CAPÍTULO 20
Todos los puestos de primera clase, del vuelo 1021 de American Airlines, con destino a la ciudad de Panamá, habían sido ocupados por el equipo de trabajo de la inmobiliaria Worsley Homes.
Edmund iba al lado de su mejor amigo y su representante legal, Walter, quien había conseguido el permiso, para que después de tanto tiempo, pudiera salir del país.
En el momento en que el avión despegó, inevitablemente recordó sus últimas vacaciones en Croacia, a donde había ido con sus padres. Y tan solo, un par de meses después de su regreso de aquel magnifico viaje, descubrieron el cáncer de su madre; desde ese instante una cadena de desgracias llegó a su vida, volviéndole el mundo de cabeza. Un golpe tras otro, por diez años, cada uno de ellos asesinó, poco a poco al chico soñador.
Acostado en aquella cama de metal, sobre un colchón desgastado y apestoso a sudor, soñaba con la gloria, soñaba con levantar la copa de su equipo en un Super Bowl, imaginaba en las gradas los destellos de las cámaras como millones de estrellas, todas apuntando hacia él.
Pero ninguno de sus sueños se hizo realidad y vivió en una constante pesadilla, de la que quiso despertar muchas veces, solo una vez casi lo consiguió, cuando le avisaron de la muerte de su madre, y aprovechó la soledad de la celda para liberarse del encierro y el dolor, con la sábana creó una soga y la colgó de la baranda de la cama superior, dejó de respirar hasta perder el conocimiento, pero desgraciadamente, despertó en la enfermería de la prisión.
Esperaba algún día poder regresar a Croacia cuando ya no tuviese cuentas pendientes con la ley, y solo dos años lo separaban de ir a revivir hermosos recuerdos, recuerdos de la última vez que había sido verdaderamente feliz. Aunque tenía dinero, tenía poder, no era feliz. Realmente no lo era, posiblemente April era la única persona que conseguía despertar al chico que alguna vez había sido, quizá ella en algún momento prometía devolverle la felicidad, pero terminó arruinándolo todo y él no iba a buscarla, no quería seguir siendo el puto saco de boxeo de la vida, porque estaba cansado de recibir golpes.
Su único motivo era su compañía y que gracias a Walter había conseguido traspasar fronteras, al informarle que en Panamá podía constituir una sociedad con la emisión de acciones al portador, lo que es lo mismo, que él podía ser el dueño y seguir en el anonimato, sin quebrantar ninguna ley norteamericana.
Walter tenía toda su atención puesta en el periódico, él ya se había hojeado la revista que ponía a su disposición la aerolínea, se había tomado un café y aún no iban ni por la mitad del vuelo. Desvió la mirada hacia el exterior y solo veía las nubes siendo atravesadas por los rayos del sol.
Cerró los ojos y respiró con tranquilidad, tratando de relajarse un poco.
Ante su mirada varios hombres arrastraban a otro, se lo llevaron a un rincón, donde lo golpeaban y amenazaban con un cuchillo, mientras se lo violaban, no menos de cinco depravados se turnaron a la pobre víctima, sin mostrar ni un poco de compasión; por el contrario, estallaba la algarabía de los mirones que con aplausos, silbidos de burlas y risas, opacaban los jadeos de dolor y desesperación del enajenado hombre.
Saber que tarde o temprano él podía ser la victima lo llenaba de pánico, lo mantenía en un estado de zozobra. En la cárcel lideraban los violentos, dominaban los dispuestos a entrarse a golpes y él no era uno de esos.
El respeto era lo que hacía la diferencia entre poder caminar sin miedo por el patio, o vivir acosado por la amenaza de una violación, de un robo o de la extorsión.
Repentinamente se encontró luchando y gritando, pero era arrastrado, lo llevaban al rincón donde no solo los violaban sino que los golpeaban brutalmente, volvía a tener diecinueve años y estaba aterrado.
—Erich... Erich.
Despertó sobresaltado y agarró una bocanada de aire, encontrándose en el avión.
—¿Qué sucede? —preguntó con el corazón aun latiéndole a mil y todo el cuerpo le temblaba.
—Ya estamos por llegar, ponte el cinturón —dijo Walter, percatándose de la palidez en el rostro de Edmund, estaba nervioso y no podía ocultarlo—. ¿Te pasa algo? —preguntó con el ceño fruncido ante la preocupación.
—No, nada... Todo está bien —mintió, pero la voz ronca lo dejaba en evidencia, mientras trataba de ajustarse el cinturón de seguridad, pero el miedo todavía lo gobernaba.
—Edmund —susurró su nombre para que nadie más pudiese escucharlo—. ¿Seguro que estás bien?
—Solo tuve un mal sueño, eso es todo —respondió con ganas de tomarse un trago de whisky que lo ayudara a pasar el temor que hacía mella en él.
—¿Son muy seguidos? —curioseó.
—No —mintió, lo que menos deseaba era que Walter se inmiscuyera en sus temores.
En ese momento desvió la mirada a dos puestos, donde estaba sentada Natalia, mirando a través de la ventanilla, abstraída de todos los demonios que a él seguían atormentándolo, pero la observó por pocos segundos, porque prefirió volver a mirar el paisaje, donde los altos edificios se erigían imperantes en la costa pacífica.
Pocos minutos después, el avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Tocumen, gracias a algunos arreglos, se evitaron la extensa fila en migración, debido a la cantidad impresionante de pasajeros que llegaban a la ciudad, pasaron al equipo de trabajo de Worsley Homes, por una taquilla y el proceso de entrada al país, se hizo rápido.
Edmund vestía un traje gris, camisa blanca y sin corbata, se percató en varias oportunidades, que se había convertido en el centro de miradas de las mujeres en el aeropuerto, también se dio cuenta de que era por mucho, más alto que el resto de la personas en el lugar.
Le extrañó ver que Natalia, vistiendo con ropa ejecutiva de firma, se acoplaba a su paso, como si pretendiera hacerse notar.
No esperaron mucho por el equipaje, y al salir, los choferes que los trasladaría al hotel donde tenían reservadas seis suites, los esperaban con un cartel que decía "Worsley Homes".
Dos camionetas negras doble cabina con vidrios polarizados aguardaban por ellos, así que debían dividirse.
—Señorita Mirgaeva, venga con nosotros —pidió Edmund, por ser la única mujer del grupo, suponía que debía protegerla, pero solo porque estaba bajo su responsabilidad laboral.
Antes de subir a la camioneta, ella le dedicó una mirada, que él no supo cómo interpretar, porque parecía estar muy lejos de ser simple agradecimiento, era mucho más intensa.
Le hizo un ademán a Walter para que subiera y él lo hizo de último, dejando al abogado en medio.
Emprendieron el camino hacia el hotel, Edmund observaba el paisaje panameño mientras escuchaba lejanamente al locutor que hablaba español en la radio de la camioneta, pero rápidamente el tráfico se hizo congestionado y eso empezó a fastidiarlo, por lo que buscó su teléfono para entretenerse en cualquier cosa, y que el tiempo no se convirtiera en su peor enemigo.
Que no es lo mismo verse en el espejo,
Que te siento lejos, que muero por dentro y
Escucho en silencio
Que la lluvia dice que ya te perdí
Que no me importa si la casa es grande
Si me voy de viaje
Que el negocio es bueno
Si ese era mi sueño
Si el carro que tengo corre a más de mil...
Inevitablemente la canción que se escuchaba bajito, captó su atención y dejó de lado lo que estaba haciendo en el teléfono; como un meteorito potente e inevitable, llegó April a su memoria, obligándolo a revivir los pocos momentos que había compartido a su lado, su voz, su sonrisa y su mirada risueña, lo torturaba.
Que me arrepiento de ser aguafiestas
Todos estos años que viví contigo
Que me perdones si no me di cuenta
Que fui tu dueño y quiero ser tu amigo...
Esa canción lo estaba atormentando, malditamente que lo hacía, solo despertaba en él la imperiosa necesidad de querer bajarse de la camioneta y correr de vuelta al aeropuerto, subir al primer avión que lo llevara a Miami e ir a buscarla, sin saber dónde, pero lo haría, y al encontrarla no la dejaría marchar hasta que escuchara todas sus razones.
Voy a afeitarme y a tender la cama
Voy a ponerme mi mejor vestido
Voy a servir tu puesto allí en la mesa
Para sentir que vuelvo a estar contigo
Voy a pedirle al tiempo que no pase
Voy a encender la luz de mis promesas
Voy a sentarme al frente de la calle
Para esperar a ver si tú regresas...
Un terrible nudo de lágrimas le subía a la garganta, pero él tragaba para bajarlo, irremediablemente volvía a subir, sentía que la impotencia lo gobernaba y llegaría el momento en que no iba a poder seguir reteniendo las lágrimas que le ardían al filo de los párpados.
Se llevó el dedo índice y pulgar y se frotó los ojos, disimulando su estado al retirar las lágrimas que amenazaban con exponerlo delante de Walter y Natalia.
Solo él era consciente de que en ese momento sufría, que una joven ocho años menor que él, le había rotó el corazón e intentaba negárselo, intentaba no pensarla y se obligaba a expulsarla de su vida, arrancarse de raíz el poderoso sentimiento que lo hacía vulnerable.
Que he sido un tonto por dejarte sola
Por buscar mil cosas
Por mi gran invento si al final del cuento
Y ahora nada tengo si no estás aquí...
Natalia de vez en cuando miraba de reojo al señor Worsley y le extrañaba verlo tan taciturno, con la mirada perdida en el paisaje, era tanto el silencio dentro del vehículo, que realmente le incomodaba y pensaba en entablar un tema de conversación, pero realmente no conseguía idear nada, por lo que volvió a mirar al paisaje, que estaba al otro la de la carretera que iba en sentido contrario.
No pudo hacerlo por mucho tiempo, porque algo más poderoso que su fuerza de voluntad la obligó a mirar una vez más a su jefe, lo notaba preocupado o cansado, tal vez no había tenido una buena noche. Mientras Walter iba más dormido que despierto.
Edmund sabía que no podía regresar a Miami, por más que lo deseara, pero encontraría una manera de acercarse a ella, por lo que volvió a poner su atención en el iPhone en sus manos, estaban en una era dominada por la tecnología y las redes sociales; aunque él solo disponía de una personal y que muy poco actualizaba, de las demás se encargaba el equipo de marketing de la empresa.
Entró a su Instagram, llevaba más de tres semanas sin subir una foto, porque no era ningún artista que se beneficiara de su imagen, él solo era un empresario de bienes raíces. Lo que a la gente pudiera interesarle de él, eran la propiedades que alquilaba o vendía.
Sin pensarlo tecleó en el buscador: April Rickman.
Solo tres resultados aparecieron con el mismo nombre, sin opción a dudas eligió la segunda, ese rostro sonriente solo pertenecía a su April. Inevitablemente empezó a dudar, no estaba seguro si ver sus fotos le haría bien, si acercarse a ella era lo correcto y no le estaba dando demasiada importancia al sentimentalismo, que tal vez con el tiempo se terminaría diluyendo, que solo debía armarse de paciencia y dejar que los días pasaran llevándose completamente el recuerdo de April.
A pocos minutos ganaron los latidos de su corazón que iban a enloquecerlo, tocó la pantalla sobre el segundo perfil con el nombre April Rickman, pero todas sus esperanzas se fueron a la mierda, en el momento en que se encontró con la puta cuenta privada.
¿Por qué demonios tenía que tenerla privada? ¿Acaso ocultaba algo? ¿Por qué tenía que ser tan putamente misteriosa?
No sabía si se sentía molesto o impotente, sin pensarlo y dejándose llevar por esa sensación, le envió el permiso de solicitud.
Listo, lo había intentado, ahora solo dependía de April el rumbo que pudiera tomar su relación.
Se quedó mirando la pantalla por más de un minuto, esperanzado en que ella atendiera inmediatamente a su petición, pero eso no pasó y antes de que terminara desesperándose, guardó el teléfono en el bolsillo de su camisa.
—¿Ya conoce Panamá señor Worsley? —preguntó Natalia captando su atención en ese momento.
—No, es primera vez, espero tener un poco de tiempo para dejar de lados los negocios y conocer algunos lugares en plan de placer. ¿Usted ha venido antes? —Estaba seguro que un poco de conversación, así fuera con Natalia, le ayudaría a mermar la ansiedad.
—No, también es mi primera vez.
—Entonces le permitiré unas horas libres para que pueda recorrer la ciudad, tal vez dejar de lado su obsesión por la comida sana y aventurarse a probar nuevos sabores.
—No lo creo, no sabía que estaba al tanto de mis gustos gastronómicos —comentó totalmente extrañada de que su jefe supiera sobre eso.
—Estoy al tanto de todo —se aclaró un poco la garganta—. Suelo revisar las fichas médicas de todos mis empleados, sé que no come nueces, langostinos, melocotones y un sinfín de alimentos más por temor a intoxicarse.
—No es simple temor, señor Worsley, realmente no tolero algunos alimentos —explicó sintiéndose sorprendida, pero al mismo tiempo fascinada, cómo era posible que su jefe tuviera tan buena memoria—. Imagino que sabe lo mismo de todos los empleados, no quiero suponer que está solo averiguando mi vida.
—No quiera adjudicarse la importancia que no tiene señorita Mirgaeva —comentó irónico—. Si está pensando que estoy obsesionado con usted, entonces también lo estoy con Walter, quien no tolera las aceitunas negras.
—Ciertamente por ninguna razón acepto aceitunas negras —intervino el abogado, aunque realmente sí le gustaban, pero debía defender a su amigo.
—Tampoco como aceitunas de ningún tipo —dijo Natalia al abogado y desvió la mirada hacia Erich—. Así que, prefiero no arriesgarme a probar comidas de las que no conozco los ingredientes con las que son preparadas.
—Es muy decepcionante que le tema a los riesgos.
—En algún momento de mi vida me arriesgué en muchas cosas, pero descubrí que todo riesgo trae consecuencias terribles.
—Eso depende del valor que tenga cada persona en afrontar las consecuencias de sus riesgos, evidentemente usted no es la mujer más valiente que conozco.
—No me conoce lo suficiente señor Worsley para que ponga en duda mi valentía.
—Créame que con lo poco que la conozco ya he tenido suficiente, si contara con el mínimo de valor ya se habría enfrentado a su hermano, pero... ¿Por cierto, todavía permite que le pegue? —averiguó frunciendo el ceño en un gesto satírico.
—Eso no es su problema señor Worsley —rugió Natalia sonrojada por la molestia, de que siempre la humillara delante de quien le diera la gana—. Deje por fuera mi vida personal, porque yo podría decir que usted, es tan cobarde como yo, que no cuenta con el valor suficiente para mantener a su lado a una mujer integra, respetable y teme tanto a fallar en una relación, que prefiere relacionarse exclusivamente con putas, de las que nunca tendrá la seguridad de saber si es suficientemente hombre como para retenerla más allá de las horas que le paga.
Walter abrió los ojos tanto que estuvieron a punto de salírsele de las órbitas e hizo con la boca una mueca de dolor. Ese comentario de la señorita Mirgaeva no había sido para él; sin embargo, sintió su propio orgullo masculino, pisoteado y escupido. Definitivamente las cosas se pondrían feas y como una epifanía en la radio taladraba el coro.
Eres poco hombre,
Esa fiera salvaje que dices,
Dónde se esconde
Si en la noche cuando arde el deseo
Nunca me respondes.
Si te quedas dormido en la cama y
No me correspondes.
Poco hombre, quien te ve presumiendo
En la calle con tu nuevo coche
Dando alardes de ser un Don Juan
Y eres tonto fantoche
Y hoy lo quiero decir en tu cara
Y no quiero reproches
Si supieran que duras segundos
En toda una noche...
Edmund iba a asesinar con la mirada a Natalia y antes de que lo hiciera Walter prefirió intervenir.
—Ya falta poco —dijo echándose un poco hacia adelante para interponerse entre Natalia y Edmund—. Apenas nos dará tiempo de cambiarnos rápidamente de ropa e ir a la reunión. ¿Ya tienes todo preparado? —preguntó a Edmund.
—Sí —afirmó con la mandíbula totalmente tensada.
Natalia volvió la mirada una vez más hacia la ventanilla, observando los altos edificios que enmarcaban las angostas calles, mientras el corazón le latía fuertemente por haberle hablado de esa manera a su jefe, pero se sentía satisfecha de por fin haberle devuelto la estocada.
Llegaron al hotel e hicieron todo el engorroso proceso de chequeo de entrada, después los guiaron a sus habitaciones, las del equipo de trabajo estaban un piso menos que la de Edmund, a quien le correspondía la suite presidencial.
—En media hora todos en el vestíbulo —dijo Edmund quedándose dentro del ascensor, mientras los demás salían, incluyendo a Natalia que trató de mantenerse alejada de su jefe, porque de cierta manera temía que quisiera cobrarse su falta de respeto.
Edmund estaba que se lo llevaban los demonios por la altanería que mostraba Natalia, pretendía ridiculizarlo pero estaba totalmente equivocaba si creía que lo iba a conseguir, primero le haría arrepentirse de cada una de sus palabra. Sí que se iba a arrepentir.
Revisó una vez más su teléfono y April todavía no aceptaba su solicitud de seguimiento en Instagram, así que lanzó el móvil en la cama, se desvistió, buscó sus productos de baño en la maleta y se fue a la ducha.
Veinticinco minutos después, vistiendo un traje de tres piezas, hecho a la medida, pulsó el botón del ascensor y en menos de un minuto llegó.
Entró y aprovechó la soledad para echare un último vistazo en el espejo, asegurándose de que la corbata se encontrara perfecta.
Las puertas volvieron abrirse justo en el piso donde se estaba quedando su equipo de trabajo, y para su suerte, solo estaba Natalia, quien al ver que en el ascensor solo estaba él, dio un paso hacia atrás, dejando completamente claro que no entraría.
Edmund se quedó admirándola, tenía puesto un vestido blanco, con un escote en V bastante profundo, prácticamente le llegaba al ombligo e intentaba disimular esa maldita tentación con un collar.
Las puertas estaban a punto de cerrarse cuando él ágilmente interpuso el brazo.
—¿Acaso no piensa entrar señorita Mirgaeva? —preguntó tratando de mirarla a los ojos y no a los pechos.
—No se preocupe, puedo esperar —dijo haciendo un tonto ademán, de que esperaría a que bajara y subiera el ascensor.
—No quiero que espere, así que entre —dijo ladeando la cabeza.
Natalia se armó de valor y entró, para que se jefe no pensara que de alguna manera conseguía intimidarla.
—Supongo que no quiere estar a solas conmigo por temor —dijo una vez que las puertas se cerraron y con segura lentitud dio un par de pasos hasta pararse justo detrás de ella—. No se preocupe señorita Mirgaeva —le puso las manos sobre los hombros desnudos, deleitándose con la suave piel, aun así, puedo sentir como ella se tensaba totalmente—. Su inapropiado comentario no me ofendió en lo más mínimo, porque estoy totalmente seguro de mi hombría y mi rendimiento sexual —Llevó una de sus manos, e inició una sutil caricia con las yemas de sus dedos, desde donde iniciaba el escote, casi en el ombligo, hasta la base del cuello y gozó con cada estremecimiento que ella no pudo ocultar.
—No... No quise decir eso —tartamudeó casi en medio de gemidos y se odiaba porque toda su piel se había erizado.
—Sí quiso decirlo, estaba molesta y cuando se está molesto es cuando verdaderamente se dice lo que se piensa —Dejó de lado su caricia y puso un poco de distancia, porque ya estaban por llegar al vestíbulo—. Lamentablemente está errada, podría demostrárselo.
—No quiero que me demuestre nada, dejé de seducirme —resopló sintiendo que empezaba a hacer mucho calor.
En ese momento las puertas el ascensor se abrieron en el vestíbulo y aún faltaba uno de los ingenieros, al que estuvieron que esperar por varios minutos.
",�՚s}�K
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro