustadas en sus venas, que lo mantenían medicado.
Edmund quería tener el poder de aligerar el proceso de recuperación, nunca nada le había dolido más, que ver a un ser tan pequeñito, totalmente indefenso ante los medicamentos, solo con sus ojos grises brillantes fijos en la madre, que sentada muy cerca de él, le acariciaba tiernamente el cabello y le hablaba como si ella fuese una niña de no más de cinco años.
—Aquí está tu mami, mi príncipe... pronto vas a estar en casita con mami, con papi y con la abuelita, hola Santiago... No reconoces a tu mami, aquí está tu mami mi muñequito lindo, mi principito. —April observaba cómo el niño parpadeaba lentamente—. Ya te está haciendo efecto, es que te han puesto un sedante, porque te mueves mucho mi pequeñito. —Ella sonreía, pero se limpiaba las lágrimas que incontrolables se le derramaban.
Edmund se levantó de la silla, desde donde observaba la escena, se paró detrás de April y le posó las manos sobre los hombros, apretándoselos para darle ánimos.
—Ya se está quedando dormido —habló Edmund, posando la barbilla sobre la cabeza de April—. Es mejor así, ¿no lo crees? —Le preguntó, dándole un beso en los cabellos.
Ella asintió mientras sorbía las lágrimas, luego le agarró una mano a Edmund y empezó a darle besos.
—Dentro de poco lo tendremos en casa... Lo verás jugando con Chocolat. —Él le daba fuerzas a ella, aunque estuviese luchando contra su propio nudo de lágrimas en la garganta.
No comprendía qué fibras le tocaba la situación de Santiago, que lo convertía en un hombre vulnerable, pensaba en su hijo durante todo el día. De hecho, no podía concentrarse totalmente en el trabajo por estar deseando estar con él.
—Se quedó dormido —susurró April, usando la mano libre para acariciarle la mejilla a su pequeño.
—Sí, vamos a que comas algo, y no quiero escuchar una negativa —dijo con tono de mandato.
—No quiero dejarlo solo —protestó con voz débil, elevando la cabeza para mirarlo con ojos suplicantes.
—No lo dejarás solo, voy a llamar a la enfermera para que se quede con él. —Edmund, se aferró a la mano de ella y la instó a que se pusiera de pie.
April le hizo caso a Edmund, no sin antes dedicarle una larga mirada a su niño dormido, por los efectos del sedante.
Sin soltarle la mano a su mujer, Edmund caminó hasta el teléfono que estaba al otro lado, junto a la cama, y llamó a la enfermera, que él había contratado para que estuviese totalmente al pendiente de su hijo.
En menos de cinco minutos, llegó la mujer de no más de cuarenta años, con el pelo cobrizo rizado y el rostro cubierto por muchas pecas.
Seguros de que Santiago no estaría solo, Edmund y April salieron de la habitación. Ella se sorprendió cuando no entraron a la cafetería del hospital, sino que la llevó fuera.
—Estoy cansado de todo lo que preparan en este lugar —protestó echándole un vistazo al edificio que abandonaban—. Necesito comer algo distinto y con mejor sabor.
—Edmund, no estoy presentable para ir a comer a ningún lado —dijo April, aferrada a la mano morena, que la guiaba.
—Para mí eres perfecta, estás hermosa... No tienes nada de qué preocuparte, me haces feliz y eso es suficiente —confesó mirando por el rabillo del ojo a la chica a su lado, que no le llegaba ni a la altura del hombro.
—¿En serio te hago feliz? Yo creo que solo pretendes ser amable, porque desde que reaparecí en tu vida no te he dado más que preocupaciones.
Edmund sonrió reservadamente, tan solo elevando una de las comisuras de los labios, sus dedos que cerraban la mano de April, se movieron lentamente hasta entrelazarlos a los de ella.
—Nunca en mi vida había hablado más en serio, sí, me has dado muchas preocupaciones, pero hasta eso agradezco viniendo de ti, porque me has enseñado a temerle a cosas más importantes que fracasar en los negocios o que no pueda rendir con más de dos mujeres.
—¿Por qué todo lo llevas al tema sexual? —preguntó divertida, tratando de hacer a un lado tantas inquietudes, al menos, por un momento quería volver a ser despreocupada junto a Edmund, regresar al pasado cuando su fe aún latía con fuerza, y olvidar ese presente que poco a poco aniquilaba su opción a un futuro.
Sin que April lo esperara él la cargó casi sin esfuerzo, ella gritó ante la sorpresa y se le aferró al cuello al tiempo que miraba a todos lados.
No había más que un par de ancianas a varios metros, caminando detrás de ellos, y el ruido de los autos que transitaban la calle a su lado, pero no protestó porque la bajara; por el contrario, se acomodó mucho mejor entre los fuertes brazos y lo miraba a los ojos.
—Porque sencillamente a eso se reducía mi vida, negocios y sexo, todo empezaba a ser una rutina bastante fastidiosa —chasqueó e hizo un guiño un tanto infantil—. ¿Si sabes a lo que me refiero?
—Supongo que necesitabas algo más para salir de la rutina, pero seguro que no imaginaste algo como esto. Posiblemente viajar, conocer otras culturas.
—¿Cómo qué? Como cargarte... Me gusta hacerlo.
—No me refiero solo a que me cargues. Es todo lo demás, es la manera en la que te he complicado la vida. No me digas que deseabas un hijo porque nada te limitaba a buscarlo mucho antes.
—Es cierto, no deseaba un hijo, no estaba en mis planes, ¿pero sabes por qué no estaba en mis planes? —preguntó, sin mostrarse cansado por llevarla en brazos, ni mucho menos importarle que algunos de los ocupantes de los autos que pasaban a su lado, los miraran.
—No puedo saberlo, créeme, quisiera saber todo de ti, conocerte mucho más, pero todavía no consigo hacerlo.
—Porque tú habías escapado sin dejar ningún rastro, por eso no busqué antes otras emociones, no buque hijos ni responsabilidades, ya nada de eso tenía sentido si tú habías desaparecido.
April se quedó mirándolo con ojos brillantes, mientras el corazón le martillaba fuertemente.
—¿Quieres que crea en lo que acabas de decir?
—Créelo, porque es mi mayor verdad.
—Y me lo dices así, aquí.
—No quiero perder la oportunidad de hacerlo. —La miró a los ojos y se detuvo, temía seguir y tropezar.
April aprovechó para besarlo, lo hizo con todo el sentimiento que en ella corría desbocado por ese hombre, y le gustaba mucho que él correspondiera con la misma intensidad.
Edmund la puso de pie, sin dejar de besarla, se abrazaron y siguieron compartiendo el más íntimo contacto de sus bocas, sin importar que uno que otro conductor, le tocara corneta.
—No creas que besarme de esa manera, me hará olvidar que no has comido —dijo Edmund con voz agitada, sobre los labios de April.
Ella sonrió dulcemente, sintiéndose totalmente extasiada, no solo por los besos de Edmund, sino también por sus palabras.
—Para qué más comida. —Le sujetó fuertemente la barba, enterrando sus dedos, hasta que los vellos de pinchaban, y se aventuró a chuparle y morderle con gran entusiasmo los labios—. Si con esto me basta para vivir, por lo menos, veinte vidas y aún me queda para la eternidad.
Edmund volvió a apretarla contra su cuerpo, permitiéndole a sus manos se aferraran a las caderas de April.
—Mi intención no es que terminemos en la cama, si no en un restaurante —le recordó sofocado, apegándose a la poca cordura que aún le quedaba y que pendía de un hilo, se alejó de ella y volvió a tomarle la mano para guiarla.
—Lo sé. —Ella le guiñó un ojo y dejó que él la llevara a donde quisiera.
En el momento que entraron en el restaurante, que hallaron a pocas calles, Edmund se dio cuenta, de que era primera vez que llegaba a un lugar como ese acompañado y sintiéndose tan relajado.
Nunca antes había querido ofrecerse la oportunidad de compartir de esa manera, con alguna de sus amigas, porque siempre había puesto una barrera inquebrantable entre el plano sexual y el personal, ninguna de ella se metía en su vida más allá de algunas horas de sexo.
Un mesero los guio hasta una mesa para dos, mientras disfrutaban de la comida, se insinuaban, conversaban y reían, olvidando por ese tiempo los malos momentos por los que habían pasado y volvían a ser más que amantes, amigos.
De regreso al hospital, ya Abigail había vuelto, después de haber descansado algunas horas. Edmund saludó y también se despidió, porque debía regresar a sus labores en la compañía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro