CAPÍTULO 19
Era el segundo té frío que April se tomaba mientras esperaba por Amalia. Habían pasado diez minutos desde la última vez que se comunicaron y le había informado que estaba por llegar.
Se sentía algo impaciente porque realmente no le gustaba mucho esperar, pero ya se había comprometido y no podía desistir a último momento.
—Lo siento, lo siento... —se disculpó Amalia llegándole por detrás, le dio un beso en la mejilla y se sentó frente a April—. Se me ha hecho un poco tarde, tuve que llevar con niños a casa de mi hermana...
—No te preocupes, dime lo más importante —la instó April, percatándose de que lucía diferente sin el uniforme, con el cabello suelto y maquillada, se veía mucho más joven y hasta más bonita.
—Firmé —asintió con convicción—. Oficialmente soy una mujer divorciada —bajó la voz, sintiendo que la triste realidad la golpeaba con fuerza.
Después de firmar el divorcio, pasó por lo menos dos horas encerrada en su auto, llorándole a todos los bonitos recuerdos de un matrimonio que la hizo muy feliz y que del que ya no quedaba absolutamente nada, solo dos hijos que le tocaba criar prácticamente sola.
—Eres una mujer soltera —April sacó de su cartera siete dólares, los dejó sobre la mesa y se levantó—. Anda, arriba ese ánimo.
—¿Así? Tan rápido, ¿ya nos vamos? —preguntó sorprendida.
—Sí, cuánto más vamos a esperar.
—¿A dónde me llevarás?
—A un lugar donde te arrepentirás de no haber firmado antes el divorcio —le sonrió y le sujetó un brazo, casi arrastrándola fuera del lugar—. ¿Trajiste tu auto?
—Sí, como me dijiste.
—Lo siento, el mío está en el taller... —iba a decirle que permanecería en ese lugar por dos semanas, hasta que le pagaran en el trabajo para poder costear el gasto, pero prefirió no hacerlo.
Salieron del modesto restaurante y frente estaba estacionada una camioneta Equinox Chevrolet escarlata.
—Es necesario que conduzca, porque no quiero develar la sorpresa antes de tiempo —dijo April teniendo la mano para que le entregara la llave.
Amalia le dio la llave, bordeó la camioneta y subió en el asiento del copiloto.
—Disculpa el desorden —Agarró un oso de peluche y un minions que estaban en el tablero y los lanzó al asiento trasero—. Los niños dejan sus juguetes por todas partes.
—No te preocupes, créeme que te entiendo perfectamente —puso en marcha la camioneta y salieron del estacionamiento del restaurante—. ¿Qué te dijo tu hermana? ¿Tienes que llegar a alguna hora en específico?
—No, me dijo que me divirtiera como nunca lo he hecho... Puedo pasar a buscar a los niños mañana por la tarde.
—Entonces vamos a divertirnos como nunca —prometió April.
Amalia puso un poco de música para hacer el recorrido más ameno y empezaron a cantar alguna que otra canción.
April condujo por la Avenida Washington, enmarcada por las palmeras, restaurantes y tiendas.
Redujo considerablemente la velocidad en busca de un lugar donde estacionarse, halló una plaza, a dos calles del lugar de destino.
—Hemos llegado —suspiró apagando el motor.
Las dos bajaron al mismo tiempo y Amalia seguía a April.
—¡No! —soltó Amalia asombrada—. No me digas que venimos a este lugar.
—¿Ya has venido antes?
—No, nunca, pero este no es sitio para mí —dijo observando la fachada del local, con letras de metal dorado, que tenía en el centro a la escultura de un hombre en slips con un sobrero.
—Si nunca has entrado no puedes saber si no es un sitio para ti, vamos a entrar y si no te gusta nos vamos a otro lugar. ¿Te parece?
—No lo sé.
—Recuerda que ya no eres una mujer casada y no le debes cuentas a ningún hombre, vamos a divertirnos... —la tomó por una mano y caminó hasta la entrada y le mostró en su móvil el código a escanear, de las entradas que había adquirido a un hombre vestido negro.
El moreno alto, le puso unas manillas en color verde neón y le hizo señas a otro, que se acercó vistiendo unos vaqueros desgastados y un sombrero, con un six pack totalmente perfecto.
—Bienvenidas hermosas damas, mi nombre es Scott y estoy para servirles —dijo con un tono de voz ronco, cargado de seducción y una mirada perfectamente estudiada que bajaba bragas—. Adelante por favor.
April y Amalia caminaron, mientras él las seguía.
—Dos asientos calientes —les informó ubicándolas en la primera fila frente a la tarima donde se presentaba el espectáculo.
—Gracias —dijo April con total normalidad, porque estaba acostumbrada a ese mundo de entretenimiento visual y carnal.
—¿Desean la bebida ahora o cuando empiece el espectáculo? —preguntó con una sonrisa que dejó en evidencia la perfecta dentadura.
—Ahora —asintió April.
Amalia miraba a todos lados, tratando de sentirse a gusto en el lugar, y de vez en cuando admiraba al atractivo y seductor hombre de piel bronceada.
Scott se marchó en busca de una botella de champán que estaba dentro del paquete con las entradas que había comprado April, y Amalia no pudo controlar a su vista que se fijó en lo bien que se le ajustaban los vaqueros al culo.
—Supongo que esto te hace bien para drenar un poco el estrés —comentó tratando de disimular su debilidad.
—Sí, me hace muy bien. No creas que vengo muy seguido —dijo sonriendo con cierta picardía.
Amalia volvió a recorrer con la mirada el local iluminado tenuemente, en su mayoría por las luces de neón en colores fuertes, que estaban debajo de las mesas; era increíble ver cómo las mujeres se mostraban tan eufóricas, había una que llevaba un velo de papel, lo que le hacía suponer que estaban en ese lugar disfrutando de la despedida de soltera.
Scott regresó con la botella de champán dentro de una hielera y dos copas, las que amablemente llenó y se las ofreció.
Amalia y April chocaron sus copas.
—Por tu soltería... De ahora en adelante tienes que dedicarte a disfrutar la vida —sugirió April.
—Tú también, sé que no es fácil por la situación que estás pasando; sin embargo, estás aquí dándome ánimos.
—-Prefiero venir aquí que encerrarme en mi departamento a llorar; ese hombre no era para mí, nunca lo fue realmente —Le dio un gran trago a su champán y se la tragó junto con las lágrimas que súbitamente se le arremolinaron en la garganta.
—Encontrarás a alguien que verdaderamente valga la pena.
—No —negó para ser más concreta—. No, realmente no tengo tiempo para buscar a nadie más.
—No solo tienes que pensar en el trabajo, debes rehacer tu vida, sé que en este momento solo podemos ver las cosas negativas de la vida... En este momento todo es negro para nosotras, pero poco a poco se irá aclarando.
—Justo ahora empieza a tener un poco de color —dijo al ver que salía el presentador, la tarima se iluminaba y las mujeres empezaron a gritar eufóricas.
Orlando anunciaba el primer espectáculo de la noche, les dio la bienvenida y las invitó a que lo pasaran muy bien, que todo lo que pasara en ese lugar, se quedaba en ese lugar, por lo que les recordó que no podían usar teléfonos, ni cámaras, mientras los chicos estuviesen brindándoles sus actuaciones.
Las luces en el salón se apagaron, pero tras el telón se encendieron, mostrando a contraluz cuatro cuerpos con suficiente masa muscular como para provocar una avalancha de gritos.
Al ritmo de Unbelivable se hicieron presentes al romper el papel, todos vestidos de bomberos.
Las mujeres se desataron, disfrutando del espectáculo, pero más lo hacían las privilegiadas que habían comprado entradas para los puestos calientes, por donde se paseaban los hombres casi desnudos, permitiéndoles que los tocaran todo lo que ellas quisieran, mientras rozaban sus cuerpos de forma sensual contra el de las afortunadas mujeres.
—Tócalo —instaba April sonriente a Amalia, mientras ella se le aferraba al culo a un rubio de ojos azules.
Amalia toda sonrojada dejaba que el hombre que le bailaba le guiara las manos, no contaba con el coraje para toquetear a un hombre que ni conocía.
Al terminar la primera presentación, se sentía acalorada y estaba segura de que tenía el rostro sonrojado.
April le ofreció otra copa y no lo dudó ni por un segundo, se bebió casi todo el champán de un solo trago y ella misma volvió a rellenar la copa.
Ya en la tercera presentación donde los chicos se mostraban como unos ejecutivos y que poco a poco y al ritmo de la música volvían a quedar casi desnudos; no dudó en tocar al que se le acercaba por segunda vez y hasta le metió un billete en el slips, se encontraba emocionada como nunca antes, porque esa experiencia era totalmente nueva para ella.
En medio del baile y de los roces él le dijo algo que ella no logró escuchar, solo asintió por instinto. El hombre le sonrió al tiempo que le guiñaba un ojo y se alejó.
—¿Estás segura? —preguntó April divertida.
—Segura ¿de qué? —dijo Amalia confundida.
—Te invitó al privado... Quiere llevarte a un salón para que estén a solas.
—No, no quiero —negó y volvió la mirada al joven con un tribal tatuado en la espalda—. O tal vez sí —se acercó un poco más a April.
—¿Alguna vez lo has hecho? —secreteó.
—Sí —confesó sin ningún tipo de pudor—. Si te atrae ve con él, solo será sexo, son muy respetuosos y es totalmente seguro.
—En mi vida solo he tenido sexo con mi ex poso. Ni si quiera he visto a otro hombre desnudo más allá de un baño seco en mi profesión.
—Entonces en momento de que experimentes con otro —April abrió su cartera y sacó un condón—. Toma, aunque seguramente él tiene.
—Supongo que tengo que pagarle algo —comentó con el corazón brincándole en la garganta, al tiempo que guardaba el condón en la cartera de ella.
—Es bastante asequible la tarifa... Anda, disfruta, pero si no te sientes cómoda, con decir que no será suficiente.
—Está bien —Amalia se levantó sintiéndose muy mareada por el efecto de la botella y media de champán que hasta el momento se habían tomado entre las dos.
April se quedó disfrutando del espectáculo de cuatro chicos diferentes; en ese momento no pensaba en ninguna de sus preocupaciones y ni mucho menos en el desamor.
Edmund no merecía que lo llorara, no merecía que lo pensara, tal vez, debía tener sexo con alguno de esos hombres, pasarlo bien, así como Edmund lo pasaba con sus ex compañeras del Madonna y con Natalia, pero estaba cansada y su deseo sexual se había ido al diablo.
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Después de cuatro días de estudios y de que su madre siguiera internada en la clínica, por fin daban con la raíz del problema y realmente había sido la peor noticia que Natalia podía recibir.
En cuanto el doctor le aseguró que lamentablemente el cáncer de su madre había hecho metástasis, se quedó sin aliento. Se levantó del asiento y sin decir una sola palabra salió del consultorio, mientras el dolor por dentro la destrozaba.
Caminó con rapidez por el pasillo hasta llegar al baño, donde se encerró a llorar, dejó libre el doloroso llanto de saber que todo había sido en vano, que todo el tratamiento, toda la lucha no había valido la pena, porque igual su madre iba a morir.
No sabía de dónde iba a sacar fuerzas para darle la noticia, ni siquiera ella tenía la fortaleza para aceptar por lo que estaba pasando.
Lloró por mucho tiempo, hasta que le ardía el borde de los párpados y la cabeza le pesaba toneladas.
—¿Cómo le diré a papá? No quiero contarle a Levka... no quiero —decía sorbiendo las lágrimas y todo el cuerpo le temblaba—. Tiene que haber una cura, tiene que haberla... —se levantó del retrete, caminó hasta le lavabo y al mirarse al espejo se dio cuenta de que su maquillaje se había arruinado y parecía una triste marioneta, por lo que se lavó la cara, hasta que se quitó cualquier rastro de maquillaje, se la secó con una toallas de papel y regresó al consultorio del doctor.
Tocó a la puerta y casi de manera inmediata la invitaba a pasar.
—Permiso doctor —dijo con voz ronca y con las evidentes huellas del llanto en su rostro, pero intentando mostrarse más calmada—. Disculpe que me haya ido sin decir nada.
—No te preocupes Natalia, sé que es una noticia inesperada y realmente dolorosa... Siéntate por favor.
—Dígame que aún se puede hacer algo —suplicó con la voz quebrada por las lágrimas que amenazaban con desbordársele una vez más.
—Solo podemos retardar un poco lo inevitable —confesó con pesar—. Y hacerlo menos doloroso.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó limpiándose un par de lágrimas que resbalaron por sus mejillas.
—No lo sé, todo depende de cómo tu madre reaccione al tratamiento... Podrían ser semanas, meses o hasta años. Necesito hacerle otros estudios para ver qué tan avanzada está la metástasis.
—Por favor, quiero que empiecen el tratamiento cuanto antes, por favor —suplicó sintiéndose totalmente derrotada.
—Debemos prepararla primero, hacerle algunos estudios... —el doctor dudó un poco pero debía decirlo—. Necesito hablar con tu padre, porque... Natalia.
—Es el dinero —intervino, ya conocía el maldito semblante del hombre cuando quería hablar del dinero, algo con lo que igualmente no podría salvarle la vida a su madre—. No se preocupe por eso, no le diga nada a mi papá, de la parte monetaria me encargaré yo.
Sabía que desde hacía mucho su padre no contaba con dinero suficiente para pagar los tratamientos de su madre, lo que el gobierno aún le pagaba, tan solo le alcanzaba para mantener la casa.
—Entonces es necesario que pases por la oficina de cobranza, se han abonado algunas facturas de los últimos estudios realizados... Realmente me apenas mucho tener que decirte esto, pero son las reglas de la clínica.
—No se preocupe doctor, sé que escapa de sus manos... Voy ahora mismo a pagar. ¿Cuándo le hará los estudios definitivos para empezar el tratamiento?
—Mañana a primera hora... Me gustaría que pudieras estar presente.
—Sí, mañana sábado no trabajo y me pasaré todo el día con mamá —la voz se le volvió a quebrar y rompió en llanto una vez más, porque sabía que el tiempo junto a su madre estaba contado.
—Lo siento Natalia —susurró el hombre con un nudo en la garganta, era imposible acostumbrarse a dar ese tipo de noticias, porque su misión era salvar vidas y en momentos como ese sentía que le fallaba no solo al paciente sino a los familiares.
El hombre se levantó y le ofreció un poco de agua, eso le ayudó a que se calmara un poco; y no podía tampoco quedarse mucho tiempo en el hospital porque había provechado la hora del almuerzo para ir a ver los resultados.
Se despidió del doctor, prometiéndole que se calmaría y fue hasta la oficina de cobranza donde solo le alcanzó para pagar una de las tres facturas pendientes, dejando el saldo de sus tarjetas en rojo.
Eso solo aumentó aún más su preocupación, salió de la clínica y durante el trayecto hacia Worsley Homes, no dejaba de pensar en cómo encontraría el dinero.
Al llegar a su sitió de trabajo, trató de concentrarse en sus deberes, pero no lo conseguía, porque cuando menos lo deseaba empezaba a llorar.
Levka la llamó en dos oportunidades, pero no le atendió el teléfono, solo le respondió a través de mensajes que no podía atenderle, pero que todo estaba bien; al menos, él le dio una buena noticia, dijo que lo habían contratado en la agencia de modelaje y que las primeras fotos que le tomaron, no lo hicieron sentir incómodo.
Ella lo felicitó y de verdad, que eso también le hacía muy feliz, porque por fin su hermano encontraba un trabajo, estaba segura que lo haría muy bien; sin embargo, sabía que lo que pudieran pagarle, no alcanzaría en lo más mínimo para pagar el tratamiento de su madre.
En ese momento pensó en una posible forma de conseguir el dinero, e inmediatamente marcó a la extensión de Judith, la secretaria de presidencia.
—Buenas tardes, Judith... Te habla Natalia Mirgaeva.
—Buenas tardes señorita Mirgaeva —saludó con amabilidad—. ¿Puedo ayudarle en algo?
—Judith, necesito reunirme con el señor Worsley... ¿Será que puede darme cinco minutos?
—Déjame consultarlo con él, espera un minuto.
—Muchas gracias.
Natalia escuchó cuando Judith le comunicó, tal como ella se lo había pedido, le informó que solo cinco minutos.
—Señorita Mirgaeva —volvió a atender el teléfono.
—Sí.
—El señor Worsley dice que puede pasar, pero debe darse prisa porque tiene que salir en diez minutos.
—Sí, enseguida subo... En un minuto estoy ahí —dijo levantándose aún con el auricular en el oreja—. Gracias.
—De nada.
Sacó de su cartera el polvo comparto y el labial, para maquillarse un poco la cara lavada y ocultar las huellas del llanto. Estaba doblegando a su orgullo, prácticamente iba se rodillas a suplicarle al pedante de su jefe, pero por su madre estaba dispuesta a hacer lo que fuera.
Guardó los maquillajes y salió casi corriendo de la oficina.
Al llegar al piso de presidencia, Judith la llevó hasta la oficina de Erich Worsley, él estaba sentado en una de las sillas de un comedor de mesa redonda de cristal transparente, mientras revisaba unos documentos, no llevaba puesta la chaqueta, solo tenía la camisa blanca y una corbata violeta.
—Buenas tardes —saludó y él ni siquiera levantó la vista de los papeles que revisaba.
—Buenas tardes señorita Mirgaeva, tome asiento —le pidió señalando vagamente una de las sillas del comedor, invitándola a que se sentara cerca de él.
Natalia caminó y Judith cerró la puerta, dejándolos solos en la oficina.
—Usted dirá que necesita, recuerde que solo tenemos cinco minutos —volvió a hablar si ni siquiera determinarla.
Natalia se sentó sin poder evitar echarle un vistazo a lo bien que se veían los anchos y fuertes hombros de su jefe bajo esa camisa blanca.
—Sí, sé que solo tenemos cinco minutos —comentó bajando la mirada hacia las grande y morenas manos que estaban sobre la mesa—. Quiero hipotecar mi apartamento.
En ese momento Edmund levantó la mirada, sintiéndose sorprendido, pero realmente no lo hizo para nada evidente.
—Quiero que sea con Worsley Homes —completó ella bajando la mirada.
—Quiero saber a qué debe esa decisión —casi exigió en tono amable.
—Prefiero reservarme el motivo —Se armó de valor y lo miró a los ojos.
—Si quiere que le dé dinero a cambio de su departamento, tengo que saber el motivo, sino puede ir con otra inmobiliaria.
—Solo necesito el dinero, no tiene que saber el motivo.
—¿Con cuánta urgencia necesita el dinero?
—Para hoy mismo, si es posible.
—Si quiere el dinero para hoy mismo, me dirá el motivo, si no tendrá que esperar a que se haga el evalúo correspondiente, y no tendrá el dinero si no dentro de tres días hábiles y una vez que tenga en mi poder las escrituras.
Natalia sabía que lo que su jefe le estaba diciendo era lo legal.
—Le estoy pidiendo un favor —Una vez más las lágrimas de rabia e impotencia la anidaban en la garganta.
Edmund elevó ambas cejas en un gesto ambiguo y volcó su atención nuevamente a los documentos sobre la mesa.
—Solo le queda un minuto señorita Mirgaeva.
—Es para pagar un tratamiento médico a mi madre —dijo con dientes apretados, para no echarse a llorar—. Está muy mal, por favor —suplicó.
El corazón de Edmund se había endurecido tanto, que no le afectó en lo más mínimo la súplica de Natalia; sin embargo, le prestaría ayuda para que a fin de cuentas ella el debiera mucho más que un empleo.
—Puedo hacer algo mejorseñorita Mirgaeva —Levantó la mirada una vez más, encontrándose con lacristalina por las lágrimas de ella—. No quiero su departamento, realmente nome interesa, pero puedo pagar el tratamiento de su madre si acepta viajarconmigo a Panamá.
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