CAPÍTULO 21
La primera reunión se realizó con total éxito, las expectativas de Edmund fueron totalmente alcanzadas, y para celebrarlo, invitó al equipo de trabajo a un almuerzo.
No conocer la ciudad le limitaba mucho en la toma de decisiones, por lo que le pidió a uno de los choferes que los llevara a algún restaurante cercano que se adaptara a los gustos de todos.
El hombre moreno de baja estatura y semblante serio que lo acentuaba el bigote, le dio varias opciones, explicándole el tipo de comida que servían en cada lugar y que no se necesitaba de previa reserva.
Edmund era más arriesgado en probar la gastronomía de cada lugar que visitaba, él se hubiese decidido por uno de comida tradicional, ubicado en el casco historio de la ciudad, sin importarle que fuese el que estaba más alejado del lugar donde se encontraban, pero no podía esperar lo mismo de las personas que lo acompañaban, por lo que al fin pidió que los llevarán a uno que combinaba comida latina y mediterránea.
Al llegar al restaurante, los ubicaron en una mesa al fondo del local, que los maravillaba con una decoración rustica y elegante, donde dominaba en color por la tapicería de las sillas y los manteles; además del marrón de los muebles y las paredes de piedra con grandes ventanales que le regalaban una prodigiosa vista hacia el Pacífico.
Antes de que los atendieran, Edmund pidió permiso para ir al baño, donde revisó el teléfono para ver si contaba con la suerte de que April hubiese respondido a su solicitud en la red social y que por respeto a su equipo de trabajo, se abstuvo de hacerlo delante de ellos.
Resopló molesto al darse cuenta de que aún no habían atendido a su solicitud, y se animaba a pensar que April no era una mujer dependiente de ninguna red social; ya llegaría el momento en que lo aceptara.
Sabía que no debía demorarse y antes de llegar a la mesa se acercó a uno de los mesoneros y se dirigió a él en español.
—Disculpe, ¿tienen algún tipo de comida vegana? —preguntó.
—Sí señor, ¿desea la carta? Tenemos una especial de comida vegana.
—No es para mí, es para la señorita en la mesa que está al final del salón.
—Enseguida se la llevo —dijo el chico que estaba seguro no era panameño por el acento.
—Gracias —asintió demostrando estar agradecido y caminó de regreso a la mesa.
Al llegar todo estaban con carta en mano, mientras disfrutaban de una copa de vino.
—Estamos esperando por ti —comentó Walter observando como su amigo se sentaba a su lado—. Para pedir la comida.
—No era necesario —dijo agarrando la carta y el mesonero que la los atendía le ofreció vino—. Sí, por favor —concedió sin desviar la mirada de la carta, paseando su mirada por el variado menú ofrecía; sin embargo, la tentación por mirar a Natalia sentada frente a él le ganó y la miró por encima de la carta.
Ella no podía ocultar su semblante indeciso, al parecer nada de lo que ofrecían en la carta le agradaba, y en ese momento llegó el mesonero con el que él había hablado.
—Disculpe señorita, aquí tiene la carta de comida vegana —le ofreció.
Natalia la recibió mostrándose totalmente sorprendida y no pudo evitar mirar a su jefe.
—Supongo que es más de su agrado —comentó Edmund.
Natalia asintió, sin poder evitar que sonriera tontamente, por el gesto tan amable de Erich Worsley.
—Gracias —dijo al fin—. Definitivamente conoce mis gustos señor Worsley —confesó algo sonrojada y con el corazón latiéndole más de prisa.
Edmund descubría que Natalia seguía siendo fácil de impresionar y eso hacía las cosas mucho más simples.
—Suelo ser muy atento con ciertas cosas —respondió y volvió su mirada a la carta.
Natalia intentó concentrarse en el menú de la nueva carta, pero realmente estaba muy emocionada, muy pocas veces en su vida la habían tomado en cuenta, por lo menos, en su casa nunca había tenido ese tipo de atención por parte de los hombres de su familia y Mitchell, ni siquiera cuando tenían sexo se mostraba atento a sus necesidades, mucho menos estaría dispuesto a complacerla con la comida.
El almuerzo llegó, conversaban del negocio que los había llevado a esa ciudad; Sin embargo, Edmund no volvió a dirigirle la palabra directamente a Natalia, pero sí intercambiaron miradas en varias oportunidades.
De regreso al hotel, cada quien se fue a su habitación, necesitaban descansar un poco porque el vuelo había salido muy temprano.
Natalia aprovechó para llamar a su hermano y preguntarle cómo seguía su madre.
Él estaba haciéndole compañía, por lo que se la comunicó, inevitablemente se le partía el corazón a Natalia al escucharla tan débil, aun así, ella se esforzaba por hacerle creer que estaba bien. A Natalia no le quedaba más que sacar fuerzas de dónde no las tenía para parecer normal.
Edmund apenas entró en su habitación se quitó casi todas las prendas, quedándose solo con el pantalón y se lanzó a la cama, con la firme convicción de dormir un poco, pero antes de que el sueño lo venciera revisó una vez más el maldito Instagram, esperanzando en tener una respuesta positiva, pero como nada había cambiado desde la última vez que lo había revisado, decidió apagar el teléfono.
Estaba molesto con April, molesto con él mismo, porque consideraba que no se estaba esforzando lo suficiente por obtener noticias de ella, pero suponía que no todo quedaba de su parte, que April también debía mostrar un poco de interés.
******
April sonreía divertida al escuchar las carcajadas de Santiago. Se apresuró a buscar la compota en la nevera y regresó con el niño, que jugaba con Chocolate, el Yorkshire Terrier.
—Santi, suéltale la cola... —Se acuclilló frente al niño y lo cargó, se lo llevó al sofá donde se sentó.
Agarró una toalla húmeda con la que le limpió las manos y la cara, mientras Santiago seguía atento a Chocolate, y quería bajar de sus piernas para seguir jugando con el perro.
—Primero debes comer.
—No... no quiero —balbuceó.
—Sí, ven... Es tu preferida, de manzana. —Trataba de mantener al niño de casi dos años sobre sus piernas, mientras destapaba la compota.
Apenas la probó se calmó un poco, porque realmente le gustaba la compota de manzana, pero no desviaba su atención de Chocolate, que también buscaba al niño.
—¿Te gusta? —preguntó limpiándole un poco las comisuras, que estaban llenas de compota.
Santiago con sus impactantes ojos grises y sus tupidas pestañas asintió con energía.
April sonrió enternecida y le dio un beso en la regordeta y suave mejilla.
Después de terminar con la compota, lo bañó y se acostó con él, a la espera de que se durmiera, para ella poder continuar con sus obligaciones.
Le palmeaba suavemente el trasero y le tarareaba una canción, que repetía una y otra vez, con toda la paciencia del mundo.
Cuando por fin se aseguró de que Santiago estaba rendido, regresó a la sala, donde Chocolate, también se había quedado dormido en el sofá, se debatió entre revisar su teléfono un rato u organizar un poco el desastre que era su apartamento.
Sabía que no podía perder el tiempo y decidió hacer algo más productivo que tontear con el móvil, pero justo antes de soltarlo la pantalla se iluminó con una llamada entrante de su madre.
Cogió el manos libres, atendió la llamada y se guardó el teléfono en el bolsillo del short de jeans, mientras se dispuso a recoger los juguetes que estaban regados en la alfombra.
—Hola mamá —saludó feliz de escuchar a su madre.
—Hola mi vida, ¿cómo estás? —preguntó con ese tono de voz amoroso que siempre usaba con ella.
—Bien, hace poco llegue del trabajo y aproveché que Santiago se acaba de dormir para organizar un poco el apartamento.
—¿Y cómo está él?
—Está hermoso, pero cada vez más inquieto —organizó los cojines del sofá, evitando despertar a Chocolate y se fue a la cocina para lavar los platos.
—Es que está creciendo se va volviendo más curioso e independiente —dijo sonriente—. Recuerdo que tú también eras muy inquieta, ni siquiera tu padre podía llevarte el trote —recordó con tristeza, añorando esos momentos que habían sido los más felices de su vida.
April sonrió, ella también extrañaba mucho a su padre, algunas veces imaginaba como luciría, si tendría más canas o si habría aumentado algunos kilos, también imaginaba a su hermanito, posiblemente ya estaría en la etapa de pubertad y se lo imaginaba con una apenas perceptible sombra oscura de bigotes. Tal vez, más alto que ella y tan delgado como su padre.
Siguió conversando con su madre, que en ese momento le hacía compañía mientras limpiaba su apartamento.
Casi al terminar los quehaceres el teléfono se le descargó; sin embargo, le dio tiempo para despedirse de su madre, aún le faltaba organizar la ropa en el closet, pero eso lo haría otro día, de momento se iba a duchar e irse a la cama, porque estaba totalmente agotada.
******
Edmund despertó y miró el reloj sobre la mesita al lado de la cama, apenas eran las ocho de la noche y estaba seguro de que no volvería a dormir y todavía era muy temprano para cenar, estaba acostumbrado a hacerlo pasada las diez de la noche.
Se fue al baño, se duchó y se vistió para ir un rato a la piscina, ya después, saldría a cenar.
Subió al último piso del hotel, donde se encontraba la piscina y sorprendiéndose al encontrarse a Natalia nadando al otro extremo, con un diminuto bikini rojo.
Se quitó la camiseta, dejándola sobre una tumbona y solo con el short en color azul cielo, se lanzó a la piscina, antes de que ella pudiera percatarse de su presencia en el lugar.
Natalia se sorprendió cuando sintió unas fuertes manos tomarla por la cintura y sacarla a flote, pero mayor fue su sorpresa al mirar por encima de su hombro y encontrarse con el rostro moreno y los intimidantes ojos grises de sus jefe. De manera inmediata el corazón se le subió con frenéticos latidos a la garganta.
—No esperaba encontrármela en este lugar señorita Mirgaeva —dijo pegando el delgado cuerpo de Natalia contra el de él, sobre todo, que el trasero de ella se acoplara a su pelvis, para que sintiera los poco más de veinte centímetros, con lo que iba demostrarle que podría satisfacer a una mujer sin necesidad de pagarle ni un dólar.
—Solo estaba un poco acalorada —dijo liberándose de las manos de él de su cintura y se alejó lo suficiente para mantenerse a salvo; sin embargo, no estaba segura si realmente deseaba salvarse.
—Entonces nuestros cuerpos están ardiendo —También puso distancia—. Esperemos que el baño nos ayude un poco.
—Espero que le ayude a usted, porque ya me he refrescado —Se acercó al borde de la piscina y salió.
Edmund no pudo evitar que sus pupilas se clavaran en el culo de Natalia, tan solo adornado por un diminuto hilo que se perdía entre las nalgas.
Edmund también salió de la piscina, mientras ella agarraba una toalla de las tumbonas y se cubría.
—Señorita Mirgaeva —la llamó captando su atención.
Natalia se volvió para atender al llamado de su jefe, encontrándoselo totalmente mojado, con toda su intimidante estatura al borde de la piscina, pero en el momento en que su mirada se escapó ligeramente al short pegado al cuerpo musculoso color canela, tuvo la maldita certeza de que lo que había sentido en su culo, no lo había imaginado, ni mucho menos había sido producto de la sorpresa. Que su jefe, con traje se veía delirante, pero desnudo debía ser el sueño erótico de cualquier mujer.
—En una hora la espero en el vestíbulo para ir a cenar.
—Ya cené señor Worsley —comunicó.
—Igualmente la esperaré en una hora en el vestíbulo, el equipo de trabajo necesita de su presencia.
—No es mi obligación asistir a ninguna cena —dijo sintiendo que las palabras se le enredaban en la garganta.
—Tiene razón, no voy a obligarla, si no desea ir, no lo haga —expresó y antes de que ella pudiera darla alguna respuesta se lanzó de nuevo a la piscina.
Natalia se fue a su habitación sintiendo que casi no podía caminar, porque las piernas le temblaban como nunca e intentaba borrar de su memoria, la imagen de su jefe mojado, vistiendo solo un short.
Edmund estuvo en la piscina, por lo menos, quince minutos más, después regresó a su habitación y desde ahí llamó a cada una de las personas que lo habían acompañado a Panamá, excepto a Natalia, a la que ya le había comunicado lo de la cena.
Vistió un jeans y un una camisa blanca que se arremangó hasta los codos, porque esperaba a ir un lugar a relajarse y pasarlo bien. Se peinó el cabello hacia atrás, se perfumó y salió al vestíbulo.
Ya todos estaban esperando, menos Natalia a la que decidió esperar por exactamente dos minutos, pero había cumplido su palabra de que no saldría esa noche, por lo que decidió marcharse.
Justo en el momento en que subió a la camioneta que esperaba por ellos frente al hotel, escuchó la voz de Natalia.
—Espere —dijo con la voz agitada al tiempo que abría la puerta—. Disculpe, se me hizo un poco tarde —confesó sentándose al lado de Edmund.
—Le dije a Erich que esperara un poco más, pero como no está casado no puede comprender que las mujeres siempre necesitan su tiempo para arreglarse —comentó Walter sonriente, que estaba junto a la otra puerta.
—Como no confirmó su asistencia, pensé que no nos acompañaría —se disculpó Edmund, observando que lucía un poco más maquillada que de costumbre y vestía un sencillo pero sexi vestido negro y llevaba el cabello recogido a la altura de la nuca.
—Realmente pensé que quedarme encerrada en la habitación no era una opción, cuando podía salir a conocer un poco más de la ciudad —respondió mirando a su jefe a los ojos, mientras luchaba con los latidos de su corazón.
—Hay propuestas que ni siquiera tienen que pensarse, solo aventurarse a vivirlas señorita Mirgaeva —se mordió ligeramente el labio, en un gesto totalmente estudiado de seducción y volvió la mirada al frente, dejando que ella sola luchara con esa duda que acababa de sembrarle.
Natalia se aclaró la garganta para decir algo, pero al final decidió quedarse callada, porque no encontraba nada prudente que decir.
Llegaron a un restaurante latino que tenía una terraza al aire libre y que era amenizado por una banda en vivo y el sonido del océano, que estaba hermosamente pintado de plata por la luz de la luna.
Edmund pidió una ronda de cervezas Balboa para todo el equipo, incluyendo a Natalia, que solo la aceptó para hacer el brindis. Todos sabían que no podían beber más de la cuenta, porque a las diez de la mañana tenían pendiente otra reunión y la visita a los terrenos donde se iniciaría el proyecto.
Conversaban animadamente, Edmund mostrándose con sus empleados mucho más empático de lo que nunca había sido, olvidándose por un momento de todos sus demonios del pasado, pero sin poder quitar su atención de Natalia, que esa noche lucía hermosa, eso no podía negarlo.
No tenía la más remota idea de que además de la banda que amenizaba el lugar, también había una función de karaoke, tres de sus empleados lo animaron, pero realmente, pensaba que hacer eso, era desligarse de la autoridad que debía representar para ellos; sin embargo, le dijo a Walter que fuera él, el abogado no lo dudó ni por un segundo.
Todos rieron y lo animaron durante su presentación un poco caótica de With or without you de U2; no obstante, todos aplaudieron animados cuando terminó.
Natalia lo miraba muy seguido y le sonreía, indiscutiblemente le estaba coqueteando y estaba seguro que una cerveza no la había emborrachado y que estaba en sus cinco sentidos.
Cuando Walter regresó a la mesa, él pidió permiso y se fue a un lugar mucho más tranquilo, desde ahí realizó una llamada al hotel.
De regresó a la mesa, ya compartían de una entrada de chicarrón de puerco, que consistía en trozos de carne frita de cerdo acompañado con rodajas finas de plátano verde, igualmente fritos y salpimentados.
Natalia disfrutaba de un coctel de frutas, porque la entrada ni loca la comería.
Edmund también solía cuidarse mucho con las comidas, pero decidió darse el placer de comer algo típico de Panamá, por lo que agarró un chicharrón y se lo llevó a la boca.
En ese momento otro que soñaba con ser cantante subió a la pequeña tarima y habló con la banda y los chicos con los instrumentos que poseían en ese momento, intentaron imitar a un mariachi.
El hombre que evidentemente estaba algo pasado de tragos, empezó a ponerle el alma a la letra de la canción.
Yo creí que eras buena
Yo que creí que eras sincera
Yo te di mi cariño
Resultaste traicionera
Tú me hiciste rebelde
Tú me hiciste tu enemigo
Tú que me traicionaste
Si razón y sin motivo...
Cantaba dolido el hombre a viva voz, todos lo miraban sonriente y varias personas en el público le acompañaban en el coro; sin embargo, Edmund al prestarle su total atención, se sentía totalmente identificado con la letra y no pudo evitar desviar su mirada en más de una oportunidad hacia Natalia.
Rompió su regla de no beber más, pero le hizo un ademán al mesonero y le pidió otra cerveza.
Este orgullo que tengo no lo vas a mirar
En el suelo tirado como una basura
Yo me quito hasta el nombre y te doy
Mi palabra de honor
Que de mí no te burla
Yo te juro por todo lo que sucedió
Que te arrepentirás de este mal que me has hecho
Sabes qué, que no descansaré
Hasta verte a mis pies y eso darlo por hecho...
Ya verás traicionera
Lo vas a pagar muy caro
Yo soy bueno a la buena
Pero por las malas soy mejor
No quisiste ser buena y ya ves lo que resulta,
Yo no quise ser malo pero tú tienes la culpa...
El hombre sobre la tarima no solo cantaba, también lloraba; tal vez, solo Edmund en ese momento podría comprenderlo, a diferencia del resto de los presente que solo lo miraban como si estuviese haciendo el ridículo.
Y es que tú ya de mí no te vas a burlar
Hoy de puro capricho yo hare que me quieras
Ya verás que hasta vas a aprender como debes amar a Dios
En tierra ajena
Porque tú a mis espaldas me hiciste traición
Hoy por eso te voy a quitar lo farsante
Voy a hacer que tu hincada me pidas perdón y me implores amor...
No lo dejaron terminar la presentación, porque el gerente del restaurante lo bajó de la tarima en medio de aplausos de los presentes, algunos hasta se pusieron de pie, por la apasionada presentación que le había ofrecido ese hombre al que indudablemente le habían roto el corazón.
Dieron un descanso al karaoke debido al penoso incidente y siguió la banda amenizando el lugar.
Edmund y su equipo de trabajo pidieron la cena, mientras intentaban retomar la conversación, pero el semblante del jefe se había enseriado un poco.
Natalia suponía que a Erich Worsley no le había agradado la decadente presentación del hombre, por el que ella sintió pena.
NOTA: En esta última parte la modifiqué un poco de la original, ya que la canción que canta el hombre borracho no iba, era otra, pero decidí usar esta, en honor a un grande que se fue al cielo a cantar, en honor a Juan Gabriel.
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