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V

Issac se tomó un mes de descanso, haciendo uso de las vacaciones aplazadas, y aprovechó para estar con Nadine, cosa que cada vez hacía menos desde que enfermó. El tratamiento contra el cáncer era otra cara de la enfermedad, donde las facturas médicas le habían tenido atado al trabajo, y con el pasar del tiempo, apagado también toda actividad sexual. Estaba cansado, estresado y tenía miedo, miedo de que cualquier esfuerzo realizado por ella, fuera a menguar más su vitalidad y, que, si tenían relaciones, moriría. Este pensamiento le hizo sentir vergüenza por sí mismo.

Por otro lado, Nadine cada vez estaba mejor, conforme pasaban las semanas comía mucho más de lo normal. Issac se alegró, ya que el apetito era algo que ella había perdido. Más ahora devoraba todo lo que había en la mesa: huevos pasados por agua, panes, galletas saladas con queso y café.

Sin embargo, un día luego del desayuno, Nadine se levantó de la mesa y corrió al lavaplatos para vomitar. Estos vómitos se hicieron más frecuentes, e Issac la acompañó con el oncólogo para un chequeo, y este les informó que de alguna manera que no podía explicar, el cáncer con el que habían estado peleando por un año, desapareció.

Issac estuvo a punto de levantarse y bailar con Nadine. Pero entonces ella le lanzó una mirada repentina, una mirada de angustia que le dio escalofríos.

—Nadine, ¿pasa...?

—¿Que si pasa algo? —hizo una pausa. Issac tuvo la sensación de que quería evitarle un dolor terrible— sí... y no, pero hablamos en casa, para estar segura.

Nadine le agarró de la mano y le sonrió simplemente por complacerlo.

Antes de regresar a la casa, pasaron por una farmacia y Nadine se negó a decir qué había comprado.

—Cariño, ¿qué pasa? —le preguntó, luego de que ella se encerrara en el baño por media hora.

—Lo mejor es... decírtelo sin más.

—Pues sí, dime —estaba nervioso—. ¿Qué ocurre? Se supone que deberíamos de estar celebrando...

—Estoy embarazada.

Se quedó allí parado, mirándola aturdido. Intentó decir algo, pero no podía, tenía atascada la garganta. Entonces entendió su actitud y se sintió caer en un abismo.

—No entiendo cómo es posible, pero Issac, ¡te juro por mis padres que no te he engañado! —le aseguró con la voz temblorosa.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó con voz monótona.

—Tres semanas.

Issac apretó los dientes. Se sentía objeto de una broma pesada secreta. Suspiró tratando de controlar su ira. Quería irse, necesitaba tomar aire. Ella se lo notó en la cara antes de que él diera media vuelta.

Ella lo siguió y trató de cogerle la mano, pero observó cómo este la apartaba.

—Nadine, ¿qué quieres que piense? ¿Que gracias al Espíritu Santo quedaste embarazada aun cuando no hemos estado juntos en casi dos meses?

—Sabes lo que significas para mí, jamás te haría algo así, Issac —bajó la voz—. Preferiría matarme.

Sus palabras quedaron en el aire. Ella se lo quedó mirando fijamente, pero él apartó la mirada y se alejó.

Issac, sentado en silencio, observó por la ventana el tono púrpura del atardecer que inundaba el cielo ribeteado de nubes. Después se giró hacia Sandoval y le contó todo.

—La vida y sus imprevisibles sorpresas —dijo el doctor Sandoval.

Una sonrisa lúgubre le vaciló en la cara a Issac.

—Discúlpame, es que me cuesta creer que Nadine te haya hecho algo así. Nos conocemos desde la universidad, y ustedes siempre han tenido una relación ideal; eran lo más parecido a la pareja perfecta. Y, de repente, me cuentas esto.

—¿Qué otra explicación podrías darme?

—No lo sé —repuso—. Veamos: el esperma por lo natural sobrevive en el cuello del útero, digamos un máximo de una semana. Puede que un poco más si nos hacemos ilusiones. No obstante, si en ese período de tiempo ningún espermatozoide se une al óvulo...

—No hay fertilización —concluyó Issac. No le hacía falta ser un erudito en la materia para saberlo.

Sandoval no respondió. Issac conocía la respuesta; una sencilla afirmación que abría el umbral hacia la pesadilla de lo improbable, y le condenaba a una agonía eterna.

—Solo te queda sentarte y hablar con ella —dijo—. Quizás tenga miedo de que la dejes si te dice la verdad.

Issac suspiró.

—No podría dejarla sola.

—Entonces intenta hacérselo saber y partiendo de ahí, puede que te diga algo.

La fachada de su casa se alzaba inmensa, extraña y ajena. Hogar dulce hogar, pensó sarcásticamente. Aquella frase no tenía ningún sentido en ese momento. El interior yacía en silencio. Fue a la cocina, se preparó una taza de café, y bajo los efectos de la sustancia psicoactiva de este, reflexionó sobre su relación.

¿Conocía a Nadine? ¿Se convirtió en una absoluta desconocida en los últimos meses? ¿Quién sería el hombre que irrumpió en su matrimonio? Una vorágine de dudas le embargó. Tenía la respiración irregular y sentía una presión en el pecho que no conseguía menguar. Vamos, quítate estas preguntas, se dijo así mismo, tratando de retomar la serenidad.

Suspiró de cansancio y fue hacia la sala donde se hundió en el sillón. A un lado, observó un libro de Alfred Bester que había estado leyendo; era Tigre Tigre, una edición vieja. Lo agarró y leyó la dedicatoria escrita en su interior: «Para mi estrella oscura, con todo mi amor, Nadine».

Se preguntó quién habría ocupado de forma artera su lugar. Y entregado a la melancolía de sus pensamientos, perdió la noción del tiempo.

Se levantó desanimado. Fue hacia la habitación, pero al llegar a la puerta, se detuvo. La luz estaba apagada, y echó un vistazo para ver a Nadine durmiendo. Miró el reloj y eran pasadas las diez. Entró tratando de no hacer ruido y se paró al lado de ella. Tenía el cabello negro regado sobre la almohada y el rostro como el de una virgen de Bouguereau.

En aquella semioscuridad la notó más hermosa, como si los estragos del cáncer jamás hubieran tocado de su cuerpo. Te ves preciosa, quiso decirle como lo había hecho incontables veces. Sin embargo, su mirada abandonó su rostro y se posó sobre el vientre, entonces apretó los labios y recordó que ella siempre deseó tener un bebé. Ahora lo tendría.

Sabía que mañana le tocaría afrontar la realidad, pero de solo pensarlo, su garganta se atoraba. Allí el dilema: se sentía incapaz de hablar de ello. Le dolía. Se sentía fragmentado por dentro. Las dudas, la ira, la desilusión y el amor, todo conformaba una mezcolanza agria.

Nadine se agitó en sueños, se movió bajo las sábanas, irritada. Murmuró algo inaudible, y de repente, se tocó el estómago como si fuera presa de un dolor agudo. Quiso despertarla, pero ella emitió un profundo suspiró, se colocó de lado y siguió durmiendo como si nada.

Issac se acercó para taparle los pies que se habían descubierto, y cuando se giró vio que Nadine lo miraba. Esbozó una sonrisa, pero enseguida la borró.

—Te estabas agitando mucho.

—Tuve una pesadilla —le dijo, medio adormilada.

—Por lo menos ya despertaste —respondió Issac con tirantez.

Ella lo miró suplicante. Él apartó la mirada.

—¿De verdad piensas que te engañé? Nunca lo haría.

Issac no comentó nada, aunque quería. Simplemente las palabras no le salieron.

—Me volveré loca si no me crees —musitó ella—. Quizás los médicos se equivoquen y el embarazo también pueda desarrollarse en un período luego de la relación, ya no dé durante días, sino...

Él se alejó de la cama, tomó una sábana de una de las gavetas y caminó hacia la puerta.

—Hablamos mejor mañana —espetó Issac, abandonando la habitación.

Mientras preparaba el sofá para dormir, deseaba convencerse, creer en las palabras de Nadine, pero sentía que su matrimonio se tambaleaba como una torre de naipes. De golpe se sintió muy exhausto, como un náufrago aferrado a una barca que se hunde y se da cuenta de que su batalla contra las olas es totalmente inútil.

Con esto en la mente, se acostó y se sumió en un sueño intranquilo.

Esa noche tuvo pesadillas.

Issac soñó otra vez con aquella figura negra; era peor que cualquier mal sueño que hubiera tenido. Se vio así mismo corriendo de pánico en un asfixiante y fangoso mundo hórrido y discordante. Todo a su alrededor se retorcía pútrido y oscuro, se agitaba y elevaba como millares de criaturas a punto de eclosionar. Y allí frente a él sobre una alta duna, observó al oscuro ser como el heraldo de los horrores que les reservaba el futuro; era como una mancha cósmica que se deformaba y encogía, hasta que desde el suelo se elevó un manto de légamo y se transformó en un frío capullo negro de algo que parecía agua de mar, o líquido amniótico, en donde se sumergió.

Cuando Issac despertó, lo primero que sintió fue un creciente miedo, como si aquella pesadilla fuese un mal hado destinado a abandonar el plano onírico.

A la hora del desayuno, Nadine tenía mucha fiebre y dolor en el vientre. Le tocó, tenía la piel rojiza e hirviendo. Issac sintió una ola de miedo. Ella pasó toda la mañana acostada, y la temperatura le fluctuaba: de estar como un tómate y ardiendo pasaba a estar azulada y sudorosa en un abrir y cerrar de ojos.

En vista de que nada parecía mejorar, la llevó con el doctor Sandoval.

No pasaron más de treinta minutos cuando el doctor apareció en la sala de espera con una expresión de desconcierto en el rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó Issac impaciente.

—No lo sé —respondió intrigado—. La temperatura, la inflamación, el malestar, todo parecía producto de una infección. Todo indicaba eso, Issac, pero...

Hubo un breve silencio. En ese momento, Nadine apareció y se sentó en el sofá. En ningún momento le dirigió la mirada a su esposo, solo se limitó a estar callada, absorta en sus pensamientos.

—Tengo que hablar algo contigo en privado, Issac —anunció el doctor.

—¿Ocurre algo?

Sandoval le tranquilizó diciéndole que Nadine estaba bien, pero que ocurría algo con el bebé... Esto último le cayó como un balde de agua fría, pues le habían realizado unos rayos X, y estos mostraron el feto que llevaba en su interior. Aquello solo reafirmó la cruda realidad, ya no existían dudas: estaba embarazada.

El comportamiento de Sandoval era extraño, Issac lo notó entre temeroso y confuso. Una vez en su despacho, le enseñó una radiografía. Al principio no supo qué debía de ver, sin embargo, cuando cayó en cuenta, sintió escalofríos.

—¿Cómo es esto posible? —preguntó volviéndose hacia Sandoval.

—No sé qué decirte... La fiebre, los dolores y la inflamación me llevaron a creer que era una gastroenteritis, pero mira esto —señaló con un dedo la radiografía—. Está desarrollado: una estructura ósea completa en menos de cuatro semanas. Órganos internos casi completos a excepción de la cara, que aún no posee una forma definida; eso que ni siquiera ha llegado al período embrionario. Nunca en mi vida había visto algo así, y no conozco un caso similar. No en humanos.

Issac no dijo nada, su mirada estaba fija en lo que, en el peor de los casos, solo podía clasificarse como un pequeño horror. La diminuta figura plasmada en la radiografía no parecía más grande que un ratón, aun así, ya gozaba de una composición casi total.

—También se le ha hecho un análisis de sangre y los resultados muestran unos niveles de leucocitos demasiado altos; esto es una respuesta del organismo al feto, es decir, el cuerpo comienza a producir más células de defensa para evitar un posible rechazo —Sandoval hizo gesto de frustración, como si aquel enigma le enojara—. En este caso, el cuerpo de Nadine está generando más de 35.000 leucocitos por mm³ de sangre. Es como si el bebé fuera incompatible, y el organismo lo sabe e intenta hacer algo para evitar un...

El doctor se interrumpió, pero Issac supo a qué se refería.

Con algunas recomendaciones médicas, volvió a casa con Nadine. Ella no habló en todo el camino y él agradeció eso, no quería tocar el tema, así como tampoco le diría nada por el momento sobre la anomalía presentada en el feto. Prefería esperar a que Sandoval investigara más el caso y ver qué le decía en la próxima cita.

Luego de cenar, Issac le obligó a acostarse y guardar reposo, mientras él se encargaba de lavar los platos. Nadine hizo el saludo militar y le esbozó una media sonrisa. Él se obligó a sonreírle, no podía hacer otra cosa. Pero comprendió con miedo que nunca sería capaz de tranquilizarse mientras ella tuviera aquel bebé en su interior, y él desconociera el origen de mismo.

Las semanas habían transcurrido, y con el pasar de estas, el comportamiento de Nadine fue cambiando: de la mujer alegre y simpática, a una versión hermética y lúgubre con un raro hábito de deambular por las noches. En un inicio, Issac creyó que todo se debía al estrés de su estado y, a las pesadillas que eran muy recurrentes en ella; también en él, aunque esto último no se lo hacía saber. Y eso era parte de la situación: todo había empezado a parecerse a una pesadilla más allá de los sueños. Inició con el accidente en la noche de la Víspera de Todos los Santos. Luego el embarazo lo había retorcido todo. Y como en Alicia en el país de las maravillas, las cosas eran cada vez más extrañas.

Sentado en la sala, Issac pensó en la última ocasión en que habló con su esposa sobre el bebé. No había logrado la respuesta que deseaba oír, ni siendo comprensivo y mucho menos exigente. Toda la charla fue más una absurda escena de telenovela: ella había bajado la cabeza, se miró las manos y él supo que intentaba no echarse a llorar ante la reticencia de él en creerle. En ese momento se sintió furioso, con deseos de gritarle: «¡Soy tu esposo! ¡No merezco esto! ¡Maldita sea, siempre has sido todo mi amor y así me pagas!». Luego de eso, cada instante en la que su mente no estuviera ocupada en algo, se la pasaba haciendo una requisa con los fotogramas de su memoria buscando algún indicio, algo que le mostrara lo que posiblemente había pasado por alto en los últimos meses. Pero no conseguía nada.

Descubrió que su mente se distanciaba; su cabeza, su corazón, estaban en otro lugar: se sorprendió a sí mismo pensando en que quizás, la Nadine que ahora dormía a pocos metros de él, que le observaba con frío interés por las noches, y parecía tener una ausencia total de afecto, no era su esposa, sino alguna impostora que poseía una sorprendente habilidad para imitarla. Esto le sacó una risa por lo descabellado, y se preocupó al ver hasta dónde había llegado su imaginación.

De repente, una débil voz que provenía del exterior, le sacó de sus cavilaciones.

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