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CAPÍTULO 28

Edmund no lograba comprender ese momento tan confuso, la última vez que había visto a April, las cosas no terminaron bien entre ambos, tanto como para que ella lo agrediera físicamente; ahora la tenía entre sus brazos, completamente devastada, sollozando sin control.

La lluvia seguía cayendo sobre ellos sin piedad y cada vez que pasaba algún auto también lo bañaba, pero no conseguía reaccionar, más que abrazar a April y luchar con el tortuoso nudo de lágrimas en su garganta.

April despegó su frente del pecho de Edmund, elevó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Necesito hablarte —sollozó—. Por favor —pidió.

Edmund la miraba a los ojos, mientras que le acariciaba una y otra vez, con infinita ternura la cara, apartándole los cabellos mojados que se le pegaban al rostro.

—Está bien, está bien... ¿te hicieron daño? —preguntó en busca de la causa de la actitud tan alterada de April.

Ella negó con la cabeza en varias oportunidades, hasta que él se la retuvo, para volver a mirar a esos ojos sonrojados y ahogados en lágrimas.

—Bien, vamos a mi oficina, ahí podremos hablar —propuso conteniendo las ganas de besarla en la frente, no sabía si April iba a permitirlo.

—No, tiene que ser en otro lugar.

—Vamos a mi casa.

—Prefiero mi apartamento.

—Está bien, pero cálmate un poco. No sé por qué estás así, pero sabes que puedes contar conmigo, sea lo que sea.

April cerró los ojos, volvió a pegar la frente contra el pecho de Edmund y se aferró fuertemente a las solapas de la chaqueta. Realmente no estaba segura si después de que le dijera todo lo que tenía que confesarle iba a seguir contando con él.

—Ven, vamos al auto, si seguimos bajo la lluvia terminaremos refriados —la alentó a caminar hasta donde estaba el auto.

Pedro al ver que su jefe se acercaba en compañía de la desconocida chica, empezó a retroceder para hacer más corta la distancia.

Edmund abrió la puerta trasera, con una mano en la espalda de April, la instó a que subiera al auto y él lo hizo a su lado.

Pedro puso al mínimo el aire acondicionado y pudo en marcha el auto.

—¿A dónde vamos? —le preguntó Edmund.

—Downtown, NW 27th Avenida Miami —dijo mirando al hombre totalmente empapado a su lado, que incondicionalmente y sin hacerle preguntas aceptó llevarla a donde ella pidió.

Edmund agarró varios pañuelos de papel y se los ofreció.

—Gracias —hipó y se sacudió la nariz.

Él con cuidado apartó los cabellos que parecían colas de ratas y le acarició el cuello, no con en fue una caricia sexual, sino una que la reconfortaba.

—Te estuve llamando, pero tu teléfono está apagado.

—Llegue de viaje esta tarde y olvidé el teléfono en el hotel —explicó sintiéndose preocupado porque April no dejaba de llorar.

—Siento cómo te traté la última vez, estaba muy molesta, pero solo soy tu amiga y no tengo derecho a reclamarte por nada... —dijo con voz temblorosa—. No quise golpearte.

—No hablemos de eso ahora —susurró sosteniéndole la barbilla temblorosa.

—Está bien... pero quiero que sepas que lo que tengo que decirte no tiene por qué interferir en tus decisiones, ni mucho menos en tu vida... Ed... —Él le llevó los dedos a los labios, para callarla con una delicada caricia. Comprendió que tal vez, no debía llamarlo así delante del chofer.

—Ya te dije que no hablemos de eso ahora... Solo me interesa saber qué es lo que te pasa.

—Pasa que no estoy preparada para contarte esas cosas que ni siquiera yo misma quiero contarme, pero la situación por la que estoy pasando me obliga a hacerlo... juro que no quería hacerlo, no quería —Negó con la cabeza y empezó a llorar con desesperación nuevamente.

Edmund volvió a abrazarla, refugiándola en su pecho y le besó los cabellos, sintiendo que inevitablemente la preocupación aumentaba.

Llegaron al sitio que había pedido April, bajaron frente a un edificio blanco y gris.

—Pedro ve a la casa —ordenó Edmund, porque presentía que lo que April tenía que contarle llevaría tiempo.

—Sí señor —acató el mandato y se marchó.

Entraron al edificio y caminaron hasta el ascensor. April quería hablar, empezar a contarle, pero las palabras las tenía atoradas en la garganta, era como si los latidos del corazón se la retuvieran.

Entraron al ascensor y ella seguía sin poder hablar, él no decía nada, solo la miraba, seguramente atento a que ella le dijera algo. Llegaron al piso donde estaba el apartamento de April, ella buscó las llaves en su cartera y muchos papeles se habían mojado.

—Edmund, quiero que me prometas que vas a esperar a que termine de hablar —suplicó antes de abrir.

—Está bien, prometo que esperaré —dijo sin ningún problema, alzándose de hombros.

—No es fácil lo que tengo que contarte.

—No puedo saber la magnitud de lo que tanto te mortifica si no me lo dices —se sentía impaciente ante tanto suspenso.

—Está bien —Ella asintió, abrió y dio un paso dentro del departamento.

En ese momento un pequeño terremoto de pelaje marrón, llegó al encuentro de April, que encendía la luz de la sala.

Edmund miró al perro que ya había visto en el vídeo, todo entusiasmado reclamando la atención de April, dando saltos y ladrando.

Ella se acuclilló para cargarlo, pero la mirada de Edmund se paseó por el pequeño lugar, que le recordaba a ese apartamento que había comprado después de vender la casa de sus padres. Fue entonces cuando vio sobre el sofá y la alfombra algunos juguetes de llamativos colores, quiso imaginar que eran del perro.

—Pasa, siéntate por favor —pidió April señalando el sofá, mientras ella cargaba al perro.

Edmundo obedeció como si fuera un niño, sin poder evitar poner el culo sobre un juguete, se levantó un poco y lo hizo a un lado.

—Siento el desorden, no he tenido mucho tiempo para limpiar.

—No te preocupes —dijo mirando a todos lados, sintiéndose extraño en ese lugar tan de April. Era como si por fin estuviese entrando en la vida de ella y estaba muy nervioso.

—Voy a darle de comer a Chocolat y regreso, será rápido, porque tampoco puedo quedarme mucho tiempo aquí.

—¿Estás huyendo? ¿Hiciste algo malo? —preguntó mirando por encima de su hombro como ella caminaba hacia la cocina.

—No, solo tengo que ir a otro lugar —dijo sirviéndole un poco de alimento a su mascota, que empezó a devorar su comida; por lo que ella aprovechó para salir y cerrar la media rejilla, con la que aislaba a Chocolat.

Al regresar encontró a Edmund con la vista fija en una fotografía en la que aparecía ella cargando a Santiago, que estaba sobre la mesa de centro.

—No sabía por dónde empezar, pero ya que lo has visto —dijo acercándose y se sentó al lado de Edmund, al que no podía definir la expresión en su rostro—. Es mi hijo —murmuró agarrando la foto.

—¿Tu hijo? —preguntó lentamente, mientras intentaba procesar la noticia.

—Sí... mi hijo —tragó saliva y el corazón iba a reventarle.

—¿Por qué no me dijiste que tenías un hijo? —preguntó, pero April solo bajó la mirada a la fotografía.

—No lo sé —sollozó.

—¿No lo sabes? —seguía demasiado sorprendido y hasta decepcionado—. ¿Vives con el padre? ¿Es el tal Aidan?

April negó con la cabeza y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

—April, mírame —pidió empezando a molestarse, porque ella no tenía el valor para mirarlo a la cara después de que lo llevara hasta ese lugar—. ¿Quién es el padre? ¿Es tu jefe? —volvió a preguntar y April volvió a negar, pero esta vez sollozó.

—No... no es mi jefe —respondió sin poder levantar la cabeza, mientras cubría con sus manos la fotografía de Santiago.

—Es ridículo esto April, me traes hasta aquí y ahora no hablas, solo me dices que tienes un hijo y enmudeces —se exasperó, verdaderamente se sentía molesto porque ella no le había confiado que tenía un hijo.

—Es nuestro —chilló y se cubrió la cara con las manos.

—¡¿Qué?! ¿Qué mierda estás diciendo? —se levantó como si el sofá se hubiese convertido en hierro ardiente.

—Es nuestro... Edmund, prometiste que escucharías...

—¿Cómo quieres que escuche? No hay explicaciones que justifiquen lo que me estás diciendo —se llevó las manos a la cabeza y se la sostuvo porque presentía que iba a estallarle—. Es tu hijo, me voy... —caminó a la salida negándose a creer que tenía un hijo, así de la nada ponían sobre sus hombros una gran responsabilidad, April no tenía derecho a convertirlo en padre de un minuto a otro.

—Está enfermo —Se levantó y corrió hacia él, lo sujetó por el brazo—. Por favor, Edmund... Está enfermo, no tengo dinero, tienen que operarlo de emergencia... por favor, es mi hijo... lo amo, es lo único que tengo y no quiero perderlo...

Edmund cerró los ojos, se obligó a respirar profundo, no podía tener un hijo, no podía.

—¿Estás segura que es mío? —preguntó sin volverse.

—Sí, pero si no lo quieres... no importa... no importa —sollozó.

Se soltó de un tirón y se volvió, sin que ella lo esperara, le sostuvo la cabeza, empuñándole los cabellos.

—¡¿Por qué no me lo dijiste?! —gritó a un palmo del rostro de April, quien se sobre saltó y le sostuvo las muñecas—. ¡¿Por qué?! Eres una mierda April, eres una maldita hija de puta —seguía gritando y ella cerraba los ojos y sollozaba.

—Lo siento, lo siento.

—No, no lo sientes, mentirosa... maldita mentirosa, no lo sientes en absoluto —rugió con la garganta ahogada en lágrimas—. Nunca pensé que me traicionaras de esta manera, he sido bueno contigo... puse la poca confianza que tenía en ti...

—Fue mi culpa quedarme embarazada...

—¡No jodas con eso! Ocultarme un hijo no tiene perdón, no lo tiene —la soltó con rabia y April retrocedió varios pasos—. Voy a hacerle las pruebas, si es mi hijo no lo verás nunca más... En este instante voy a empezar a hacer todo lo posible para quitártelo y que sientas lo que estoy sintiendo en este momento.

—Por favor Edmund —sollozó llevándose las manos a la boca—. No me hagas esto, no puedes quitarme a Santiago, es mi hijo.

—Es mío también.

—No, es nuestro, pero no me lo quites, no me lo quites.

—Eso no podrás impedirlo April, no podrás —dijo sin importarle que ella viera las lágrimas de decepción y rabia que derramaba.

April se dejó caer de rodillas.

—Te lo suplico, por favor... No te dije nada por miedo, porque pensé que me culparías.

—Crees que con ponerte de rodillas conseguirás que te perdone, me traicionaste... ¡me traicionaste! —gritó totalmente dolido, porque no solo era la traición sino de quien provenía.

—Edmund, puedes decirme todo lo que quieras, grítame todo lo que quieras, pero piensa bien las cosas, por favor no me quites a Santiago... Déjamelo solo unos meses, unos meses... voy a morir —sollozó con más fuerza—. Voy a morir en poco tiempo, estoy enferma... desde hace mucho, por eso tuve que prostituirme, fue mi culpa embarazarme, porque el medicamento que tomo le restó eficiencia a la anticonceptiva, por mi culpa mi hijo también nació enfermo.

Edmund se dejó caer de rodilla frente a ella, sentía que toda la rabia y la fuerza se le habían ido a la mierda.

Le sostuvo la cara y con los pulgares le acariciaba las mejillas.

—¿Es cierto? —preguntó con la voz ronca.

—Lo siento, lo siento Edmund.

—Me estás matando April —sollozó—. Me estás matando —lloró como ese chico cuando se enteró de que el cáncer de su madre había hecho metástasis.

—Lo siento, lo siento... Yo no quiero morirme, no quiero, pero no es mi decisión... Al menos, aún podemos salvar a Santiago.

—Cállate... Cállate —se acercó y empezó a besarle la cara con desesperación—. Cállate —suplicó llorando y buscó la boca de April.

Necesitaba desesperadamente olvidar cada una de las palabras de April, sentirla cerca, sentirla suya, sentirla viva.

April correspondió a sus besos con el mismo desespero y permitió que él, en medio de tirones empezara a desnudarla, cuando dejaban de besarse, solo sollozaban, no solo saboreaban sus salivas sino también sus lágrimas.

Ella también empezó a desvestirlo y sobre la alfombra de esa pequeña sala, se encararon de sentirse más unidos y compenetrados nunca.

Edmund agotado de amarla, se dejó vencer, descansó la cabeza sobre el pecho de April, mientras lo mojaba con sus lágrimas, no tenía ganas de hablar, solo quería borrar de su memoria ese momento en que le había confesado que tenía poco tiempo para estar con ella.

April le acariciaba los cabellos, mientras lloraba.

—Por un tiempo tuve la esperanza de haber sanado, pero todo se complicó... Aidan es mi doctor, la noche que tuvimos el accidente, me dijo que tantos años de tratamiento habían sido en vano.

—Sshhh, no hables —suplicó él con voz temblorosa—. No ahora, no quiero perderte, no quiero que me dejes.

—No quiero dejarte... Edmund —le sostuvo la cabeza y lo instó a que la mirara a los ojos—. Me enamoré de ti, te amo, no a Erich, amo a Edmund, al hombre herido, cuando me enteré que estaba embarazada me dijeron que no podía tener al niño, pero yo no podía deshacérseme de lo único que iba a dejarte.

—No vas a dejarme —volvió a besarla—. No vas a dejarme, sé que algo se puede hacer, voy a hablar con tu doctor, hablaré con Aidan.

—No, no... Edmund.

—Entiende que no vas a morir, no voy a permitirlo. —interrumpió.

—Necesito ir a ver a Santiago, me necesita... ¿Me ayudarás? —preguntó tratando de obviar el tema de su enfermedad, porque le dolía demasiado como para discutirlo.

—Es mi hijo también, todo esto es tan confuso, tan raro... hace unos minutos no tenía nada... ahora soy padre, April me duele mucho que no me lo hayas dicho antes.

—Hice mal, lo sé, intenté decírtelo pero tenía miedo, porque sabía que hablarte de Santiago inevitablemente me llevaría a decirte que tengo poco tiempo, créeme que no quise que pasaras por esto.

Lo abrazó con mucha fuerza e hizo todo lo posible para no llorar, pero al escuchar a Edmund sollozar, no pudo evitar acompañarlo en ese momento.

—Esto no es justo, no lo es —se lamentó.

—La vida no es justa Edmund, y tú más que nadie debería saberlo. Diera lo que no tengo para ahorrarte este sufrimiento, porque sé que has sido blanco de los golpes más fuertes que un ser humano pueda recibir, por eso me alejaba de ti, para no lastimarte.


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