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CAPÍTULO 26

Final de Verano de 2003

Las vacaciones llegaban a su fin, Edmund debía regresar al día siguiente a New Jersey, donde empezaría el quinto semestre en Princeton y lo habían invitado a la casa de un amigo, donde realizarían una fiesta de despedida, al principio se negó a ir, porque quería pasar más tiempo con sus padres; sin embargo, cuando Natalia le confirmó que asistiría a la fiesta, no lo dudó.

Eran novios, pero debido a la estricta familia de ella, no había podido verse más que unas siete veces, durante las vacaciones, aun así, por las madrugadas, pasaban horas hablando por teléfono, aprovechando los padres de ambos se encontraban durmiendo.

En esas horas la confianza había ganado terreno, tanto como para que algunas veces, las conversaciones fuesen subidas de tono, dónde él, le confesaba cuanto la deseaba, pero que esperaría a que ella estuviera lista para entregarle no solo su amor, sino también su cuerpo.

Natalia manifestaba que para él estaba totalmente dispuesta, que lo quería de todas las maneras posibles, deseaba que él pudiese permanecer a su lado y temía que cuando regresara a la universidad, se fijara en otra chica, mayor y con mucha más experiencia que ella.

Cuando Edmund llegó a la fiesta, fue recibido por sus amigos, la música alta y las bebidas alcohólicas abundaban en la fiesta, también algunas drogas que secretamente compartían algunos de los invitados.

Él prefería pasar de eso, miraba y callaba, porque no era su problema la manera en que los demás deseaban destruirse la vida.

Chicas se le acercaban y lo invitaban a bailar, pero le era totalmente fiel a Natalia, a la que buscaba con la mirada, después de quince minutos de andar por el jardín de la inmensa casa, alejándose un poco de la música que lo tenía aturdido, a lo lejos la vio llegar en compañía de Levka, por lo que regresó al área de la piscina.

Trataron de mantener la distancia, pero se miraban constantemente. Levka parecía que no iba a darle un respiró y Edmund ya se había tomado dos cervezas, esperando el momento adecuado para poder acercarse a su novia.

Después de una hora, llegaron los mejores amigos de Levka, en medio de la reunión que animadamente mantenían mientras bebían sin control, ignoraban totalmente a Natalia.

Levka se acercó y le dijo algo al oído a la hermana, ella asintió en varias oportunidades, como si fuese una muñeca y él era quien manipulaba el control.

Edmund vio como le sostuvo el brazo a Natalia y la llevó a un extremo de la piscina e instó a que se sentara en una silla, después se marchó con sus amigos al interior de la casa, donde la fiesta estaba más animada.

Ese era su momento y debía aprovecharlo, por lo bordeó la casa, perdiéndosele de vista, pero le apareció por detrás.

—¿Quieres escaparte conmigo? —le preguntó al oído.

Ella se sobresaltó y miró a todos lados con los ojos a punto de desorbitarse y por último lo miró a él que se acuclillaba a su lado.

—Es que Levka me dijo que no me moviera de aquí —dijo con temor reflejado en las pupilas.

—No viniste para estar sentada, no es justo que te quedes aquí, mientras él se divierte.

Natalia agarró una bocanada de aire.

—Sabes ¿qué?, tienes razón, no voy a perder la oportunidad de pasar juntos nuestra última noche.

—Así me gusta —sonrió—. Luces más hermosa cuando eres valiente, me gustas más cuando eres decidida.

Natalia se levantó de la silla y miró una vez más hacia la casa antes de seguir a Edmund.

Él aprovechó y agarró una cerveza, era lo único que había en la hielera y estaba seguro que la necesitaría para refrescarse.

Cuando estuvieron lo suficientemente alejados de los demás invitados, como para no ser el centro de miradas, Edmund le tomó la mano.

—¿Cómo sigues? —preguntó por su salud—. Juro que no sabía que eras alérgica a las nueces.

—Estoy m uy bien, ¿cómo podrías saberlo? Si ni yo lo sabía —dijo sonriente.

Había pasado una semana desde que Edmund le regalara unos cupckaes variados, entre los que había unos de nueces.

—Es otro alimento que se suma a la casi interminable lista de lo que no puedo comer porque soy alérgica... Mira —se metió una mano en el bolsillo de la falda que llevaba puesta y sacó un papel—. Mi mamá me ha hecho una lista para que no olvide ninguno y me pidió que la llevara todo el tiempo conmigo.

Edmund sujetó la hoja de papel, al tiempo que la guiaba.

—Vamos a sentarnos tras ese árbol —señaló con la mano en la que llevaba la botella de Heineken.

Natalia asintió y se sentaron sobre la hierba podada, ambos apoyaron las espaldas contra el tronco.

Edmund dejó la botella entre sus piernas, y con la poca luz de las farolas del jardín, se esforzó por leer cada ingrediente al que Natalia era alérgica, para no volver a atentar contra su salud.

—Menos mal que en esta lista no están mis besos —dijo al terminar de leer, la dobló y se la devolvió.

—No me importaría enfermarme todos los días si tus besos estuvieran en esa lista —mencionó acercándose a él y ofreciéndole su boca.

Edmund le sujetó el rostro y la besó, compartieron un beso que poco a poco fue aumentando de intensidad, Natalia se dejaba llevar por la boca experta de Edmund, permitía que su lengua entrara y despertara cosquillas en su vientre.

—Temo que puedan vernos aquí —murmuró Natalia casi sin aliento y contra los labios de Edmund—. Escapémonos a ese lugar —propuso al ver a poca distancia una estructura de madera, que estaba segura era donde guardaban las cosas de jardinería.

—Está bien —dijo sonriente y con los latidos acelerados, mientras miraba el hermoso rostro sonrojado de Natalia.

Ella sin pedirle permiso, tomó un poco de su cerveza, Edmund se tomó de golpe lo que quedaba en la botella, volvió a ponerla sobre la hierba, se levantaron y se fueron al que pensaban convertir en su escondite, mientras durara la fiesta.

Al entrar ambos se miraron y sonrieron, era como esos cobertizos típicos en las películas de terror, donde había desde hachas hasta podadora.

—Solo falta que aparezca Jason —bromeó Edmund.

—No digas eso.

—No te da miedo ¿o sí? Todo eso es ficción —la abrazó.

—Sé que es ficción —respondió sonriente y correspondió al abrazo de su novio, se puso de puntillas para volver a besarlo.

Edmund correspondió a ese beso con mucha intensidad, mientras sus manos recorrían la delgada espalda de Natalia, por primera vez no tenía que cohibirse y sus caricias bajaron hasta las nalgas, las apretó e hizo que la pelvis de ella se pegara más a la de él.

Natalia con manos temblorosas empezó a subirle la camiseta a Edmund.

—Espera Natalia —dijo él—. No hagas eso.

—Lo siento —murmuró toda temblorosa y con una extraña agonía entre sus piernas—. Pensé que te gustaría.

—Me gusta, sí me gusta —confesó dejándole caer varios besos en los labios hinchados—. Pero no quiero que nos pasemos de la raya.

—Edmund, estoy preparada —dijo, deseaba entregarse a él, para asegurarse de que ninguna otra chica en la universidad lo enamorada. Odiaba que tuvieran que separarse, él se iba a otra ciudad y no se verían en semanas.

—Este no es el momento, no había pensado que fuera así... Quiero que sea especial, especial para ti, para ambos... No sé, tiene que ser otro lugar, en el que puedas sentirse más cómoda, adornarlo con las cosas que les gustan a las chicas, ¿quieres osos de peluche o rosas? —explicó dejando sus manos quietas, porque sabía que era el culpable de haberla excitado.

—Quiero que sea ahora, sin rosas, ni osos de peluches y en este lugar... Te vas mañana y está es mi oportunidad, quiero darte mi regalo de despedida, uno que no le he dado a nadie más.

—¿Estás segura Natalia? —preguntó con el pecho agitado, no podía negar que deseaba eso más que nada.

Natalia asintió con determinación, Edmund le tomó la mano y caminaron un poco más, agarró una lona impermeable, con la que suponía cubrían la piscina y la puso sobre el suelo.

Se arrodilló e invitó a que Natalia también lo hiciera, notaba temor en la mirada de ella, pero también había decisión, le cubrió las mejillas y volvió a besarla.

—¿Estás segura? —volvió a preguntar.

—Sí, quiero hacer el amor contigo.

—Vamos a hacer el amor, porque estoy enamorado, puedes estar segura de eso —se mordió ligeramente el labio y empezó a repartirle besos por el rostro, hasta que bajó al cuello.

—También te amo Edmund, quiero escaparme contigo... Quiero que me lleves lejos, ya no quiero estar más en mi casa, quiero estar contigo, ¿podrías ayudarme? —suplicó en medio de suspiros y gemidos bajitos, con los ojos cerrados, mientras él la estremecía con cada beso que le daba en el cuello.

Edmund dejó de besarla y la miró a los ojos.

—Juro que te ayudaré, en cuanto cumplas la mayoría de edad te llevaré conmigo, te pondré a salvo.

—Gracias —con manos temblorosas empezó a desabotonarse la blusa y Edmund fue mucho más rápido para quitarse la camiseta, dejando expuesto el perfecto torso, producto del arduo entrenamiento, del deporte que tanto le apasionaba.

Natalia estaba sonrojada y temblorosa, pero también totalmente excitada, le avergonzaba que Edmund cuando el quitara las bragas se percatara de que las estaba mojando.

Él la abrazó y volvió a besarla, mientras lo hacía le desabrochó el sostén, ella se sintió más vulnerable y se cubrió los pequeños senos, que aún estaban en proceso de desarrollo.

Edmund la instó a que lo abrazara y adhirió su pecho caliente al de ella, cubriéndola con su piel.

—¿Estás bien? —preguntó acariciándole los cabellos.

—Sí, solo tengo un poco de miedo... Es mi primera vez —confesó algo de lo que Edmund se había percatado desde que se besaron por primera vez.

—Lo sé, también voy a ser el último... ¿Sabes lo que quiere decir eso? —preguntó metiendo sus manos por debajo de la falda y empezó a bajarle las bragas, mientras su erección debajo de su jeans, dejaba en evidencia que estaba ansioso.

—Que no habrá otro —respondió tensándose un poco al sentir las manos de Edmund bajándole las bragas.

—Seré el único en tu vida, soy tu novio, seré tu esposo y el padre de tus hijos —poco a poco instó a que se acostara y terminó de quitarle las bragas.

Empezó a crear un camino de húmedos besos por el pecho, hasta que le besó tiernamente en varias oportunidades uno de los pezones, separó ligeramente sus labios y lo chupó con delicadeza, mientras se desabrochaba el jeans y sacó su erección.

Abandonó el pezón y volvió con su boca a la boca de Natalia, ella se tensó cuando él se ubicó entre sus piernas.

—Abre las piernas un poco más, te daré tiempo, solo vas a sentirlo un poco, todavía no voy a entrar —prometió.

Natalia que estaba ansiosa pero también abrió las piernas y la falda se le arremolinaba en la cintura, no pudo evitar asustarse un poco cuando sintió la erección caliente y suave, acariciar entre sus piernas, se aferró con fuerza a la espalda de Edmund y se armó de valor, elevó la pelvis para sentirlo más.

—¡Hijo de puta! ¡Natalia! —El grito de Levka los sorprendió, reventando la burbuja en la que se encontraban.

Edmund se levantó rápidamente al tiempo que se abrochaba el jeans, pero no le dio tiempo de hacerlo porque Levka se le fue encima; sin embargo, Edmundo lo empujo tan fuerte que lo mandó de culo al suelo y realmente no fue tan difícil porque estaba borracho.

Levka cambió de objetivo y se fue hacia Natalia que se cubría los senos con la blusa.

—Eres una zorra —la agarró por los cabellos, sacudiéndola con fuerza.

—Por favor Levka, por favor... Yo no quería —dijo llorando aterrorizada, mientras se sentía una muñeca de trapo en las manos de su hermano mayor.

—No querías... no querías —Levka volvió a irse sobre Edmund.

—Natalia por favor —dijo Edmund y en ese momento llegaban algunas personas, tal vez por los gritos de Levka.

—Enfermo maldito —Levka consiguió golpearlo en la cara.

Edmund estaba aturdido por lo que había dicho Natalia, lo estaba acusando de que la estaba obligando.

Natalia volvió a agarrar la blusa que debido a los tirones de pelo que Levka le había dado se le había caído y se cubrió.

—Ya déjalo, no pasó nada, no pasó nada —le sujetó la mano, pero su hermano llevado por la ira le dio un puñetazo que la sentó de culo en el suelo.

—No la lastimes —rugió Edmund molesto y volvieron a entrarse a golpes.

Inmediatamente intervinieron varias personas para que dejaran de pegarse, mientras que dos chicas auxiliaban a Natalia que le salía sangre de la boca, mientras escupía.

Tres chicos sostuvieron a Levka y dos más se llevaron a Edmund, después de tranquilizarlo un poco lo llevaron a su casa, él no quería irse, necesitaba rescatar a Natalia, no le importaba que tan solo tuviese diecisiete años, se escaparían juntos.

No quería que sus padres lo vieran llegar en esas condiciones por lo que entró a su casa tratando de ser lo más sigiloso posible, su móvil se había quedado en el cobertizo, por lo que usó el teléfono de su casa y le marcó a Natalia, pero le salía apagado, después de muchos intentos, se convenció de que no lograría comunicarse con ella.

Se fue al baño y se duchó para limpiarse la sangre, permitió que Levka le pegara para que no maltratara a Natalia.

Se puso el pijama y se fue a la cama, sabía que no conseguiría dormir, solo miraba su equipaje que ya estaba preparado, porque a primera hora debía irse a New Jersey y no estaba seguro si ese seguiría siendo el plan. Tenía suficiente dinero para irse a otro estado con Natalia, le informaría a sus padres.

Tan solo habían pasado un poco más de dos horas, ya era la una de la madrugada, cuando llamaron a la puerta de su casa.

Suponía que era Natalia, por lo que inmediatamente salió de su habitación, pero al mismo tiempo salía su padre de la habitación del frente.

—No sabía que habías llegado —dijo su padre, más dormido que despierto.

—Hace rato que llegué.

—Vuelve a la cama, yo voy a ver quién es, recuerda que tienes que descansar, en pocas horas debes viajar.

—No te preocupes papá, yo voy a ver.

—No, vuelve a la cama —exigió y caminó hacia las escaleras.

Edmund no le hizo caso a su padre y lo siguió, mientras seguían tocando a la puerta.

Cuando abrió dos oficiales de policía saludaron.

—Buenas noches —correspondió.

—¿Se encuentra Edmund Broderick? —preguntó uno de ellos, mientras el otro miraba a Edmund en lo alto de las escaleras.

Inevitablemente a Edmund se le instaló el corazón en la garganta, quería salir corriendo, pero no conseguía moverse, estaba paralizado.

—¿Para qué solicita a mi hijo? —preguntó totalmente sorprendido.

—Tiene que acompañarnos a la estación policial.

—¿Por qué? No ha hecho nada malo —se rehusó Regan Broderick.

—Su hijo ha sido acusado de abusar sexualmente a una menor de edad —dijo uno de los policías.

—Está equivocado, mi hijo es un buen muchacho.

—Por favor, no interfiera, permita que la ley actúe.

—No señor, está equivocado a mi hijo de lo lleva —quiso cerrar la puerta pero el policía no se lo permitió

—No nos obligue a usar la fuerza señor.

—Está equivocado, si quiere mañana vamos a la estación a solucionar este malentendido.

—Papá, tranquilo —habló Edmund, armándose de valor para afrontar la situación, aunque realmente le parecía que estaba en una pesadilla, pero suponía que Natalia aparecería para aclarar la situación—. Voy con el oficial.

—¿Qué pasó Edmund? —preguntó Regan entre molesto y sorprendido.

—Solo es un malentendido, no te preocupes —Trató de tranquilizar a su padre, aunque él estaba aterrorizado.

Uno de los policías se descolgó del arnés las esposas.

—¡Por Dios! Eso no es necesario, mi hijo no es ningún delincuente.

—Es el procedimiento señor —comunicó uno de los oficiales.

Esposaron a Edmund y lo subieron a la patrulla policial.

—Yo voy con ustedes —Regan caminó rápidamente a donde estaban las llaves del auto y en pijama lo abordó, dejando dormida a Audra.

La patrulla se puso en marcha y Edmund ni siquiera podía hablar, solo miraba por el vidrio a su padre que lo escoltaba.

—No abusé de ella, es mi novia... señor policía, Natalia es mi novia —dijo captando la atención del hombre.

—Es mejor que no hables, que puede ser usado en tu contra.

—Le estoy diciendo la verdad, Natalia es mi novia... Solo que lo teníamos en secreto porque su familia es muy estricta, su padre y hermano le pegan, la maltratan.

—Es menor de edad, debiste pensar en eso antes.

—Dentro de poco cumplirá los dieciocho.

—¿Dieciocho? No, la señorita Mirgaeva tiene quince recién cumplidos.

—¡No! Ella me dijo que tenía diecisiete

 —Es mejor que te calles y esperes llegar a la estación.

Edmund comprendió que era mejor guardar silencio, mientras un nudo de lágrimas se le formaba en la garganta, no podía entender por qué Natalia le había mentido sobre su edad eso complicaba todo. Estaba perdido, parecía que había llegado a un callejón sin salida.

Solo esperaba que encontraran la forma de aceptar que se amaban y respetaran eso, que no le dieran importancia a la diferencia de edad, sino a los sentimientos.

Ese fue el inicio de su destrucción, Natalia nunca apareció, nunca dio la cara para defenderlo, su abogado le dijo que el estado la protegía y la asilaron del caso.

El único que estaba en todas las audiencias era el padre de Natalia, algunas veces vio a Levka, que no desaprovechó la oportunidad para burlarse y recordarle que se había jodido la vida.

Todos los que creía sus amigos, fueron testigos y con cada testimonio solo lo hundieron aún más.

Su padre no dejó de luchar en ningún momento, hasta se entró a golpes con el padre de Natalia y lo expulsaron de una de las audiencias.

Lo único que supo de Natalia, era que le había confesado al psicólogo que la trató, que él le había dado de beber y después la llevó al cobertizo, donde la obligó, que sí, eran novios, pero ella no estaba preparada.

Pasó diez años analizando lo que había pasado esa noche, y solo llegaba a la conclusión de que Natalia nunca lo había querido; no había sido más que el anzuelo que Levka usó para joderlo, y lo hizo con la ayuda de su padre.

Cómo no odiarla, cómo no querer hacerle daño, si en complicidad de su hermano, no solo le robaron la posibilidad de un futuro brillante como un jugador estrella, sino que también le robaron los sentimientos, convirtiéndole el corazón en una piedra.

Nunca más se había enamorado y juró nunca más hacerlo, no quería que volvieran a traicionarlo y la traición puede presentarse de muchas maneras, por lo que no iba a arriesgarse.


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