Apoyo para Yamaloto
Habían pasado dos semanas desde que se acabó la guerra civil y todo había vuelto a ser como era; los elfos, enanos y humanos habían vuelto a comenzar a convivir, claro que igual habían muchos dolidos porque perdieron a amigos y familiares y otros que estaban resentidos e incluso algunos locos que hubieran preferido que la guerra continuase.
Anglicabix y Elemor mandaron una carta a Elfenheim explicando lo sucedido para que no mandaran los refuerzos a Aluim, sin embargo, mandaron a unos cuantos soldados más para reestablecer el orden, dirigidos por un joven elfo llamado Anmor
Todos nuestros héroes habían estado descansado tranquilamente; Anglicabix y Alerión le estaban enseñando magia a Galbam, el cual aprendía con una rapidez tan impresionante que daba miedo; Elemor tenía un brazo mecánico hecho por Duran y Beol, no era tan bueno como el real pero cumplía sus funciones y Elemor estaba más que satisfecho; Diego entrenaba a Frédek y Sesmar en el arte de la espada; Galelor se había hecho cercano con Mierl y Baldor y los cuatro ex-generales, Ramen, Agarer, Alerión y Galelor ya estaban empezando a ser aceptados por el resto.
Una persona llegó a caballo a toda velocidad, vestía uniforme y llevaba una alabarda, su rostro expresaba miedo y agotamiento extremo.
—¡Ya-Yamaloto! ¡Está siendo...! ¡A-atacada!—Exclamó el soldado antes de caer desmayado por el cansancio.
Al despertar entregó un pergamino enviado por su Reina, la Emperatriz Kiola, la cual expresaba su necesidad de refuerzos al ser víctima del ataque de un dragón y unos monstruos.
—¡Anglicabix, Galbam! Vamos a realizar un hechizo de teletransportacion masiva!—Ordenó Alerión.
—¿¡Para cuantos!?—Preguntó Galbam.
—Para ciento setenta—Respondió Alerión.
—Empezemos...—Pidió Anglicabix.
Anglicabix traza con una varilla de plata, un circulo en el suelo, con un triángulo en el centro, cada uno de los tres se paro en uno de sus lados y empezaron a recitar unos versos.
Alerión y Anglicabix hicieron la mayor parte del hechizo, Galbam solo fue un pequeño soporte, como un violinista entre dos orquestas.
Al cabo de treinta segundos un rayo de luz se levantó del símbolo, alcanzando llegar a tal altura, que el ojo perdía su largo.
—¡Vamos rápido!—Pidió Anglicabix.
Los tres entraron y desparecieron dejando tras de si un polvito celeste y un sonido mágico, como el de una gota que cae en un impasible lago.
Luego entraron Ageror, Ramen, Galelor, Duran, Beol, Baldor, Mierl, Frédek, Merkel, Sesmar, Diego y un pequeño número de soldados. Elemor no fue debido a su brazo.
Llegaron y se horrorizaron al ver la matanza que estaba teniendo lugar; cabezas ensartadas con lanzas en el suelo, cadáveres calcinados, miembros mutilados y otras cosas así, pero lo más espantoso era los causantes, eran elfos, pero alterados, no elfos oscuros, sino una mezcla entre elfo, zombie y demonio.
—¡Veo que ya llegaron! ¡Y con la última espada que me falta además!—Observó Gil-Garald, el cual estaba colocado sobre un torreón.
—¡Sesmar corre!—Ordenó Galbam.
—¡Alerión! ¡Teletransportame!—Pidió Sesmar.
—¡NO!—Gritó el oscuro y malvado dragón mientras abría las fauces.
Gil-Garald dispara una bola de fuego de color morado rojizo mezclado con negro que consume todo a su alrededor, Alerión se teletransporta con Sesmar, pero la bola alcanza parcialmente a los dos; los tres desaparecen.
—¡MATADLOS A TODOS!—Ordenó Gil-Garald llenó de odio.
Gil-Garald alza el vuelo, derrumbando el torreón sobre el que estaba y se dirige hacia el Sur, rumbo a Galalid, sus escamas eran tan negras que a su lado, el carbón se veía blanco y parecía que absorbían toda la luz del sol; en pocos segundos se había perdido de vista.
En Galalid apenas había actividad, todos los soldados que no habían sido transportados habían partido a la batalla, Alerión y Sesmar aparecieron instantáneamente en las afueras de la ciudad, la onda expansiva de la bola de fuego los hace volar por los aires, solo para caer en el suelo con fuerza.
—¿E-estás bien?—Preguntó Sesmar mientras Alerión se incorporaba.
—S-si, levantate-e Gil-Garald no debe estar lejos—Respondió Alerión.
—¿A dónde iremos?—Preguntó Sesmar.
—Conozco un lugar...—Finalizó Alerión.
Alerión, tras tomar un respiro y tomarse una poción, toca el hombro de Sesmar, recita unas palabras y son teletransportados a otro lugar.
En Yamaloto, la batalla estaba decidida desde el principio, los elfos corrompidos los tenían rodeados y herían a nuestros héroes, pero ninguno caía.
Lo más horroroso no era la masacre, sino los propios elfos corrompidos; su piel, llena de deformidades como los orcos, era blanquecina, pero con lugares negruzcos, además eran calvos, con ojos de un rojo como el rubí y una pupila a veces negra y a veces blanca; eran altos, como de un metro noventa como mínimo, y sus armas, espadas demoníacas, estaban pegadas a sus brazos.
—¡Anglicabix!—Llamó Mierl.
—¡No es el momento!—Respondió Anglicabix mientras realizaba escudos mágicos.
—¡Necesito sangre!—Pidió Mierl.
—¿¡Y por que la mía!?—Preguntó Anglicabix asqueada.
—¡La sangre elfica es mágica y el sol está anulando mis poderes!—Respondió Mierl ya un tanto desesperado.
—¡No me vas a morder!—Se quejó Anglicabix.
Mierl le arroja una daga a Anglicabix, esta la toma en el aire con su mano izquierda.
—¡Has una cortada en la palma de tu mano!—Aconsejó Mierl.
—¿Esta daga no está maldita?—Dudó Anglicabix antes de hacerse el corte.
—¡No!—Negó Mierl—¡Es una daga bonita pero sin poderes!
Anglicabix se corta y unas pequeñas gotas de sangre caen, Mierl toma cada una de ellas y sucede algo sorprendente.
Su altura aumenta en unos centímetros y alas brotan de su espalda, sus colmillos crecen y su tez, antes grisácea, se vuelve totalmente blanca.
—Sentid... ¡¡¡MIEDO!!!—Exclamó Mierl.
Mierl alza los brazos mientras se eleva unos cuantos metros y se oscurece el cielo.
La sangre de los elfos corrompidos sale de sus cuerpos haciendo una esfera alrededor de Mierl. Esta sangre era negra.
Luego la sangre sale disparada en todas direcciones y los elfos caen al suelo muertos.
—¡Si!—Exclamó Frédek.
—¡Qué asco!—Se quejó Agager mientras se sacaba la sangre de encima.
—Al menos estás vivo—Señaló Ramen—¿Y tú por qué no hiciste eso antes o en Galalid?
Tras una pequeña pausa sintieron una fuerte corriente de viento, similar a la que se sintió en Bern al llegar Gil-Garald.
—Soy Etéreo...Soy más allá de la Muerte...Soy Windeol...—Susurró una voz en el aire.
—¿¡Quién dijo eso!?—Preguntó Mierl muy asustado.
—Tu destino...—Susurró Windeol.
Mierl es golpeado y llevado al suelo, luego es lanzado y atravesado por una fuerza invisible.
—Ustedes... Siguen...—Amenazó Windeol.
En Viento Cortante, Miriam y Valentina estaban en una conversación con el rey Elyosea en el palacio de Elysium.
—¿Qué acciones tomaran los reyes de Viento Cortante?—Preguntó Miriam al rey élfico.
—No se pudo concretar nada—Respondió Elyosea—Franco, Loriel, los hermanos Roca Plateada, Nerts y Dalse están muertos y en otras ciudades ha cundido el pánico.
—¿El Imperio Varione los escuchó?—Dudó Valentina.
—Soy un rey élfico, no humano, el Imperio no tiene nada que ver con Elysium, así que yo no puedo hablar con ellos.
—¡Qué ridículo!—Exclamó Valentina.
—Así es la política.
Seis guardias entraron a la sala del rey en ese momento.
—Señor mío—Saludó uno de los guardias a la vez que los seis hacían una reverencia—Se ha visto a un grupo de monstruos que se dirigen hacía aquí, por precaución hemos de evacuarlo.
—Ustedes dos también pueden venir—Señaló otro a Miriam y Valentina.
—Descuiden—Respondió Miriam—Nosotras nos las arreglaremos.
—Si eso quieren—Dijo otro guardia alzando los hombros—Tengan esto de todos modos.
El guardia, les buscó y entregó dos armaduras élficas similares a las que les dieron a Frédek y dos espadas cortas.
Ambas agradecieron y salieron de la ciudad con rapidez.
—¿Y ahora que hacemos?—Preguntó Valentina.
—Debemos reunir a un ejército—Respondió Miriam.
—¿Para qué? Si el Imperio Varione no nos ayuda, no haremos mucho con un grupo de personas sin entrenar—Cuestionó Valentina.
—Si el Imperio Varione no nos ayuda, ya no seremos parte del Imperio Varione—Finalizó Miriam.
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