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VI

Issac se levantó extrañado. Caminó hacia la cocina, miró al exterior a través de la ventana, y vio a Nadine en el patio trasero desnuda a excepción de las bragas que traía puesta.

—¿Nadine?

No, no tenía sentido en absoluto. ¿Qué hacía allí a estas horas?, se preguntó.

Ya había comenzado a girarse para ir por ella, cuando vio salir de la penumbra que rodeaba a su esposa, a una especie de sombra... pero no, no una sombra, sino la figura de un hombre más oscuro que la noche. A Issac se le detuvo el corazón. Una sensación agobiante le invadió, una mezcla entre miedo y ansiedad que le erizó la piel. Se inclinó más hacia la ventana, intentando confirmar si de verdad eso estaba ahí. Entonces desapareció... como si nunca hubiera estado. Fue apenas un parpadeo para que la figura oscura se esfumara en la nada.

Issac lo había visto, eso podía jurarlo. Era un hombre, o eso creyó percibir por su aspecto. Sin embargo, ¿cómo podía explicarse a sí mismo lo que observo? ¿Cómo aun estando plenamente consciente de sus sentidos, y a la vez, sentir aquello irreal, imposible? ¿Podría ser que su mente, fatiga por todo, distorsionara la realidad e insertara una visión truculenta solo para alterarlo más?

Corrió hacia la puerta trasera, pero detuvo su mano de girar el pomo. Se le ocurrió en que posiblemente todo aquello hubiese sido una alucinación producto de su estado de ánimo, por sentirse defraudado, traicionado al ser desplazado por una persona desconocida, y por sentir, al mismo tiempo, culpabilidad por tratar a Nadine con tanta indiferencia. Quizás en el patio no hubo ningún hombre; a lo mejor no era más real que los fantasmas de Poe o Dickens.

Dejó atrás estos pensamientos por temor a perderse en ellos. Salió de la casa. Un frío viento nocturno le golpeó, cosa que le anunció que pronto comenzaría a nevar.

Encontró a Nadine sentada en el césped.

—Nadine, pero qué...

Ella le ofreció una amplia sonrisa y le tendió los brazos; Issac se arrodilló delante de ella y le cogió las manos congeladas. Tenía la piel helada, el cabello negro le cubría parte de la cara, y le castañeteaban los dientes. La cargó con desespero y la llevó hasta la habitación donde la dejó sobre la cama para correr de un lado a otro, buscando mantas para cubrirla todo lo que pudiera. Luego de haberla abrigado lo suficiente, se arrodilló a su lado. Nuevamente, tomó sus manos, y sintió un frío penetrante. Lo emanaba como un congelador. Estuvo a punto de sollozar por la impotencia y la angustia que tenía por dentro. Sin embargo, cuando la miró a los ojos, le embargó el miedo; en ellos vio un regocijo demasiado tenebroso como si escondiesen un terrible significado.

—Oh, Nadine —susurró, y le acarició el rostro—. ¿Qué te está pasando?

Ella intentó responderle, pero no pudo, solo se limitó a esbozarle una sonrisa desdeñosa, casi burlona. Luego se acurrucó bajo las mantas como una niña y cerró los ojos. Eso fue todo. Estuvo con ella hasta que se quedó dormida, entonces se fue a preparar un café. No dormiría esa noche, no después de lo que había visto. Necesitaba pensar.

Ninguno de los últimos acontecimientos ocurridos en la casa, seguían un patrón que no fuese lo incomprensible. Desde su razonamiento; o Nadine se estaba volviendo loca por todo lo que pasaba «y esto también le perjudicaba a él», o bien había algo más que hasta el momento le era esquivo e incognoscible; algo que se regía por una lógica oscura.

Él nunca había creído en fantasmas, ni en malos hados, y mucho menos en Dios. Así que se negaba siquiera a abrir la posibilidad de que todo obedecía a alguna fuerza desconocida. Entonces recordó al hombre oscuro, y al de sus pesadillas; un escalofrío recorrió su columna vertebral ante la analogía entre ambas figuras, como si aquella ponzoñosa aberración pesadillezca de su mente, hubiera abandonado el umbral de lo onírico para pisar el plano físico. Esta singular coincidencia le debió de haber hecho sentir miedo, pero no fue así... al menos hasta que volvió con Nadine y la oyó que balbuceaba palabras sin sentido, y era obvio que soñaba. Oyó algo sobre «el heraldo» que «ya pronto llegará». Finalmente, mientras la noche caía, empezó a repetir una y otra vez: «No he hecho nada malo», como si se lo dijese a Issac en sus sueños.

Pero al llegar la mañana, todo empeoró.

Otra vez había vuelto la repentina fiebre, pero aquello era el menor de los males, esa mañana Nadine había amanecido con una barriga mucho más grande de lo normal, como si ella estuviera en el sexto mes de embarazo. En ese momento, Isaac sintió demasiado miedo; y en su mente se elevó un horror que no quería ver. Era como si detrás de una cortina, se ocultara algo, y solo se le vieran unos pies oscuros sobresaliendo por debajo. Con esta sola visión le bastaba. Ya que los pies pertenecían a un ser de pesadilla que conocía bien: el hombre oscuro.

Nadine tenía la respiración poco profunda, el rostro febril y pálido. Inmediatamente, Issac llamó al doctor Sandoval para ponerle al tanto de todo, y la subió al vehículo para llevarla al hospital. Mientras iba en camino, ella parecía ida, ausente del mundo a su alrededor, sin embargo, se alegró de que ya no tuviera en sus ojos aquella chispa sombría de la noche anterior. Le tomó de la mano como aquel que se aferra a lo más preciado para no perderlo, y le dio un beso.

Nadine reaccionó al contacto e intentó sonreírle, pero no parecía tener fuerzas ni para eso. Reposó su cabeza en el hombro de él, y le dijo:

—Issac...

Tosió.

—Tranquila —le respondió él.

—No es lo que tú crees, Issac. Aquella noche...

Volvió a toser, ahora con más fuerza.

—¿Qué quieres decir, Nadine? —preguntó. Ella parecía delirar y hablaba con voz vacilante.

—Sé lo que piensas —le agarró el brazo—. Prométeme que no me dejarás, Issac.

No le contestó, no le salieron las palabras y se maldijo por eso. Se limitó a seguir conduciendo. Ella le apretó más fuerte.

—Necesito que creas en mí, promételo.

—Te lo prometo —le respondió para sé que calmara. Nadine se relajó y le soltó el brazo.

El examen médico había revelado que Nadine tenía el sistema inmunológico, demasiado débil. A parte de eso, no había nada que explicara el repentino y atípico crecimiento del bebé. No obstante, era la principal preocupación del doctor. Lo analizaban con mucho detenimiento mientras la tenían en observación.

Pero Nadine siguió ensimismada, volviendo en sí de vez en cuando para buscar a Issac con la mirada, hasta que se quedó dormida. Sandoval le dijo que la despertaría cada una hora durante la noche para revisarla, y que lo mejor sería que estuviera internada como mínimo tres días, posiblemente una semana, ya que existía la posibilidad de que diera a luz en ese período.

Esto dejó a Issac petrificado. Pero esto solo era el pináculo de lo que vendría.

El doctor Sandoval, quien poseía una expresión de ansiedad, le dijo que a pesar de que en teoría el cáncer ya no estaba presente en su cuerpo, había ciertas cosas que le parecían llamativas. En primer lugar, la desaparición de la enfermedad, en un estado avanzado, no era normal, a menos de que fuese parte de una historia de esas estúpidamente milagrosas que pasan en la televisión. En segundo punto, por lo general se debe esperar al menos un año después de finalizar un tratamiento contra el cáncer para intentar quedar embarazada, de modo que el organismo tenga tiempo de eliminar los óvulos dañados. Además de que la quimioterapia y otros tratamientos pueden dañar a un embrión o feto.

—Y tercero, su embarazo repentino y sin explicación, además del crecimiento y desarrollo del bebé... —hizo una pausa—. No tiene sentido lo que diré, pero parece sobrenatural...

—No te ofendas, pero me niego a aceptar esa basura. Que tú no puedas conseguirle explicación, no quiere decir que sea obra divina o qué sé yo.

Sandoval no comentó nada, pero apretó los labios en un gesto de frustración y se puso a caminar de un lado a otro, molesto. Luego, cuando vio que Issac no iba a decir nada más, siguió hablando.

—En los años que llevo en esto, nunca vi un embarazo similar —aseguró Sandoval, luego miró su reloj—. Te explicaré estos minutos mientras ella sigue dormida, cómo ha sido el proceso hasta ahora. Uno: el apetito voraz que Nadine muestra, se debe a que, en el embarazo, todos los nutrientes que se ingieren y que llegan al torrente sanguíneo materno se dirigen hacia las células que están en plena multiplicación para la formación de los órganos. Pero en este caso, el desarrollo fue tan desmesurado, que necesita una cantidad grosera para restablecerlas. Y en este punto los niveles de glucosa en ella son más altos de lo normal en estos casos, porque el bebé se alimenta de forma continua a través del cordón umbilical. Es como una mega aspiradora funcionando las veinticuatro horas del día.

Issac fue a decir algo, pero decidió no hacerlo. Aquello que decía el doctor era lógico, y recordó cómo varias veces consiguió la cocina por las mañanas, hecha un desastre, ya que Nadine solía comer cualquier cosa por las noches. Y cuando él le preguntó por esto, ella le respondió molesta: «¿Se me está prohibido hacerlo?».

—Dos: el cambio de humor es frecuente durante el embarazo porque las fluctuaciones hormonales por las que pasa el cuerpo afectan al estado de ánimo —prosiguió Sandoval— pero las caminatas nocturnas, podría deberse a que, si el niño está activo durante estas horas, podría obligarla a estar despierta y a actuar...

—¿Me estás diciendo que el bebé controla a Nadine? —se limitó a preguntar con cierta incredulidad.

—Ya llego al último punto —dijo al tiempo que alzaba la mano con el gesto de un policía para que aguardase—. Tres: las pesadillas recurrentes y hablar en sueños, pueden derivar del estrés a la que está sometida ella; sin embargo, según dijiste, siempre suelen ser visiones terroríficas con la presencia de un hombre...

Issac levantó ambas manos pidiéndole que se detuviera.

—Sé que no dirías nada de esto por bromear, no eres de esos, aun así, no entiendo a dónde quieres llegar.

—Creo que si lo puedes intuir, Issac.

En ese momento, al fondo de ellos se escuchó la voz de Nadine murmurando algo sin sentido.

—Nyrtehod anthammet xullzo —balbuceó Nadine, mientras se retorcía inconsciente.

Sandoval volvió a mirar el reloj, era medianoche. En su rostro apareció una expresión de extraño regocijo, y asintió con la cabeza.

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