Solo imagina poder estar en un lugar lejos de las miradas ajenas, curiosas por saber lo que nuestras almas se susurran en besos,

¡Pero no lo escucharan!

Me niego rotundamente a permitirles, así que huyamos:

Refugiémonos en la cueva de un ocaso, donde el brillo de la luna no alcanza a llegar...

De las penumbras, creemos ese fuego intenso y de fulgor asombroso y vivamos de el.

Pintemos los suelos con nuestros cuerpos,

Borremos las huellas del pasado y dejemos un rastro que ni siquiera una mente aventurera encontrará.

¡Que hagan ecos tus gemidos, ahuyentando a los espectros, creyendo ser los alaridos angelicales de algún arcángel salvador!

Que se fusiones nuestros corazones por el calor, como del átomos su núcleo con otro átomo, en una danza mortal entre las llamaradas del sol.

Déjame dibujar espirales en tu preciosa anatomía; déjame enrroscarme en tu cuerpo y saborear tu locura, como una víbora caprichosa.

Cual dictador obligare a tus vellos a mantenerse levantados, a tus ojos cerrados, tus gemidos acallados y resguardados, como prisioneros, entre los barrotes de mis dedos, de los que escaparas mordiendo, sin la promesa de realmente huir de ellos.

Separemos el tiempo en aquellos segundos en donde me extrañas y en aquellos donde no quieres dejarme ir.

Choquemos nuestros cuerpos como titanes regidos por la victoria, hasta ver quien cae.

Envuélveme en tu cabello de tul noctambulo como la noche seduce al día.

Deja que corra la tinta de nuestros pecados; convirtamonos en los bastardos más felices de todos los tiempos, viviendo de nuestra propia compañía y oculto de las miradas.