CAPÍTULO 31
April despertó encontrándose totalmente sola en la cama y con más frío de lo que comúnmente le agradaba, se aferró fuertemente a las sábanas impregnadas con el aroma de Edmund y buscó calentarse los pies, frotándolos contra el colchón, al tiempo que miraba la hora en el reloj digital que estaba sobre el gran escritorio de cristal tintado al lado de una portátil.
Se sintió aliviada al percatarse de que tan solo había dormido cuatro horas; aunque no era lo que se consideraba normalmente necesario, para ella era suficiente y se sentía mucho más descansada.
—¿Cómo Edmund puede dormir con tanto frío? —se preguntó, armándose de valor para hacer la sábana a un lado y abandonar lo que suponía era el lugar más cálido en la habitación.
Inhaló profundamente y de un tirón se quitó las sábanas, mientras se preguntaba mentalmente, dónde podría estar Edmund.
Al lado de la cama y sobre la alfombra estaban unas pantuflas grises, las que no dudó en calzar, para calentarse los pies, no pudo evitar sonreír como una niña tonta al ver lo grande que le quedaban.
Caminó en dirección al baño, pero en el momento en que las persianas empezaron a correrse y la habitación progresivamente se llenaba de luz, miró a todos lados. No había hecho nada y estaba segura de que Edmund mucho menos, porque seguía estando sola en el lugar.
En ese momento vio su derecha una pantalla empotrada en la pared a su derecha que marcaba los grados en la habitación, sin pensarlo casi corrió hasta el control y le subió varios grados.
—¡Gracias a Dios! —jadeó frotándose los brazos para entrar en calor, volvió a mirar en todas las direcciones y se sentía muy extraña en esa habitación tan grande, en la que predominaban los colores neutros combinados con tonos fríos; que contenía solo los muebles necesarios, un librero, un sofá, algunos, cuadros y repisas adornadas con algunas esculturas plateadas, entre esas, un balón de fútbol americano.
En ese momento se percató que sobre el escritorio había una bandeja tapada; inevitablemente, su curiosidad y apetito guiaron sus pasos hasta ese lugar. El metal aún estaba caliente y posó las palmas de sus manos para calentárselas un poco.
Su estómago le pedía a gritos que destapara la bandeja, apenas caía en cuenta de que no había comido nada el día anterior. Sin pensarlo más, quitó la tapa, no pudo evitar que la boca se le hiciera agua, al encontrarse con huevos revueltos, tostadas, mermelada, croissant, jamón, queso. Todo lucía realmente apetitoso.
Suponía que eso era para ella por lo que agarró un croissant y se llevó un pedazo a la boca, no terminaba de tragarlo cuando agarró el tenedor y comió huevo en varias oportunidades. Realmente estaba hambrienta y comía como si alguien estuviese a punto de llevarse los alimentos.
De manera repentina la puerta de la habitación se abrió y ella casi dio un respingo, sintiéndose totalmente avergonzada, tragó grueso sin masticar y dejó el tenedor sobre el plato, al ver que entraban dos mujeres, una de ellas traía un portatraje y varias bolsas de marcas mundialmente reconocida, la otra traía una bandeja con jugo de naranja, café, leche y agua, detrás de las mujeres apareció Edmund con más bolsas de diferentes marcas.
—Disculpe —dijo una de las mujeres que caminó hasta el sofá y dejó las bolsas y el portatraje.
—Con permiso —la otra mujer dejó sobre el escritorio la otra bandeja.
April se sentía totalmente avergonzada y volvió a tragar en seco para terminar de pasar el croissant, al tiempo que miraba con los ojos a punto de salírsele de las orbitas cómo Edmund se acercaba a ella.
—Lo siento, pensé que era mi comida, siento habérmela comido sin preguntar.
Edmundo no dijo nada, solo bajó un poco para estar a la altura de ella y le dio un beso en los labios, soltó una de las bolsas, que contenía tres cajas con zapatos y con el pulgar le limpió la comisura de la boca, donde tenía un pedazo de croissant, eso solo aumentó la vergüenza en April, que rápidamente se pasó la mano para limpiarse.
—Es tu comida —dijo sonriente y le dio un beso en la frente—. Sigue comiendo —pidió al tiempo que caminaba a la cama y dejaba las bolsas.
—Gracias. —Le dijo April aún apenada, a las mujeres que salían de la habitación. Ya no podría comer, el apetito se le había ido al diablo—. Debo regresar a la clínica.
—Primero debes comer, así que termina tu comida.
—Realmente no tengo hambre —dijo bajando la mirada y poniéndose detrás de la oreja un mechón de pelo, suponía que debía tenerlo como una bola de estopa.
Ella lucía tan desaliñada, solo con una camiseta que le llegaba a los muslos y unas pantuflas que le quedaban enormes, mientras Edmund era más Edmund y menos Erich, al vestir unos jeans y una camisa negra y no un traje hecho a la medida.
Él se acercó a ella y sin que lo esperara la abrazó por la cintura, sin el mínimo esfuerzo la elevó y la sentó sobre el escritorio.
—De aquí no saldrás sin haberte alimentado primero.
—¿Acaso me obligaras? —preguntó tratando de bajarse un poco la camiseta.
—Si es necesario lo haré. —Agarró otro croissant lo dividió y le llevó un pedazo a la boca.
—Sé comer sola —dijo al fin, quintándole el pedazo y ante la atenta mirada de Edmund se lo comió—. ¿Me puedes explicar, qué significa todo esto?
—Todo eso es para ti, no puedes ir a la clínica con mi camiseta, aunque te queda realmente sexi. —Apoyó las manos sobre el escritorio a cada lado de April y se acercó más a ella—. Y tampoco quiero que vayas a tu apartamento por ropa.
—Necesito ir, aunque no quieras, debo buscar pijamas y ropa interior para Santi.
Edmund realmente no pensó en eso, se acercó más a ella y dejó caer la cabeza, pegando su frente en el hombro de April.
—Ves que soy un inútil como padre... Debí pensar en eso —exhaló sintiéndose un inútil.
April no pudo evitar soltar una carcajada.
—Olvidar que Santi se debe cambiarse de ropa no te hace un padre inútil, creo que aún no puedes asimilarlo, eso es todo.
—Estoy haciendo mi mejor esfuerzo, pero... todo esto es tan extraño —explicó con un nudo de angustia haciendo estragos en su garganta.
—Te acostumbrarás.
—Tengo miedo April —confesó abrazándola y ella también lo abrazó fuertemente.
—Lo sé, sé cómo te sientes, cuando me enteré de que estaba embarazada también estaba aterrada... Lloré por muchas semanas, suponía que no debía embarazarme, suponía que la anticonceptiva no debía fallar, no sabía qué hacer con mi vida; sin embargo, la única certeza que tenía, era salvar a mi hijo.
—Nuestro. —Le recordó sintiendo como ella le frotaba la espalda con energía y eso se sentía muy bien.
—Nuestro hijo. —Estuvo de acuerdo y se quedaron en silencio por varios minutos, solo dejando que el sonido de sus respiraciones los calmara.
Edmund repentinamente se carcajeó fuertemente, primera vez en muchos años que lo hacía, por lo que desconcertó totalmente a April.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó alejándolo para mirarlo a la cara, observando detenidamente ese rostro moreno relajado y los ojos grises brillantes. Era primera vez que lo escucha reír y se le veía mucho más joven.
—Esto es una locura, es una puta locura, ¿en qué estábamos pensando? —Se llevó las manos a la cabeza sin dejar de reír—. ¿Tú y yo? Dos personas totalmente jodidas, en el momento menos oportuno, hicimos algo bueno, algo bonito.
—Así es. —Empezó a reír pero también los ojos se le llenaron de lágrimas, al tiempo que posaba sus manos contra el pecho caliente de Edmund—. Santiago es lo más bonito que tengo, es el motor que me impulsa día a día, puedo estar muy cansada, pero darle un beso a él o mirar sus ojos me llena de energía nuevamente.
—April —De manera repentina se enserió—. Déjame formar parte de las cosas bonitas en tu vida, sé que no soy bueno, sé que tengo un carácter de los mil demonios, pero prometo poner todo de mi parte para ser mejor. —Le llevó las manos a las mejillas—. Quise ser mejor desde el momento en que te perdí por primera vez, sé que después de que te fueras del Madonna, cuando nos volvimos a ver, fui un cobarde y cuando se nos dio nuevamente la oportunidad me comporté como un imbécil, pero no tengo experiencia con las emociones, no sé identificarlas en el momento y no puedo expresarme a tiempo... Cada vez que intentaba decirte algo, ya era demasiado tarde. Y esta vez no quiero que sea demasiado tarde.
Ella se quedó mirándolo con las lágrimas al filo de los párpados y el corazón martillándole fuertemente contra el pecho. En ese momento debía ser fuerte, serlo por ella y por Edmund, porque no pretendía arruinar un momento tan hermoso.
Tal vez debía decirle, que por su culpa siempre había sido demasiado tarde para ellos, ya no tenía tiempo para Edmund; y tenía miedo, realmente estaba aterrada porque no quería morir, todas las noches antes de dormir le suplicaba a Dios por un día, solo un día más.
En momentos como ese, era cuando quería huir, deseaba desaparecer de la vida de Edmund, porque sabía que tarde o temprano él iba a sufrir por su culpa, y de solo pensarlo, los síntomas de su enfermedad se aprovechaban para torturarla.
Se esforzó por sonreír al tiempo que respiraba profundamente, tratando de no hacer evidente el esfuerzo que significaba para ella llevar aire hasta sus pulmones.
—Edmund. —Le llevó las manos al cuello—. Tú formas parte de las cosas bonitas en mi vida, desde el instante en que te vi —confesó anhelando poder ser más expresiva, pero toda su atención se concentraba en que los labios se le estaban secando y puntos blancos le nublaban la vista—. Necesito ir al baño, por favor.
Edmund la miró desconcertado, sin poder comprender ese cambio de actitud en April.
—¿Te sientes bien? —preguntó luchando contra los latidos del corazón que se le desbocaron en la garganta.
—Sí, claro —mintió ampliando la falsa sonrisa—. Solo que me levanté y lo primero que hice fue acercarme a la bandeja, y seguramente que mi aspecto es un desastre.
Se había convertido en una experta en ocultar los síntomas de su enfermedad, tuvo que hacerlo para no perder su trabajo, pero sobre todo, para no romperle el corazón a su madre, a la que extrañaba a cada minuto.
—Todo fuese realmente distinto si todos los desastres con los que me he topado tuviesen un aspecto tan provocador. —Le sujetó la barbilla con ternura y le dio en beso en los labios.
April agarró una bocanada de aire y correspondió al sutil beso que Edmund le ofrecía.
—Ya no sigas reteniéndome usando la habilidad de un seductor empedernido. —Le guiñó un ojo y de un sutil empujón lo alejó, no perdió tiempo para bajar del escritorio, caminó hasta su cartera que estaba sobre el sillón al lado de la ventana, la agarró y caminó al baño—. Prometo no demorar, necesito estar a tiempo para la reunión con el doctor.
—Está bien, esperaré aquí mientras veo los resultados del partido de ayer. —Se sentó en la cama y encendió el televisor que estaba en la pared, que automáticamente sintonizó el canal deportivo.
April se encerró en el baño, al tiempo que inhalaba profundamente y las manos le temblaban, mientras rebuscaba en su cartera los medicamentos, destapó rápidamente el frasco y pasó la pastilla con agua del lavabo, después buscó otro medicamento y vertió tres gotas debajo de su lengua.
Le llevó al menos un minuto que los latidos del corazón retomaran su ritmo normal, bebió un poco más de agua y se miró al espejo, con las ganas de llorar torturándola, pero no iba a hacerlo, no iba a mostrarse débil delante de Edmund.
Sabía que había se le había pasado la hora del medicamento por estar durmiendo, se juraba que nunca más olvidaría activar la alarma en su móvil.
Se desnudó y entró a la ducha, ahí no pudo seguir conteniendo su angustia y miedo, por lo que se echó a llorar, necesita desahogarse o terminaría explotando.
Intentaba dejar de llorar, recordando que debía darse prisa, porque en ese momento era más importante la salud de su hijo que la de ella.
Estaba acostumbrada a llorar a solas y en silencio, también a hacerlo por muy poco tiempo, algunas veces deseaba poder tener la libertad para meterse en una cama y desahogarse por horas, pero eso era algo que no podía hacer porque otra persona dependía de ella.
Terminó de ducharse con los productos de baño de Edmund y salió de la habitación envuelta en una toalla y con el pelo mojado. Él estaba acostado mirando la televisión, era tan alto, tan perfectamente hermoso y varonil que solo provocaba quedarse ahí mirándolo. Sin duda alguna, lo haría por una eternidad.
—Puedes ponerte lo que desees, todo lo que está en las bolas es tuyo —Dejó de lado el control y se levantó.
—Nada de esto era necesario, cualquier jeans y camiseta habría sido suficiente. No soy partidaria de la ropa de marca, se pueden encontrar prendas casi iguales y de muy buena calidad por diez veces menos —comentó sacando una blusa azul de tela de seda semitransparente.
—Ya no te preocupes por eso, que no es nada —aseguró Edmund parándose a su lado.
—Siento haberte puesto a comprar ropa, solo esperaste a que me durmiera para dejarme botada...
—No, en ningún momento te dejé botada, la ropa no la compré yo, de eso se encargó la Rusa, no tengo la mínima idea de qué prendas comprarle a una mujer.
—Veo que eres muy amigo de la Rusa. —La voz se le espesó, sin poder evitarlo, sentía la espina de los celos torturándola, sobre todo, si tenía la certeza de que Edmund había tenido sexo con su excompañera de trabajo.
—Sí —confesó abrazándola desde atrás—. La Rusa es muy buena amiga, también es buena cogiendo, pero el sexo que ella me ofrece es solo sexo, no hay nada que lo haga especial, contigo es distinto April, hay emociones latentes, es más intenso... A ti quiero mirarte a los ojos y besarte mientras estás debajo o encima de mi cuerpo, me preocupa que no pueda brindarte placer, con otras sencillamente me da igual. Eres la única a la que quiero complacer dentro y fuera de una cama, complacerte de todas las maneras posibles... y te estoy diciendo esto porque no quiero que sea demasiado tarde, me has enseñado que contigo las cosas deben ser en el instante.
April sonrió complacida, con el corazón latiéndole a mil y con la excitación corriendo desbocada por su cuerpo, pero no podía rendirse al placer que prometía Edmund con los besos que le repartía en los hombros, porque primero estaba Santiago.
—Te amo, siempre has sido especial... Con ningún otro quería conversar, no me interesaba la vida de nadie más, solo la tuya, quería descubrir el misterio tras los ojos grises, porque sabía que algo había, lograba identificarlo porque era lo mismo que veía todos los días frente al espejo.
—Nuestros pasados son jodidos, pero lo que importa es ahora, el presente y necesitamos aprovecharlo.
—Prometo que esta noche lo aprovecharemos, ahora no quiero llegar tarde... Santiago es lo primero en mi vida.
—Lo sé, quiero que también sea lo primero en la mía. —Dejó de abrazarla, permitiéndole espacio.
—Así lo será, solo tienes que conocerlo un poco más y verás cómo terminará robándote el corazón, sobre todo, cuando reconozcas en él alguna de tus actitudes. —Le hizo saber mientras rebuscaba en las bolsas.
Edmund consideró que debía ayudarle por lo que sacó las cajas de zapatos, las puso sobre la cama y las destapó, para que le fuera a April más fácil elegir.
—Solo espero que herede lo mejor de mí, porque muchas veces suelo ser un maldito arrogante, lo admito —alegó, observándola ponerse las provocativas bragas sin quitarse la toalla.
Definitivamente la Rusa no entendió que la ropa debía ser normal nada tentador.
—Esa parte no la conozco y no me interesa hacerlo, supongo que esa actitud pertenece más a Erich que a mi Edmund, así que no me preocupa.
Se puso rápidamente el sujetador, un pantalón beige y una blusa de seda purpura. Admitía que su excompañera tenía muy buen gusto a la hora de vestir. No siempre las putas en sus vidas cotidianas eran vulgares y ordinarias cuando de elegir prendas se trataba.
Miró las cajas de zapatos que Edmund había puesto sobre la cama, todos eran de tacón y eligió unos negros cerrados, de estilo clásico.
Se cepilló el cabello y se lo dejó suelto, regresó al baño por su cartera y buscó un poco de maquillaje, que por su trabajo, siempre llevaba para estar presentable ante los clientes.
Usó justo lo necesario para disimular su palidez.
—Estoy lista —dijo saliendo del baño, decidida a no perder más tiempo, recordando que debía pasar primero su apartamento en busca de la ropa de Santiago.
—Luces hermosa —elogió.
—Gracias, pero luzco igual que siempre.
—Siempre eres hermosa. —No iba a permitir que April le ganara, ni mucho menos que desmereciera su opinión, para él era preciosa y no importaba que ella no se lo creyera—. Vamos —le pidió ofreciéndole la mano.
—Espera un minuto, no podemos dejar la habitación así, voy a organizarla un poco —avisó, pero Edmund caminó hasta ella y le agarró la mano.
—Deja eso así, hay personas que se encargarán de organizarlo.
—Pero, no me llevara más de un minuto.
—No importa. —La haló de la mano.
April se dejó arrastrar y salieron de la habitación, bajaron las escaleras y en poco tiempo estuvieron en el estacionamiento donde los esperaba el chofer.
—Buenas tardes —saludó April al hombre moreno que le abría la puerta.
—Buenas tardes señorita —correspondió con amabilidad.
—Pedro, vamos a donde nos llevaste anoche —informó Edmund y el chofer asintió.
El auto se puso en marcha y salieron del estacionamiento, Pedro en algunas oportunidades miraba a través del retrovisor a su jefe y también a la hermosa chica rubia que lo acompañaba. Estaba seguro de que no era una de las amigas que frecuentaba en el Madonna, y realmente le extrañaba que se relacionara con alguna mujer que no perteneciera a la prostitución, jamás imagino a Erich Worsley en una relación seria.
—¿Qué harás después de que nos reunamos con el médico? —Le preguntó Edmund, apretándole una rodilla a April.
—Seguiré en el hospital, Carla tiene que ir a clases, pasaré la noche con Santiago.
—Te acompañaré, cuando terminemos la reunión con el medicó iré a ver a Walter y después regreso.
—Edmund, no es necesario que lo hagas, debes estar muy cansado.
—No lo estoy. —Le agarró la mano y le dio un beso en el dorso—. Pedro, mejor regresa una calle, vamos a la tienda que acabamos de pasar.
April volvió la cabeza para mirar por el vidrio trasero cuál era la tienda que acababan de pasar, pero no logró verla porque en ese momento el auto cruzó a la derecha para poder regresar, dieron la vuelta a la manzana.
—Es aquí —dijo Edmund y el chofer no logró comprender qué haría su jefe en una tienda infantil.
—No —April negó con la cabeza para reforzar su negación—. Santiago tiene suficiente ropa y juguetes, así que no hay nada que hacer en este lugar —le informó, pero ese hombre testarudo no le hizo caso, bajó del auto y haló de ella para bajarla.
—No es necesario que vamos a tu departamento, si podemos comprar aquí lo que necesita. —Le halaba la mano para que caminara.
—Ya te he dicho que Santiago tiene todo lo que necesita, ya estamos cerca.
—Quiero hacerle un regalo a mi hijo, no creo que eso este mal, déjame ser padre, deja que me emocione comprando cosas para él.
—Está bien —cedió embargada de ternura—. Pero solo un par de pijamas.
—Bien —asintió.
Entraron a la tienda y Edmund estuvo seguro que no sabría por dónde empezar. Así que lo primero que hizo fue buscar apoyo en April.
—Está dividido por departamentos —dijo sonriente—. Su talla es dos —Sabía que eso era demasiado para el hombre a su lado, por lo que decidió ayudarlo y fue ella quien haló de la mano de él.
Llevándolo al departamento de niños, al área de pijamas, le mostró y él revisó las prendas, eligió dos.
—¿Están bien? —preguntó indeciso.
—Sí, son perfectas, ya... Ahora vamos a pagar.
Caminaron, hasta el área de cajas, pero tenían tres personas por delante.
—Espera un minuto, si quieres puedes seguir aquí, ya vengo.
—No te demores.
—No lo haré.
Edmund se perdió entre los parales y muebles de la tienda, ella lo buscaba con la mirada, pero no aparecía, hasta que le tocó su turno para pagar y decidió no esperar más a Edmund, buscó su tarjeta de crédito en la cartera.
—No, de ninguna manera, es mi regalo. —Llegó Edmund cargando un montón de prendas.
—No, Edmund regresa eso, es demasiado.
—Pienso llevarlo a pasear todos los días y para eso necesitará mucha ropa —pudo todas las prendas sobre el mostrador y buscó entre ellas lo más importante—. ¿Crees que le guste? —preguntó mostrándole un pequeño balón de fútbol americano.
A April, los ojos se le llenaron de lágrimas, porque sabía que a Edmund le apasionaba ese deporte, y que si no lo hubiesen condenado injustamente, hoy día, sería un jugador estrella.
—Le encantará —sonrió.
—Mira esta camiseta, es talla dos —dijo mostrándole una que camiseta blanca con mangas largas azules y tenía estampado en el frente un casco del mismo deporte.
—Sí, aprendes muy rápido, estoy segura que serás el mejor padre —le acarició la espalda, mientras la mujer facturaba todo lo que Edmund había puesto en el mostrador.
Salieron de la tienda cargados con varias bolsas, Pedro al ver a su jefe le ayudó a guardarlas en el maletero.
Edmund le dijo a Pedro que cambiarían de destino y que irían al hospital, pero que antes de llegar deberían llegar a una heladería.
—No, eso sí que no —se negó April.
—Me dijiste que podía comerlo, se lo prometí, no quiero presentarme sin el helado, porque no volverá a confiar en mí, debo cumplir con la promesa que le hice.
—No Edmund, de verdad, que no...
—April por favor, déjame cumplir con mi promesa, ya he faltado a muchas, les hice cientos de promesas a mis padres y ninguna cumplí, no quiero hacer lo mismo con Santiago.
—Está bien. —Le frotó el brazo—. No sé por qué no quieres que vaya a mi apartamento, pero igual tengo que ir, porque Chocolat está sin comida y necesito sacarlo a pasear.
—Por el perro no te preocupes, dame las llaves que Pedro irá a buscarlo y lo llevará a casa.
—Edmund...
—April no volverás a huir, puedes entenderlo.
—No voy a huir, sabes dónde está Santiago, no podré sacarlo del hospital..., pero tienes razón, no tengo mucho tiempo. —Buscó las llaves en su cartera y se las entregó—. En el mueble al lado derecho del lavavajillas está su comida.
Edmund asintió y le entregó las llaves a Pedro.
—En cuanto nos dejes en el hospital podrás pasar por el edificio donde llevaste anoche, es en el quinto piso... El perro se llama Chocolat, lo llevas a casa.
—Sí señor. —Estuvo de acuerdo el chofer, que en ese momento se estacionaba en el lugar donde comprarían el helado.
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