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—¿¡Qué es esto!? ¿¡Qué está pasando!? —gritaba Abby en medio del caos.
—¡No lo sé! —la tomé de las manos; ella estaba frenética—. ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!
Huimos lo más rápido que podíamos y, en tanto cruzábamos el resto del establo, vimos cómo el gallinero ardía en llamas. El cacareo de los gallos y las gallinas mientras ardían vivos era horrible. El olor a carne quemada de los otros animales y las plumas alteró mis sentidos. Y lo que alguna vez fue le hogar de los cerdos, no era más que un borrón que se perdía en las fauces de la oscuridad.
Todo este tiempo creímos ingenuamente que el lugar estaba vacío, pero en realidad era una ilusión muy poderosa.
Habían jugado con nuestra mente de una manera extraordinaria.
Y me lamenté profundamente, porque era algo que ni yo mismo podía hacer.
Entonces el foco del establo explotó de pronto y el lugar se derrumbó en su totalidad.
Las luces dentro de la casa era una buena señal, así que seguimos corriendo y al momento de entrar, cerré con un portazo. Me coloqué aun lado, jadeando y sudando. Abby se dejó caer junto a mí y empezó a llorar.
Le acaricié el cabello, pensando que eso la calmaría.
Una verdadera pena que no fuera así.
No estábamos solos, al parecer.
En el segundo piso escuchamos pasos, alguien estaba ahí arriba… y era evidente que pronto bajaría las escaleras.
Tragué saliva con fuerza.
—¿Quién será? —murmuró Abby, asustada.
—No tengo la menor idea —le dije.
Mi pecho subía y bajaba por la agitación, sentí un leve cosquilleo en todo mi cuerpo que me indicaba mantenerme en alerta.
El peligro era inminente y tenía que estar preparado.
—¿Qué haremos? —preguntó Abby en voz baja, su cuerpo se contrajo.
Usé el resto de energía para ponerme de pie.
—Hacer que se vaya —afirmé.
Logré que Abby se levantara y se acercara conmigo, junto a las escaleras.
—No hagas ruido —hablé lo más bajo que podía; luego le hice un gesto con las manos para que se detuviera.
Ella hizo puchero pero accedió, de todos modos.
El silencio circulaba por la casa, eso nos proporcionó un poco más de seguridad al momento de detectar alguna anomalía.
Me coloqué junto a la pared, escuchando los pasos acercarse cada vez más. Busqué con la mirada algo que me sirviera para defenderme, sin embargo solo tenía un cuadro enmarcado y una maceta demasiado pequeña e inútil.
Y después estaba ese tonto librero, bueno, sería difícil moverlo sin hacer ruido. Sospeché que cualquier acción que tuviera en mente, delatar mi presencia.
Así que no tuve otra opción que usar mis manos como armas.
Le hice señas a Abby para que se escondiera, pero ella lo único que hizo fue arrastrarse y perderse de vista en la cocina.
Tuve que apretar los dietes, porque un grito quedó atorado en mi garganta y me esforcé en contener mi propia ira, lo que me provocó cierto malestar en mi estómago.
En verdad esperaba que Abby fuese a por cuchillos o algo más útil.
Y cuando volví la mirada, un hombre sin expresión, como si le hubieran drenado toda su sangre y solo quedaba una parte de su conciencia reflejada en sus oscuros ojos y en su mirada tiesa e inmóvil, estaba delante de mí.
De la cocina surgió una mujer, que sostenía un libro blanco y en la otra mano sujetaba a Abby.
—¡Abby! —grité.
—No te muevas —ordenó el hombre.
Eran los Ravenwood.
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