CAPÍTULO 11
No iba a perder la oportunidad por lo que aprovecharía que el cliente había solicitado una segunda visita a la propiedad que deseaba adquirir, pero esta vez en compañía de su esposa.
Él había quedado satisfecho con el lugar y estuvo a punto de pedir el contrato de compra, pero necesitaba la opinión femenina que habitaría en la lujosa mansión vacacional.
April llegó a la propiedad y decidió esperar dentro del auto a que sus posibles compradores aparecieran, mientras observaba a través del espejo retrovisor la pequeña caja que adornaba el asiento trasero y el corazón le latía presuroso a consecuencia de los nervios que la embargaban.
Sabía que era una locura y que si su jefe se enteraba la despediría, por faltar a la regla principal de la compañía, en la que ningún agente inmobiliario debía incomodar al posible comprador, sin importar que tan importante o famoso fuese, debían recordar que en ese momento solo eran el eslabón más importante para cerrar una venta y no podían ponerla en riesgo por estúpidos fanatismos.
Se mantenía aferrada al volante mientras la ansiedad la obligaba a apretarlo con fuerza, sintiendo que las palmas le sudaban profusamente e intentaba tragar la angustia que no pasaba de su garganta.
Cuando escuchó el motor del poderoso Ferrari entrando a la propiedad, empezó a temblar, sintiéndose totalmente estúpida por la ola de nervios que la embargaba.
—No lo haré —susurró con voz estrangulada y echándole un último vistazo a la caja que estaba en el asiento trasero del auto—. Podría perder mi trabajo y tal vez ni siquiera le dé importancia... seguro pensará que es una tontería. —En su interior la indecisión la gobernaba, la razón la empujaba a salir y dejar la bendita caja, pero el corazón latía desaforado alentándola a que hiciera lo que tanto anhelaba.
Como siempre la razón salía vencedora, era la única que siempre la salvaba de cometer tonterías, agradecía que en su vida primara la prudencia por encima de los sentimentalismos, aunque eso significara un gran sacrificio y posiblemente se perdía todo ese mundo en color rosa que el corazón le pintaba.
El Ferrari estacionó cerca de su auto y ella no dudó en bajar antes de que lo hicieran los visitantes.
Con su maletín de trabajo en mano y una afable sonrisa se acercó hasta el lujoso auto del que se bajaban hombre y mujer al mismo tiempo.
—Muy buenas tardes señor Amendola —saludó cumpliendo con el protocolo, mientras los nervios seguían formando un gran nudo en su estómago.
—Buenas tardes, señorita Schneider... —correspondió y con un brazo le cerró la cintura a la delgada morena a su lado, pegándola un poco más a su cuerpo—. Le presento a mi esposa —dijo sonriéndole y mirando a su mujer con embeleso, lo que le hizo suponer a April que no solo estaba enamorado sino que sexualmente entre ambos existía una química sexual explosiva, tan solo por un segundo descubrió en la mirada de Amendola, la misma intensidad con que la miró Edmund en el momento en que sus pupilas se encontraron, y eso fue suficiente para que por primera vez en la vida un hombre le robara el corazón.
Inevitablemente recordó que lo que Edmund sentía por ella era solo deseo sexual, que nada más la apreciaba como a un cuerpo con el cual quitarse la ganas y unos oídos que siempre estaban dispuestos a escuchar cada palabra que saliera de esa boca.
April se apresuró a corresponder al saludo de la señora Amendola, asegurándole con una sonrisa que se enamoraría de la propiedad y sin perder tiempo los invitó a que siguieran.
Durante el recorrido se esmeró por resaltar cada espacio de la mansión, mostrándoles la mejor manera de aprovecharla; a pesar de que la señora Amendola se mostraba realmente satisfecha, en April aún latían las ansias y los nervios que alimentaban esa insistente vocecita en su cabeza que le gritaba que se arriesgara.
—La quiero. —La señora Amendola dijo al fin las palabras mágicas, mientras sonreía convencida, parada en medio de la gran sala de estar admirando el lugar.
April sonrió feliz por la venta casi asegurada de la propiedad, eso era un gran logro profesional dentro de la compañía, por lo cual su jefe inmediato la felicitaría, además de que sumaría a su cuenta bancaria una suma considerable de dinero que le ayudaría a cubrir sus interminables gastos.
April le ofreció un precontrato de compra, en el cual se pautaba una reunión en la sede de la compañía de Bienes Raíces que ella representaba, y a la que los futuros compradores debían asistir con sus abogados.
Salieron de la lujosa mansión y ella quiso despedirlos antes de que subieran al Ferrari, sintiéndose muy agradecida por la seguridad que le habían ofrecido al firmarle el precontrato.
Puso su maletín en el asiento de su auto y entonces vio una vez más la caja que reposaba sobre el asiento trasero, el corazón volvió a latirle con rapidez, gritándole que era el momento justo para arriesgarse, ya tenía la firma del comprador y nada podía salir mal.
—Señor Amendola —lo detuvo justo antes de que la puerta del Ferrari se cerrara, al tiempo que extendió su brazo lo más posible, agarró la caja y caminó hacia el auto—. Disculpe, sé que no es profesional... pero es para un amigo que admira su trabajo.
El hombre solo le sonrió y le pidió a April el nombre del amigo.
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Natalia usó su mejor vestimenta y su más radiante semblante, para presentarse en la reunión que su jefe había acordado para nombrarla delante de los más altos directivos de Worsley Homes, como la nueva gerente del departamento contable de la compañía.
Detrás de una fachada de total control, los nervios la azotaban sin piedad y casi no le permitían respirar; sin embargo, se esforzó lo suficiente para quedar bien delante de todas las personas que fijaban su total atención en ella, sobre todo su jefe que lo tenía justo en frente y que la miraba como si no existiera nadie más en el lugar, él era el único culpable de que las piernas no dejaran de temblarle.
En medio de un sincronizado aplauso definitivamente le dieron la bienvenida como la nueva gerente contable, convirtiendo ese día en uno de los más felices e importantes de su vida y se juraba que iba a dar más del cien por ciento dentro de la empresa, lo último que deseaba era decepcionar al señor Worsley y que terminara arrepintiéndose por la decisión de haberla elegido.
La reunión duró menos de media hora y agradeció que no se extendiera por mucho más tiempo, porque no estaba segura de poder seguir controlando sus nervios. Uno a uno los asistentes se fueron despidiendo de ella con un gentil apretón de manos y ratificándole la bienvenida al equipo, mientras que de reojo le echaba un vistazo a su jefe, que al parecer no pretendía abandonar la sala de reuniones porque aún estaba sentado en su sillón, mantenía el codo en el posa brazos y apoyaba la barbilla en el dedo pulgar de la mano, mientras que el dedo índice le reposaba en la sien, mostrándolo totalmente concentrado en ella, robándole toda seguridad, era tanta la intensidad de esa mirada gris, que la hacía sentir desnuda.
En el momento en que quedó a solas con su jefe se apresuró a recoger sus pocas cosas para huir del lugar, por su propia seguridad no debía quedarse a solas con él.
—Señorita Mirgaeva, no le he dado permiso para que abandone la sala —cortó el silencio con un evidente tono de regaño.
—La reunión ha terminado señor Worsley, no encuentro ningún motivo para seguir aquí, me gustaría ir a mi nueva oficina y empezar a trabajar —dijo sin titubear, aunque tragó en seco un par de veces al verlo ponerse de pie y acercarse hacia ella, con ese paso lento que gritaba peligro.
Se detuvo justo detrás de ella, por lo que bajó la mirada al suelo y cerró los ojos, mientras respiraba profundamente en un intento por calmar sus nervios, pero el aroma que ese hombre emanaba y su cercanía la descontrolaba totalmente, solo se aferraba a las carpetas en sus manos como si eso fuese su única salvación.
—La reunión para usted termina cuando yo lo diga —murmuró acercándosele al oído y clavando sus pupilas en el cuello femenino que quedaba totalmente expuesto, debido al moño de bailarina élegamente elaborado que llevaba a la altura de la nuca.
Edmund se sintió totalmente complacido al ver como cada poro se erizó cuando su aliento calentó con el sutil regañó el oído de Natalia y se amarró las ganas de acariciarle la piel.
—Entonces esperaré a que usted lo diga —dijo con la voz ronca por los nervios, sin que nada más se le ocurriera, mientras vivía ese momento que era una mezcla de odio y fascinación—. Si tiene algo más que decir seré totalmente receptiva.
Odiaba que su jefe la humillara de esa manera, que cada vez que le daba la gana se impusiera sobre ella, pero le fascinaba esa cercanía que tanto la descontrolaba, ese poder que él representaba y que empezaba a excitarla.
Edmund estaba lo suficientemente cerca como para sentir como ella temblaba, pero mantenía la seguridad que la distancia de sus cuerpos sin tocarse le brindaba.
—Estoy poniendo en sus manos la parte más importante de Worsley Homes, solo espero que por su bien no traicione mi confianza —susurró su advertencia—. Tomaré en cuenta su receptividad para cuando sea necesario.
El cuerpo de Natalia se estremeció de manera involuntaria, suplicaba que su jefe no se hubiese percatado de esa muestra de debilidad.
—Prometo que no traicionaré su confianza, haré todo lo posible para que se sienta satisfecho con mi trabajo.
—Eso espero, ahora sí puede retirarse.
Natalia solo asintió y se alejó lo más rápido posible, no se atrevió a volverse para mirar a su jefe, solo buscó la seguridad del ascensor para dirigirse a su nueva oficina.
Cuando llegó seguía temblando y el corazón retumbándole contra el pecho, estaba segura que estar a solas le ayudaría a recobrar un poco la calma que ese hombre le robaba.
La oficina era hermosa, totalmente acorde a su gusto y no pudo evitar sentirse sorprendida ante el gran ramo de rosas blancas que estaba en un jarrón sobre su escritorio.
En medio de las rosas había un pequeño sobre en color marfil, lo agarró y sacó la tarjeta, sin perder tiempo se dispuso a leer.
Es un honor contar con usted como gerente del departamento contable.
Siéntase realmente bienvenida.
Erich Worsley.
A Natalia el miedo le pasó a segundo plano y no pudo evitar sonreír, sintiéndose fascinada y honrada ante el detalle de su jefe, que minutos antes se había mostrado tan arrogante y desconfiado, era primera vez en su vida que un hombre que no fuese su padre o hermano le regalaba algo tan delicado y hermoso como lo eran las flores.
Mitchell siempre había sido partidario de obsequios más duraderos, preferiblemente viajes de los cuales indudablemente había disfrutado, pero le hubiese gustado que en algún momento hubiese tenido un gesto tan caballeroso como ese.
Sin apartar la mirada de las pomposas rosas blancas, bordeó el que de ahora en adelante sería su escritorio y tomó asiento, cruzándose de piernas, sin dejar de sonreír tontamente.
Edmund salió de la sala de reuniones, con las manos en los bolsillos del pantalón color grafito del traje de tres piezas que llevaba puesto, caminó con decisión, sin ningún sentimiento anidando en su pecho.
Al llegar al último piso, vio sobre el mostrador de su secretaria un paquete envuelto en papel de regalo plateado, adornado con un lazo de seda negro, que inevitablemente llamó su atención.
—¿Nuevo pretendiente tocando a la puerta? —preguntó un tanto divertido, consciente de todos los obsequios que su secretaria recibía de parte de sus amantes, los que cambiaba casi mensualmente.
Estaba seguro que todos en la compañía especulaban que su secretaría y él habían tenido algo, pero por extraño que pareciera, solo eran amigos, sin ningún derecho más allá del laboral.
—Esta vez no es para mí, esto llegó para usted —dijo tomando el paquete en sus manos y ofreciéndoselo a su jefe, a quien aún trataba con respeto. No importaba cuantas veces él le pidiera que lo tuteara, no podía hacerlo; sin embargo, eso no era impedimento para que lo tratara con confianza.
—¿Para mí? —preguntó elevando ambas cejas ante la sorpresa, provocando que las líneas de expresión en su frente se acentuaran haciéndolo lucir malditamente sexy, al tiempo que agarraba el paquete.
—Así dice la tarjeta —señaló con un gracioso gesto de su boca, apuntando hacia la pequeña tarjeta que colgaba del lazo negro—. Además, creo que es evidente, mis obsequios siempre son en colores más cálidos.
—Quien sea que haya sido —comentó mientras leía en la pequeña tarjeta "Para: Erich Worsley" y no vio ningún remitente—. Haré de cuenta que le gustan los colores sobrios y no que irónicamente pretende decirme que soy un tanto aburrido.
—Creo que quien envío ese paquete lo conoce muy bien —dijo sonriente, todavía estaba sorprendida porque Erich Worsley nunca había recibido ningún detalle como ese.
—Dudo que alguien pueda conocerme, porque ni yo mismo lo hago, algunas veces todavía me sorprendo de mis acciones —explicó consciente de que con nadie se había abierto lo suficiente como para que llegara a conocerlo—. Voy a ver qué contiene este paquete tan misterioso, pídeme un café por favor.
—Enseguida. —Levantó el auricular y sonrió ante el guiño seductor con que su jefe se despedía.
Edmund entró a su oficina mientras la curiosidad lo gobernaba de la misma manera en que lo hacía cuando apenas era un niño y se moría por abrir los regalos que siempre lo esperaban bajo el árbol de Navidad.
Sin sentarse empezó a rasgar el papel del paquete y de un tirón deshizo el lazo, trataba de desenvolver sin ningún orden, solo dejándose arrastrar por la curiosidad.
En muy poco tiempo descubrió que era la caja de un balón de fútbol americano, lo que le sorprendió gratamente porque quien se lo había enviado conocía su gusto por el deporte, aunque no era un secreto para nadie, si tenía los balones a la vista de todo el que llegara a su oficina, inevitablemente le echó un vistazo a su santuario de ocho balones firmados por algunos de los jugadores más destacados.
Al sacarlo se percató de que estaba firmado por Danny Amendola, uno de los jugadores que él más admiraba y que hasta el momento le había sido imposible conseguir su autógrafo, no pudo evitar sentirse feliz, pero inmediatamente volvió a sentirse perdido, cuando la dedicatoria era para Edmund... eso lo descolocó, porque él único que conocía su nombre dentro de la compañía era Walter y no haría algo como eso, no iba a exponerlo de esa manera.
Revisó dentro de la caja y se encontró con una memoria portátil, en lo primero que pudo pensar, era que alguien había descubierto su verdadera identidad y tal vez pensaba chantajearlo, pero eso era algo absurdo, porque todo lo que había hecho era legal.
No quería seguir devanándose los sesos con estúpidas suposiciones, por lo que bordeó el escritorio, tomó asiento e hizo a un lado el balón, sin perder tiempo introdujo la memoria en el puerto USB de su computadora y el único archivo que tenía era un vídeo, el cual mostraba en la imagen a un Yorkshire Terrier, que aún era un cachorro pequeño.
Le dio a reproducir y se llevó la más maravillosa sorpresa que aceleró inmediatamente los latidos de su corazón al ver a April, diciéndole un simple "hola" que a él le despertó cada nervio.
Ella tenía al perro en su regazo y llevaba puesta una camiseta blanca de algodón y un short de jeans, con el cabello suelto y tan solo un poco de color en sus tentadores labios.
Estaba sentada en un sofá de tres plazas y detrás había un mueble con algunos libros y esculturas pequeñas, lo que le hacía suponer que estaba en su hogar.
Realmente se le veía muy joven sin tanto maquillaje, dominaba la ternura en su rostro, pero no se esfumaba completamente la sensualidad de la que era poseedora.
Espero que el jugador sea de tu agrado, al menos es de tu equipo favorito...
Sonrió nerviosa y dejó de mirar a la cámara por contados segundos.
Tenía la oportunidad y no podía dejarla pasar, inevitablemente cada vez que veo algo relacionado con fútbol americano pienso en mi amigo Edmund, extraño nuestras conversaciones, ya fumar no es lo mismo si no es contigo... Disculpa que diga tantas tonterías, es que me pone un poco nerviosa la cámara.
Volvió a sonreír producto de sus nervios, mientras acariciaba al pequeño perro.
Mientras el corazón de Edmund seguía golpeteando constantemente, sus pupilas se movían lentamente por el rostro de April, hasta llegar a sus pechos que se apreciaban debajo de la fina tela de algodón, dejándole saber que no llevaba puesto sostén, la reacción de ese pequeño desliz se sintió en su entrepierna, deseaba tener el poder de traspasar esa pantalla, a él no le hacían falta las conversaciones, ni fumar. Le hacía falta desesperadamente ella, su cuerpo, su boca, su arrebato... Ninguna otra se comparaba con ella, ninguna otra de las putas era como su puta, su April... su amiga.
La ansiedad volvía a invadirlo, necesitaba encontrarla pero solo se llenaba de impotencia al saber que no tenía la más mínima idea de dónde hallarla.
Solo espero que te guste mi regalo y quiero que sepas que aunque algunas veces te comportas como un cavernícola, no estoy molesta contigo, no puedo estarlo aunque quiera... Sé que estás muy bien, pero anhelo que estés mucho mejor, a estas alturas ya no puedo pedirte prudencia con las putas, sé que sigues visitando el Madonna cada viernes y no es a mí a quien buscas... Admito que siento celos al saber que te conformas con cualquier otra, pero no te preocupes es la naturaleza de las mujeres, siempre dijiste que somos complicadas y todo el tiempo te di la razón.
Volvió a sonreír, dejó al perro a un lado del sofá, se levantó y caminó hasta la cámara.
Adiós Edmund.
Dijo en voz baja y acercó sus labios a la cámara, dejándole un beso.
Él por instinto llevó su mano hasta la pantalla, donde quedaron los labios congelados de April y los acarició con las yemas de sus dedos, anhelando poder sentirlos.
Nunca en su vida había experimentado esa sensación de felicidad y abandono, necesitaba saber de April, quería tenerla en frente y disculparse, quería poder tocarla, no era justo lo que ella estaba haciendo, ¿acaso pretendía enloquecerlo?
En busca de un poco deconsuelo volvió a reproducir el vídeo, para sentirse acompañado por ella,agarró el balón que sin duda se había convertido en el mejor regalo recibido entoda su vida y lo mejor de todo era que estaba dedicado a él, no a la fachadaErich Worsley.
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