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CAPÍTULO 36

April retrocedió un paso, al tiempo que le regalaba una considerada sonrisa al hombre de ojos avellana, que vestido de manera casual, lucía mucho más joven.

—Señor Kingsley —saludó sorprendida, pero también era consciente de que debía ser cortes—. No lo esperaba, pase por favor —pidió haciendo un ademán.

—Gracias, esto es para ti —Sonrió y le entregó el ramo de doces rosas blancas atadas por un lazo de seda rosado.

—No se hubiera molestado —dijo, recibiendo el bonito y delicado detalle.

Edmund imaginó que si no era una enfermera, debía ser esa persona que él esperaba, pero sabía que era demasiado pronto para que apareciera; sin embargo, se sorprendió al ver llegar a ese hombre trayéndole flores a April.

Dejó el control de lado y se levantó del sofá, fijó su mirada en la chica que cerraba la puerta y después en el hombre que en ese instante se percataba de su presencia.

—Buenos días —saludó Dustin, pero inmediatamente regresó la mirada a April, sintiéndose totalmente desconcertado, ante la presencia del hombre moreno en el lugar.

—Buenos días. —Edmund, casi carraspeó el saludo y también miró a April, pidiéndole una explicación con ese gesto.

—Disculpen, no los he presentado —pronunció un poco nerviosa, porque Edmund parecía realmente tenso, y sus pupilas siguieron cada paso que él dio hasta que se detuvo a su lado—. Señor Kingsley. —Regresó la mirada al hombre frente a ella, que tampoco era muy bueno ocultando su perturbado semblante; mientras ella mantenía una lucha interna, porque no tenía la más remota idea si debía presentarlo como Erich o como Edmund, al final solo pensó en la opción menos comprometedora—. El padre de mi hijo. —Tragó en seco, después de pronunciar esas palabras.

—Y su marido —dijo contundente, al tiempo que le ofrecía la mano al visitante—. Erich Worsley.

April inmediatamente alzó la cabeza para mirar Edmund, quien tenía la facilidad de hacerla sentir una liliputiense cada vez que se paraba a su lado. Su corazón se desbocó como nunca, no sabía interpretar si sus latidos eran de felicidad o de desconcierto.

—Es... Es un placer —titubeó Dustin—. Soy amigo de April.

—¿Amigos? —Edmund le dedicó una mirada despectiva a las flores que ella tenía en la mano y después le regaló una sonrisa forzosamente fingida a April, al tiempo que le posaba una mano en la espalda.

—Así es. —April no quiso desmentir al señor Kingsley, aunque ella no le había dado la confianza suficiente para que se creyera su amigo, sí la había ayudado y lo agradecía, pero no eran amigos—. Justo cuando le estaba ofreciendo un apartamento al señor Kingsley, me llamó Carla para informarme que Santiago estaba mal y él amablemente se ofreció a buscarlo en la casa y traerlo al hospital —explicó, mirando intermitente a Dustin y a Edmund.

—Entonces agradezco su ayuda. —Se esforzó por parecer amable, pero realmente su actitud defensiva no podía escudarla. Definitivamente se sentía amenazado por ese hombre, por lo que debía estar preparado.

—Me enteré que hoy operaban a Santiago y quise venir a ofrecerte mi apoyo. —Miró a April—. Sé que no debe ser fácil tener a tu hijo en una situación semejante...

—Nuestro —interrumpió Edmund—. Nuestro hijo —aclaró, llevándose una mano al pecho.

—Lo siento señor...

—Worsley. —Le recordó con cinismo en la voz.

—Me cuesta un poco, solo que me hice a la idea de que April era madre soltera —dijo totalmente apenado, pero también incomodo con la situación.

—Pues no lo es, ni tampoco está sola. Entiendo que pretenda brindarle apoyo emocional a mi mujer... pero no es necesario que me ignore.

—No lo estoy ignorando señor Worsley.

—Ed... —April casi metía la pata—. Erich —intervino, porque no entendía la actitud tan arrogante de Edmund, no tenía por qué ser tan grosero con Dustin. Sin embargo, no podía evitar sentir emoción cada vez que la llamaba "su mujer"—. Se lo agradezco señor Kingsley, en este momento Santiago está en el quirófano, estamos a la espera de noticias.

—Debes... Deben —se corrigió—, estar muy preocupados, estoy seguro de que todo saldrá bien, los niños a esa edad son más resistentes a ese tipo de operaciones que un adulto. Me gustaría poder quedarme a esperar a que den noticias, pero no puedo, tengo algo importante que atender.

—No se preocupe Kingsley, realmente agradezco que haya venido —dijo April, mientras sentía la palma de la mano de Edmund paseándose por su espalda. Era como si pretendiera hacerle saber que él estaba presente, como si su intimidante anatomía a su lado no fuese suficiente.

—Por favor, llámame en cuanto tengas noticias —pidió fijando su atención solo en April.

—Está bien, eso haré... De nuevo gracias por las flores, son muy lindas.

—No es nada, solo un poco de muestra de mi cariño. —Se llevó las manos a los bolsillos—. Ahora debo marchame, hasta luego señor Worsley.

—Adiós —dijo Edmund, dedicándole una penetrante mirada.

Ese hombre inevitablemente se había ganado su odio, por la manera en que miraba a April. Quién se creía para pretender tener derecho sobre su hijo o su mujer, estaba totalmente equivocado si creía que permitiría que al menos se le acercara a Santiago.

—Espero verte pronto April. —Le dedicó una sonrisa un tanto nerviosa y caminó a la puerta.

April vio salir al señor Kingsley, quien dejaba el ambiente realmente tenso, giró sobre sus talones, para observar cómo Edmund, evidentemente molesto o tal vez celoso, pero realmente no se creía tan importante como para despertar celos en Edmund.

—Y bien, ¿se puede saber por qué fuiste tan grosero con el señor Kingsley?

—¿Yo fui grosero? —ironizó sorprendido—. El tipo ese me ignoró deliberadamente, pretendiendo ser más importante para Santiago que su propio padre y yo fui grosero.

—No fue eso lo que percibí —comentó caminando hasta la mesa y dejando con cuidado el ramo de rosas blancas—. Solo quiso ser amable.

—No fue para nada amable, al menos no conmigo —aseguró llevándose las manos a las caderas.

—Porque apenas te conoció.

—Eso no es excusa para que pretendiera hacerme a un lado, creyéndose tu dueño.

—Edmund, no es mi dueño, solo es un amigo.

El bufó y puso los ojos en blanco, tratando de lidiar contra la molestia que lo atormentaba.

—Por favor, un amigo no regala rosas.

—¿Qué estás insinuando? —inquirió sintiendo que empezaba a molestarse, porque intuía hacia donde Edmund quería llevar esa conversación.

—No insinúo nada, solo digo alto y claro que le gustas, ningún hombre le regala flores a una mujer que solo considere su amiga, quiere algo más y lo sabes... Sé que identificas perfectamente las intenciones masculinas, así que no te esfuerces en negármelo —aseguró con la mirada puesta en April, que se mostraba incomoda, pero eso a él no le importaba.

—Está bien. —Estiró los brazos a ambos lados y los dejó caer pesadamente, rindiéndose ante Edmund—. Sé perfectamente cuáles son las intenciones del señor Kingsley, pero no se acercan en lo más mínimo a las mías, porque tiene esposa e hijos. Así que puedes estar tranquilo y bajar la guardia que no pretendo empezar una guerra.

—¿Y si no tuviera esposa e hijos, lo considerarías? —preguntó, sin poder dejar de lado la discusión, porque necesitaba llegar al fondo de los verdaderos sentimientos de April.

April se quedó mirando a Edmund, no sabía que responder, ni siquiera sabía si él merecía una respuesta.

—¡No! —le gritó, sintiéndose molesta—. Realmente no tengo tiempo para considerar a nadie en mi vida, lo único que verdaderamente me importa en este momento es Santiago, darle todo mi amor y protección.

—Lo entiendo —dijo con dientes apretados, mientras se tragaba el nudo de ira y lágrimas que repentinamente se le atoró en la garganta—. Gracias por dejármelo claro, así sé lo que puedo esperar de ti. —Se dio media vuelta y caminó a la salida.

—Ed, espera —suplicó casi sin voz—. Por favor, espera... —No terminó de hablar porque él salió de la habitación.

Ella se tragó las lágrimas y se limpió otras tantas que corrieron por sus mejillas. Mientras intentaba buscarle le lado positivo a esa discusión, suponía que su Edmund se decepcionaba, no terminaría haciéndole tanto daño, cuando muriera, que podría ser de un momento a otro.

Caminó hasta la cama y siguió doblando los pijamas, mientras se alentaba a dejar de llorar.

Dos horas después, seguía sin tener noticias de Santiago, eso solo aumentaba su preocupación, aunque el doctor le había dicho que la intervención podía durar de ocho a diez horas y sabía que el equipo médico estaba conformado por siete especialistas, no era suficiente para que su angustia menguara y las horas pasaran con mayor rapidez.

No hacía más que dar vueltas por la habitación cuando Edmund regresó, ninguno dijo nada, él se sentó en el sofá y ella lo hizo en el sillón junto a la ventana, fijando la mirada en el paisaje, esperando que eso le diera un poco de calma.

—¿Han dado noticias? —Edmund rompió el silencio.

April negó con la cabeza, sin volverse a mirarlo.

—Supongo que eso es normal —volvió él a hablar.

—Eso espero —Volvió a levantarse y caminar por la habitación, era como si hacerlo le ayudara a aligerar el tiempo.

En ese momento la puerta de la habitación volvió a abrirse y April giró la cabeza automáticamente; sin embargo, Edmund solo la miró a ella, esperando poder disfrutar de su reacción.

Los pies de April se quedaron clavados en el suelo y se llevó las manos al rostro al tiempo que rompía en llanto.

—No puede ser... No puede ser —sollozó tapándose la boca.

—Mi niña —La voz de la madre de April y su presencia irrumpieron en el lugar.

—¡Mamá! —Corrió hacia ella y la abrazó fuertemente, sin dejar de llorar—. ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo viniste?

—April te he extrañado tanto, que linda estás... mi pequeña. —La mujer también lloraba abiertamente, mientras que Edmund era un espectador silente—. Verás que todo va a salir bien con Santiago, estoy aquí para ayudarte.

Edmund admiraba a la mujer bajita y con unos kilos de más, abrazada a April, sin duda alguna era la escena más emotiva que había presenciado en muchos años.

—¿Cómo es que estás aquí? —preguntó April acunándole la cara y la miraba, tratando de constatar que quien tenía en frente era su madre.

La mujer rubia miró a Edmund, le sonrió y devolvió la mirada a su hija.

—Él me mandó a buscar —dijo ladeando la cabeza hacia Edmund, mientras le sonreía a través de las lágrimas a su hija.

April miró a Edmund, sin poder creer que él hubiera hecho eso, le emocionaba tener a su madre después de tantos años con ella, de volver a verla y abrazarla, pero también le aterraba.

—Mamá, permíteme un minuto —dijo y caminó hasta donde estaba Edmund, le agarró la mano y lo haló—. Ven aquí —le pidió y se lo llevó casi arrastras hasta el baño, donde se encerraron. Dejando a su madre totalmente desconcertada.

—Hice mal ¿cierto? —preguntó él, un tanto apenado, pero también secándole las lágrimas a April.

—¿Qué le dijiste a mi mamá? ¿Qué le dijiste? —exigió aterrada.

—Nada, no le dije nada... Solo le dije que querías verla, solo eso.

—¿Te preguntó por Santiago?

—Sí, pero no supe qué decirle, le dije que cuando llegara lo hablaríamos... Todo lo planee anoche mientras estabas cenando, no tuvimos mucho tiempo para hablar.

—Edmund, por favor... Mi mamá no sabe que fui prostituta, por favor no se lo digas, por favor —suplicó con los ojos ahogados en lágrimas.

—No se lo diré, pero no sé qué decir si pregunta por Santiago... No sé qué tanto le ocultas a tu madre, que si me permites opinar, para mí es realmente injusto.

—Ella sabe de Santiago, sabe que es nuestro hijo, es decir sabe que tú eres el padre, pero le dije que éramos compañeros de trabajo y mejores amigos, que un día salimos a tomar, se nos pasó la mano con la bebida y de eso salió Santiago, que no quise decirte nada porque tenías metas que cumplir...

—Entiendo, fue casi lo que pasó, supongo que tengo que secundarte en todas tus mentiras.

—No todo es mentira, solo que prefiero no contárselo... No voy a decirle que estoy enferma y quiero que respetes eso —casi le exigió.

—April, no es justo... Creo que tu madre debería saberlo.

—¡No! Por favor, por eso me alejé de ella, mi mamá no soportaría saberlo, ya ella perdió a su esposo y un hijo, no quiero causarle más dolor... y no quiero discutir sobre eso ahora.

—Está bien, no le diré nada, por ahora... pero debes contárselo, ella merece saberlo.

—No será ahora que tome esa decisión... —Le tomó las manos a Edmund y se las beso—. Gracias por traer a mi mamá, no tienes idea de cuánto la extrañaba.

Él le sujetó las manos y se acercó más a ella, hasta pegar su frente a la de April.

—Sé perfectamente cuanto se puede extrañar a los padres —le dio un beso en los labios—. Me alegra saber que al menos, he tenido la posibilidad de reunirte con tu madre. No la alejes April, no permitas que sea demasiado, debes comprender que es mejor una dura verdad a tiempo, que no tener la oportunidad de abrazarla por última vez. Ahora no la dejes mucho tiempo sola.

—Voy a pensarlo, porque no es fácil... Siento haberme molestado contigo hace un momento.

—No lo sientas, sé que me comporté como un estúpido, lo sé, pero no puedo permitir que otro hombre pretenda ser importante en tu vida, ni siquiera como amigo, porque recuerda que tu mejor amigo soy yo, tu mejor amante soy yo, en mí tienes todo eso, así no hace falta otro.

—¿Entonces por qué dudas?

—Ya lo dije, soy estúpido.

—Lo eres Edmund Broderick —sonrió y le dio un beso, uno rápido e intenso, porque salió para verse con su madre.

Edmund estaba por salir del baño, pero sintió su teléfono vibrar en el bolsillo del pantalón, decidió atender la llamada ahí para no molestar en el emotivo reencuentro entre April y su padre.

Cuando sacó el teléfono se dio cuenta de que quien lo llamaba era Walter.

—Hola Edmund, ¿cómo está Santiago?

—Hola Walter, aún está en quirófano, estamos ansioso esperando noticias, nunca antes me había sentido tan angustiado —suspiró queriendo quitarse esa sensación de ahogo del pecho.

—Verás que todo sale bien, comúnmente ese tipo de operaciones tardan muchas horas —trató de tranquilizarlo—. Te llamaba porque ya logré comunicarme con Aidan Powell, me dijo que aun en contra de la voluntad de April, quiere reunirse contigo en jueves por la mañana, pero que por favor, no le digas nada a ella... Efectivamente es su médico.

—¿Te dijo que tiene April? —preguntó con los nervios atacándole la boca del estómago.

—No, dijo que prefería hablarlo personalmente, pero es cardiólogo.

A Edmund se le erizaron todos los vellos, como si un escalofrío lo recorriera.

—Está enferma del corazón, igual que Santiago —dijo casi sin voz y con los latidos del corazón latiendo a mil en la garganta.

—Posiblemente, si es alguna enfermedad del corazón, siempre existe la posibilidad de solucionarlo con alguna cirugía o tratamiento.

—Espero que así sea —casi no encontraba palabras, sentía que el ánimo se le había ido al suelo.

—Todo estará bien Edmund, ya verás... No te preocupes, por favor avísame en cuanto tengas noticias de Santiago.

—Eso haré.

Terminó la llamada y se quedó mirando a la nada, sin poder encontrar aliento. Quería pensar que todo estaría bien con April, que tenía solución y que ella solo estaba asustada y no quería cumplir un tratamiento, pero también estaba la forma en la que ella aseguraba que iba a morir y eso a él mismo le quitaba las ganas de seguir luchando. 

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