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Feelings |Kamado Tanjirō| (VIII)

Meibelyn A. Samaniego

Panamá

16 años

En un día, como cualquier otro, una castaña preparaba la comida para los tres nuevos pacientes que habían llegado a la finca mariposa, estos habían estado en una misión en el Monte Natagumo y habían resultado muy heridos. Al terminar de prepararla, la castaña agarró la comida de cada uno, después de todo tampoco era mucho, eran unos simples onigiris rellenos.

Tras entrar a la enfermería le dio los tres onigiris a un chico rubio, luego a otros tres al chico con una cabeza de jabalí y por último a un chico pelirrojo que no dejo de verla desde que ingreso en el sitio.

—¿Yua? ¿Eres tú? —preguntó en un susurro al tenerla frente a él. ¿Cuánto había pasado desde la última vez que la vio? Su olor seguía siendo el mismo, pero ella tenía la mirada perdida. En sus ojos ya no tenía el brillo que siempre solía tener, no tenía ese bello color ámbar en sus pupilas que tanto le gustaba, solo se encontró con un color blanco opaco.

—¿Tanjirō? —la castaña se sorprendió al escucharlo. ¿Había escuchado bien? ¿Ese Tanjirō era el mismo Tanjirō que desapareció?

—Yua yo... —su voz se vio interrumpida por ella.

—Aquí están tus onigiris —lo interrumpió hablándole de manera tajante, levantándose de aquel pequeño banquito, dejó los onigiris en la camilla y se alejó de él mientras tocaba levemente las otras camillas para encontrar la salida.

Sentía un dolor agudo en el pecho, haciendo que sus ojos se cristalizaran, cuando llegó a su habitación cerró la puerta con seguro desde adentro y sin más se acostó en la cama. «¿Por qué estaba ahí?» pensaba mientras cerraba los ojos tocando de su pecho en el lugar del corazón; los latidos de este eran muy rápidos.

Esos sentimientos la asustaban. ¿Cómo es posible que después de dos años siguen intactos? No estaba preparada para hacerle frente, no estaba preparada para saber de él. Preferiría guardarlos en los más profundo, de su enorme corazón.

No quería que se volviera a romper.

La fría nevada azotó con rapidez el bosque de una montaña. Era temporada de invierno y se estaban acercando las fechas de Navidad y Año Nuevo.

Aquella niña de once años había salido a buscar a su mejor amigo a la montaña con una rosa de color rojo en mano, lugar donde se encontraba su casa, siguió las indicaciones de su abuela, quien no pudo acompañarla esta vez, ya que había ido en compra de víveres. ¿Quién imaginaría que quedaría atrapada en la nieve?

Caminó y caminó buscando con desespero el hogar de su mejor amigo, su visión era nublada por las fuertes ráfagas de viento que azotaban su rostro. No podía volver al pueblo, ya estaba demasiado lejos de este como para darse vuelta y volver, aquello la cansaría mucho más de lo que ya estaba.

Tanjirō, quien estaba esperando a su amiga, no pudo evitar preocuparse al ver la fuerte ventisca de nieve que había empezado a caer. Él estaba consciente de que a ella le tocaba ir a su casa esa vez y probablemente ella estaba subiendo la montaña antes de la nevada; por ende, le avisó a su madre y hermanos que bajaría a buscarla.

Rápidamente, el peli burdeos bajó la montaña buscando a su amiga siendo guiado por su olfato, logrando encontrarla rápidamente; esta estaba atrás de un árbol respirando de manera pausada mientras sostenía una rosa en su pecho, sus labios estaban de color carmín natural, sus mejillas sonrojadas por el frío al igual que su nariz, dándole una bonita imagen a pesar del frío que hacía, igualmente seguía estando preocupado.

—Yua —la llamó preocupado cuando se acercó a ella.

—Tanjirō —lo abrazó cuando logró verlo entre la nieve— empezó a nevar muy fuerte y no lograba encontrar tu casa, tenía miedo —susurraba en voz baja contra el cuello del peli burdeos.

—Tranquila, estoy aquí, estás a salvo —susurró mientras acariciaba el cabello de la niña logrando calmarla, aquello era algo que solía hacer cuando esta tenía ataques de asma, lloraba o cuando estaba asustada.

Estuvieron unos minutos abrazados dándose calor mutuamente, luego se separaron y el niño tomó la mano de la más baja haciendo que ambos se sonrojaran y sus corazones latieran con fuerza.

—Esto... Esto es para ti —habló con vergüenza la más baja acordándose de la rosa que tenía en su otra mano.

El peli burdeos se sonrojó fuertemente recibiendo la rosa con felicidad, de un rápido movimiento beso la mejilla de la más baja haciendo que quedará estática. Sostuvo su mano con fuerza haciéndola moverse para irse a casa, si seguían ahí podría darles hipotermia a ambos.

Finalmente, ambos niños fueron a la casa del varón, la cual era la más cercana, a esperar que aquella ventisca se detuviese. 

Ya había pasado bastante tiempo desde aquella misión del monte Natagumo. Yua no le dirigía la palabra a Tanjirō, aunque este quería arreglar las cosas. Yua por su parte, sabía que ignorarlo estaba mal, muy mal.

Tanjirō solo la veía unas cuantas veces, ya que la chica era la encargada de ayudar en la cocina o darles la medicina a los pacientes.

Yua era muy buena en la cocina. El no poder ver le había dado la oportunidad de desarrollar sus otros sentidos, claramente no a un nivel superior como el olfato de Tanjiro o la audición de Zenitsu, pero se defendía con lo que tenía.

Yua tomó su tiempo para pensar y se dio cuenta de lo inmadura que fue al haber ignorado a Tanjirō. Todo tiene una explicación.

— Tanjirō... —llamó la chica.

—Tanjirō se sorprendió al escucharla, por fin podía explicar el motivo de su ausencia— Yua yo... —la voz del chico se vio interrumpida.

—Antes de que hables, siento haberte ignorado todo el tiempo. Eso fue muy inmaduro de mi parte. —se disculpó la pelinegra con la mirada perdida a causa de su ceguera.

Tanjirō sonrió con ternura, ella siempre era así desde su niñez, ella era la primera en disculparse, aunque algunas veces él tenía la culpa; posó su mano en la cabeza y acarició con suavidad las hebras negras con puntas amarillas de la chica.

— No tienes que disculparte, fue mi culpa —habló de manera calmada el peli burdeos— Yo no debí haberte dejado esperando aquella vez y menos después de la muerte de Nori obaa-chan

El chico se sentía culpable por dejar plantada a la pelinegra, él le había prometido ir a su casa, pero nunca llegó. La pelinegra se quedó en silencio escuchándolo.

—¿Por qué no llegaste? —preguntó luego de un rato.

—Shigeru y Hanako enfermaron. Okaa-san, Takeo, Nezuko y yo estábamos muy preocupados. Rokuta estaba al cuidado de Nezuko mientras que Takeo y yo ayudábamos a Okaa-san. —al ver que la chica no decía nada, prosiguió— intenté ir el día siguiente a tu casa para explicarte, pero no estabas.

—Siento haberme enojado contigo —habló arrepentida la pelinegra— esa noche, cuando no llegaste me atacaron —comenzó a explicar— fue un demonio, traté de escapar, pero el demonio fue más rápido. Me atrapó e hizo que cayera y me golpeara la cabeza. Cuando me desperté estaba en la finca Mariposa. Shinobu-san me había salvado, pero el golpe fue muy fuerte e hizo que perdiera la visión —continúo su relato— Shinobu-san me había salvado y dijo que tuve suerte de no haber perdido la memoria.

El Kamado se sintió culpable, quizás si hubiera ido a casa de la pelinegra no le hubiera pasado nada. Pudo pedirle que le ayudará, pudo ir a su casa a decirle que podía ayudarlo con sus hermanos, probablemente así ella hubiera estado en su casa y no le pasaría nada esa vez. Solo quizás así nada hubiera pasado, pero él hubiera no existe.

Unas cuantas lágrimas cayeron por el rostro del Kamado de manera inconsciente y la abrazó.

—Yua, Yua perdón... —sollozo en el hombro de la pelinegra— Si tan solo hubiera ido a tu casa, tal vez, tú... Tal vez no habrías perdido la vista.

La chica estaba sorprendida por lo que acababa de ocurrir, reaccionó con rapidez y le devolvió el abrazó.

—Tanjirō, no tienes que llorar —lo consoló acariciando su cabello como él antes solía hacerlo antes— no es tú culpa, ¿está bien? No es la culpa de ninguno.

El chico se separó lentamente del abrazo de la pelinegra y posó su vista en ella. Su corazón latió con rapidez y sus mejillas tomaron un color rojizo al ver su rostro, ella tenía una sonrisa tierna en el rostro a pesar de que esta no lo viera.

—Te extrañé mucho, Tsuki —la llamó por su apodo haciendo que sonrojara y sonriera.

—Yo también te extrañé mucho, Nikkō —respondió está llamándolo con su apodo, haciendo que este sonriera y acercara su frente a la de la fémina, juntándolas y ambos cerraron sus ojos. Sus respiraciones se juntaron y ambos disfrutaron su calor mutuo.

Los corazones de ambos latían al unísono formado una hermosa melodía.

Hasta que el peli burdeos dio el siguiente paso tratando de besar los labios de la chica, pero como la posición de sus rostros no era la mejor, chocaron sus narices. Lo primero que pasó en la mente del peli burdeos fue un «lo arruine». Aunque este pensamiento se fue al ver el rostro de la fémina tornarse rojo como el tomate.

—Tanjirō, ¿trataste de besarme? —pensó con la fémina sintiendo sus mejillas calientes.

—el chico tartamudeo tratando de negarlo, pero su moral y ética lo impedían— Sí. Yo... Lo hice. —habló con vergüenza sintiendo sus mejillas calientes.

—¿Podemos...? —dejó su pregunta al aire, para llenarse de valor— ¿Puedes intentarlo de nuevo?

El chico tragó en seco para acercarse nuevamente a la chica, al no saber cómo besar, cerró los ojos y sus labios fueron a parar en las mejillas de la chica haciéndola reír con ternura. El chico se volvió a avergonzar.

—Besar es difícil —comentó decaído.

—Intentémoslo de nuevo. Juntos, yo también soy nueva en esto —trató de animarlo y posó su mano en el cachete del chico. Tanjirō acercó su rostro al de la fémina dejándose llevar, por lo que su corazón dictaba y lo mismo pasaba con la contraria.

Los labios de ambos se acercaron con lentitud, uniéndose en un beso torpe y primerizo. Sus labios encajaron como sí de un rompecabezas se tratará. Cuando se separaron, ambos volvieron a avergonzarse.

—Ese beso se sintió muy lindo —comentó la joven con las manos en sus mejillas sonrojadas.

Su comentario hizo sonreír con felicidad al chico.

—¿Verdad que sí? —cuestionó recibiendo un asentimiento por parte de la pelinegra— Yua tú... De verdad me gustas. Desde que éramos niños.

La pelinegra sintió su corazón llenarse de una calidez inmensa, su sonrisa se enganchó, probablemente aquella sonrisa sería notada por toda la finca Mariposa.

—Tanjirō, también me gustas. —respondió la confección del chico— Desde niños.

El chico sonrió con ternura.

—Yua, eres la chica que he amado desde mi niñez, eres la luna que ilumina mis noches llenas de oscuridad. ¿Puedes concederme el deseo de ser mi novia? —preguntó el chico deseando una respuesta positiva de parte de la pelinegra.

—Sí, Tanjirō, ¡sí! —se lanzó a abrazar al peli burdeos con fuerza, haciendo que este la sostuviera por la cintura.

Ambos corazones laten al compás. Los dos estaban muy enamorados, sus sentimientos en todo el tiempo que pasó nunca cambiaron, los de ninguno. 

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