XXVI. Ian
Querido Ian:
Confieso que los momentos son como el humo de un cigarro que sale de las entrañas de una habitación , como si tuvieran un antes y un después de ti. Y eso no es difícil porque tú lo eras todo. Últimamente siento que no escribo para nadie más que los recuerdos, y es que aún hay oleadas de tu mirada, gotas de fuego, la mesmerización de tus ojos en los míos. Y se me va la prosa, solo puedo escribir y escribir sin importar si mis manos se quiebran o si mi mente pierde las alas o ese carácter sagrado que todos le daban, o que yo creía, de que en mi mente no entran monstruos. Que mis pensamientos son un palacio de mármol y qué equivocada estaba. No importa nada, porque quiero escribirte de cómo nos conocimos, por eso empezaba hablando de los recuerdos. A veces me pasa que cuando las cartas llevan tantos sentimientos no sé cómo hilar un pensamiento con otro. Pero espero que no te parezcan inconexos, no quiero caer en ese error y ofrecértelo como un exvoto literario y que luego sean meras palabras sin sentido. Y no busco hacer arte, solo quiero llegarte.
Cuando me presenté a Rob con la excusa que me había dado Isabelle de querer entrevistar a Joy Division, el grupo que actuaba ese día de agosto de 1979 en las Nashville Rooms: mis manos temblaban como un pájaro que helado por la nieve pierde el equilibrio de los radares y los cables eléctricos, porque me imaginaba que alguien como Rob Gretton imaginaría que yo no era nada del otro mundo, me criticaría por mi aspecto extranjero y mis ojos se nublarían ante la incapacidad para hablar.
Es cierto que había asistido a no muchos conciertos y que tal vez el punk de Manchester no era lo mío, pero había salido de Bélgica para buscar oportunidades, y empecé a escribir sobre el ambiente musical de Manchester en la revista cultural de Attendant. Las experiencias antes de que llegara Morrisey y The Smiths. Verte hablando en la cabina mientras yo trataba de convencer a Rob de un imposible, fue acabar con la monotonía de mi vida, como al parar el tiempo cuando te llevas un cigarro al centro de tu inconsciencia. Era perderme en mi mundo interior, como tú lo hacías, cuando te perdías en la burbuja de la música o en tus cigarros y ni mi voz podía hacer pirograbados para apagarlos.
Ese día me viene a la mente como manchas en el tiempo, es decir de forma recurrente, casi de forma inconsciente, como ideas que he ido escribiendo que se pueden ver después de limpiarme los ojos llenos de lágrimas y que han llorado por mi propia incomprensión.
La cajetilla de cigarros, encima de la cabina de teléfono tú sombra, la camisa azul, tus pantalones grises.
Un diálogo y una pared que decía salida. A veces me pregunto si no hubiera sido mejor irme. Me lo pregunto todo el tiempo, no habría tenido que aguantar las miradas esquivas de mis propios miedos, el frío de una habitación diferente. Pero es que estoy cansada de pensar. Tan cansada, tan cansada de preguntarme lo mismo y no encontrar respuestas. De creer que todo está bien pero en realidad nada mejora.
Nunca he sentido esta presión en el pecho escandalosa porque me llora, me grita y me estira como si yo fuera suya, y me satura. Sé que es agotamiento. Y no puedo fingir más. Escribo pero no me encuentro y no sé de dónde viene el miedo, de dónde viene esa forma de ahogo en un vaso cerrado en la garganta. La vena aorta que se esconde entre mis suspiros que en realidad aún son para ti.
La escena me viene como el humo y la luz de los recuerdos.
Perdóname, no suelo romperme, o al menos demostrar que en realidad soy una muñeca rusa jugando entre costuras rotas.
Y descubrí que los que dicen que su poesía miente en realidad son los poetas más grandes, los que más derrumban el corazón y le dan un sentido a la vida. A partes iguales, como el café amargo. Irrumpe la erupción de la noche y el semáforo del placer.
Fue al ver los cuadros de the Echo and the Bunysmen, de Siouxie and the Banshes, me descubrí dándome cuenta de que tenías un gusto musical exquisito y que yo era una novata tanto en los sentimientos que empezaban a fluir como en Joy Division, el Punk, la música y Manchester. Pero me dejaba llevar por los sentimientos y la habitación de color turbo me hacía querer hacer preguntas que no sabía adónde me llevarían.
Dentro de mí estaba hecha un desastre. Tenía miedo por dentro, las costillas preparadas para cualquier golpe de autoestima. Por momentos no sabía qué hacía ahí. Pero verte fumando mientras yo lanzaba mis preguntas me hacía querer quedarme aunque no supiera porqué.
Tus miradas hacia mí a través del cenicero, tu sonrisa cortada por las risas de tus amigos, me hacían pensar en el descanso de mi respiración, punto a punto y aparte de cada pregunta. " Me mortificas. Y no puedo hablar desde el corazón hambriento de vida, sino de sueños."
Pero tú seguías tan paciente, tan inmune a mi presencia.
Pensaba que no era nada y tú eras un huracán que despertaba los terremotos y las ecuaciones más intensas en mí.
"Annik, ¿verdad?" – tu voz hizo que me trastabillara con los papeles y la grabadora, todo lo que usé para la entrevista y que podía ser un quiebre o un final para nosotros. La verdad es que tenía miedo de dar un solo paso. "¿Estás bien?" el marlboro que hacía unos minutos estaba en tu boca ahora estaba entre tus dedos y sonreías.
"Sí. Iba a darle las gracias a Rob por dejarme entrevistaros. Sé que posiblemente quede confirmada su suposición sobre lo de fancine europeo." Intenté reírme pero no me salía la ironía.
" Estuvo bien. Diferente."
"Debo irme. Gracias por responder tan sinceramente".
"Annik." Interrumpiste mi salida de la habitación. " Llevo casi una hora intentando poder acercarme a ti. Luego podríamos hablar en privado, si quieres."
Te llevaste el cigarrillo a los labios con miedo a mi respuesta.
" Me encantaría, Ian."
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