XI
Fue rápido para sacar la conclusión de que el problema que materializó al corazón fue la discusión que tuvo con Elías.
Así que ahí estaba, estacionado frente a la puerta de su amigo sin idea de cómo proceder con su disculpa.
Eran cercanos, no debería de serle difícil ir y pedirle perdón, pero él nunca se había disculpado con alguien antes.
No le gustaba reflexionar acerca de su pésima habilidad para relacionarse con otros. Se removió en su lugar, incómodo.
Volteó al asiento de atrás en donde se escondía el corazón, no iba a soportar su compañía por más tiempo. Ese pensamiento lo motivó y de pronto llamó a su amigo.
—Debemos hablar.
—Buenas noches para ti también —Elías respondió irritado—. ¿En serio crees que quiero hablar contigo después de lo de anoche?
—Sí.
Le cerró la puerta en la cara.
¿Por qué era tan complicado interactuar con otras personas?
Escuchó el abrir de la puerta de su auto. La cosa había bajado. Un problema más a la lista.
—Déjame hacerlo yo.
—Nadie debe saber que existes.
—Salió bien cuando hablé con las niñas y lo conozco tan bien como tú, puedo disculparme por los dos —el corazón se aproximó a la entrada.
—No voy a permitir...
—Si no lo hago yo, lo harás tú y, por lo visto, esto no es lo tuyo —lo miró con suficiencia—. Confía en mí.
Esperaba no arrepentirse.
Cambiaron papeles y ahora era él quien se escondía en el asiento trasero. Se sentía como un niño pequeño esperando a que los adultos terminaran de hablar.
No supo cómo el corazón había convencido a su amigo de que lo dejara pasar. Era una buena señal, sin embargo, la incertidumbre lo estaba comiendo vivo.
Las pocas pistas que tenía eran los pensamientos entrecortados que le llegaban de su doble. Se suponía que la conexión entre las personas divididas era fuerte sin importar la distancia. Bueno, ese no era su caso.
Al poco tiempo los vio despedirse con un abrazo.
Deseó ser él el receptor de tal muestra de afecto.
—¿Lo solucionaste?
—No.
—¿Qué? Pero los vi muy animados y te abrazó durante más de cinco segundos. Solo faltaba que te besara.
—¿Eso querías? —le sonrió con complicidad.
—Claro que no; sabes a qué me refiero. —El corazón no dejó de sonreír.
—Las relaciones son más complejas de lo que crees. Me disculpé y aceptó mis disculpas, pero aún falta tiempo para que la herida sane.
—¿Cómo cuánto? —recibió una mirada seria—. Ok, puedo esperar.
[.....................................]
No podía esperar, ¿quién diría que ser paciente sería tan difícil?
Pasó casi toda la noche incapaz de cerrar sus ojos y relajarse. Cuando el sueño estaba por ganar la batalla, otro pensamiento llegaba a él y no había forma de callarlo. Las desventajas de ser la parte racional.
No le parecía justo, el corazón solo debía lidiar con las emociones —que no eran muy comunes en él—, su labor era mucho más fácil que la de él. Y eso lo llevó a pensar en qué era lo que pasaría si no podía deshacerse de él en un futuro cercano:
Tendría que empezar a presentarlo como su gemelo, deberían de aprender a compartir sus cosas, que en su mayoría eran individuales. Ahora serían dos bocas que alimentar y aseguraba que él no sería el único que aportaría a la casa, eso jamás; trabajaba para sí mismo, no para él y una imitación barata más inútil.
No solo era compartir espacio, su mente no sería solo suya, pues los pensamientos de su contraparte no dejarán de llegar a él sin ningún impedimento. Y con todo eso, había personas a las que les gustaría tener el poder de leer las mentes de los demás, estaban desquiciados.
Por el bien de su salud mental, su amigo debería de perdonarlo pronto.
—¿Qué es lo que te tiene tan alterado? —preguntó al que menos quería ver en ese momento.
Estaba a punto de tener una charla sobre el tema con él cuando sonó el timbre de su apartamento seguido de los gritos de su amigo.
—Ay, no. Se me olvidó avisarte que él vendría.
Cerró sus ojos para imaginar un mundo en el que no hubiera una maldición y el corazón no existiera. Sonrió.
—Lo noté, gracias por el dato. Escóndete.
No tuvo fuerzas para amenazarlo, esperaba que bastara con que sintiera su enfado.
Esperó a que el Corazón se encerrara en su habitación y una vez hecho eso, le dio el pase a su amigo, quien lo rodeó entre sus brazos para saludarlo, una acción que lo dejó descolocado en más de un sentido. No acostumbraban a darse muestras de afecto, eran más del tipo que, cuando convivían, lo hacían a un metro de distancia del otro.
¿Qué tanto habrá hecho su copia?
—Veo que tus hábitos de limpieza no han cambiado —dijo Elías al darle un repaso visual al departamento. Decir que estaba desordenado era poco.
—Deja de criticar —rodó los ojos—. ¿A qué viniste?
—Tú fuiste quien me invitó. —lo miró extrañado.
Oh, no.
No sabía nada sobre la reconciliación que tuvieron. Lo descubriría, estaba seguro y luego los acusarían de brujería y una muchedumbre se deshará de él. O peor: se dará cuenta de que su otra mitad vale más que él y preferirá su compañía a la suya.
Su respiración tomó un ritmo inestable, le pasaba cada que sentía que una situación se le salía de las manos. Algo que sucedía con más frecuencia de lo que le gustaría admitir.
«Quiero mejorar como amigo, te invité para convivir más contigo. Cuéntame cómo has estado».
Era un pensamiento del corazón, lo estaba ayudando.
Se relajó por contar con su apoyo. Aunque no le gustaba, aceptaba que se le daban mejor esos temas que a él. Tal vez no era tan malo tenerlo.
Repitió palabra por palabra, no podía arriesgarse.
—He tenido mucho trabajo. Me arrepiento de trabajar en esa empresa —se dejó caer sobre el sofá en un gesto escandaloso.
—¿También te arrepientes del sueldo que ganas? —dijo sentándose a un lado de su amigo desparramado.
—No, esa parte sí me gusta.
—Lo sospechaba.
Pronto la plática se volvió más amena y, de cierto modo, cómoda. Su amigo había comenzado a hablar sobre una obra de teatro a la que había ido hace unos días. A él no le gustaba ir, pero su amigo hablaba con tanta pasión que era imposible no sentirse absorto.
A veces no seguía el hilo de su conversación o simplemente no entendía a qué se refería, sin embargo, le agradaba verlo emocionado y ser el afortunado de escucharlo.
Extrañaba eso. Extrañaba los momentos con su amigo en donde se relajaban tanto que las preocupaciones sobre el futuro no tenían espacio en su mente.
Irónico que él fuera la parte mental de su ser y que su estado más feliz involucrara no pensar en absoluto. Y estaba a punto de lograrlo cuando un sonido proveniente de su habitación interrumpió su estado de ensimismamiento y, sobre todo, la conversación que tenía con Elías.
—¿Qué fue eso?
El Corazón era más inoportuno de lo que había previsto.
¿Por qué nada podría salir bien?
El corazón debería de mantenerse escondido dentro de la habitación hasta que Elías se fuera. Era una tarea simple y fácil. O eso creyó.
Tuvo que soportar el enojo, la confusión y la emoción de su amigo; todo en menos de diez minutos. Era lo que pasaba cuando alguien se enteraba de que tenías un clon, cortesía de una herencia familiar.
Si lo ponía de esa forma, hasta él se vería como un fenómeno. Aunque eso no fue lo que sucedió, en cambio, su amigo formuló tantas preguntas como para llenar un libro.
Su entusiasmo fue compartido con su doble, lamentó su unión cuando, sin siquiera consultar su opinión, quedaron de buscar respuestas acerca de las habilidades mágicas que se suponía que tenían.
Le molestó que lo incluyeran en sus planes, pero más le molestó que accedió a acompañarlos. No sabía por qué los siguió, tal vez su locura era contagiosa.
A unos pasos para entrar en el bosque más aterrador que había visto en su vida, el acobardarse no era una opción.
No debió de contarles que los bosques eran los lugares que están más conectados con la magia.
Estúpida magia, ¿por qué no se conectaban a las playas? Unas vacaciones no le vendrían mal.
Los ilusos lo dejaron serlo el primero, un honor que ganó por ser el que más sabía sobre el tema. Claro, para eso sí son buenos.
Entró resignado y con el temor a flor de piel. No tenía idea de qué era lo que buscaba, un portal a otra dimensión sería útil. Si tan solo cada zona no tuviera su propia forma de acceder a él. Otra de las maravillas de la magia.
Con cada paso, se le dificultaba andar con tranquilidad. Cabía la posibilidad de que ese bosque no tuviera nada de mágico y que fueran atacados por una de las especies salvajes que los habitaban.
Tuvo que recurrir a estar más atento a sus sentidos: estaban rodeados por un montón de árboles, el sonido que más predominaba era el canto de las aves y lo más raro que se encontraba ahí era un grupo de hongos. Pero había algo más, lo presentía.
Se escuchó un estruendo similar a un trueno, lo que provocó que el cantar de las aves fuera más fuerte, sin embargo, no sé alejaron. Fuera lo que fuera, no era una buena señal y todos lo supieron, ya que comenzaron a correr.
Corrían en círculos. El corazón fue el primero en percatarse, se detuvo cuando hizo su descubrimiento, una acción que causó la caída de mente. Elías se salvó por poco al ser el más lento de los tres.
—¿Qué es lo que te pasa? —dijo sin fuerzas.
—Corríamos en círculos —soltó un quejido de dolor.
—Oigan, ¿qué significa que un cuervo gigante te mire fijamente?
—Que debes huir si quieres seguir con vida —respondió Antonio, aún recostado en la tierra.
—Oh.
—¿Por qué...? —se calló cuando notó al par de ojos negros que lo observaban.
«Bueno, algún día tendría que morir».
El cuervo se acercó hacia ellos y pasó de ser un ave a una mujer con ropajes holgados.
—Ustedes son divididos, ¿verdad? —preguntó energética.
Asintió.
—Siempre quise conocer a un dividido —dio saltitos que la mantenían en el aire por más tiempo del que la gravedad permitía.
¿Por qué todos se emocionaban al enterarse de su condición? Cada vez entendía menos a la gente.
La joven bruja se presentó como Índigo y les contó parte de sus habilidades mágicas —a las cuales no prestó atención— a cambio de que ellos le relataran su situación. Para su sorpresa, les ofreció su ayuda porque aseguraba que conocía mucho de su familia, de varias en realidad.
Ignoraron los posibles peligros de seguir a una bruja hacía el centro del bosque, porque al final de cuentas era lo que buscaban cuando entraron en primer lugar, retractarse no serviría de nada. De todos modos, había escuchado rumores de que las brujas no solían jugar con su comida. Tendrían una muerte rápida e indolora, lo máximo a lo que podía aspirar.
Para su fortuna, la bruja había dicho la verdad, pues sacó un libro enorme que en la portada tenía un símbolo de dos personas idénticas. Le dio una ojeada rápida y se detuvo en una página que no alcanzó a ver.
«¿Hay muchos libros sobre nuestra familia?» preguntó la cosa en sus pensamientos.
—No —murmuró.
«Esto es turbio».
Estuvo a punto de reír, si él opinaba eso, significaba que algo iba mal. No se atrevió a hablar de eso frente a la bruja, todos sabían que eran más poderosas en sus hogares.
—Tengo una colección de libros sobre las familias mágicas más distintivas. La suya es una de las que más llaman mi atención —los señaló.
—¿Ahí viene información sobre nuestros poderes? —preguntó el iluso número uno.
—Sí. Su ascendencia es numerosa, pero sigue siendo limitada. Hay cuatro tipos de habilidades que pueden poseer, una por cada criatura diferente: magnis, los que controlan la atracción y repulsión; ypnos, quienes tienen poderes hipnóticos; kairos los que pueden alterar el paso del tiempo y cmes, los que tienen habilidades físicas potenciadas —recitó como si de un discurso preparado se tratara.
—¿Cómo podemos saber cuáles son? —habló Elías.
—A prueba y error —se encogió de hombros—. Pero primero, ¿que representan y quién fue el último en manifestarse?
—Somos corazón y mente—-dijo señalándolos respectivamente—. Y yo fui el que apareció de la nada —habló como si fuera lo más normal del mundo.
—Ustedes la tienen fácil para descifrar la forma en la que pueden activar y nivelar sus poderes —se recargó encima de sus manos—. Verán, hay cinco maneras de controlar la magia...
Antonio se aburrió de escuchar, se sentía como si estuviera de vuelta en la escuela. Confió en que le darían un resumen de lo que les había explicado.
Solo se enteró de la despedida y se levantó un poco más animado, no podía esperar a volver a su departamento y descansar. Al ya estar afuera, Índigo pidió tener una charla a solas con el corazón. Cuando salió, su semblante cambió a uno más serio, un detalle que no pasó desapercibido para él ni para su amigo, aunque ninguno se atrevió a preguntar al respecto. Una acción de la que se arrepintió.
La conexión mental funcionaba de una manera curiosa y se intensificaba mientras más cerca estuvieran del otro.
Sin llegar a ser partícipe del plan a prueba y error para descubrir el tipo de criatura que eran, conocía los datos más importantes que obtuvieron. Todo con solo escuchar los pensamientos enviados por el corazón.
Al principio remilgaba de ellos, pero la energía que el par de ilusos desbordaban, era tanta que hasta él se vio anhelando conocer más al respecto.
Pronto puso atención a algo más que a sus propios pensamientos y resultó mejor de lo que esperaba.
Comenzó a buscar los pensamientos de su doble sin llegar a ser invasivo y aprendió más sobre ambos. También se volvió más accesible y convivió más veces con ellos. No eran una terrible compañía como creyó.
Sin embargo, a pesar de tratar de ser más unido a ellos, no se atrevía a dar el primer paso y "entrenar". Se tomaban demasiado en serio a la magia.
Como no podía seguir esperando a que ellos lo volvieran a invitar, era el momento de probarlo por sí mismo.
Dentro de lo que aprendió estaba que su forma de controlar sus poderes era a través de sus latidos —cortesía del corazón—. También supo que era un kairo.
Hizo a un lado la mesita que tenía en el centro de su sala para colocarse en ese mismo espacio sobre la alfombra. Lo consideraba un buen lugar para empezar. Además, debía aprovechar que estaba solo en casa.
Después de alejar los objetos que podrían salir lastimados, se sentó en posición apache porque era la que le resultaba más cómoda.
Contempló a su víctima: una manzana. Buscaba acelerar su proceso de descomposición. Debería de ser fácil, ya que era vieja.
Contó sus latidos y visualizó a la manzana descompuesta.
Estaba por usar sus poderes por primera vez, sin embargo, algo no le permitió continuar.
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