Deedee le entregó a Matthew el libro, casi con una expresión fantasmal.

Ambos me daban asco, no solo en el aspecto visual.

Si tan solo pudiera liberarme, los haría tragarse sus propias palabras de maneras inimaginables y luego acabaría con ellos hasta convertirlos en polvo, el mismo que siempre se atreve a ensuciar mis ventanas.

—Gracias al Libro Blanco, fuimos descubriendo las jerarquías, nos tomó tiempo y cuando intentamos neutralizar a aquellos que han sido adeptos a la magia negra, sucumbían.

Lentamente comenzaba a encajar las piezas.

Recuerdos vinieron a mi mente y para nada eran agradables y bienvenidos, pero hice un esfuerzo y les di forma, pues tenían cuerpo propio y solo así descubriría la verdad.

De cualquier forma, sabía que desde un inicio, ese par estaba detrás de todo este alboroto.

—¿Fueron ustedes? —pregunté, torciendo el gesto de dolor—. ¿Ustedes mataron a los animales y se deshicieron de los cultivos?

Hubo pérdidas de todo tipo y eso nos generó muchos problemas financieros.

Lo haría pagar por eso, a como diera lugar.

—En realidad, no. Ocurrió porque la energía negativa se transfirió a aquello que consideró débil —explicó Matthew con la misma serenidad que se podía ver en sus ojos.

—Esa fuerza que sentí… ¿provenía de ti?

—Soy hacedor de la magia blanca —dijo Matthew—. Llevo tiempo tratando de equilibrar las fuerzas de este mundo pero no ha sido fácil.

Matthew me observó con desprecio, eso al menos sí lo pude notar.

—Lo intentamos con los otros brujos negros, pero el resultado era un fracaso. Porque tú lo impedías, ¿no es así? Lo notamos —repuso.

Me miró, sin siquiera titubear un poco.

—Intentaste protegerlos, usando aquella marca del Libro Negro. No funcionó, por eso te deshiciste del libro y trataste de culparnos —su boca se torció en lo que parecía ser una sonrisa de aspecto siniestro—. Algunos de ellos eran practicantes de la nigromancia; utilizar el control sobre los muertos de esa manera y atentar con la evocación de los espíritus… es uno de los peores delitos que va contra la naturaleza humana.

Yo buscaba una manera de borrar la runa… aunque eso significaba arrancarme las uñas, pero era muy arriesgado y la sangre y el dolor podrían delatarme en cualquier momento. Y lo haría, de todos modos.

Esperaba que él no lo notara.

—La rivalidad entre nosotros es inevitable —repuso Matthew—, pero haremos lo que sea necesario para salvarlos.

—¿Salvarnos? ¿Qué tontería es esa? —dije, a punto de estallar de la ira.

Matthew se limitó a ignorarme, lo que me molestó aún más.

Deedee se acercó y dejó caer a Abby cerca de mí.

Ella abrió la boca para dejar escapar un grito de dolor, pero no hubo siquiera un ruido.

La rabia dentro de mí empezaba a arder.

Matthew respiró profundo y luego de exhalar, dijo:

—Empecemos.

Deedee, sin emitir palabra, empezó a dibujar un círculo alrededor de nosotros.

—Es sal, útil para contener el mal —dijo Matthew, mirando en todas partes, como si escuchara algo que nosotros no—. Aquí hay mucha energía negativa. Conoces la ley: cualquier error cometido, volverá en tu contra con toda su fuerza destructiva multiplicada por tres.

Claro que conocía la ley, por eso sentí miedo.

Mucho miedo.

Matthew abrió el libro y cerrando los ojos, empezó a salmodiar algo en voz alta, en una lengua antigua que significaba pureza y divinidad. Deedee se había unido a él y juntos crearon un sombrío cántico que llenó toda la casa.