Citlali Abigail Gutierrez Reyna
Monterrey, Nuevo León. México
20 años
Antonio jamás había sido adicto al alcohol. Entró en estado de semiinconsciencia, no tenía gran diferencia a cómo se sentía con normalidad. Se tropezó sobre sus pasos quitándose los zapatos tal como acostumbraba a hacer desde que era un infante.
Lo que más deseaba en ese momento era recostarse y descansar de la terrible noche que había tenido que lo involucraba a él, a su —hasta hace unos minutos— mejor amigo y a una discusión que se escaló a grados que el hombre no era capaz de entender.
La simpatía no era su fuerte, en general era considerado una persona fría y distante, pero a la vez una que vivía en una constante preocupación, incapaz de salir de sus pensamientos.
Se lanzó sobre su sofá, desde que lo compró no se había visto tan cómodo, tal vez era producto de la borrachera, algo que se cuestionaría al despertar.
Cerró sus ojos, pero más recuerdos llegaron a él, recuerdos en donde lastimó a la única persona que no lo abandonó. Rio, era casi seguro que su amigo se alejaría tal como lo hizo su familia. No los culpaba, aunque en el fondo eso lo destrozaba. No quería volver a sentirse solitario, sin embargo, no sabía cómo dejar de ser lo que era.
A punto de llorar, una mano se posó sobre su frente. Abrió sus ojos por la sorpresa y se quedó pasmado al ver el rostro de la persona que lo tocaba: era una copia exacta de él, bueno, casi exacta, pues se veía más feliz e inocente, hasta se percibía cierto aire de bondad, cualidades que no pudo reconocer en él.
Con una mirada supo quién era y lo que este pensaba. Lo primero era fácil de responder, algo que creyó que no le pasaría debido a que ya había entrado a la edad adulta: era su otro lado.
Hace generaciones, su familia fue bendecida o maldecida —aún está en discusión— por un hechizo que les daba a algunos de sus descendientes el "don" de separar su alma en dos, al igual que a su cuerpo: mente y corazón. No tenía que ser un genio para saber cuál era él, lo que le extrañó es que eso les sucedía solo en su juventud, una etapa que él ya había superado hasta años.
En cuanto a lo que pensaba, percibía una mezcla de emoción y de arrepentimiento: emoción por ser la primera vez que se presentaba y arrepentimiento por la amistad que él mismo se había encargado de arruinar.
Despertó con dolor en el cuello y con una resaca de la que sería difícil deshacerse. Suspiró.
Se quedó extrañado por haber dormido en el sillón, por supuesto que no recordaba lo más importante de lo ocurrido en la noche.
Se dirigió a su cama para descansar como se debía, pero encontró a un clon suyo dormido en ella.
«¿Qué carajos pasó anoche?».
—Tengo la misma pregunta— respondió quién sería su parte "emocional".
«Mierda».
—Dime que sigo dormido.
Sabía que ver a su doble no era parte de un extraño sueño, el dolor en su cabeza a causa de la resaca era la prueba.
Su otra mitad se abalanzó hacia él y lo envolvió en un embarazoso abrazo.
—No sabes cuánto me emociona ser libre —se detuvo— o quizás sí —negó con la cabeza—. De todos modos, estoy feliz de verte.
«No opino lo mismo» pensó a punto de tener un colapso nervioso.
No era posible su existencia, pasó toda su vida seguro de que él era la única manifestación de su aura. El hombre enfrente de él lo cambiaba todo.
Ya no sería un solo individuo, ahora serían dos con una misma identidad, dos partes complementarias que se verán forzadas a convivir.
Y también significaba que... no, eso sería imposible.
Como también era imposible que su otro ser se manifestara en la edad adulta.
—¿Por qué estamos preocupados?
—No "estamos preocupados", solo yo lo estoy —respondió con dureza—. Tú no eres más que un reflejo de lo que siento.
«Lamento no ser de tu agrado».
Era un pensamiento por parte de corazón —como decidió apodarlo para no hacerse más líos en la cabeza—. Ignoró lo proveniente de mente ajena y se dispuso a formar un plan.
Solo conocía un lugar en el que podría obtener una solución para su más reciente problema. Soltó un querido al tiempo que cerraba sus ojos. No quería volver, sin embargo, era su única opción. Esperaba no encontrarse con alguien conocido.
El viaje fue largo. Viajar con corazón fue más pesado de lo había contemplado. No dejaba de asombrarse con todo lo que veía. En una ocasión mintió con que tenía ganas de ir al baño para detenerse a mirar a un cactus. ¡A un jodido cactus!
Paró el auto al final de la carretera. Estaban en medio de la nada. Rodeados por un montón de cactus —a los que comenzaba a odiar— y por el cielo eternamente azul.
Buscó las dos piedras talladas y las colocó en las esquinas del final de la calle. En teoría, eso debería de bastar para crear un portal hacia una de las zonas mágicas distribuidas por el mundo.
No tenía forma de saber si había funcionado, más que cruzarlo y ver si llegaba a otro plano o cuál sea que fuera su nombre.
No tenía experiencia con asuntos mágicos. Casi desde su nacimiento fue independiente y cuestionaba la naturaleza de la magia. No me encontró una explicación lógica y, si no tenía sentido para él, no la pondría en práctica.
Se molestó en llamar al corazón para que lo siguiera, no iba a arriesgarse a que no captara lo que estaba haciendo y tener que regresar por él.
Cruzó el portal aun con la consideración de que podría no funcionar, para su fortuna, sí había resultado.
Lo primero que hizo fue cerciorarse de que no había algún pariente suyo cerca, encontrarse con uno lo llevaría a ser cuestionado y no estaba de humor para lidiar con ellos. Suficiente tenía con la cosa que lo seguía.
Ahora quedaba ir al guardián sin ser notado, parecía un plan fácil. Debió pensarlo mejor.
Antes de entrar al bosque —¿por qué la magia siempre está relacionada con los bosques? — se topó con un par de infantes a quienes reconoció como sus sobrinas: Luz y Sara, deberían de estar entre los tres o diez años; todos los niños se veían de la misma edad a sus ojos, un dato que no importaba, ya que todos eran igual de enanos.
Ellas no habían alcanzado aún la edad de la división, le daba envidia que pudieran tener una vida más o menos normal.
No estaba para perder el tiempo y saludarlas, por lo que se escabulló lo mejor que pudo. Cuando creyó dejarlas atrás, vio que el corazón ya no estaba con él. En cambio, estaba con las niñas.
Los observó reírse y pasar un buen rato, al parecer ellas eran ajenas a las diferencias que tenía con sus padres.
Lanzó una roca hacia ellos y se ocultó detrás de un árbol. Esperaba que la cosa entendiera la indirecta. Otra vez, no fue el caso.
Tenía la opción de irse sin él, pero corría el riesgo de que el guardián no aceptara ayudarlo. También podía dejarlo para otro día, y así tendría que soportarlo por más tiempo... sí, que las niñas supieran de la división era la idea más tentadora.
Salió de entre los árboles con semblante serio y no le pasaron desapercibidas más expresiones de sorpresa de las hijas de su hermana.
—¿Se dividió?
—¿Tiene poderes?
—¡Hay que ir con mis papás para que lo vean!
—¡No! —exclamó. Ahora tenía tres pares de ojos asustados sobre él.
—Pequeñas —el corazón se agachó a su altura— queremos mantenerlo como un secreto porque lo revelaremos a la familia como una sorpresa —sacudió sus manos como si fueran estrellas—. ¿Podrían ayudarnos con esto para no arruinar la sorpresa?
Ellas asintieron emocionadas.
«Listo».
Esperó a que el otro se despidiera y llegaron al centro del bosque, ¿cómo lo supo? Un árbol con rostro les habló.
—Hola joven Antonio, esta es la segunda vez que tengo el gusto de verlo, y esta vez está casi completo. Respondan, ¿qué es lo que los trajo a mí?
La voz de la guardiana hizo que se quedara sin palabras. Sus manos comenzaron a sudar y no sabía en qué posición estar. A su lado, el corazón se encontraba en unas condiciones similares a las de él: se balanceaba de un pie al otro y no dejaba de tocar las mangas de su camisa.
—B-busco una manera en la que podamos volver a ser un solo cuerpo.
—Oh, joven Antonio, me temo que después de ser divididos no hay vuelta atrás.
—¿Qué? Debe de haber una forma —dijo desesperado.
—Para estar bien con lo que eres, primero debes conocer el origen de tu actual ser.
Posterior a su frase innecesariamente complicada, su rostro desapareció.
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