II
¿Conoces esa sensación extraña que parece propagarse por el ambiente y hace que tu cuerpo se tense? No puedes explicar cómo lo sabes, pero sientes que alguien te está observando, que algo en la oscuridad mantiene su mirada fija en ti... Bueno, mi padre volvió varias veces después de aquella noche, cada vez me traía algo nuevo, me decía que era un secreto y después de besar mi mejilla dejaba mi habitación. Me gustaban sus visitas, las esperaba con anhelo, pero un día todo paró, papá no vino más, no volvió a despertarme en la noche, en cambio, ahora era yo la que antes de caer el alba; cuando la oscuridad llenaba cada rincón del cuarto, me despertaba asustada, con la sensación de que algo o alguien me veía fijamente desde la esquina de la pared de enfrente. No importaba cuanto frotaba mis ojos tratando de ver, lo único que se extendía frente a mí era la nada, la absoluta y más aterradora nada. Esa fue la época en la que mamá comenzó a revisar mi habitación antes de irme a dormir ... Cuando me explicó que no había nada en la oscuridad, cuando me enseñó que si me asustaba algo solo debía contar hasta tres, respirar lentamente y decirles a mis propios miedos que no eran reales.
Tenía cuatro años y el monstruo divertido había dejado de visitarme, ahora una sombra sin rostro lo había suplantado, y aparecía cada noche bajo una maléfica luna menguante; sentía que me observaba, pero no hacía nada, y era eso lo que más me aterraba. Me escondía bajo la cobija y cantaba mi mantra, tratando de alejar todos los miedos... Pero un día, el monstruo que habitaba aquella esquina finalmente hizo su primer movimiento.
Desperté asustada con una mano sobre mi boca, el corazón latiendo tan fuerte que hacía doler mi pecho, quise gritar, pero la mano que con fuerza presionaba mis labios no me lo permitía. Creo que mojé la cama del miedo esa noche, creo que reconocí por primera vez el monstruo que me achacaba en la oscuridad... Ya no traía regalos, solo una cruel y desgarradora maldad. Sus ojos brillaron con el rojo de la sangre, su sonrisa se distorsionó hasta convertirse en una larga hilera de colmillos afilados que se acercaban a mi cuello.
«Uno, dos, tres... No eres real» pensé para mis adentros, mientras las lágrimas caían.
Unas garras comenzaron a subir por mis piernas, mientras yo tragaba el grito que no podía soltar, no entendía lo que sucedía. El monstruo de mis pesadillas había cobrado vida y ahora exigía su momento de jugar. Lloré y el pánico se apoderó de mi cuerpo cuando mi ropa interior mojada de orina se rompió; lloré y quedé en blanco, dejando mi cuerpo en la cama mientras yo flotaba como un fantasma sobre él... Lloré, porque no había otra cosa que pudiera hacer, yo había permitido que aquella criatura infernal entrara por mi puerta, yo había mantenido su secreto, era una niña y no entendía lo que me estaban haciendo... Oh, pero poco sabía mi monstruo que un día crecería y sería yo quien lo asustaría.
Una chispa basta para comenzar un fuego. El miedo fue mi detonador y el monstruo que se ocultaba en las sombras era la bala hueca que cada noche durante años golpeó mi frágil cuerpo. A veces me preguntaba si alguien más sabía de su existencia, si alguien más podía ver las marcas invisibles que dejaban sus garras sobre mi cuerpo, y digo invisibles, porque era imposible que mi madre no viera la sangre que manchaba mis sábanas, ni los hematomas que se formaban en mi cuerpo... Por mucho tiempo temí que aquel monstruo fuese solo un producto de mi imaginación, que mi madre tuviera razón y que no existiera... Pero por mucho que continué cantando mi mantra para alejar al demonio cruel que me poseía en las noches, aquel fantasma no desaparecía, seguía acechando entre las sombras, esperando con un brillo demoníaco en sus ojos. Me esperaba paciente en su esquina, hasta que el sueño me vencía, para luego atacarme.
Con cada visita mi cuerpo cambiaba, el miedo y terror paralizante comenzaban a perder efecto, no estaba segura de sí era yo, o era mi subconsciente tratando de protegerme de aquel mal que me perseguía, pero con el tiempo, comencé a creer que tal vez yo también estaba cambiando. Él se alimentaba de mi miedo y yo me alimentaba de sus debilidades; como dicen: "Cuando contemplas por mucho tiempo al abismo, el abismo te contempla de vuelta". Comencé a escuchar voces en mi cabeza que exigían justicia, empecé a sentir mis venas, arder a fuego vivo del odio, vi cataratas de sangre escarlata, bajar lentamente por las paredes de mi habitación y sentí que una nueva fuerza comenzaba a tomar dominio de mi cuerpo. No estoy segura de cuándo comenzó, ni por qué, pensé que tal vez se trataba de un ángel que se había apiadado de mí. Si existía el infierno, y sabía que lo hacía, debía existir también el cielo, ¿no? Debía haber alguien que se compadeciera de mí.
Por muchos años fui ingenua, temí a la figura oscura que se aparecía en mi habitación en las noches, dejé que mis inocentes oídos escucharan fantasmas en las paredes, que mis ojos solo vieran una forma negra cerniéndose sobre mi cuerpo. Mi mente me protegió porque nadie más en esa casa lo hizo, mi infierno personal era una infestación que corroía cada centímetro cuadrado de aquel lugar, envenenado a cada integrante de lo que ellos llamaban "familia". Dejé que pasara, una y otra vez, permití que mi subconsciente me llevara a otro sitio mientras la bestia arremetía contra mi cuerpo, le temía tanto a la verdad, a la soledad que traía la luna con sus estrellas... Temía descubrir que aquello que helaba mi sangre noche tras noche, que poseía mi piel como un demonio, era tan real como el dolor que sentía al despertar... Pero un día dejé de llorar, un día me atreví a ver la cara de la escoria podrida que se escondía tras las sombras... Y ¡Oh! ¡Cómo tembló de terror mi monstruo al ver la luz como fuego que destilaban mis ojos!
No supe exactamente cómo o por qué, pero mi miedo estaba convirtiéndose en odio, y el odio en poder. Si el amor es capaz de dar vida, ¿sería posible que el odio tuviese la capacidad de eliminarla también?
Día tras día me alimentaba del miedo que destilaban los ojos de mi padre en la mesa del comedor, a la luz del sol no parecía ser tan fuerte, su figura se transformaba en la de un ser minúsculo y patético, y mi madre no era sino el escudo detrás del cual se ocultaba. Cada vez me parecía estar más segura de que ella conocía la verdadera identidad del monstruo que me atormentaba desde la infancia, si él podía mutar en un demonio cuando caía el sol, ¿podía yo hacer lo mismo? ¿Podía yo quemar los cimientos de aquella maldita casa llena de engendros? Mi cuerpo pedía a gritos venganza, mis manos quemaban con las ansias reprimidas, debía contenerme, el final estaba cerca, lo sentía en cada fibra de mi cuerpo, detendría a ese ser maligno, así me costara la vida.
Lo esperé, como esperé cada noche durante años, pero esta vez ya no aferraba mis mantas, ya no mojaba mi cama, ya no dejaba que la oscuridad me aterrorizara. Cerré mis ojos, calmé mis sentidos, aunque el corazón todavía latiera a mil por hora en mi pecho traicionándome, había cambiado mi escudo por un arma brillante, y el filoso metal se escondía bajo las sábanas que una vez utilicé como defensa. Escuché los distantes pasos en el pasillo, el eco que producían las pisadas entre las paredes... Respiré, y mi mano se aferró con fuerza sobre el afilado cuchillo. Cuando la puerta se abrió y un tenue rayo de luz atravesó la rendija, solté todo el aire que no sabía que había estado conteniendo. Mi cuerpo temblaba aterrorizado, pero no estaba dispuesta a seguir alimentando mis miedos, acompasé mi respiración para que creyese que dormía, a mi demonio le gustaba observar antes de jugar con su comida. Los minutos se hicieron eternos aquella noche, y el frío metal en mis manos comenzaba a cortar mi piel, pero no me importaba. Aguardé con paciencia, con disciplina... Hasta que mi monstruo finalmente dio el primer paso.
Sentí la pestilencia en su aliento, el peso de su cuerpo en la esquina de mi cama... Percibí las garras rozando mis piernas por encima de las sábanas... «¡Vamos!» exclamé en mi cabeza, procurando no hacer el mínimo movimiento. Su figura se movió lentamente, sin dejar de tocarme, arrastrando sus garras por mis muslos, subiendo por mi vientre.
—Es hora de jugar... —susurró con su voz ronca en mi oído, el peso de su cuerpo aprisionando el mío— no hagas ningún maldito movimiento, Emma —advirtió divertido— o cortaré tu cuello con el mismo cuchillo que tienes en tu mano.
Abrí los ojos de un golpe aterrada, cuando sentí su mano apretar fuertemente la muñeca que sostenía el arma.
—¡No! —exclamé, sintiendo que toda pizca de miedo desaparecía— no volverás a tocarme.
Con su mano golpeó mi muñeca contra la mesita de noche y el cuchillo cayó al suelo con un ruido sordo. Puso todo el peso de su cuerpo sobre el mío y sujetó con fuerza mis dos manos. Mi respiración se aceleró al igual que mi corazón, mi organismo entero se calentó como si una fuerte fiebre hubiese estallado dentro de mí. Pero ya no era miedo lo que me poseía, era algo más, algo inhumano, algo que hizo que sus manos soltaron las mías inmediatamente como si se hubiese quemado, y por primera vez, el verdadero miedo se dibujó en sus ojos. Me contemplaba aterrado, con un pavor que jamás creí posible. Yo sentía que cada centímetro de mis entrañas ardía, que mi cama estaba a punto de prenderse en llamas.
—¿Qué...? —fue lo único que pudo pronunciar mientras se arrastraba lejos de mí y de la luz que ahora emanaba como una supernova por todo mi cuerpo.
—¿El monstruo le teme al demonio ahora? —me escuché decir, como si fuese alguien más la que hablara por mí— soy el fruto de lo que creaste, padre...
Observé con fascinación las llamas que envolvían mis manos, azul y naranja borboteando de la punta de mis dedos. No sabía lo que estaba ocurriendo, pero el poder se sentía bien, verlo temerme me llenaba de fuerzas. Me puse de pie y él se acurrucó como un niño pequeño en la esquina de la habitación. A veces lo que no te mata te transforma, como un mutante al que sus genes traicionan. Me acerqué lentamente a él, disfrutando de cada paso que daba, de la nueva confianza que llenaba mi cuerpo. Lo observé, ya no había sombras tras las cuales ocultarse, ahora mi luz lo llenaba todo, y la patética figura frente a mí finalmente me temía. Extendí lentamente una de mis manos hacia su rostro y lo vi apartarse más contra la pared, tratando de fusionarse con ella; sonreí y lo miré directamente a los ojos a la vez que alargaba uno de mis dedos hasta su mejilla... Lo rocé lentamente y vi la carne quemada y chamuscada antes de oír el grito de dolor escapar de su garganta.
Contemplé fascinada las llamas de mis manos, tal vez demasiado fascinada, pues no me di cuenta de cuando el cobarde se puso de pie y corrió hasta la puerta cerrándola con fuerza tras él.
—Interesante... —murmuré, sin dejar de ver el fuego que envolvía mis manos.
Observé la puerta cerrada de mi habitación, mi monstruo había desaparecido, mi luz lo había expulsado de esas cuatro paredes. Supongo que al final tenían razón sobre eso, de mirar al abismo por mucho tiempo, ahora había un nuevo monstruo en la casa, y esta vez, no tendría clemencia.
Ahora el monstruo soy yo.
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