Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Sofía


NOTA: Cuando estaba escribiendo «Persiguiendo espejismos» había, originalmente, dos personajes más que eran parte de la narración. Sofía era el eslabón que debía cerrar la cadena de corazones rotos, porque nos regresaba al principio al unirse con la historia de Vania. Sin embargo, la trama era ya de por sí era bastante complicada con tantos personajes, así que decidí eliminarla.

Han pasado años y a veces aún recuerdo a Sofía y siento un poco de pena por ella, por su historia dejada sin contar... así que, aprovechando las bondades del Wattpad, he decidido ponerla aquí, como un capítulo «suelto» para quienes ya leyeron «Persiguiendo espejismos».

Ojalá les guste.
Ahora sí, pásenle a lo barrido.


=========

No puedo decir que me gustó desde el primer momento en que la vi, porque sería una mentira. La verdad es que ni siquiera sabría decir a ciencia cierta cuando fue que la vi por primera vez, porque estoy segura de que debo haberme topado con ella en los pasillos de la escuela docenas de veces. Lo que puedo describirte con lujo de detalles, es la mañana en que supe que existía.

Afuera diluviaba y ella llegó a la clase de fotografía con la ropa empapada. Parecía salida de un concurso de camisetas mojadas: sus pezones rígidos se marcaban a la perfección a través de la delgada tela de la playera que llevaba puesta; su cabello, que le llegaba hasta los hombros, y era un poco ondulado, estaba destilando gotas frías de lluvia; los dientes le rechinaban y el labio inferior le temblaba.

Cómo odié no saber su nombre, cómo odié no ser la amiga que se puso de pie para abrazarla y darle un poco de calor... cómo odié no tener un pretexto para acercarme a ella.

La seguí indiscretamente con la mirada, desde el umbral de la puerta hasta el lugar en el que se sentó, mientras buscaba con desesperación algún pretexto para acercarme, algo remotamente lógico que decir... cualquier cosa hubiera bastado, ahora lo sé, pero en ese momento no se me ocurrió nada.

Permanecí ahí, aplatanada en mi silla, viendo que su amiga le tallara los brazos y le diera su chamarra para evitar que el aire acondicionado la fuese a enfriar más de la cuenta. Y entonces me vino una epifanía. Ahí estaba mi respuesta: en el aire acondicionado.

Ni tarda ni perezosa, me paré de un brinco, y me apresuré a la pared en la que se encontraba el diminuto panel de control del minisplit del aula.

–¡No te nos vayas a enfermar! –dije, asegurándome de que me viera, de que supiera que había sido yo quien acababa de salvarla de una posible neumonía.

Fue así que ella supo de mi existencia, apenas unos segundos después de que yo supiera de la suya. Ella sonrió y me pareció impecablemente hermosa. El par de dientes chuecos y los colmillos peculiarmente prominentes fueron mi perdición.

Después de esa mañana, mi vida dejó de medirse en minutos y segundos. Sentía que el tiempo avanzaba solamente cuando iba averiguando cosas que me acercaban a ella y a la posibilidad de un día estar a su lado.

Me tomó hasta el final de la clase averiguar que se llamaba Vania; veintiséis días, ser considerada su amiga; cuarenta y cinco con dos horas, confirmar que era gay; y cuarenta y cinco con dos horas y cincuenta minutos, entender que había llegado únicamente diez días tarde a su vida.

Si hubiera llegado diez días antes a su vida, quizás hubiera podido salvarla de esa estúpida fase en la que no hacía compromisos con nadie los jueves por la tarde porque tenía que ir a plantarse en un parque a esperar a que el amor de su vida pasara caminando. El amor de su vida, por cierto, era una chica con la que nunca había cruzado palabra, una chava que muy probablemente, nunca la había notado siquiera.

Con todo y eso, me convertí en su amiga incondicional. 

Yo era aquella persona con la que podía contar en cualquier circunstancia, su confidente, su otra mitad. Fui la amiga a quien le llamaba a toda hora, aquella a quien se abrazaba al dormir, aquella con la que podía bailar cachondamente sin importar el lugar. Yo era la persona a quien recurría a la menor señal de peligro. ¡Incluso dejé de salir con otras chicas! Todo por mantener viva la esperanza de que un día se diera cuenta de que debía amarme a mí. Fui célibe por tanto tiempo, que hasta llegué a creer que el himen se me había regenerado.

Cuando la chica del parque se desvaneció como por arte de magia, pensé que mi guerra estaba ganada. Sí, realmente pensé que llegaría a enamorarse de mí.

Sé muy bien que pude haberla hecho feliz. Sé también que yo me hubiera sentido la persona más afortunada del mundo si hubiera logrado tenerla a mi lado... pero nunca me dio la oportunidad.

La deseaba con cada poro de mi cuerpo, es cierto, pero también apreciaba todo lo demás que ella era. Y es que ella era muchas cosas: más allá de esos hermosos senos y ese trasero perfecto, era sensible, era interesante, era auténtica. Cuando te miraba, podía elevarte hasta el cielo; cuando lloraba, sentías que toda la felicidad se había esfumado del mundo. Vania era tantas cosas que ella misma no sabía. Tengo que admitir que no era la más graciosa ni la más ocurrente, pero para mí... para mí hubiera sido la única.

Lo más cercano que tuve a tenerla, fue una noche de antro; una de esas noches en las que bebes hasta perder el conocimiento y te olvidas de las inhibiciones estúpidas que te atan, esas que te contienen de probar unos labios que encuentras francamente irresistibles; una de esas noches en que derrumbas barreras invisibles y traspasas límites nunca establecidos, pero por demás implícitos.

Love Generation nos enajenó los sentidos, los juegos de luces adhirieron sensualidad al ambiente, doce o trece vodka cranberries previos fueron el factor determinante que convirtió el momento en una ecuación mortal.

Mortal para mí, por supuesto.

Bailábamos del mismo modo sugerente que lo habíamos hecho siempre, pero esa noche sus miradas iban cargadas de una complicidad única que decidí interpretar como una invitación a lo prohibido; y aun sabiendo que después de eso la perdería, no dudaría en volver a hacerlo.

Por primera vez, después de una borrachera monumental, me desperté recordando cada detalle de la noche anterior, y más aún, me desperté feliz. Sintiendo que todo sería perfecto en mi vida de ahí en adelante.

Ojalá me hubiera tomado unos minutos más para saborear ese instante de ignorancia.

Vania, en cambio, se despertó arrepentida, pero aliviada de descubrir que no habíamos pasado de una muy buena cachondeada. Quise creer que se disculpaba únicamente porque no sabía cuál era mi opinión respecto a lo que había sucedido, así que decidí seguir mis impulsos y declararle mis sentimientos de una vez por todas.

Después de escuchar que la amaba, Vania me sacó de su casa y me azotó, literalmente, la puerta en la cara. Justo antes de hacerlo me gritó que nunca fui su amiga, que me había aprovechado de su estado de vulnerabilidad y que no quería volver a verme... entre una larga sarta de estupideces a las que decidí no prestar atención porque mi corazón no estaba preparado para tanto maltrato.

Ahí parada, en el pasillo de afuera de su departamento, sosteniendo mis zapatillas en la mano, fue cuando finalmente me cayó el veinte de lo que había pasado. Mi reacción instintiva fue gritarle algunas verdades que había estado aguantándome por meses.

–¿Estado de vulnerabilidad? ¡Hace seis meses que no sabes nada de ella! ¡Es un puto amor platónico! ¡Ni siquiera sabes su nombre! ¡Te comportas como una niña! ¡Te vas a quedar sola el resto de tus días, si sigues enamorada de una ilusión!

Le grité muchas más cosas. Grité hasta quedarme afónica, pero no me escuchó. 

Me fui a casa. Intenté odiarla, durante tres días enteros, pero no pude. Después la busqué. En la escuela, por teléfono, por correo electrónico. Le escribía mensajes en los estados del Messenger.

Nada sirvió.

Con el paso del tiempo tuve que hacerme a la idea de que nunca la recuperaría, ni siquiera como amiga.

*

–Me da la impresión de que aún estás esperando que un día reaccione y entienda que es a ti a quien debió amar –dice Isabel, mirándola a los ojos sin dejar de jugar con la cuchara del azúcar que descansa sobre el platito de café que tiene frente a ella.

–No, para nada –responde Sofía–. Ese capítulo de mi vida se cerró hace mucho.

–Sí, claro –Isabel apoya todo su peso contra el respaldo de su butaca mientras le examina el rostro con cuidado, como intentando leer la verdad en su aura, en lugar de creer en sus palabras.

–Lo digo en serio –insiste Sofía, encogiendo los hombros–. Vania es solamente un recuerdo agridulce. Una lección aprendida. Un error de esos que una no quiere volver a cometer.

–Entonces, ¿por qué te has pasado la noche entera hablando de ella? –Isabel clava su mirada en la suya, y su actitud cambia casi imperceptiblemente–. Te traje aquí para hablarte de lo que yo siento por ti, no para escuchar lo que Vania nunca sintió.

–Te hablo de ella porque necesito que sepas mi opinión respecto al amor.

–Te escucho –responde Isabel, sin desviar la mirada.

–Estoy convencida de que el amor no es más que una interminable cadena de corazones rotos y sentimientos no correspondidos.

–De acuerdo –Isabel sonríe de medio lado, se encoge de hombros.

–¿Aún quieres hablarme de lo que sientes por mí? –pregunta Sofía, temiendo que la respuesta será negativa.

–Sí.

–¿Y qué pasa si yo no siento lo mismo?

–Escucha, Sofí, me gustas mucho –la sonrisa de Isabel no desaparece, se ve tan segura de sí misma, tan en control de la situación, que Sofía no puede dejar de mirarla–. Pienso en ti día y noche, y sé bien que eres una persona interesantísima, pero no te estoy pidiendo matrimonio ni estoy diciendo que te amo. Lo único que quiero es que sepas que no estoy aquí para ser tu mejor amiga –Isabel apoya los brazos sobre la mesa, para acortar la distancia que las separa–. Quiero estar contigo, pero necesito saber si estarás dispuesta a darme una oportunidad, o si mantendrás una velita encendida por Vania.

Sofía no responde porque sabe que la pausa de Isabel no significa que ha terminado de hablar.

–Créeme que me encantas –continúa Isabel, y sus ojos parecen estar desnudándole el alma–, pero no voy a ser un eslabón más en esa mentada cadena de gente aferrada a quien no debe, que mencionas. No soy así.

–Me gusta escuchar la verdad, pero la prefiero un poquito diluida –responde Sofía, bajando la mirada hacia su café.

–Sé que te gusto, de lo contrario no estarías aquí –insiste Isabel–. ¿Qué dices? ¿Te olvidas de Vania y le das una oportunidad a esto? ¿O sigo con mi vida, tú con la tuya y tan amigas como siempre?

Sofía siente una punzada de curiosidad. Hace varias semanas que notó lo mucho que le gusta Isabel, pero diga lo que diga, todavía no ha logrado sacudirse del todo el mal sabor de boca que le dejó la mala experiencia con Vania, y no está segura de estar lista para volver a lanzarse al ruedo.

–No puedo prometerte nada –es lo único que se atreve a decir, levantando la mirada con cautela.

–Está bien, odio las promesas –Isabel sonríe una vez más.

–De acuerdo, démosle tiempo al tiempo y veamos qué pasa.

–Solo una pregunta más –dice Isabel.

–Dime.

–¿Crees que nuestros hijos deban llevar primero mi apellido o el tuyo?

Sofía suelta una carcajada.

–Vamos, te invito al cine, pero tú pagas las palomitas.

–Es fin de quincena, Izzy, no tengo lana.

–Yo pago todo, pues –dice Isabel, dejando un billete sobre la mesa antes de ponerse de pie.

–Esto comienza a gustarme –dice Sofía, poniéndose de pie para caminar a su lado hacia la salida.

–Vamos, zángana, antes de que me arrepienta.

Sofía se ríe una vez más. Cuando Isabel toma su mano y entrelaza sus dedos con los suyos, siente un consquilleo bonito recorriéndole la piel.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro