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XII

Sintió un vacío que ni Índigo pudo llenar con sus explicaciones sobre las consecuencias de la falta de una aceptación genuina entre los dos componentes de una misma alma. Una advertencia que no llegó a él y que su corazón había guardado con recelo.

Había sido engañado por un árbol parlante.

Era extraño que, contrario a lo que uno podría pensar, jamás se había sentido tan emocional desde su desaparición. Lo peor de todo es que no lograba comprender por qué extrañaba a alguien a quien nunca apreció del todo.

Su vida siguió como antes de su aparición, a excepción de que Elías seguía con él. Pensaba que era cuestión de tiempo para que también lo abandonara. Si una extensión de él pudo hacerlo, cualquiera lo haría.

Entró a su habitación y se sentó en la orilla de su cama. Se quedó inmóvil. Repitió la misma rutina, pero esta vez no se sentía reconfortante; la desesperación volvió. No, no era su propia desesperación, era algo ajeno a él. O tal vez pertenecía a otra parte de su ser.

Trató de comprender lo que expresaba, pero no obtuvo logro alguno. Recordó parte de los descubrimientos que el corazón había hecho por él. Aceleró sus latidos con ayuda de ese sentimiento externo.

Todo empezó a moverse más rápido, tanto que empezó a volverse lento. Los objetos que había hecho vibrar hasta hace unos momentos, ahora caían en cámara lenta. Tomarse una pausa era la única forma de conservar vivo el recuerdo.

Sentirá una especie de paz, en teoría debería de estar calmado por haber parado el transcurso del tiempo, pero su corazón seguía latiendo con rapidez. Un aspecto contradictorio más en su vida.

Pensó en su otra mitad, lo que lo transportó a un lugar oscuro que percibía familiar y que a la vez le era irreconocible. Lo vio arrinconado en la única esquina perceptible. Él estaba temblando.

Sin previo aviso, una voz se escuchó desde el fondo de la habitación.

—Te odio.

«Eres un inútil.

Tu existencia es un error».

Eran demasiados mensajes de odio repetidos en bucle.

Trató de meterse y de hacer reaccionar al corazón; no obtuvo respuesta. Al momento de pedirle disculpas, él desapareció.

Por inercia, tomó la misma pose que el corazón, creyendo que de ese modo facilitaría la conexión. Al poco tiempo, la voz volvió a escucharse. Recibió las mismas frases que dio indiscriminadamente.

No sabía cómo reaccionar, por lo que dejó de moverse y empezó a aceptar lo que le decían. Le afectaba más de lo que era consciente. Sintió su rostro humedecer: eran lágrimas. Hacía tiempo que no lloraba. ¿Quién diría que él mismo sería el causante de su desgracia?

Regresó a su habitación aún más agitado de cómo se fue. Recordó una de las técnicas para probar sus poderes. Intentó bajar su ritmo cardíaco, aunque sabía que perdería para siempre el rastro de la única parte buena en él.

Pero seguía siendo él. Todas las cualidades buenas de su dividido, él también las poseía, aunque las había enterrado en lo más profundo de su ser, rechazándolas por no querer aceptarse a sí mismo.

Por primera vez en años, quiso darse una oportunidad de mostrar más de sí tanto para los demás como para él. Y, para lograrlo, tendría que dar el primer paso.

«No me odio».

Un simple pensamiento con el que se permitió creer que mejoraría.

"Para estar bien con lo que eres, primero debes conocer el origen de tu actual ser".

Naranja_Amarga

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