CAPÍTULO 32
Casi a las seis de la tarde Edmund decidió encontrarse con Walter, en su oficina en Worsley Homes, después de que abandonara el hospital, dejando a su hijo al cuidado de April.
La reunión con el equipo médico que intervendría a Santiago al día siguiente, lo llenó de seguridad, más no de tranquilidad, no podía estarlo hasta que el niño saliera con bien de esa operación.
Le costaba creer que un ser tan pequeño tuviera que someterse a algo tan complicado y delicado, confesaba que temía que algo malo pudiera pasar y que el destino le arrebatara a un hijo que apenas acababa de conocer, pero del que se había enamorado, tan solo bastaron pocas horas para que se anclara en su corazón un poderoso sentimiento que lo hacía sentir fuerte y orgulloso.
Entretanto esperaba que Walter llegara a su oficina, él se entretenía mirando las fotografías que tenía en el teléfono provisional que estaba usando, mientras esperaba que el otro llegara de Panamá, donde lo había olvidado.
Recorría cada rasgo de Santiago, sin poder evitar imaginar a su hijo cumpliendo el sueño que a él le truncaron, pero bien sabía que aunque Santiago se había emocionado con el balón de fútbol americano, su condición médica, no se lo permitiría.
No pudo evitar sentirse culpable, pensó que si tal vez, no fuese un fumador casi empedernido, que si las veces que tuvo sexo con April, no habría consumido ni una gota de licor, su hijo hubiese sido un niño sano y un futuro quarterback exitoso, pero el doctor le había dejado claro que Santiago no podría ser deportista, y tuvo que luchar con el nudo de lágrimas y culpa que se le formó en la garganta.
En ese momento el llamado a la puerta lo rescató del instante de recriminación en el que se ahogaba.
Se levantó del escritorio, se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón y caminó hasta la puerta.
—Hasta que por fin te veo la cara —dijo Walter sonriente. Atendió la invitación que Edmund le hacía, al señalarle el sofá—. Muero por saber qué es eso tan importante que tienes que contarme. —Recorría con su mirada la oficina como si fuese primera vez que la visitaba.
—Realmente es muy importante —respondió Edmund, de caminó al mueble bar, dónde le sirvió un whisky a Walter, estaba por servirse uno para él pero desistió y agarró una botella de agua.
Regresó al sofá donde estaba sentado Walter que lo miró totalmente sorprendido al ver que le tendía el vaso con el licor, mientras que él prefirió el agua. Prefirió reservarse cualquier irónico comentario y solo se limitó a observar cómo Edmund se sentaba a su lado.
—Tengo un hijo —dijo sin pensarlo, mientras destapaba la botella de agua.
Walter de bebió el whisky de un trago y después se aclaró la garganta, mientras procesaba las palabras de Edmund.
—¿Estás seguro? ¿Qué edad tiene? ¿Quién es la madre? ¿Por qué no me lo había dicho antes? —lanzó la ráfaga de preguntas mostrándose totalmente sorprendido.
Ante las interrogantes de Walter, Edmund asentía con un lento movimiento de cabeza, bebió un poco de agua.
—Tiene un año y siete meses, se llama Santiago...
—Si es hijo de alguna prostituta, primero y lo más importante, es hacerle una prueba, cualquier mujer aprovecharía la mínima oportunidad para sacarte dinero... —intervino sin esperar que Edmund terminara de hablar, con las ganas de ir por otro whisky.
—No es así Walter...
—Desde que te conozco no has tenido una relación estable, lo que me hace pensar es que...
—Sé lo que piensas, sí..., la madre de Santiago fue prostituta...
—Entonces no estés seguro de que es tu hijo hasta que no le hagas una prueba —volvió a interrumpir, con la única intención de proteger al hombre a su lado, como lo había hecho desde el instante en que lo conoció.
—No la necesito, el niño heredó el color de mis ojos. —Puso la botella de agua sobre la mesa.
—¿Y qué de especial tienen tus ojos? Eso no es una prueba contundente, hay millones de personas en el mundo que tienen los ojos grises.
—Es más que eso, lo sé, presiento que es mío...
—No creí que te ilusionarás tan fácilmente con un niño —suspiró ruidosamente—. Edmund, por como hablas noto que quieres hacerte cargo, y eso está bien, si es tu hijo, pero si no lo es... La madre es prostituta.
—¡Lo era! —le recordó exasperándose.
—Está bien, lo era... lo era, pero no puede ser que precisamente después de casi dos años, aparezca en tu vida diciéndote que la dejaste embarazada, sin atreverme a pensar que andas por ahí de imprudente teniendo sexo con prostitutas sin protección... No has aprendido nada Edmund Broderick, al parecer eres inmune a los golpes de la vida. —Negó con la cabeza, sin poder mostrarse un tanto decepcionado.
—Estás empeñado en que no te explique —resopló.
—Está bien, supongamos que el niño es tuyo, ¿acaso existe alguna explicación?
—El niño es mío, no solo heredó mis ojos, también tiene este lunar —Le señaló la mancha café en la palma de la mano—. En el mismo lugar y la misma forma.
—Existen las casualidades.
—No es una casualidad, la única mujer con la que te tenido sexo sin protección ha sido con la madre de Santiago... La conoces, es la chica del accidente... —confesó mirando a los ojos marrones de Walter, que se mantuvo en silencio, por lo que él continuó—: April es la madre de Santiago...
—¿Por qué razón te lo dice ahora? No lo entiendo, sin mencionar que es una... no sé ni cómo definir una actitud tan egoísta, prefiero reservarme lo que pienso, en mi caso, no podría estar tan tranquilo.
—El niño está enfermo, sufre de tetralogía de Fallot, por eso no he podido cumplir con mi compromisos aquí.
—Con cada explicación que das solo aumentas mi desagrado hacia esa mujer. —Se levantó y caminó al mueble bar, donde agarró la botella y la llevó a la mesa, se sirvió un trago doble y lo bebió—. Entonces te buscó para que pagues la operación del niño.
—Técnicamente, así es. Mañana van a operarlo.
—¿Y qué harás después de que salven al niño?
—Walter estás hablando como un hombre sin escrúpulos, tan solo es un niño de un poco más de un año, no hables como si solo representara un problema.
—Aún me cuesta asimilarlo, y lo siento, pero mi experiencia me ha enseñado a no creer hasta que las pruebas demuestren lo contrario.
—Es mi hijo —volvió a asegurarlo, y buscó en el bolsillo de su pantalón el teléfono y le mostró una foto de Santiago.
—Es apuesto, podría ser tu hijo —dijo sonriente observando al niño sobre la cama del hospital—. ¿Qué piensas hacer?
—Me haré responsable, no puedo desentenderme... ya no podría.
—Puedes apelar por la custodia.
—No quiero quitárselo.
—Podría ser compartida.
—Ni siquiera deseo entablar ningún proceso legal, no quiero que Santiago sea motivo de disputas, aunque sí quiero presentarlo como mi hijo... April también está enferma —confesó bajando la mirada a la imagen en el teléfono.
—¡No! Esto es increíble... Lo siento Edmund, pero esto me parece una historia de ficción con mucho drama. ¿Qué se supone que padece?
—No lo sé, no ha querido contarme.
—Exígele que te lo diga, si es cierto que está enferma, no tiene por qué andar con tanto misterio.
—También quiero saberlo, necesito que me ayudes a contactar a Aidan Powell, es el médico que la trata, solo él podrá ponerme al tanto del estado clínico de April.
—Eso haré, mañana mismo se lo pediré a mi investigador. —Le devolvió el teléfono—. ¿Te gusta la chica? Quiero saber qué harás con esta nueva vida, porque te ha dado un giro de ciento ochenta grados.
—No lo sé, no tengo la más remota idea, hasta ayer era un hombre sin más responsabilidad que Worsley Homes, pero tengo claro que April me gusta, es una química arrolladora, esa mujer despierta en mí un deseo casi animal —confesó con media sonrisa.
—No lo dudo, tanto como para tener sexo sin protección, ¿en qué estabas pesando cuando decidiste arriesgarte de esa manera?
—La lógica no funciona cuando tengo a esa mujer desnuda en frente.
—Una relación no solo se basa en el sexo, después de todo no es lo más importante.
—También me gusta conversar con ella, es agradable la forma en la que logra verle el lado positivo a las cosas, confieso que gracias a ella, hoy tengo a Worsley Homes, fue quién me dio la idea.
—Entonces en tus planes está formar la familia feliz, ya es hora, son casi treinta y cuatro años.
—Aún no lo sé, no sé si estoy preparado para tanto compromiso. April y yo nos llevamos bien, pero no quiero que por convivir se estropee la relación.
—Eso solo lo sabrás si te arriesgas.
—Es muy pronto para tomar decisiones. —Se puso de pie—. Ahora debo irme, voy al hospital.
—Déjame acompañarte, así conozco al niño.
Salieron de la oficina, ya Judith se había marchado, porque su horario había terminado, a esa hora el edificio debía estar casi desolado, solo estaría operativa el área de atención al cliente por vía telefónica que estaba dispuesta las veinticuatro horas.
El ascensor solo había descendido tres pisos cuando las puertas se abrieron, tanto Edmund como Walter se sorprendieron al ver que frente a ellos estaba Natalia Mirgaeva.
Ella también se sorprendió de verlos, no pudo ocultar el nerviosismo y dudó un poco en entrar, pero al final se armó de valor.
—Buenas noches —saludó por cortesía; sin embargo, a su memoria asaltaba la tórrida madrugada de sexo que había tenido con su jefe, y quería morirse de la vergüenza por haberse permitido semejante muestra de debilidad.
—Buenas noches, señorita Mirgaeva. No se me notificó que trabajaría horas extras —comentó echándole un vistazo de desconfianza a Walter.
Para el abogado no pasó desapercibida la actitud de Edmund, estaba seguro de que le extrañaba que Mirgaeva estuviese trabajando hasta tan tarde.
—No lo notifiqué señor, lo hice por mi cuenta, necesitaba adelantar trabajo —respondió sin atreverse a mirarlo a los ojos, porque se pondría más nerviosa y también más molesta, por recordar la humillación a la que la había sometido en aquel yate.
—No es necesario que lo haga, y menos en la situación personal en la que se encuentra.
—Gracias por su comprensión, señor. Realmente prefiero trabajar, eso me ayuda mantener la mente ocupada.
—¿Cómo sigue su madre? ¿Ha mostrado alguna mejoría? —preguntó llevando las manos a los bolsillos del pantalón.
Natalia no comprendía el comportamiento de su jefe, suponía que solo lo hacía porque representaba un gasto, y anhelaba que muriera cuanto antes para evitar el pago del tratamiento que le había prometido.
—No, dolorosamente no hay punto de retorno; sin embargo, pienso aprovechar todo los días que le quedan. —En ese momento las puertas del ascensor se abrieron en el estacionamiento—. Con permiso —se excusó y se adelantó, caminó rápidamente hasta su auto, subió y arrancó, evitando mirar una vez más a Erich Worsley.
Condujo al lugar donde estaba su madre hospitaliza, mientras escuchaba música, intentando sacarse la imagen tentadora de su jefe de la cabeza, acotarse con él había sido el mayor error que había cometido. Estaba segura de que si él volvía a seducirla, caería en sus brazos, pero agradecía que estuviese manteniendo la distancia.
Al llegar al hospital, estacionó y bajó del auto, sabía que debía darse prisa porque Levka tenía una sesión de fotos en media hora y no podía seguir cuidando de su madre, por lo que casi corrió por le vestíbulo y subió al ascensor.
Con el mismo paso apresurado se dirigió a la habitación, no pudo presagiar que alguien en ese momento se le atravesaría en el camino, por lo que tropezó con una mujer pelirroja que salía de la habitación contigua.
—Lo siento —se disculpó con la mujer que evidentemente era doctora, por la bata que llevaba.
—No te preocupes —dijo regalándole una sonrisa de tranquilidad.
No obstante Natalia reconoció esa sonrisa e inevitablemente tuvo la certeza de que conocía a esa mujer, y era una de las tantas, que años atrás, le había hecho la vida un infierno. Empezó a temblar y los latidos del corazón se le descontrolaron.
Solo quería huir, por lo que caminó con rapidez tratando de alejarse lo más posible de ese demonio que tanto pánico le causaba y que al parecer no la había reconocido.
Su suerte esa noche era estrellarse contra el mundo, porque volvía a tropezar, pero esta vez con un hombre, al que no se detuvo a determinar, ni siquiera para pedirle disculpas, estaba demasiado aturdida como para prestarle le mínimo de atención.
Por fin se detuvo frente a la puerta de la habitación de su madre y antes de entrar sabía que debía calmarse, por lo que pegó la frente contra la madera, cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmar sus alterados nervios.
Después de encontrar un poco de sosiego se aventuró una vez más a mirar al pasillo, pero solo vio al hombre alto, que llevaba el cabello negro recogido en un moño, él esperaba el ascensor y también la miró antes se subir.
Volvió a llenarse los pulmones y a soltar lentamente el aire, se esforzó por sonreír y abrió la puerta, encontrándose a Levka sentado al borde de la cama, mientras su madre tenía sobre el regazo el álbum de fotos familiares.
—¿Qué hacen? —preguntó sonriente, acercándose a la cama.
—Estamos reviviendo algunos recuerdos —comentó Svetlana con una cálida, se le notaba un mejor semblante.
—A ver. —Dejó sobre la mesa la cartera y se sentó al otro lado de la cama.
—A pesar de todo se te veía muy bien el cabello corto. —Svetlana le acarició la mejilla y después le sostuvo la mano a su hija, consciente de que esa época había sido muy difícil para ella.
—Tengo que irme o no llegaré a tiempo —avisó Levka, le dio un beso en la cabeza a su madre y se levantó—. Sergey no debe tardar.
—Está bien, ve tranquilo —dijo Natalia, luchando con el nudo en la garganta, juraba que apenas su madre muriera quemaría todas esas fotos que la llevaban a los peores años de su vida.
Levka salió de la habitación y ella prefirió quitarle el álbum a su madre, le propuso mirar su programa favorito, pero en menos de quince minutos, Svetlana se quedó dormida.
Solo por torturarse cómo lo hacía de vez en cuando volvió a mirar las fotografías y todo el dolor que provocaban en ella volvía a cobrar vida, por lo que salió de la habitación, se fue al baño y se encerró a un cubículo a llorar.
No solo la vida de Edmund se convirtió en un infierno después de que Levka los descubriera en aquel cobertizo, la de ella también, tuvo que luchar con las peores de las humillaciones.
Esa noche Levka se la llevó, durante el trayecto ella se armó de valor y le confesó que Edmund no la había obligado, que estaba enamorada de él, realmente eso fue peor a que verdaderamente la hubiese intentado violarla, de hecho, se lo gritó, le dijo muchas veces que prefería verla muerta antes de que tuviera una relación amorosa con su peor enemigo.
Cuando llegaron a casa, como si no fuese suficiente la humillación de que todos en la fiesta la vieran salir casi desnuda y se enteraran de que estuvo a punto de acostarse con Edmund, su padre empeoró la situación, porque Levka no pudo quedarse callado y solo le dio su versión.
Ella defendió a Edmund, lo hizo muchas veces, aun desafiando por primera vez a su padre, porque no se calló cuando él se lo pidió.
Sergey le dio la paliza del año a Levka, pensó que casi lo mataría, mientras que su madre no podía hacer nada, porque nunca había tenido la voluntad para enfrentar a su marido.
Cuando pensó que le tocaba a ella ser víctima de una paliza, su padre la sujetó con fuerza por un brazo y la arrastró a su habitación.
Natalia sentía que iba a morir de miedo, que el corazón se le reventaría.
—Acuéstate —le ordenó al tiempo que cerraba la puerta.
—No papá.
—Que te acuestes te digo.
—Por favor —suplicó, pero al ver que su padre se quitaba el cinturón obedeció.
—¿Qué te hizo ese infeliz?
—No me hizo nada —confesó en medio del llanto—. Es mi novio.
—¡Eres una niña! ¡Acuéstate! —Le gritó y azotó el cinturón contra el colchón.
Ante el pánico Natalia se acostó y no pudo evitar tensarse cuando su padre se acuclilló frente a la cama, le quitó las bragas y le abrió las piernas.
Se sentía humillada, avergonzada de que su padre estuviese mirándole entre las piernas, mientras lloraba en silencio y suplicaba al cielo que Edmund estuviese bien.
Ahí no terminó todo, el proceso de denigración apenas comenzaba, su padre le pidió que se subiera las bragas y se la llevó a la comisaria, donde la obligó a poner la denuncia, ella dijo que eran novios, sin importar los gritos de su padre, que aseguraba que era menor de edad y él no consentía ningún tipo de relación entre Edmund Broderick y su hija.
De ahí se la llevaron a un hospital donde le tocó abrir las piernas delante de otro hombre que la revisó, tocando partes que nadie más aparte de ella misma había tocado.
Esa noche realmente fue violada, por un completo desconocido que se decía médico, y peor aún, con la autorización de su padre, quien previamente también, de cierta manera, había abusado de ella.
Mientras no paraba de llorar, intentaba alejarse mentalmente, imaginando que Edmund llegaba en ese momento a rescatarla y escapaban lejos de la ciudad, donde nada ni nadie pudiera hacerles daño.
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