No mires fotografías
Carmelita esta en su cuarto, no el suyo sino del joven que la recibió. Ahora no esta tan sola, ni su lecho es tan estrecho, y si quiere hablar llama por las escaleras. Baja el joven, todavía muchacho, y tras consultar su reloj salen, andando un rato por la calle la acompaña de vuelta y él todavía regresa a atender sus negocios. Y Carmelita se pone la diadema de los ensueños, y aparece que en la ventana recuerda al que ama su alma. Como si aquella ventana fuera fotografía, grabado en que memorias y colores forman un figura pálida que se ve mejor a ojos cerrados.
- Es muy guapo, mi novio...bueno no ha sido mi novio. Pero es injusto que no lo sea.
Fue un no sé que lo que ocurrió.
-Lo que siento habita entre un ayer y nunca hoy. La historia se acabó. Dime entonces ¿Por qué el ayer crece con cada hoy? ¿Por qué en la mañana me parece que antes terminara el anochecer anduvimos juntos? Que la llamarada en los ojos como fosforo encendido, va irrigando el corazón cual chimenea ardiente. No quema, no se expande ¿Está allí, o no está? Como dolor ingrato se oculta y he aquí no puedo decir: Aquí la ves, la cicatriz.
Así le habla Carmen a la figura de Marcos, que no le responde porque las nubes no escuchan y si no están cargadas de lluvia, tampoco lloran.
-Te quiero, te quiero pero no así.
Marcos no ha vuelto, no a vuelto a ella. Principalmente porque si la buscara en la casa de sus anteriores encuentros, no la encontrara, pues no vive más allí.
-Por la tarde he pasado por mi antigua casita, caminando junto a Lucien le indique el lugar y fuimos y pasando la reja, no encontré señal tuya. Así como cuando te conocí, así el como ahora mi ventanal esta destrozado en abandonos y polvoso como si nunca un dedo humedecido se hubiese deslizado trazando un corazón. Tiempo que pasa la vuelta y toca la cuerda, y al jalón de la luna menguante se sonsaca al sol de su horizonte. De su almohada de brumas con olas se enciende enojado o cariñoso.
¿Qué se le puede rogar a un tren que se marcha? ¿con que enojarse cuando el reloj cansado, retrasa? Son cosas y cuestiones a las cuales pertenecemos y por ende no nos es debido regañarles. Memorias, cual zurcido de blusa, que jalando de un hilo se descose.
Carmelita junto a la ventana pensando en su cariño, recuerda esa frase: Que el amor es libre. -Y si es libre- piensa ella- ¿A qué ponerle pausa?
- Entonces no lo hagas a medias, no vengas de tu casa a la mía, de tu cama a la mía, cuando tienes un portón de látex en tu bolsillo.
-Además si eso no se rompe- dice todavía - se rompería todo lo demás. Porque ¿no es natural de la lluvia sellar bajo su nombre toda la ciudad en la que cae, ó se podría evitar al rosal, tras recibir besos del rocío y caricias del sol, dar flores lindas y hermosas? Así pues, tú buscas amarme de un modo que solo el cuerpo descubre y al mismo tiempo te engañas, pues impides que en el roce de la carne me poseas totalmente. ¿Protegerme? no. No mientas, un hijo tuyo no me haría daño.
- Pero es cierto que el deseo no urge. No te llama a ti el apuro porque lo tienes atorado entre los apuntes, ni a mi porque tu casa es tan pertinente! tan desmesuradamente abandonada. ¿Que habría sido de mí sin conocerte? Y yo no sé donde meterme...tus pestañas son muy oscuras, casi negras.
¡Ay amor mío, has cambiado tanto!
En esto entra Lucien, terminados sus negocios ya tanto del día como de la tarde y noche. Llegando justo al momento para oír -... amor mío, has cambiado tanto! Y se asusta, palidece el color azulado en su vista. Carmelita apenada sonríe una bienvenida y todavía dice pero en murmullo unos últimos sentimentalismos, porque no le ha ocultado a Lucien ni que ama, ni que sigue amando:
-Quién te llevara a las montañas amor mío, donde podría llevarte a escondrijos que yo sé, donde echados sobre la hierba no habría de molestarnos los pesticidas ni vendrían los coches a ahumarnos. Quién llevara a mi amado a la iglesia, donde en el estrecho pasillo detrás del pulpito podría besarme pues Dios es discreto y la pasibilidad del cielo no interrumpiría nuestro abrazo. Quién me llevara para que de rodillas pudiese atar las cuerdas de sus zapatos. Quién ataría mis brazos a su cuello para formarle cadena que no pueda deshacer.
Lucien oyéndola, toma lugar en un amplio sofacito y toma su café, que compró pues era fría la noche.
-¿Por qué hemos decidido esperar? ¿pues, era tan grave complacernos en placer mutuo? ¿Saciar un deseo adormecido, a fin de no caer en la pantomima y hermandad del noviazgo? ¿Qué es? Este rebelde impulso de tomar el fruto que, ofreciéndose desprotegido, balanceándose en suaves danzas bajo su rama. Y esa su promesa ¿es falsa? porque si lo tomáramos y agrio terminaría odiándole. Ó, si esperando pasara el tiempo y este dulce envejeciera, olvidado al fin cayendo, como pasta en el suelo que roen las hormigas...
Y deja la frase sin terminar, sentándose junto a Lucien a su lado y entonces Lucien comprendió le tocaba hablar y además, quería hacerlo:
-Melina y yo hemos ido al jardín de las lavandas.
-¿De veras? ¿Cómo les ha parecido?
-No, yo cuando el reloj del sol estaba por marcar las siete, esas florecillas de lila temblante parecían turquesas y hasta la más palidona tenía el rosa mortecino que se ve en la orilla de la playa en el anochecer. Casi lloré. Ni la luna plateada ni sus estrellitas de cristal podrían ser más lindas en ningún otro lugar fuera de ese jardín
Un sueño termina. Cuando algo termina todo es confusión, un forcejeo interminable sin color y en blanco y negro. Pero piensa nuevamente ¿Qué es una vela apagada? La habitación es fría. A Lucien le queda un trago más de café.
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