CAPÍTULO 13
Edmund despertó sintiéndose totalmente desorientado, sobre todo porque la vista borrosa no le permitía distinguir el lugar en el que se encontraba.
Segundo a segundo, trataba de esclarecer sus pensamientos, mientras una sed insoportable le tenía la garganta reseca, supuso que acababa de despertar de una borrachera de fin de semana y la resaca lo estaba martirizando, hasta que quiso volver el rostro a un lado y algo no se lo permitió, por lo que en un acto reflejo se llevó la mano al cuello, tocando algo plástico, de manera inmediata tuvo la certeza de que era un collarín y una vez más el rostro ensangrentado de April asaltó a su memoria, así mismo el estruendoso sonido del impacto entre los autos ensordeció sus oídos.
—April —murmuró, percatándose de que estaba ronco y solo en la habitación de alguna clínica, hizo a un lado la sábana que le cubría hasta el pecho y se levantó, sentía que la cabeza le pesaba toneladas y que solo el maldito collarín se la sostenía.
Bajó de la cama, el piso estaba frío y las plantas de los pies le cosquilleaban, intentó avanzar pero solo tumbó el paral que sostenía una bolsa de solución salina, sin pensarlo se quitó la aguja que tenía en el antebrazo y salió en busca de alguna noticia sobre el accidente en el que había estado involucrado.
Al abrir la puerta de la habitación fue consciente de que solo llevaba una bata quirúrgica que le llegaba a los muslos y que tenía el culo al aire, pero eso realmente no le preocupaba.
No sabía a dónde se dirigía, solo avanzaba por el solitario pasillo, hasta que vio venir a una enfermera que al verlo corrió hacia él.
—Señor Worsley, no debe levantarse —lo reprendió la mujer de pronunciadas caderas y baja estatura.
—Necesito información, quiero saber qué pasó con la mujer... la del otro auto —pidió sin avanzar ni un paso.
—Por favor, debe regresar a su habitación —solicitó haciéndolo volver y empujándolo de regreso, dejándole claro que poseía muchas más fuerza que estatura.
—No quiero regresar a la maldita habitación, quiero saber qué pasó con April —exigió angustiado, con los latidos del corazón acelerándose a casa segundo.
—No tengo esa información, por favor colabore o me tocará pedir apoyo.
—Entonces buscaré yo mismo la información.
—Le ayudaré a buscarla, pero por favor, necesito que regrese a su habitación.
Edmund dejó de ser intransigente con la pobre mujer que hacía su trabajo y regresó a la habitación.
—Por favor, suba a la cama —le pidió mientras agarraba el paral con la solución salina.
Él hizo caso, esperando obtener la colaboración de la enfermera.
Ella le ayudó con la sábana y descolgó la solución salina, la que arrojó a la papelera.
—Necesito volver a medicarlo, por favor no salga de la cama.
—No necesito ningún tipo de medicamento, me siento bien.
—Una cosa es que usted se sienta bien y otra muy distinta es lo que dicen sus resultados médicos —reprendió con total seriedad—. Ahora, por favor no salga de la cama, regresaré en un minuto.
A Edmund el regaño de la enfermera lo hizo sentir como cuando tenía diez años y su madre lo obligaba a tomar ese horrible jarabe para la tos.
—Prometo que puedo esperarla cinco minutos sin salir de la cama, si me ayuda a averiguar qué pasó con la mujer del otro auto.
—No es mi trabajo, pero haré el intento —le dio su palabra y se alejó.
—April... la mujer se llama April —dijo antes de que la enfermera saliera de la habitación.
—Está bien.
La mujer salió de la habitación y él se quedó mirando a la puerta, aguardando pacientemente el instante en que volviera a abrirse, y por lo menos que le trajera alguna noticia alentadora que le quitara tanta angustia del pecho.
Después de mucho tiempo que no pudo contar la mujer aparecido trayendo consigo una bandeja metálica, provocando que el corazón se le acelerara todavía más, a la espera del más mínimo comentario de la enfermera.
—¿Cómo está April? —preguntó casi con desesperación y observaba como la mujer avanzaba hacia él y ponía en la mesa de al lado la bandeja con algunos implementos y una nueva solución salina—. ¿Logró encontrar noticias?
—No quisieron darme información —comentó colgando la solución en el paral.
—¿Cómo no van a darle información si usted trabaja aquí? —discutió, mientras la enfermera no se inmutaba, solo se ponía unos malditos guantes quirúrgicos.
—No me permitieron hacer muchas preguntas... Ni siquiera estoy al tanto de lo que pasó, solo sé que lo ingresaron anoche porque estuvo involucrado en accidente automovilístico... —Con una mota de algodón empapada con alcohol volvía a buscar la vena en el antebrazo de Edmund—. No puedo saber todo acerca de los pacientes.
El hombre contaba con buenas venas, por lo que rápidamente la consiguió y preparó la aguja, pero él le detuvo la mano antes de que pudiera avanzar.
—Solo necesito saber si está bien o si no sobrevivió, pero saber algo de ella.
—Vuelve a hacer eso y le podría romper la vena —advirtió dedicándole una severa mirada—. Posiblemente obtenga su respuesta en cuanto termine aquí y pueda permitirles el paso a los hombres que desean interrogarlo.
De manera inmediata Edmund le soltó la mano y todos sus demonios le plantaban la cara en ese momento, era como volver a vivir la aterradora experiencia que lo llenaba de pánico y que de ese lugar saldría esposado como lo había hecho de su casa trece años atrás.
Cerró los ojos y volvió a pensar en el rostro de April ensangrentado, esta vez sí le tocaría pagar su culpa, una culpa que empezaba a devorárselo. Con la mano libre se cubrió el rostro y mentalmente se maldecía, no era más que una maldita plaga que acababa con quienes alguna vez le habían demostrado cariño verdadero.
—Listo, espero que no vuelva a quitarse la vía —dijo la enfermera.
La voz de la mujer la escuchó lejana, mientras él solo quería acabar con su vida, no quería ningún tipo de medicación, solo suplicaba que estuviese en un piso alto para poder lanzarse por la ventana.
—No quiero ver a nadie —exigió conteniendo las emociones que lo estaban destrozando por dentro.
La enfermera no dijo nada, solo agarró la bandeja y salió de la habitación, enseguida entraron dos policías.
—Buenos días —saludó uno de los policías—. Erich Worsley.
El corazón de Edmund se le instaló en la garganta con alterados latidos y revivir el miedo de volver a prisión casi no le dejaba respirar.
—Buenos días oficial —correspondió al hombre con el respeto que le obligaron a tenerle, aunque muy en el fondo los odiaba, gracias a unos pocos que le hicieron la vida un infierno en la cárcel a todos los veía por igual—. ¿En qué puedo ayudarles? —No había de otra, le tocaba hacerse el estúpido.
—Necesitamos hacerle algunas preguntas.
—Prefiero responder cualquier pregunta en presencia de mi abogado.
—Está en su derecho, pero no podemos esperar a que llegue su abogado —dijo uno parándose cerca de él y separando ligeramente las piernas al empuñar el arma que colgaba del arnés en su cintura—. Solo queremos saber su versión acerca del accidente.
—Fue mi culpa, me distraje por un momento... tan solo fue un segundo. —Trató de excusarse para que se dieran cuenta de que no había sido intencional.
—Un segundo es suficiente para acabar con la vida de una persona —comentó el otro policía de cabellos, cejas y pestañas rubias, con una mirada azul que intentaba intimidarlo.
Edmund tragó en seco en varias oportunidades para pasar algo que se le atoraba en la garganta y que no conseguía definir, nunca antes se había sentido de esa manera, mientras le daba la pelea a la lágrimas que anidaban al filo de sus párpados a punto de derramarse, después de tres años sin llorar, necesitaba hacerlo aunque sabía que con eso no retrocedería el tiempo, ni mucho menos reviviría a April.
Había acabado con la vida de una joven a la que el destino o lo que fuera, le había dado una oportunidad para seguir adelante y cumplir sus sueños; sin embargo, él le arrebató de un golpe todo lo que April tenía por vivir.
Estaba seguro de que más allá de las lágrimas no podía ocultarle a los policías el temor en sus ojos, quería decirles que se merecía ir a la cárcel, pero el sentido común le gritaba que se mantuviera en silencio y esperara a que Walter estuviera presente.
—Pero ese segundo no acabó con mi vida. —La voz de April se dejó escuchar detrás de los policías que parecían formar una muralla.
Edmund la buscó desesperadamente con la mirada, al tiempo que el corazón le dio un vuelco dentro del pecho y una estúpida sonrisa de alivio se apoderó de sus labios, de un tirón se quitó la sábana que minutos atrás la enfermera le había acomodado.
—Quédese donde está —le exigió el policía haciéndole un ademán de alto para que permaneciera en la cama.
—Creo que tanto el señor Worsley. —Caminó parándose al lado de uno de los policías—. Como yo, nos descuidamos al mismo tiempo... Sé que debo pagar una multa porque confieso que estaba al teléfono en el momento del accidente.
—April —carraspeó Edmund al verla con un pijama de pantalón y camiseta. Se veía perfecta si no fuese por un parche en la parte superior izquierda de la frente.
Ella se volvió a verlo y le regaló la más hermosa y tranquilizadora sonrisa, consiguiendo que el alma le regresara al cuerpo.
Edmund se limpió rápidamente y con rabia la lágrima que corrió por su mejilla como muestra de debilidad y felicidad.
—Ven aquí, por favor —suplicó tendiéndole una mano, pero se moría por mandar a la mierda la orden del policía y salir de la cama para correr hacia ella.
—Permiso. —Casi le hizo una burlona referencia a los policías y caminó hasta donde estaba Edmund.
Ella estiró la mano para aferrarse a la que él le ofrecía, apenas se la sostuvo la haló, obligándola a lanzarse casi en la cama, antes de que ella pudiese protestar o que los policías pudieran intervenir le sostuvo el rostro y la besó, lo hizo con desesperación.
April en contra de su prudencia correspondió fervientemente, tomándolo por los cabellos, aferrándose a ellos y entregándole sin pudor su boca, donde la lengua de Edmund irrumpía una y otra vez, deslizándose con el poder que todo él representaba.
Había extrañado tanto el sabor de esos besos, el aroma caliente de ese aliento, había extrañado tanto perder la cordura en esos brazos y se entregaba toda a ese irrepetible momento en el que no importaban los carraspeos imprudentes de los policías.
Muy en contra de la voluntad de Edmund, se alejó un poco, porque ella sí necesitaba respirar y darle tregua a sus adormecidos labios.
—Sigues siendo estúpido Edmund Broderick —reprochó sonriente y extasiada contra esa boca que evaporaba con su aliento la saliva que mojaba sus labios.
Él volvió a sonreírle como solo ella lo había visto hacerlo, sonrisa que solo April se había ganado con sus comentarios tan oportunos y realistas, sin duda alguna seguía siendo el mismo estúpido que esa jovencita bailando casi desnuda sobre una tarima había cautivado.
—Disculpen, no venimos hasta aquí para presenciar escenas de romance —intervino uno de los policías, captando la atención de April, que se alejó del rostro de Edmund.
—Lo siento señor policía... Disculpe nuestra imprudencia. —Miró a Edmund y volvió a mirar al policía—. Sabemos que su presencia en este lugar es por lo del accidente, pero solo fue eso, un accidente y nos haremos cargo de pagar cualquier multa que desee imponernos...
—Yo pagaré las multas —intervino Edmund—. Mi abogado se hará cargo de eso. —Vio que April se alejaba un paso, pero él no se lo iba a permitir, por lo que le sostuvo la mano.
—Será necesario que ambos se presenten en la delegación el día miércoles a las dos de la tarde —dijo uno de ellos, dedicándole una mirada suspicaz a Edmund.
—Ahí estaremos —asintió Edmund.
—Entonces nos retiramos.
—Adelante —dijo April.
Una vez que los policías se marcharon, ella se volvió hacia él, sin duda alguna se había llevado la peor parte del accidente, ella tan solo tenía una herida que necesitó de diez puntos de sutura y que gracias a Dios, podría ocultar cualquier posible cicatriz con el cabello.
—Lo siento, lo siento tanto —murmuró él, cerrando su mano entorno a la de ella.
April miró el agarré de esa mano tan grande, tan masculina que tantas veces se había aferrado con lujuria a todas las curvas de su cuerpo. Lo había extrañado, Dios sí lo había extrañado, lo reafirmaba esa sensación de plenitud que experimentaba a su lado.
—No fue tu culpa, yo venía hablando por teléfono... También fue imprudencia de mi parte, no me dio tiempo de frenar —dijo acomodándole con delicadeza los sedosos cabellos negros, que caían sobre su frente, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos porque le estaba mintiendo, realmente no estaba hablando por teléfono, estaba llorando producto de la impotencia y de lo injusta que era su vida.
—Entonces era mi deber evitar el accidente, debía estar atento, pero...
—Pero sigues de libertino, insaciable... pene rebelde —dijo sonriendo, tratando de olvidar el motivo por el cual lloraba al momento del accidente. No le molestaba que Edmund fuese de putas, sí le daba un poco de celos, pero si no fuese por esa debilidad que él poseía hacia las mujeres fáciles, por miedo a involucrarse seriamente con una, no lo hubiese conocido.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó halándola un poco hacía él.
—Anoche mismo recuperé el conocimiento... solo sigo aquí porque quieren cobrarle al seguro mi inútil permanencia en este lugar.
—Siéntate —le pidió palmeando a un lado de la cama.
Ella miró el espacio al lado de Edmund y él volvió a palmear el colchón.
—Solo serán cinco minutos.
—Puedo hacerte un poco más de espacio, no me molestaría que te mudaras a mi habitación.
—No voy a dormir contigo —dijo sentándose al lado de Edmund, que le puso la mano sobre el muslo y eso le aceleró todos los latidos de su cuerpo.
—¿Y por qué no?
—Porque los amigos no duermen en la misma cama.
—Conozco a amigos que sí lo hacen.
—No somos de esos amigos... ¿te gustó el regalo? —preguntó para cambiar de tema.
—Me hubiese gustado más si me lo hubieses entregado personalmente. ¿Por qué no quieres que nos veamos si dices que no sigues molesta conmigo?
—Porque es mejor así...
—Que no sea por la estúpida excusa que me diste en el club...
—No es una estúpida excusa, pero ya no es por eso... son cosas mucho más complicadas que creía que ya no iban a interferir.
—Podrías contármelo, como amigo con el que no deseas dormir ni tener sexo, prometo escucharte y comprenderte.
—No puedo, son cosas que no puedo contárselas a mis amigos, ni a mi madre, ni siquiera quiero contármelas a mí misma... —Quería decirle que se moría por tener sexo con él, que no había vuelto a estar con ningún hombre después de aquella amarga despedida que tuvieron en el club y todo porque no deseaba a ningún hombre como lo hacía con Edmund Broderick, pero no quería seguir causándole heridas a su corazón.
—Creo que contra eso no puedo competir, espero que algún día puedas contarme cosas que ni siquiera quieras contarte a ti misma... Tal vez podría ser de ayuda.
—No lo creo. —Puso su mano sobre la de él—. Debo volver a mi habitación antes de que la gruñona de la enfermera se dé cuenta de que he escapado. —Se levantó ante la atenta mirada de él.
—No te vayas, enfrentaré a la gruñona.
—Debo regresar.
—April —volvió a susurrar su nombre y pudo leerlo en la manilla que llevaba puesta, pero no alcanzaba a ver el apellido, al menos tenía la certeza de que no le había mentido acerca de eso—. ¿Por qué correspondiste a mis besos si no me deseas?
April se quedó mirándolo a los ojos con ganas de volver a besarlo, de desnudarse y subírsele encima y sentirlo irrumpiendo en sus entrañas, de volver a delirar con cada embestida, pero lo realmente sensato era dejar las cosas como estaban. Edmund no merecía que lo lastimara, él apenas estaba volviendo a vivir y no tenía el derecho de hundirlo una vez más.
—De alguna manera teníamos que lograr que los policías se marcharan. —Fingió una sonrisa.
—¿En qué habitación estás? —preguntó mirando a esos hermosos ojos brillantes.
—En la 202 —respondió.
—Esta noche iré a visitarte, tenemos muchas cosas de que hablar.
—Pensé que solo podría sacarte conversación después de tener sexo.
—Te has ganado mi confianza y mi amistad... desde el primer momento, no sé por qué, pero siento que puedo confiar en ti, nadie más sabe quién es Edmund Broderick. —No le mentía.
April estaba completamente al tanto de su pasado y de la causa que lo llevó a permanecer diez años en prisión, pero sobre todo creía en su inocencia.
—Gracias... es muy importante para mí, porque creo en ti... En Edmund Broderick, realmente no me gusta mucho Erich Worsley. —Frunció la nariz en un gracioso mohín.
—Erich solo es un papel, en cualquier lugar soy ese hombre que conociste admirándote en el club, ese que te eligió aquella noche, pero no me has dado la oportunidad de demostrarlo fuera de aquel pequeño cuarto con olor a sexo de otras personas.
—Lo estoy confirmando —dijo mirando a su alrededor.
—Es mucho mejor el cuarto del club. —Sonrió elevando ambas cejas.
April negó con la cabeza y salió sonriente de la habitación.
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