CAPÍTULO 23
Natalia despertó y se removió en la cama, le llevó varios segundos percatarse de que no estaba en su habitación, con esa certeza y el dolor en todo su cuerpo, recordó todo lo que había pasado apenas unas horas. No pudo controlar que una tonta sonrisa aflorara en sus labios, mientras recorría con su mirada el lugar.
Al parecer estaba sola; sin embargo, haló una sábana y se cubrió, sentía que cada musculo de su cuerpo le dolía, nunca antes se había sentido tan cansada, pero al mismo tiempo satisfecha. Realmente sentía como si un gran peso se hubiese esfumado y estaba tan liviana.
Salió de la cama y vio por el suelo de la habitación, varias prendas regadas, inevitablemente sus ojos se posaron sobre el reloj que estaba sobre la mesita de noche.
—¡Oh por Dios! —Estalló en un estado de alerta total, mientras seguía sujetando la sábana con la que cubría su cuerpo extasiado del más delicioso placer—. Es tardísimo, la reunión, seguro que Erich ya se marchó... Debió despertarme —corrió hasta donde estaba la gabardina, dejó caer la sábana y se puso la prenda, agarró sus zapatos y salió de la habitación.
Corrió hasta el ascensor, gracias al cielo estaba vacío y mientras descendía a su piso, aprovechó para ponerse los zapatos y acomodarse un poco el cabello; indudablemente lucía radiante de plenitud, pero no podía obviar las ojeras, productos del desvelo.
Estaba a tiempo para la reunión, solo debía darse prisa, por lo que apenas se abrieron las puertas del ascensor en su piso, salió y caminó con rapidez, agradecía que el pasillo estuviese alfombrado, porque si no el taconeo de sus zapatos despertaría a todos los huéspedes de ese piso.
Estaba a punto de llegar a su habitación, cuando una de las puertas se abrió y vio a salir al abogado de confianza de su jefe. No pudo evitar sonrojarse ante el fortuito encuentro.
—Buenos días señorita Mirgaeva —le saludó con un tono casual e intentó disimular su sorpresiva mirada.
—Buenos días abogado —correspondió sin atreverse a mirarlo a la cara y sin detenerse en su andar.
Llegó hasta su habitación y buscó en el bolsillo de la gabardina la llave, al encontrarla pasó la tarjeta por el censor, y podía jurar que Walter, aunque siguió con su camino, había adivinado de dónde venía; no podía evitar angustiarse ante lo que pudiera pensar el hombre.
No obstante, no debía perder el tiempo en devanarse los sesos con suposiciones cuando tenía que presentarse a una reunión, por lo que se quitó los zapatos negros y corrió al baño.
Se duchó rápidamente, se secó el cabello a medias, se puso un conjunto de falda lápiz y una camisa de seda y se maquilló lo más sencilla posible; sin embargo, se esforzó por esconder las ojeras.
Se moría por llamar a su familia, saber cómo había amanecido su madre, pero verdaderamente debía darse prisa.
Agarraba su cartera y la carpeta que estaba sobre el escritorio cuando el teléfono de la habitación sonó, por lo que corrió a contestarlo.
—Hola.
—Buenos días señorita Mirgaeva —habló al otro lado la voz de una mujer, con un tono realmente amable—. Su equipo de trabajo espera por usted en recepción.
—Gracias por avisar, comuníquele por favor que ya bajo.
—Enseguida señorita.
Natalia colgó y corrió a la salida, subió al ascensor y miró su reloj de pulsera, faltaban quince minutos para las diez de la mañana. Suspiró para aliviar un poco la angustia que le provocaba estar demorada y no pudo evitar pensar, cómo podría mirar a su jefe a la cara, tan solo de pensarlo se ponía nerviosa y sentía que una inexplicable emoción fijaba morada en su estómago.
—Me recuerda tanto a Edmund, ya no tengo dudas... Es demasiado parecido —murmuró sintiendo que el corazón se le instalaba en la garganta—. Sé que no puedo, pero necesito asegurarme de que mi jefe y Edmund no son la misma persona, es absurdo... ni siquiera llevan el mismo nombre, Edmund debe seguir en prisión, aún le quedan más de dos años para cumplir la condena, imposible que sea mi jefe... Erich, cómo se explica el imperio inmobiliario del que es dueño... Worsley Homes es relativamente nueva... —Las conclusiones que estaba sacando, se vieron interrumpidas en el momento en que las puertas del ascensor se abrieron en el vestíbulo.
—Buenos días señorita Mirgaeva —saludaron los hombres que conformaban su equipo de trabajo, excepto su jefe que no estaba presente.
—Buenos días, disculpen la demora —lo saludó a cada uno con un apretón de manos, mientras buscaba disimuladamente con la mirada a Erich Worsley, pero fue en vano. Suponía que había salido primero.
Caminaron a la salida donde los esperaban las camionetas que los trasladarían hasta donde se llevaría a cabo la importante reunión.
Natalia se llevó una gran sorpresa cuando llegaron a un rascacielos de cristales negros que estaba en la Avenida Balboa, que fungía como oficina de venta de propiedades en la ciudad. En el piso cincuenta estaba la sala de reuniones con una hermosa vista la océano y desde ahí también se podía apreciar el emblemático Canal de Panamá, una de las mayores obras arquitectónica reconocida mundialmente y un icono importantísimo para la economía.
Le extrañó mucho no ver a su jefe, suponía que debía estar ahí, porque era el encargado de liderar la reunión, tal vez, en cualquier momento aparecía y ella solo estaba demasiado ansiosa por verlo, después de lo que había vivido con él durante la mañana.
Sentía que las mejillas se le calentaban con tan solo pensar en toda esa locura desmedida que vivió, Erich era el amante perfecto y ni siquiera podía ponerlo en duda.
Nunca antes había tenido un encuentro sexual tan intenso, tan apasionado y tan duradero, con Mitchell nunca tuvo más de dos en una noche, y su jefe se había destacado en cuatro oportunidades tan solo en una madrugada. Le costaba admitirlo, pero debía tragarse todas las palabras hirientes que le escupió con respecto a su rendimiento sexual y porqué se relacionaba exclusivamente con putas.
Walter la sacó de sus candentes e inapropiados pensamientos, que la invadía en plena reunión, cuando se levantó y se disculpó en nombre de Erich Worsley que no podría estar presente en la reunión porque se le había presentado algo de suma importancia que debía atender, pero había coordinado todo para que pudiese llevarse a cabo lo que se tenía previsto.
A Natalia no le quedó más que resignarse a la ausencia de su jefe y concentrarse en su trabajo.
Escuchó atentamente a todos los exponentes, sin duda alguna, el proyecto multimillonario en el que estaban trabajando era una gran apuesta por parte de Worsley Homes, pero estaba segura de que su jefe obtendría la rentabilidad esperada.
Casi al finalizar la reunión, el abogado se percató de que hacía falta una firma de Erick Worsley para poder finiquitar todo el proceso. Después de un par de llamadas, acordaron en que aún estaban a tiempo para la firma y que podía entregar el documento a más tardar a las cuatro de la tarde.
—Disculpen —intervino el abogado poniéndose de pie con carpeta en mano—. Señorita Mirgaeva, acompáñeme por favor —pidió.
Natalia asintió y se levantó, siguió al abogado que caminó hasta una esquina de la gran sala de reuniones.
—Necesito de su ayuda —dijo en voz baja mirándola a los ojos.
—Usted dirá —imitó el tono de voz del abogado.
—Necesito que le lleve el documento a Worsley, para que lo firme y lo traiga de vuelta ¿cree que pueda hacerlo?
—Sí, no tengo ningún inconveniente.
—Bien, uno de los choferes la llevará de regreso al hotel y en helipuerto la estará esperando un helicóptero que la llevará con Worsley, ya él sabe que tiene que firmar —Le entregó la carpeta.
—Recuerde que debe estar de vuelta antes de las cuatro de la tarde.
—Sí —asintió para reafirmar—. No creo que demorar tanto, aunque todo depende de qué tan lejos se encuentre el señor Worsley.
—Supongo que no está muy lejos. Gracias señorita Mirgaeva.
—No tiene que agradecer, es parte de mi trabajo —confesó y regresó junto al abogado a la mesa, donde estaba su cartera.
—Podemos seguir con la reunión, la señorita Mirgaeva va a buscar la firma —comunicó Walter.
Natalia salió de la sala de reuniones e inevitablemente el corazón le latía emocionado de saber que se iba a encontrar con Erich. En el estacionamiento la esperaba la camioneta que la llevaría al hotel.
Aprovechó el traslado y que se encontraba sola para llamar a su hermano, necesitaba desesperadamente saber de su madre, se sintió mucho más aliviada al saber que se encontraba estable, mientras observaba los rascacielos que franqueaban toda la Avenida Balboa y que le hacían recordar un poco a Manhattan.
Al llegar al hotel, subió a la azotea donde estaba un helicóptero gris, esperando por ella. Seguramente le habían avisado que de su llegada y solo era cuestión de segundos para el despegue.
—Buenos días señorita Mirgaeva —saludó el copiloto, que evidentemente, ya tenía órdenes de llevarla hasta donde estaba Erich.
—Buenos días.
—Sígame por favor —pidió al tiempo que caminaba y la corbata era furiosamente agitada por el viento que provocaban las hélices.
Natalia caminó, tratando de sujetarse un poco el cabello para que no terminara hecho un desastre con tanto viento, mientras el corazón le martillaba contra el pecho, expectante porque estaba a muy poco de encontrarse con el hombre con el que había tenido sexo durante la madrugada.
Subió al helicóptero y el copiloto cerró la puerta.
—Bienvenida a bordo, señorita Mirgaeva —saludó el piloto, mientras que el copiloto bordeaba el helicóptero.
—Gracias —se ajustó el cinturón de seguridad, al tiempo que el copiloto subía.
El piloto le informó del tiempo estipulado de vuelto mientras despegaban.
En cuestión de minutos sobrevolaban el enigmático y hermoso Mar Caribe, que con sus aguas color turquesa, captaba totalmente la atención de Natalia.
Desde la altitud pudo ver un gran yate que estaba anclado en medio del Mar, cerca del Archipiélago Bocas del Toro, observó el hermoso conjunto de islas e islotes. Estuvo segura que el destino de aterrizaje era el helipuerto del lujoso yate.
Supuso que Erich se encontraba en la embarcación negociando alguna otra propiedad en Panamá, pero vaya lugar para reunirse.
Apenas el helicóptero aterrizó y el copiloto le abrió la puerta, sus oídos fueron inundados por música electrónica, la que verdaderamente estaba demasiado alta para su gusto.
Su teoría de que estaba en ese lugar por negocios se fue al diablo, al escuchar la mezcla, F.E.A.R de Henry Fong; sin duda alguna, eso era una fiesta.
Inevitablemente la molestia la invadió, porque suponía que Erich había faltado a la reunión, por algo más importante que una maldita fiesta.
El copiloto la ayudó a bajar del helicóptero; ella llevaba consigo su cartera y la carpeta.
—Sígame por favor —pidió el hombre moreno de ojos verdes, que rondaba los cuarenta años.
Natalia lo siguió como se lo había pedido, bajaron unas escaleras y el sonido de la música cada vez era más fuerte.
Caminaron por el piso de madera de la cubierta y en poco tiempo vio a Erich acostado en una tumbona, solo con una bermuda playera negra y unos lentes oscuros, acompañado por dos mujeres en toples, sentadas a su lado, mientras que tres más estaban jugando en la piscina.
No tenía que ser adivina para saber que eran prostitutas, eso definitivamente había sido un golpe bajo para ella.
Él al ser consciente de su presencia le dijo algo en el oído a una de las mujeres que estaban a su lado. La despampanante morena que llevaba solo la parte de abajo del bikini, en color rojo, se levantó e inevitablemente la mirada de Erich y del copiloto se fijaron en el tremendo culo, del que era poseedora, la mujer de cabello negro que casi le llegaba a la cintura, como si no fuera suficiente las tetas al aire.
La autoestima de Natalia fue a dar al suelo, estrellándose precipitadamente al ver los cuerpos de las mujeres que acompañaban al hombre con el que había tenido sexo durante la madrugada.
Sentía que un nudo de lágrimas y molestia se le formaba en la garganta, tenía tantas de llorar como de golpearlo, pero se obligó a mantener la entereza. Si ella hubiese sabido que Walter la enviaba para presenciar eso, lo habría mandado a la mierda, pero estúpida e ilusionada se ofreció rápidamente.
La música cesó y entonces las risas chillonas de las mujeres que jugaban en la piscina, aumentaron su molestia hasta convertirla a ira, pero respiró profundo para serenarse y no mostrarse afectada por la situación.
—Gracias por venir, señorita Mirgaeva —dijo Erich levantándose de la tumbona y caminó hasta ella.
Natalia fijó la mirada en el perfecto torso moreno marcado y en ese poderoso pecho, que tantas veces había besado y saboreado tan solo hacía unas horas.
—Solo hago mi trabajo, señor Worsley —alegó con aspereza, teniéndole la carpeta y el bolígrafo, solo quería que firmara rápido el maldito documento para largarse cuanto antes.
Edmund recibió la carpeta y el bolígrafo, abrió el documento, se apresuró a firmar y devolvérselo.
—Bien, espero que siga divirtiéndose, señor Worsley —asintió, mientras contenía las estúpidas ganas de llorar que la estaban torturando, solo ella pensó en el cuento de hadas del jefe millonario con la empleada, cuando ella no significó más que un simple encuentro sexual.
—Si quiere unirse a la fiesta, podemos enviar el documento con el piloto —propuso como si con esas palabras no la hiriera.
—Mi propósito en este país es por trabajo, no por placer, señor Worsley.
Edmund se acercó un poco más a ella.
—Los dos sabemos que eso no es totalmente cierto, señorita Mirgaeva —le dijo al oído y volvió a alejarse.
Natalia tembló de ira, pero no se lo demostraría y le mantuvo la mirada.
—Tiene razón, señor Worsley, pero en cuanto al placer soy un muy egoísta, no me gusta compartir; así que puede seguir divirtiéndose. —se abrazó a la carpeta y se volvió—. Es hora de regresar —le dijo al piloto que estaba a pocos pasos de distancia.
Caminó con rapidez y entereza, porque lo único que deseaba era largarse de ese lugar, mientras se juraba que nunca más volvería a caer en el maldito juego de seducción de Erich Worsley.
—Lo mejor de este lugar es la vista —dijo April frente a las puertas de cristal que se abrieron ante su cercanía, dándole paso a la inmensa terraza con media pared de cristal del Pent House que estaba ofreciendo—. Es impresionante... ¿Qué le parece? —preguntó sonriente y mostrándose enérgica.
—Es atrayente —dijo el hombre vestido de traje que se paraba a su lado, con las manos en los bolsillos del pantalón.
—Solo eso tiene que decir, ¡es asombrosa! Diera lo que fuera por tener una vista así —señaló hacia el magnífico paisaje del Océano Atlántico—. Desde aquí casi puede ver Cuba.
Ante el último comentario tan exagerado de la hermosa agente de ventas, el hombre de ojos avellanas sonrió.
—Casi puedo ver Varadero —bromeó volviéndose para mirar a los ojos azules de la chica—. Me gusta este lugar —suspiró sintiéndose relajado.
—Es perfecto para usted, cuando haga mucho frío en Nueva York, tiene un lugar perfecto en el cual encontrar calidez —trataba de convencer al elegante hombre que no llegaba a los cuarenta años de misteriosos ojos tanto en forma como en color.
Realmente eran fascinantes, porque eran algo achinados y con un color marrón con betas amarillas que se notaban mucho más por la claridad. Además, de esa elegancia que caracterizaba a los neoyorquinos.
—¿Te parece si tomo la decisión mientras almorzamos? —propuso mirando su Rolex de oro blanco.
—Aún quedan dos apartamentos más por visitar.
—Creo que entre los tres que hemos visitado puedo elegir.
—Bien, pero si pregunta mi opinión, este es mi favorito... Algún día tendré un lugar como este —caminó de regresó a la cocina, donde había dejado sobre la isla de mármol su cartera.
En ese momento escuchó el repique de su teléfono.
—Disculpe, ¿puedo contestar? —preguntó agarrando su cartera. No quería que el cliente pensara que no le daba importancia.
—Sí claro —la invitó a que contestara, sacándose una de las manos de los bolsillos del pantalón.
April buscó en su cartera su teléfono y vio que la llamada entrante era de Carla, la chica que cuidaba de Santiago.
—Hola Carla —saludó.
—April, sé que estás trabajando, pero es necesario que vengas...
—¿Qué pasó? ¿Le pasó algo a Santi? —preguntó, inevitablemente se llenaba de nervios.
—Ha vomitado.
—¿Cuántas veces?
—Tres veces.
—¡Tres veces! ¿Por qué no me avisaste antes?
—Te he estado llamando. —Carla se escuchaba nerviosa—. Pero no contestabas.
—Ya voy para allá, enseguida voy... Cuida de Santiago, en unos minutos llego.
—Está bien, ten cuidado.
April finalizó la llamada, sin poder evitar sentir que el corazón estaba a punto de reventársele y la angustia se la devoraba.
—Disculpe señor, lo lamento mucho... No podré aceptar su almuerzo, lo siento —se disculpaba recogiendo con manos temblorosas sus cosas—. Es mi hijo —no pudo más y las lágrimas se le derramaron e intentó limpiárselas con rapidez.
—Está bien, no te preocupes, pero cálmate un poco... Déjame llevarte.
—No, de ninguna manera, no tiene que molestarse.
—No es ninguna molestia, se te ha presentado una emergencia y no puedes andar en taxi.
—Estoy acostumbrada, llevo algunas semanas sin auto... Seguramente tiene cosas importantes que hacer.
—No, realmente no tengo nada importante que hacer, déjame llevarte.
—Lo siento, siento ponerlo en esta situación —dijo encaminándose con rapidez a la salida y él la siguió.
Bajaron rápidamente al estacionamiento, donde estaba estacionado el deportivo negro, en el que habían llegado al rascacielos, que el importante empresario bursátil deseaba comprar.
April le dio la dirección de su departamento y el hombre conducía con gran destreza, mientras ella llamaba a Aidan, pero tenía el maldito teléfono apagado. Suponía que debía estar ocupado.
Volvió a llamar a Carla y la chica solo la angustió más al decirle que Santiago había vuelto a vomitar. Al colgar, se llevó las manos al rostro y se echó a llorar.
—Trate de calmarse —dijo el hombre apretándole el hombro para reconfortarla, pero April no encontraba consuelo.
Asintió tratando de encontrar fortaleza mientras sorbía las lágrimas, volvió agarrar su teléfono, sin saber exactamente a quién recurrir, pensó que tal vez era momento de pedirle ayuda a Edmund, porque sentía que ya no podía con eso ella sola. Entró al Instagram, dónde aún estaba la solicitud de seguimiento que él le había enviado y que no había querido aceptar, porque a pesar de todo, sentía que ya nada tenía que hacer en la vida de Edmund, si él se había decidido por Natalia.
Al fin no aceptó la solicitud, pero buscó en el directorio del teléfono el número que él una vez le había dado y que muchas veces estuvo a punto de llamar, pero no había encontrado la fortaleza para hacerlo.
Lo llamó la esperanza se le hizo polvo en el momento en que la llamada fue directo al buzón de voz, no tuvo el valor para dejar ningún mensaje, solo sollozó ante la impotencia y finalizó la llamada.
Por fin llegaron al edificio y ella bajó rápidamente.
—Gracias, muchas gracias... Siento que haya tenido que ser partícipe de todo esto.
—Ya le dije que no es molestia —También bajó del deportivo y la siguió—. Supongo que necesita llevar al niño al hospital, me ofrezco a llevarlos.
—Qué pena... No señor Kingsley, ya ha hecho mucho.
—Me he dado cuenta que no has conseguido quien te preste ayuda, deja que yo lo haga.
April sabía que de nada le valía el orgullo en ese momento, si ese hombre le estaba ofreciendo su ayuda, no le quedaba más que aceptarla.
—Gracias, gracias —corrió a la entrada del edificio y él la siguió.
April entró al ascensor y subió al tercer piso donde estaba su pequeño departamento. Tocó a la puerta y casi de manera inmediata Carla abría, una chica afroamericana con un hermoso y brillante afro, en su rostro juvenil se notaba la preocupación, mientras cargaba a Santiago que se mostraba desganado y lloroso.
Dustin al ver el lugar, comprendía porque la señorita Rickman anhelaba un lugar mucho mejor, y verdaderamente que se lo merecía.
April cargó al niño que al verla se le lanzó a los brazos.
—Mi vida, todo está bien, aquí está mami —empezó a besarle la mejilla sin poder dejar de llorar.
—Aquí te preparé algunas cosas. —Carla le dio un bolso y una manta.
April se colgó el bolso del hombro y cubrió al niño con la manta.
—¿Qué le diste de comer? —preguntó acariciando la espalda de su pequeño.
—Lo que me dejaste, su alimento —respondió la chica—. No le di nada más.
—Gracias, necesito saberlo. Por favor, deja encendida la luz del pasillo.
—Ve tranquila, yo me quedo un rato más... Estaré esperando que me avises como sigue.
April asintió y caminó con el niño.
Dustin le quitó el bolso para ayudarla, subieron al auto y April le pidió que fueran al hospital público, pero él no quiso llevarlo a esperar para que el niño fuera atendido, por lo que lo llevó a una clínica, donde le dijo a April que no se preocupara, que él correría con los gastos.
Después de dos horas, decidieron que el niño debía quedarse hospitalizado; ella jamás lo dejaría solo, por lo que se quedó con Santiago. Dustin se marchó y regresó a la hora con comida para la chica, porque ella no había probado bocado.
April no sabía cómo agradecer la amabilidad del señor Kingsley, estaba realmente apenada por todo lo que estaba haciendo por ella y por Santiago.
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