CAPÍTULO 12
Natalia apagó el computador a las ocho y quince de la noche, se sentía verdaderamente exhausta y con la vista totalmente cansada, pero bien sabía que valía la pena, porque estaba terminando con tanto trabajo atrasado.
No sabía si dentro de Worsley Homes no había nadie más capacitado para al menos hacer las cosas más simples, o deliberadamente, por petición de su jefe dejaron las cosas así, tan solo para darle a ella la más cordial bienvenida.
Se levantó de la silla y caminó hasta el mueble donde dejaba sus pertenencias, agarró su bolso y su vaso personal. Caminó a la salida, antes de apagar las luces recorrió con su mirada su hermosa oficina, estaba totalmente decorada a su gusto y aunque había pasado una semana trabajando por doce horas en ese lugar, no podía creer que tanto espacio era para ella sola y no extrañaba en lo más mínimo el patético cubículo en el que pasaba sus días cuando tan solo era una simple agente de ventas.
En el pasillo solo estaban encendidas las débiles luces auxiliares que apenas le permitían guiarse en la penumbra.
Llamó al ascensor y clavó su mirada en la pantalla superior, contando mentalmente uno a uno los pisos que descendía y cuanto le faltaba para que abriera las puertas.
La luz resplandeciente del ascensor la cegó por contados segundos, como lo había hecho todas las noches de esa semana, estaba a punto de entrar, pero su cuerpo se tensó y se quedó inmóvil al ver que no bajaría sola como lo había hecho antes. Suponía que su única compañía en ese lugar eran los hombres de seguridad.
—Puedo esperar —dijo al ver que su jefe estaba dentro del ascensor. Era la última persona que esperaba encontrarse en ese lugar y menos después de no haberlo visto en toda la semana.
—Tan desagradable le parece mi compañía que no quiere subir al mismo ascensor.
—No señor, solo no quiero incomodarlo —explicó sintiendo que su sola presencia la descontrolaba, sobre todo al ver cómo interponía su brazo para que las puertas no se cerraran.
—Suba al ascensor —pidió echándole un vistazo de pies a cabeza.
Natalia odiaba ese tono mandón que siempre usaba, se creía que tenía todo el poder para tomar decisiones sobre ella y estúpidamente terminaba obedeciendo, porque algo más poderoso que su orgullo la empujaba a cumplir con las exigencias de su arrogante jefe.
Entró al reducido lugar que compartiría con Erich Worsley y toda su aplastante personalidad.
—¿Qué hace tan tarde en este lugar? —preguntó clavando la mirada en Natalia que no podía ocultar la tensión que la embargaba.
—Estaba trabajando, qué otra cosa podría hacer a esta hora en la compañía. —Se mostró totalmente sarcástica como un mecanismo de defensa ante la desconfianza que mostraba su jefe.
—No podría saberlo señorita Mirgaeva, no me gusta espiar a los empleados. No tiene que trabajar tiempo extra, no es obligatorio.
—Lo hago porque había muchas cosas por hacer y quiero estar al día con mis labores, al fin y al cabo es mi responsabilidad. —Desvió la mirada hacia su jefe, que no se preocupó por mirar a otro lado para disimular que se lo pilló mirándola, por el contrario siguió haciéndolo con mayor insistencia—. Lo último que esperaba era encontrármelo a esta hora, es muy tarde para que siga aquí.
—Sé que no le agrada encontrarse conmigo, no se preocupe, no tiene que fingir lo contrario, pero para su desgracia, siempre soy el primero en llegar y el último en irse, es mi negocio y quien mejor sino yo para velar por el.
Natalia volvió la mirada al frente y aún le faltaban diez malditos pisos, realmente no le molestaba estar al lado de su jefe, odiaba lo que pasaba en ella, odiaba que en su estómago un centenar de mariposas hicieran fiesta como cuando era una adolescente y el capitán del equipo de futbol americano con unos ojos grises muy parecidos, le dedicaba miradas desde la cancha.
Tal vez era eso lo que le pasaba, era que Erich Worsley de cierta manera le hacía recordar a Edmund, pero solo físicamente porque su chico de Princeton era la otra cara de la moneda de ese hombre sin escrúpulos que tenía al lado.
—Tiene toda la razón, nadie mejor que usted para velar por sus intereses —comentó, solo por no dejarlo con la última palabra. Tragó en seco y cerró los ojos en busca de un poco de control, la voz computarizada del ascensor le anunciaba que por fin habían llegado y justo en el momento en que las puertas se abrieron, salió como si su verdugo fuese quien le respiraba en la nuca.
No pudo avanzar mucho porque su jefe le sostuvo el brazo, impidiéndole la huida. Miró a su alrededor y estacionamiento se encontraba casi solitario, únicamente estaba su auto y el Aston Martin Lagonda siendo cuidado por el chofer que esperaba por Erich Worsley.
De manera inevitable miró por encima de su hombro, elevando mucho la cabeza para poder mirarlo a la cara, dejando en evidencia su expresión de desconcierto, temor y por absurdo que pudiera parecer también se sentía excitada.
—¿Tiene algo planeado para esta noche señorita Mirgaeva? —preguntó mirándola atentamente, sin atreverse a soltarla.
El corazón de Natalia estaba a punto de reventar en latidos, inevitablemente su imaginación ideó un ardiente encuentro con ese hombre, tal vez no había nada que deseara más, le atraía de manera desconocida y estaba segura de que podría pasarlo muy bien, pero su intuición le gritaba que no confiara, que ese hombre era la representación de la más peligrosa perdición, esos ojos tenían el color de la traición y no quería equivocarse una vez más.
—Una cena familiar señor —dijo la verdad—. Lo invitaría, pero no creo que a mi hermano le agrade compartir mesa con quien le quitó su casa. —Recordó que debía mostrar un poco de orgullo, sino lo hacía por ella, al menos podía hacerlo por Levka, que pasó tres días en prisión por culpa de su jefe y aunque se había prometido olvidar que Erich Worsley había hecho una denuncia formal, no podía hacerlo.
Él la soltó muy lentamente, no iba a demostrarle a Natalia que le enfurecía su maldita actitud, suponía que iba a ser más fácil, pero al parecer los años le habían otorgado peso al estúpido orgullo femenino.
—Usted mejor que nadie sabe que no le quité nada a su hermano, o mejor dicho a su agresor... —Chasqueó los labios en un gesto de cinismo—. Solo reclamé lo mío, por las buenas o por las malas siempre obtengo lo que me pertenece... y aunque me invitara, la rechazaría señorita Mirgaeva, no me llaman la atención las aburridas reuniones familiares.
—Supongo que para usted son más divertidas las reuniones libertinas —aguijoneó, dándole a probar a Erich Worsley un poco de su propio veneno.
—Sí que lo son señorita Mirgaeva... —Fingió una descarada sonrisa, primera vez que lo hacía delante de ella, al menos desde que había tenido la desgracia de volver a cruzarse en su camino—. Está invitada por si algún día decide dejar de lado su aburrida vida.
No dijo nada más, caminó dejándola a ella parada en el lugar, tal vez estudiando la posibilidad de acompañarlo o a punto de explotar por la ira. Se daría prisa, porque no quería terminar llenó de la sangre de Natalia.
Era un imbécil, solo a él se le ocurriría que ella podría aceptar una invitación a una de sus fiestas con las putas, estaba demente si creía que iba a rebajarla al mismo nivel de esas mujeres.
Empuñó las manos, tanto como para sentir que las uñas le lastimaban las palmas de las manos y toda ella temblaba por la rabia, solo si no fuera su jefe lo hubiese seguido y lo habría abofeteado para que aprendiera a respetarla de una vez por todas.
Edmund subió al auto y le pidió al chofer que lo llevara a su casa, solo se daría un baño, se pondría ropa más cómoda y se iría a disfrutar de su viernes como siempre lo hacía.
Cuando llegó al Madonna, se dio cuenta de que no quería quedarse en el lugar, no le apetecía coger en una de las habitaciones o en el salón de baile privado.
Antes de que hicieran la primera presentación habló con el gerente del lugar para que le permitiera llevarse a tres de sus chicas, con eso sería suficiente para entretenerse el fin de semana.
Eligió a Sacha, la rubia despampanante que daba unas mamadas incomparables y por las que pagaría la mitad de su fortuna.
Chocolat, una morena francesa de ojos marrones con un movimiento de caderas que le haría perder la razón al mismísimo Diablo.
Y por último a Rubí, pelirroja totalmente natural, con un acento texano que acompañaba a un tono de voz algo ronco, que despertaba cada poro de su piel cuando le susurraba palabrotas y que él encontraba realmente sensual.
Las tres estaban tan felices como niñas que llevaban por primera vez a un parque de diversiones, porque estaban seguras de que Erich Worsley solo prometía plenitud, no solo por el sexo que era extraordinario y que fácilmente rendía para las tres, sino también por los regalos que les daba cada vez que las sacaba del Madonna.
Edmund salió del exclusivo club en la Avenida Washington con las tres chicas, a su lado izquierdo iba Chocolat y al derecho Sacha, a las que les rodeaba la cintura con sus brazos. Mientras que Rubí, llevaba en un maletín Prada, que fue un obsequió de él, algunos juguetes sexuales, condones, lubricantes, cambios de ropa y varios discos para amenizar la fiesta que duraría todo el fin de semana.
Esperaron un par de minutos a que el valet le trajera el auto y subieron al Aston Martin.
Al lado de Edmund se sentó Sacha y en el asiento trasero las otras dos chicas.
—¿Desean ir a algún lugar en específico? —preguntó mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
Las tres se miraron y sonrieron con complicidad.
—Queremos que nos sorprendas —comentó Rubí mientras le masajeaba los hombros.
—Entonces voy a sorprenderlas. —Elevó la comisura izquierda en una arrebatadora sonrisa, mientras le dedicaba una intensa mirada a través del retrovisor—. Ajústense el cinturón, no queremos que algún policía nos arruine la fiesta —pidió echándole un vistazo a la rubia a su lado.
Puso en marcha el auto y no habían avanzado una calle cuando Sacha le pidió a Rubí que le pasara uno de los discos que estaban en el maletín. Edmund se lo permitió porque serían ellas las encargadas de animar el momento.
—I put it down for a brother like you... —Las tres empezaron a cantar y a mover sensualmente sus cuerpos—. Give it to you right in the car, that's you...We can first give you some of this, that's you and you're all loving that J.Lo, true...
Sacha lo miraba mientras le cantaba y le sonreía, dejándole claro que esa canción era para él.
—Creo que podemos empezar la fiesta antes de llegar a nuestro destino —Chocolat que estaba detrás de Edmund, le cerró el cuello con los brazos, empezó a chuparle el lóbulo de la oreja y acariciarle con su lengua.
—Quieta Chocolat, estoy conduciendo... —pidió removiéndose en el asiento, sintiendo cómo la bendita lengua de esa mujer hacía estragos en su oreja, enviando señales a su miembro que empezaba a reaccionar.
Intentaba mantener la mirada en el camino y la atención en el volante, cuando Sacha también se unió a la divina tortura, empezó a acariciarle la parte interna del muslo derecho, hasta apoderarse de su pene.
—Así me gusta —sonrió descaradamente al darse cuenta de que estaba excitado. Se desabrochó el cinturón para que su boca le ayudara un poco a sus manos.
—Espera... cuidado —dijo Edmund bajando la mirada a la rubia cabellera que se posaba entre sus piernas, que empezaba a desabotonarle el jeans.
Solo ese instante de descuido fue suficiente para que no pudiera tener el control de lo inevitable, su inmediata reacción fue sostener con mayor fuerza al cabeza de Sacha, al tiempo que pisó el freno a fondo, intentando no colapsar con el otro vehículo.
Chirridos de neumáticos, un gran estruendo y un fuerte golpe en la frente que lo dejó totalmente desorientado, como si en los oídos tuviera un enjambre de abejas.
Tan solo segundos bastaron para que sintiera la sangre tibia bajar por su frente.
—Sacha... Sacha —llamó a la mujer que sabía no llevaba puesto el cinturón de seguridad.
—Estoy bien, estoy bien. —Ella se levantó totalmente aturdida—. Edmund estás sangrado, estás sangrando mucho —dijo totalmente alarmada y empezó a llorar.
—Estoy bien... estoy bien —repitió, pero realmente tenía la mirada muy borrosa y todo le daba vueltas. Miró por encima del hombro y vio a Rubí y Chocolat, ambas chicas se encontraban bien, eso le quitó un gran peso de encima, pero no podía quitarse de encima el aturdimiento por el sonido de la corneta del auto con el que había colisionado, que al parecer se había quedado pegada.
Entonces se dio cuenta de que el otro auto se había llevado la peor parte, el vidrio se había hecho añicos y las personas empezaban a acercarse, algunos usaban sus teléfonos, tal vez pidiendo ayuda.
Se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta de su auto, bajó y solo se tambaleaba, estaba seguro de que no podría mantenerse en pie por mucho tiempo, pero era mayor la preocupación por las personas en el otro vehículo.
—Señor no se mueva, quedes tranquilo —le advirtió un chico joven, sosteniéndolo por el brazo, mientras la sangre seguía bajando por su rostro, se sacudió del agarré sin decir una sola palabra y caminó hasta la puerta del chofer del otro auto.
Un lamentable murmullo recorría entre los presentes, cuando vio una cabellera rubia, la cara de la mujer inconsciente estaba enterrada en el volante. Inmediatamente se desesperó por brindarle ayuda, intentó abrir la puerta pero no lo consiguió, lo hizo en varias oportunidad y a la final con la ayuda de dos hombres más, rompieron el cristal de la ventanilla, para ver si podían abrirla desde adentro, quiso asegurarse de que la mujer aún respiraba, por lo que le movió la cabeza encontrándose con el hermoso rostro ensangrentado. En ese instante sintió que el mundo se le iba a la mierda, que aunque volviera a la cárcel ni él mismo se lo perdonaría, no existiría condena que le quitara la culpa.
—¡April!... ¡April! —gritó desesperado por sacarla, pero solo agotó sus fuerzas y muy en su contra terminó desplomándose, quedando inconsciente en medio de la carretera cubierta por cristales y trozos delas carrocerías.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro