Mi tierna guitarra, oh, mi guitarra, antes tan brillante como el sol plasmado en madera y ahora tan desvaida e incolora,

Como una piedra que finalmente cedió al asfixiante tiempo.

Toca para mí otra noche e imita su compañía;

Toca para mí está noche y traela de vuelta;

Toca para mí, una y otra vez, hasta que deje de extrañarla.

¡Y no, no permanezcas en silencio, no por favor, no ahora que necesito de ti, no ahora que ella ya no está!

Solo toca para mí, hazlo una vez más y calma mis ansias por buscarla con tu dulce melodía,

Se el recital que avive a mi corazón y lo traiga de vuelta de su tumba.

Oh, mi guitarra, mi tierna guitarra, de canciones anteriores a tu partida, escritas por un amor que terminó por volverse tristeza,

Como del veneno la muerte,

con letras afiladas y peligrosas, feroces e indomables,

En busca de venganza,

Clavándose en mi pecho, cual flechas de tinta ardiente, marcando con tu nombre mi frágil alma.

¡Te has quedado en silencio y ya no tocas para mí!

¡Dime el por qué de tu silencio, si siempre he estado para ti!

¡Te has quedado en silencio, y de mi corazón solo escucho su pequeño latir!

¡Dime, tan solo dime el por qué de tu silencio, ahora que más te necesito para mí!

¡Te has quedado en silencio!

Pero ahora lo comprendo, finalmente lo comprendo.

Y cuanto lo lamento;

Cuanto lamento haberte condenado a extrañarla igual que yo, mi dulce guitarra,

Cuanto lamento haberte contagiado mi melancólica tristeza.

Pero ahora estamos solos, como aquellas horas fugitivas del tiempo, consolandonos el uno al otro:

Solo tú y yo, junto a nuestra terrible tristeza.