CAPÍTULO 16
Una vez más había perdido el rastro de April, se había marchado del hospital y él sin saber dónde vivía o trabajaba, ni siquiera conocía su apellido y sentía que volvía al callejón sin salida, pero ahora totalmente preocupado, porque estaba seguro de que algo malo pasaba con ella y no consiguió la manera de enterarse.
Cientos de teorías daban vueltas en su cabeza, desde que el hombre que la había visitado en el hospital seguía prostituyéndola en contra de su voluntad, hasta llegó a pensar que tal vez, el causante de la angustia de April era él, recordó que un par de años atrás, había tenido sexo con ella sin protección y pensó en la absurda teoría de haberla embarazado y que ahora no sabía cómo decirle que lo había convertido en padre; sin embargo, suponía que April usaba algún otro método anticonceptivo que reforzara al preservativo, porque la tarde anterior habían tenido sexo sin usar ningún tipo de protección y ella no mostró preocupación en ningún instante.
—¿Y si tiene VIH? —se preguntó e inevitablemente temía que lo hubiese contagiado.
Siempre latía en él esa preocupación porque era consciente de la vida de excesos sexuales que llevaba; aunque se cuidaba y se hacía la prueba regularmente, no estaba exento de terminar infectado.
Se despertó en él la ansiedad por hacerse la prueba, pero por experiencia sabía que debía esperar veinticinco días y repetírsela en tres meses, no ganaría nada con perder los estribos y correr a buscar anticuerpos que aún no podían estar en su sistema inmunológico.
El doctor le había firmado el alta, después de haberle retirado el maldito collarín que le habían puesto debido al esguince cervical que había sufrido, agradecía que solo hubiesen sido tres días; sin embargo, el dolor seguía, por lo que el médico le recomendó reposo y medicación por 48 horas más.
En poco tiempo llegó el chofer que Walter le había enviado para que lo llevara hasta su casa donde debía cumplir las órdenes médicas.
Le pareció realmente exagerado de parte de Walter que también hubiese contratado a una enfermera, que para su mala suerte, no era para nada atractiva y muy mayor, lo que la dejaba totalmente fuera para ser seducida. Su amigo algunas veces pareciera que verdaderamente no lo consideraba en lo más mínimo.
Al llegar a la casa Edmund fue recibido por dos de las mujeres que mantenían impecable y en total orden la propiedad de tres pisos.
Mandó a preparar algo de comida y aunque deseaba ir a la piscina para tomar un poco de sol, en alguna de las tumbonas, la enfermera no se lo permitió y le ordenó que fuese a su habitación.
No tenía ánimos para discutir por lo que obedeció y se fue a la cama, con la ayuda de la enfermera para que no tuviera que mover tanto el cuello, almorzó, sintiéndose estúpido por tener que ser atendido en algo tan básico como comer.
No pretendía estar acompañado las veinticuatro horas y después de la comida, mandó a una de las mujeres del servicio que llevaran a la enfermera a una hitación, no sin antes pedirle que abriera las puertas de cristal que daban al balcón, porque ansiaba un poco de aire fresco.
Estar solo le desesperaba, no podía estar entre esas cuatro paredes, por lo que con cuidado se levantó y se fue al baño, después de una ducha de agua tibia, se vistió con uno de los tantos trajes que habían hecho a su medida, evitando la corbata para no empeorar la inflamación.
Al salir del vestidor se tomó los medicamentos mucho antes del tiempo en que le correspondía, lo hizo para evitar que el molesto dolor en la espalda y cuello regresaran en cualquier momento.
—Señor Worsley —dijo alarmada la mujer encargada de la limpieza de la sala al verlo bajando las escaleras—. No puede estar fuera de la cama.
—Sé que no puedo, pero no quiero seguir como un incapaz —siguió bajando con precaución cada escalón—. Regreso en un rato, no le digas nada a la enfermera —su tono de voz dejaba claro que no era una petición, sino una orden.
La mujer solo asintió, aunque no estaba de acuerdo debía acatar los mandamientos de su jefe.
—Dile a Pedro que lo espero en el estacionamiento —ordenó una vez más.
—Enseguida señor —dijo la mujer que llevaba el cabello color caoba, recogido con una trenza holandesa.
Caminó con rapidez hacia la cocina y llamó a la oficina de seguridad, donde comúnmente se encontraba el chofer conversando con los demás hombres que trabajaban en la casa.
En muy poco tiempo Pedro llegó al estacionamiento, donde lo esperaba Edmund al lado del Aston Martin Lagonda.
—Buenas tardes señor, ¿a dónde lo llevo? —preguntó abriéndole la puerta.
—Vamos a la compañía, ya tuve suficientes días de vacaciones —comentó subiendo con cuidado y se sentó en el asiento trasero.
El auto se puso en marcha y él decidió revisar algunas noticias en la pantalla que tenía en frente, incorporada en el respaldo del asiento del copiloto. Eso le hizo el trayecto mucho más corto.
Fue recibido como siempre, con respeto y admiración, siguió hasta su oficina donde pidió una reunión urgente con su secretaria para reorganizar su agenda.
Conversaba con Judith cuando Walter entró sin anunciarse.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —reprochó llevándose las manos a las caderas.
Edmund desvió su mirada del abogado a su secretaria.
—Judith, dile a Walter lo que estamos haciendo.
—Estamos trabajando, reorganizamos la agenda del señor Worsley —explicó con tabla electrónica en mano.
—Sé que trabajan... no me refiero a eso Erich, sabes que no puedes estar aquí, deberías estar en casa descansando.
—Walter —dijo con desanimo—. No me toques los huevos —miró a la secretaria—. Disculpa Judith.
—No te preocupes —dijo sonriente, demostrando que para nada se sentía ofendida por el vocabulario fuera de lugar de su jefe.
—Estoy en condiciones para trabajar, solo fue un estúpido esguince cervical —explicó poniéndose de pie y caminó hasta donde estaban sus balones de futbol americano, donde agarró el que April le había regalado—. Por cierto, ¿ya compraste las entradas para el partido del sábado? —miró a la secretaria.
—Sí, ya están listas —dijo con eficiencia.
—Más que ir al partido debes recordar que tienes una cita en la delegación el miércoles a las nueve al mañana —anunció Walter, dándose por vencido, sabía que no ganaba nada con regañar al incorregible de Edmund.
—Sí, lo recuerdo y necesito de tu ayuda...
—No es conveniente que vaya en tu representación, debes hacerlo personalmente —recomendó con tono de prudencia. Edmund no podía estar evadiendo la ley, al tener historia policial.
—Judith, eso es todo por ahora... Mañana organizaremos lo del viaje a Panamá.
La secretaria entendió que su jefe le estaba pidiendo que saliera de la oficina.
—Sí señor, mañana... ¿Por la mañana? —preguntó al tiempo que se levantaba del sillón de cuero blanco, que estaba junto al sofá de tres plaza en el mismo color donde había estado sentado su jefe.
—Preferiblemente después de almuerzo.
—¿A las dos de la tarde?
—Perfecto.
—¿Necesita algo más?
—No, Walter me acompañará con un whisky —dejó el balón sobre la base plateada de acero inoxidable y caminó hasta el mueble bar que tenía en la oficina.
La secretaria salió de la oficina y Walter caminó hasta donde estaba Edmund sirviendo en un par de vasos de cristal tallado, whisky seco.
Sin que le diera permiso, agarró el que estuvo servido primero y se lo bebió de un trago, seguido del otro que Edmund acaba de dejar a la mitad, para después quitarle la botella antes la mirada gris que demostraba sorpresa.
—Los dos para mí —sin darle la botella de whisky, abrió la nevera pequeña y sacó una de agua—. Tú no puedes tomar, el alcohol con medicamentos puede ocasionarte una reacción adversa.
—Eres peor que la enfermera que contrataste —dejó la botella de agua sobre el bar y se fue al escritorio.
—Edmund debes ir el miércoles a la delegación —se permitió llamarlo por su nombre, como siempre lo hacía cuando estaban solos.
—Sí, voy a la delegación, no iba a pedirte que fueras en mi representación... Iba a pedirte otro favor, es muy importante y lo necesito para el miércoles a primera hora.
—¿Qué favor necesitas?
—Siéntate —le pidió señalando a uno de los sillones.
*******
April había salido tarde y realmente exhausta del trabajo, no tenía ganas de llegar a prepararse la cena, por lo que prefirió caminar hasta Zen Sai, un restaurante de comida asiática que estaba a pocas calles de la sede principal de CONSTEC, la empresa inmobiliaria para la que trabajaba.
Al entrar se percató de que no estaba tan lleno, por lo que prefirió comer en el lugar, el maître la saludó con amabilidad y la guio hasta una mesa, donde le entregó la carta.
Ella dejó las carpetas que llevaba sobre la mesa y sin abrir la carta hizo el pedido, porque ya había pensado lo que quería; conocerse el menú de memoria le facilitaba la tarea.
Ese casi siempre era el restaurante que elegía cuando no le daba tiempo para cocinar, que pasaba muy a menudo.
El hombre vestido de negro con un ridículo sombrero japonés que le obligaban a usar, anotó el pedido y se alejó.
April aprovechó para algunos contratos de arrendamientos que debía entregarle por la mañana al abogado, pero que antes debía leer cuidadosamente, tan solo llevaba leído un par de párrafos cuando su teléfono empezó a vibrar en el bolsillo de su blazer.
Era su madre quien llamaba, volvía a ser revolcada por una ola de sensaciones que la hacían sentir muy mal, pero se armó de valor para contestar.
—¡Hola mamá! —fingió emoción, mientras fijaba la mirada en las palabras que no leía.
—Hola mi pequeña, ¿cómo te fue en el trabajo?
—Muy bien... Mucho trabajo y eso es bueno, ¿se te hizo efectivo el dinero que te envié? —preguntó con mucho cariño.
—Sí, aproveché e hice unas compras, pero no era necesario April.
—Siempre es necesario mamá.
—¿Ya cenaste? Hoy preparé tu comida favorita, me hubiese encantado tenerte en casa.
—Estoy esperando por mi comida, estoy en el restaurante de siempre... Recuerda que dentro de poco me darán vacaciones y anhelo que me esperes con un gran plato de mi comida preferida.
—Aquí lo tendrás... April, ¿cuándo me llevarás?... Te extraño mi vida, no es justo que estemos alejadas, solo nos tenemos la una a la otra.
—Pronto mamá —dijo con tristeza, lo que le había dicho desde hacía tres años—. Por ahora no cuento con espacio suficiente en el apartamento.
—Sabes que puedo dormir en un sofá.
—No mamá... no quiero que pases necesidades. Te extraño más que a nada, es en serio.
—Lo sé mi vida... ¿April te sientes bien? Te escucho un poco triste.
—Solo que te extraño, pero prometo que la próxima semana te avisaré la fecha en que me tendrás en casa, necesito pasar unos días a tu lado.
La comida llegó y ella le hizo señas de agradecimiento al mesonero que se la había llevado.
Cerró las carpetas y las hizo a un lado, sostuvo el teléfono entre el hombro y la oreja para quitarle el papel a los palillos.
Empezó a comer mientras seguía conversando con su madre y de vez en cuando le echaba un vistazo a la mujer rubia que estaba en frente, y al igual que ella cenaba sola.
Era común que cada vez que su madre la llamaba por teléfono pasaran horas conversando, por lo que terminó de comer y su madre seguía comentándole como le había ido en el club de tejido, tejer se convirtió en su tabla de salvación, después de que su padre y hermanito murieran en un accidente de autos.
Aún estaba presente en su memoria aquella mañana en que su padre salió a llevar a Roger a la escuela y nunca más regresaron. Sabía que cuatro años más tarde, ella decidiera venirse a Miami, dejando a su madre sola, no había sido lo más considerado, pero necesitaba el dinero, urgentemente lo necesitaba, después de todo, al parecer, el dinero no ponía fin a los problemas que la agobiaban, porque resurgieron en el momento menos esperado, era una deuda que no podía saldar y lo peor de todo, era que no sabía con quien tenía esa cuenta pendiente, no sabía a quién reclamarle, porque necesitaba desesperadamente reclamarle a alguien, reprocharle su destino.
Sin dejar de lado la conversación, pagó la cuenta y salió del restaurante, mientras se despedía de su madre.
—Hey... chica.
April no estaba segura si era con ella; sin embargo, se volvió al tiempo que guardaba el teléfono en el bolsillo de su chaqueta. En ese momento vio en las manos de la mujer rubia que estaba frente a ella en el restaurante las carpetas con los contrato.
—¡Oh por Dios! —se impresionó al darse cuenta que las había olvidado, perder esos documentos era suficiente para que la despidieran.
Caminó con rapidez hacia la mujer que se le acercaba para entregarle las carpetas.
—Las olvidaste —dijo sonriente, entregándoselas.
—Gracias, gracias... gracias de verdad, estos documentos son muy importantes, me hubiese quedado sin trabajo.
—Sé que son muy importantes, también trabajo para una inmobiliaria.
—Gracias —No se cansaba de agradecer—. ¿Para qué inmobiliaria trabajas? Claro, si se puede saber —comentó admirando a la mujer frente a ella, que lucía realmente elegante y estilizada, seguramente tendría un cargo muy importante y no era una simple agente de ventas.
—Trabajo para Worsley Homes —dijo sonriendo amablemente.
—Una de las mejores —respondió obligándose a sonreír, pero el nombre de la compañía le descontrolaba todos los latidos, no quería permanecer mucho tiempo delante de esa mujer dejando en evidencia que estaba hecha un estúpido manojo de nervios.
—Eso dicen —le guiñó un ojo mostrándose un poco cómplice—. Pero creo que CONSTEC a pesar de ser pequeña, representa una gran competencia.
—Somos comprometidos con nuestros clientes —Le echó un vistazo a la calle y volvió la mirada hacia la hermosa mujer que trabajaba para Edmund, tal vez, sin saberlo habían compartido al mismo hombreo—. Debo irme, de verdad muchas gracias, por cierto, me llamo April... April Rickman.
—Ya no agradezcas, seguro que hubieses hecho lo mismo por mí... Mi nombre es Natalia Mirgaeva, gerente del departamento de contable, estoy a tu orden.
April tragó en seco tres veces seguida y continuó con su mirada fija en los ojos verdes de esa mujer, sin duda alguna su mundo se caía a pedazos y estaba furiosa, realmente furiosa con Edmund, podía perdonarle las putas, pero no iba a perdonarle que hubiese buscado nuevamente a esa mujer y encima darle trabajo, en un cargo tan importante, definitivamente era un estúpido.
—Me tengo que ir —dijo con voz ronca por la rabia que la calcinaba en el instante, era impresionante como a la primera impresión esa mujer le pareció amable, pero que odiaba, odiaba por todo el daño que le había causado al hombre que ella amaba.
Se dio media vuelta y caminócon rapidez, agradeciendo al cielo que un taxi se acercaba, por lo que lo mandóa parar, debía pasar por el taller al día siguiente, para mandar a reparar suauto y gastarse lo poco que había ahorrado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro