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III

"Y cuando averigüe quién ha sido, no actuaré rápida y silenciosamente como él, sino lenta y despiadadamente, a mi manera. Cuando cierre los ojos para siempre, el infierno, que será su destino, le parecerá el cielo comparado con lo que le habré hecho".

—Mickey Rourke

"El fuego siempre ha sido y, al parecer, seguirá siendo siempre, el más terrible de los elementos".

—Harry Houdini

Había pasado años atrapada en esa pesadilla sin fin, escondida bajo mis sábanas, rogando porque el demonio que me visitaba todas las noches no volviera una vez más... Pero siempre volvía. Llegaba al asomar la luz de la luna, aunque mi habitación permaneciera en penumbras. Se arrastraba como un gusano nauseabundo sobre el piso de madera hasta llegar a mi cama. Poseía mi cuerpo, mi alma; me transformaba, me destruía, me convertía en algo peor que un saco vacío con el cual jugaba.

Por mucho tiempo temí a la sombra que se dibujaba en mi pared, temí el dolor que ocasionaba a mi pequeño cuerpo; me aterrorizaban las caricias que se volvían golpes salvajes, y peor aún, temía la soledad que parecía abarcar la inmensidad de aquella casa cuando la luz desaparecía y mis gritos comenzaban.

Durante un largo tiempo pensé que era normal que el monstruo que me visitaba quisiera jugar con mi cuerpo, sus manos me hacían cosquillas, sus besos parecían caricias... ¿Qué mal podía creer una pequeña niña de cuatro años? Pero con el tiempo aquello cambió, mientras crecía comprendía en mi interior que aquello no era correcto, que ningún padre debería tocar a un hijo de aquella manera... Y por mucho que supliqué, que pedí se detuviera, el monstruo solo incrementaba su maldad sobre mí mientras mi madre obviaba los moretones y la sangre que limpiaba cada mañana de mi cama.

¿Piensas que los monstruos solo existen en tus pesadillas? ¿Qué son un producto de tu imaginación? ¿Qué se esconden solo en las historias de terror? ¡Oh, qué equivocado estás, amigo! Los monstruos viven a tu alrededor, en cada esquina oscura, en cada mirada lujuriosa, en cada toque enfermizo... Los monstruos siempre han estado ahí, solo que se visten con piel de oveja, pretendiendo ser tu amigo, tu vecino, tu familia...

[.....................................]

Esa noche sentí poder por primera vez en mi vida, y mi monstruo mostró el terror brillando en sus oscuros ojos. Nunca más volvería a ser la víctima, nunca más dejaría que aquel ser maligno me poseyera; de tanto observar el abismo, los mismos demonios que habitaban en él vieron la oportunidad de desatar el mismísimo infierno en aquella casa.

—Llegó la hora —murmuré con una excitación contenida, mientras observaba las llamas flamantes envolver mis manos— es tiempo de que vuelvas al hoyo de donde saliste...

Salí de mi habitación, caminando lenta y silenciosamente, disfrutando por primera vez de la oscuridad que me rodeaba. Estaba embriagada de poder, deseosa de venganza... Pero mi vendetta no sería rápida ni piadosa. Había sufrido en silencio durante doce años, quería que ellos sintieran una eternidad pasar mientras ardían.

Mi mano tocó suavemente el pomo de su habitación, pero estaba cerrada, el muy cobarde se escudaba detrás de una puerta que a mí no me había servido de nada...

—Es hora de jugar, papi... —dije suavemente, sabiendo que podía escucharme— ya es de noche, como te gusta.

La puerta seguía cerrada con candado, pero no me importaba, sabía qué sería capaz de atravesar sin problema.

—Toc, toc —pronuncié a la vez que mis ardientes nudillos golpearon la madera de la puerta.

—¡Tú no eres mi hija! —gritó una voz fuerte y temerosa— aléjate de aquí.

—¿Qué sucede, Thomas? —preguntó aterrada la voz de mi madre detrás del inútil escudo— ¿qué sucede?

No importaba cuántas veces lo preguntara, aquel vástago del demonio no se atrevía a pronunciar palabra, solo podía escuchar sus intentos por evitar que su mujer abriera la puerta.

—¡Quédate aquí! —gritó enfurecido y escuché un fuerte golpe seguido de un lamento.

—¿Quieres jugar a las escondidas, papi? —inquirí con una sonrisa de medio lado— ya sé dónde te escondes.

Escuché más gritos y súplicas detrás de aquella puerta, pero ninguno se atrevió a abrirla.

—Bien... —susurré— si no sales a jugar, tendré que sacarte.

Tomé el pomo con mi mano y apreté con fuerza. Las llamas lo envolvieron tornándose de un brillante color rojizo hasta que sentí el metal derritiéndose en mi mano. Abrí la puerta de un golpe y vi las dos figuras contra la pared.

—Emma... No... Lo siento —imploró mi madre arrodillada junto a mi monstruo— lo siento tanto.

La miré por un segundo, preguntándome cómo es que nunca hizo nada para detenerlo, tratando de ver el remordimiento en sus ojos, la culpa carcomiendo las entrañas... Pero era solo su miedo hablando, su pánico inundando las cuencas de sus ojos. Ambos eran unos malditos cobardes, un demonio y una esclava aterrorizada de levantar la voz.

Me fui acercando a ellos, uno de mis dedos rozando la pared a mi derecha, y ahí donde mi huella quedaba, una larga hilera de fuego brillaba.

—¡Basta! —gritó él, creyendo que sus amenazas tenían algún poder sobre mí todavía —¡Basta! Eres un demonio... El mismo Lucifer te maldijo.

—¿Lucifer? —repetí— no, padre, fuiste tú quien me creó.

Reí sin dar crédito a lo que escuchaba, el diablo hablando de cuernos. Alcé la mirada al pesado crucifijo que reposaba guindado en la pared sobre la cama. Qué hipócrita se consideraba el santo cuando dejaba de contar sus pecados. Con un simple parpadeo, la cruz se encendió en fuego y las dos míseras criaturas gritaron y huyeron despavoridas por el espacio que calladamente les había dejado.

Escuché sus pesados pasos corriendo por el pasillo hasta la planta baja. Los escuché tratando de abrir las puertas que permanecían fuertemente selladas. Oí sus gritos desesperados y los intentos de romper los vidrios de las ventanas que ellos mismos habían cerrado con rejas como si de una prisión se tratara.

—No hay escapatoria —dije alzando mi voz, caminando lentamente sobre sus mismas pisadas— la hora del juicio final ha llegado y los pecadores arderán en las llamas del infierno.

Mi madre lloraba desconsolada y mi padre seguía golpeando las puertas, pero yo sabía que no podrían huir, me había asegurado muy bien de ello. Bajé las escaleras, escalón por escalón, dejando que fueran conscientes de cada uno de mis pasos, que sintiera el mismo miedo que sentía yo cuando escuchaba las pisadas fuera de mi puerta. Un monstruo había nacido esa noche y su nombre era venganza.

La sombra que proyectó mi cuerpo sobre la sala se extendió como la peste sobre ellos, estaban atrapados y lo sabían, podía oler el miedo emanando de ellos... Podía sentir tantas cosas: fuerza, energía, odio, sed de sangre... Pero sobre todas las cosas, sentía sus corazones latiendo fuertemente contra sus pechos, la respiración acelerada, el sudor rancio que recorría sus cuerpos. Había llegado el momento, y cada fibra de mí lo sabía, no dejaría piedra sin mover, subiría el mismo infierno hasta ellos.

—¡No lo hagas! —suplicó mi madre con lágrimas en los ojos— por favor...

La miré con el asco contenido en mi interior.

—¿Cuántas veces me escuchaste decir lo mismo en las noches? —pregunté, en cambio— ¿cuántas veces me oíste suplicar entre llanto? ¿Desde cuándo tu hija es mercancía?

Mi madre negó con la cabeza, su cabello despeinado era un nudo indescifrable.

—No lo sabía —chilló — no lo sabía...

—¿No lo sabías? —repetí colérica— ¿no sabías de dónde provenía la sangre que manchaba mis sábanas todas las noches? ¿No sabías por qué había hematomas en mis brazos y mis piernas? ¿No sabías o no querías saber?

Tragó, y escuché claramente la saliva bajar por su garganta.

—Tenía miedo —dijo finalmente— miedo de que pudiera hacer algo peor...

—¿Algo peor que violar a su propia hija noche tras noche? —bramé con la furia hirviendo dentro de mí.

La patética figura de mi madre escondió su rostro tras sus brazos.

—En el infierno hay un lugar especial para aquellos que ven el mal y callan —advertí— pero el mejor espacio está reservado para aquellos que cometen los peores pecados...

—¡No te hice nada que tú no quisieras! —gritó aquel cobarde al escuchar mis palabras.

Un fuerte grito salió de mí y sentí el fuego envolverme por completo, ya no solo emanaba de mis manos, ahora emergía por cada poro de mi cuerpo.

—Eres un asqueroso cobarde —escupí, sintiéndome un fénix alzando su vuelo— te escondes tras tu máscara de esposo y padre perfecto, vas a misas todos los domingos a pedir perdón por tus pecados... Sonríes y tocas a otras niñas como yo, disfrazándote de amabilidad... Pero solo eres un lobo con piel de oveja. Me pregunto qué dirán los demás cuando se enteren de lo que realmente eres.

—No dirás una sola palabra —amenazó dando un paso hacia mí, creyendo que esta vez podría asustarme— te lo prohíbo.

Reí, y la carcajada se escuchó con un golpe sordo por toda la casa.

—¿Piensas que tengo miedo?

—Me has tenido miedo toda tu vida, princesa —aseguró, acercándose lentamente, clavando sus oscuros y abismales ojos en mí— jamás has sido capaz de defenderte... Siempre serás la pequeña niña que le teme al monstruo en las noches.

Aquello había sido suficiente, ya no le temía, estaba cansada de vivir escondida en las sombras, las noches no volverían a definir mi destino, ahora la luz me daba a mí la fuerza. Alcé la mano, advirtiéndole que no diera un paso más, y su cuerpo se detuvo enseguida, pero no porque así él lo quisiera, algo más comenzaba a despertar en mí.

"Quémalo"

"Destrúyelo"

"Hazlo pagar"

Diversas voces se colaban en mi cabeza, voces huecas y deformes, sanguinarias y sedientas.

"Haz que paguen por todo"

Miré a mi alrededor, pero estaba completamente sola, no había nadie más ahí, salvo las dos figuras aterrorizadas de mis padres.

"Utiliza las llamas del infierno" —susurró una voz a mi oído, y los vellos del cuello se me erizaron— "Ahora tú tienes el poder..."

Eran voces silbantes, roncas, chillonas. Unas se reían excitadas por lo que vendría, otras me animaban a tomar mi venganza... No sabía de dónde venían, pero sabía que no eran ningún peligro para mí, ellas querían ver el mundo arder y yo quería complacerlas.

—Ahora yo tengo el poder —murmuré con una sonrisa, a la vez que el coro de voces continuaba animándome entre vítores— no son nada.

En la desesperación mi padre lanzó una silla contra el cristal de la ventana que se hizo añicos, pero por mucho que lo intentó, los barrotes de metal no podían ser rotos. No tenían escapatoria y la llama danzante se acercaba lentamente a ellos...

—Seré clemente —dije en dirección a mi madre— te dejaré ir primero...

Ella gritó, pero no fue suficiente, mis llamas la taparon enseguida como si estuviese bañada en gasolina. Su cuerpo se calcinó en cuestión de segundos mientras el olor a azufre y carne quemada impregnaba la sala.

—¡No! —gritó la bestia viéndola arder, sabiendo que pronto sería su turno.

—Oh, no te preocupes —le advertí — tú no te irás tan rápido... Primero quiero jugar, como tú jugaste conmigo.

"Hazlo pagar"

"Destrúyelo"

Las voces seguían murmurando sus consejos cada vez que me acercaba un paso más. Algo oscuro y maligno se había apoderado de mí, algo que no me causaba miedo, sino alegría, quería hacerlo sufrir, que sintiera el temor llenándolo desde lo más profundo. Todos se merecían arder en llamas.

Caminé hasta él, viendo cómo se encogía de miedo en un rincón de la sala. Alcé mi mano y su brazo se extendió siguiendo las órdenes de mi cerebro; sonreí, un nuevo poder había arribado a mí y las voces coreaban a gritos que lo hiciera sufrir. Podía ver las pupilas dilatadas de mi padre al comprobar que había perdido la voluntad sobre su propio cuerpo, intentando en vano mover su brazo extendido con el que aún permanecía libre.

Con otro movimiento, su cuerpo entero se alzó contra la pared, tomando la misma posición que el cristo en el crucifijo de su cuarto. «Qué ironía» pensé, morirás como la figura que adorabas pagando por tus pecados. Tomé uno de los cristales rotos de la ventana que estaban en el suelo y lo sujeté con fuerza en mi mano, me acerqué a él y pasé el filoso objeto por su mejilla, viendo la sangre escarlata manar de ella y sus pupilas expandirse de terror.

—¿Un corte por cada noche, te parece bien? —pregunté con una sonrisa, y el cristal en mi mano salió disparado de mis dedos a su propia voluntad, comenzando a dejar pequeños, pero profundos cortes en cada centímetro de su cuerpo— mmm... Debo admitir que estoy disfrutando esto...

Sus gritos hicieron eco en toda la habitación a la vez que el cristal desgarraba su piel sin compasión. Era tanta la sangre que manaba en pequeñas y gruesas gotas de su cuerpo, que comenzaba a palidecer.

—Podría dejarte aquí —murmuré— desangrándote lentamente por horas hasta que mueras, pero creo que no será suficiente... Cuando termine contigo, el infierno parecerá el cielo en comparación.

Desabotoné lentamente su pantalón y tiré de él hacia abajo, viendo con repulsión el cuerpo que me había violentado por años.

—Considero que le haría un favor al mundo si te dejara sin tu asqueroso instrumento de tortura...

—No... —suplicó con las pocas fuerzas que le quedaban.

Sonreí nuevamente al ver toda esperanza abandonando sus ojos como había abandonado los míos años atrás... Chasqueé mis dedos y las llamas envolvieron mi mano nuevamente. Lo obligué a mirarme a los ojos cuando mi mano tocó su asquerosa entrepierna y las llamas quemaron su piel.

Sus gritos de dolor se camuflaban con las voces demoníacas que gritaban de júbilo cada vez que él sufría. Las sombras me rodeaban otra vez, pero ahora eran mis amigas, eran figuras que revoloteaban a mi alrededor, dejando caer sugerencias de vez en cuando, animándome a seguir, retándome a conseguir nuevas formas de vengarme.

Vi al monstruo frente a mí bañado en sangre y con su piel calcinada, las fuerzas lo habían abandonado, ahora solo era una débil y patética figura.

—Per... —murmuró ininteligiblemente, balbuceando palabras que no lograba comprender.

Acerqué mi rostro a él, tan cerca que podía oler el nauseabundo olor del alcohol en su aliento.

—Per... dón —susurró con las últimas fuerzas que le quedaban.

—¿Perdón? —repetí casi riéndome— no existe perdón para lo que has hecho.

"Es hora" gritaban las voces, "es hora"

Respiré profundamente y dejé que las llamas y el calor me consumieran por completo. La brillante luz llenó la sala y no necesité más que pasar mis manos por el sofá y las cortinas a mi lado para que el fuego comenzara a expandirse por toda la casa. Me dirigí a la puerta con un último vistazo al monstruo que había poblado mis pesadillas por años, ahora no era nada, pronto sería solo cenizas.

La brisa nocturna golpeó mis mejillas refrescándome, el calor y las llamas se habían apagado. Me di media vuelta y contemplé arder en la oscuridad la cárcel que por un largo tiempo fue mi casa. Observé las llameantes lenguas devorar cada centímetro de ella y todo lo que estaba adentro... Por fin era libre, mis monstruos estaban muertos, ya no debía temer más cuando alguna puerta se abriera.

No sé cuánto tiempo pasé de pie ahí, sin decir una palabra, solo sé que el peso de una mano en mi hombro me sacó de mis pensamientos. Volteé enseguida, pensando que serían los bomberos o los policías, pero la oscura mano que me sostenía pertenecía a una alta e imponente figura con negras alas alargadas y extendidas. No podía ver su rostro, pero sí los brillantes ojos rojos que me miraban desde arriba.

—Y así es como nace un nuevo monstruo —dijo la voz cavernosa, mientras las sombras que había visto en la casa comenzaban a volar a su alrededor— solo un demonio puede crear a otro.

Parte de mí sabía que debía temerle a aquella figura detrás de mí, pero su presencia me reconfortaba... Al final, todos llevamos el cielo y el infierno dentro de nosotros, e incluso los demonios habían sido generados para hacer pagar a los pecadores. Dos habían muerto esa noche, mientras una nueva reina de la oscuridad se alzaba en llamas reclamando su nuevo trono. Ahora yo sería el monstruo al que temen los malos, sería la vara que los juzgaría, tomaría mi lugar como una reina del infierno y castigaría sin merced a cada monstruo que se atreviera a cruzar la puerta en las noches.

gaby_Bonald

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