Once Letras: Floristería...
El golpeteo de la madera contra las barras de hierro colocaba inquietos a los perros, provocando que aullaran al unísono, inquietando a toda la manzana de a poco.
Lo que comenzaba con un infantil e inocente acto donde la intención era formar música con una rama y las varillas de hierro, se volvió una acción de rebeldía.
Una monstruo araña no dudo en dejar libre a su "pequeña" mascota Muffin para darle un susto a la inquieta y graciosa niña que a pesar de los reclamos de los vecinos, continuaba tocando los barrotes en conjunto con su voz desafinada, entonando una canción desconocida para quien le escuchara.
La niña ahogó un grito cuando al portón fue a chocarse el rostro ansioso de un monstruo araña mitad Muffin que tenía la intención de darle un bocado, pero que fue frustrado por la cerca de hierro que rodeaba la casa de la señora araña.
—¡Vete a molestar a otro lado, mocosa! —Con una de sus seis manos sostenía a un bebé de flama que no dejaba de llorar pues había sido despertado por el bullicio de la niña humana. La mujer araña no estaba contenta a pesar que mantenía una sonrisa en su rostro, parecía haber mantenido esa sonrisa por mera cortesía, más de seguir fastidiando, probablemente se enojaría de verdad.
Visualizando ese escenario y percatándose que todos los vecinos le miraban mal. La niña humana tomó su ramita y se echó a correr con rapidez, casi como si quisiera llorar, logrando hacer sentir con un mal sabor en la boca a más de algún monstruo. Una niña humana por esos lares solamente podía significar un alto índice de negligencia por parte de sus progenitores, ¿apenas y los tenía? Nadie lo sabía, solamente estaban al pendiente que la misma niña, con la misma ropa y a la misma hora, llegaba y realizaba la misma acción entonando la canción que nadie conocía.
Los pasos de la pequeña se detuvieron bajo un árbol y se encogió bajo el lecho del mismo, esperando que este le brindara un calor que su suéter a rayas era incapaz de darle, ahogo un pequeño sollozo seguido de un pequeño llanto ahogado. No quería molestar a nadie. Pero al final lo había hecho. Parecía que no servía nada más que para molestar, por eso nadie la quería cerca.
Con sus manitas, sucias por cargar todo el día una ramita, se talló sus ojitos para detener las lágrimas y esperando que la sensación de tristeza se fuera junto a las lágrimas.
Al lograr tranquilizarse, se percató que no tenía ni idea de donde estaba. Se aferró a la rama, el único medio que tenía para defenderse en la inmensidad de la ciudad. Camino con cautela, pero el gruñir de su estómago le impedía concentrarse. Intento leer las indicaciones para volver por donde vino, pero su poca educación académica le restringía a la hora de orientarse.
Camino por lugares que se le hicieron conocidos, terminando aún más perdía que al principio. Se detuvo en medio de la calle, donde un grupo de monstruos y humanos pasaban mezclados, ignorando el rostro de horror de una pequeña castaña, avanzando de largo, aveces empujándola para que se quitara de en medio y no estorbara. En una de esas, la niña no logró detener la caída e impactó al suelo con su rostro. Nadie se acercó a ayudarla.
El tiempo transcurría y no sabía cómo regresar a su hogar; su pies, descalzos desde el principio, quemaban por el intenso aloe del mediodía, dándole un obstáculo más. Sin embargo, firme y determinada, tomó su rama y se levantó sin ayuda. Limpiando con tranquilidad sus rodillas, percatándose que en la caída, se había hecho un raspón que sangraba. No se inmutó, pues no era primera vez que le sucedía, saco una curita y la coloco sobre la herida, ignorando que la curita era más pequeña que la herida. Y siguió caminando.
Asomaba su cabeza para preguntar por direcciones, pero a veces, al verla tan sucia y descuidada, la gente volteaba a otro lado para no hacerle caso ni tener que responder. Alguno que otro no entendió donde estaba el lugar que ella decía, y otro pequeño grupo pensaba que estaba pidiendo limosna y se la dejaban en sus manitas sin dar explicación. La niña no rechazaba tal cosa, aunque no era su intención.
Se aferró a una barandilla y suspiró. Sus piernas temblaban, no había comido nada en casi tres días. Iba a desfallecer si no regresaba, al menos ahí, cuando la vieran en un estado tan deplorable, a lo mejor y le daban algo de lo que tenían.
Casi como si alucinara, el olor a una hogareña comida y un aroma a flores invadió sus fosas nasales, y como si de un recitado se tratase, la pequeña se enderezó en su puesto y comenzó a caminar como abeja al panal, atraída por órdenes no articuladas.
Avanzó hasta llegar a una casa que efectivamente, desbordaba de flores. La niña humana nunca había visto tal variedad de flores en su vida, tantos tamaños, tantas formas, tantos colores... le abrumada.
Al ver salir a una pareja de caninos de la supuesta tienda, la niña se lanzó a un arbusto arreglado elegantemente, para ocultarse. En el transcurso de su precipitado acto, terminó chocándose con la cabeza de cráneo de un niño esqueleto. Escucho una queja, topándose con el esqueleto de quizás un par de años mayor que ella, con un suéter blanco de rayas azules que le observo con las cuencas oscuras, parece que le había despertado de alguna siesta. Asustada, la niña solamente se disculpó con frenesí y salió de ahí.
Iba a irse de vuelta al camino, pero el aroma a flores combinado con el dulce sabor del ambiente de una comida preparada con muchísimo amor, detuvo sus pasos, y por mera inercia se asomó por la entrada de la tienda.
Con sus alargados ojos, busco algo sin saber qué. No parecía haber nadie en el mostrador, así que entró con más confianza, casi sintiendo placer que la tienda estuviera decorada con una suave alfombra de terciopelo que sus pies cansados agradecieron.
Cual felino, la niña se lanzó al suelo dando vueltas, sumergiéndose en la comodidad de una alfombra ajena. Escucho una risa suave que la paralizo con el rostro en el suelo, sintió el calor en sus mejillas y estaba apunto de echarse a correr, pero la curiosidad era más grande. Con lentitud levantó la cara un poco y buscó al dueño de la voz.
Sorprendida, se enderezó en su puesto cruzándose de piernas, en igual posición, frente a ella estaba un joven monstruo cabra. Quizás en sus años de adolescencia. Los cuernos resalían de su cabeza, al igual que los colmillos en su boca.
Estaba sentado con varias flores en su plateado pelaje, pues había estado haciendo arreglos con las mismas y había terminado invadido por los pétalos, tal vez por eso no lo vio al entrar, creyó a lo mejor que era parte de la decoración.
Tenía ojos dorados y amables. El chico se levantó algo avergonzado por haber estado observando a la niña en silencio. Y se apuró a disculparse, la niña se encogió de hombros, entrando en confianza.
—Mi nombre es Asriel, ¿Quieres algún arreglo, pequeña felina?
La niña se negó rápidamente sonrojándose por el apodo dado por el monstruo con semejanza a cabra o era un ¿león con cuernos? Asriel afiló su mirada notando el aspecto de la pequeña con más detalle. Enseriando su semblante le pidió a la niña que esperara unos momentos y así lo hizo, de igual manera, no tenía nada que perder.
Asriel regresó segundos después con un botiquín, un balde de agua con una toalla en su cuello y un par de zapatos en su delantal de jardinería. Con una tímida sonrisa, se agachó a la altura de la niña. El monstruo resultaba ser muy alto para ella.
—¿Puedo? —señaló los pies de la pequeña. Ella asintió sin saber que iba hacer.
Al sentir el agua fría en sus pies, casi se alejó, pero la agarras de Asriel la sostuvieron con serenidad, eran suaves, tenía un pelaje muy sedoso que relajó a la niña.
—¿Cómo te llamas? —Intento hacer plática mientras lavaba la herida y los pies de la niña.
—Frisk... —contestó en un susurro.
Casi salto del susto cuando escucho risas al fondo. Estiró el cuello y logró ver un abultado cabello rubio y dos cráneos.
—Papá y mamá están con unos amigos, sus reuniones siempre son animadas, no te espantes —Asriel secaba los pies de Frisk y le colocó los zapatos de un suave rojo—. Lo sabía, calzas igual que mi hermano.
—Y...Yo no puedo pagar esto....—Agregó Frisk viendo como Asriel le colocaba una gasa en su heridas.
—No tienes porque, es la floristería de mi padre, y aunque no le gusta que pierda el tiempo, estoy seguro que tampoco le agradaría que deje una pequeña flor así de herida —Asriel tocó la nariz de Frisk con ternura, indicándole que se refería a ella.
Frisk intentó responder cuando su estómago hizo acto de presencia haciendo ruidos. Otra vez Asriel río animado y se levantó, ayudándola a ella. Se acercó al mostrador y preguntó si ella tendría algún familiar o dato de confianza para contactar a alguien. Frisk le respondía con direcciones de su casa, y aunque el chico no sabía, no dudo en teclear algunas cosas en la computadora para ayudarle a llegar.
El chico incluso, le dio parte de su merienda a la niña, que al verla comer con tantas ganas la comida preparada por su madre, pidió que se lo terminara.
Finalmente, Asriel logra contactarse con alguien que dice que irá a buscar a la niña.
—Puedes venir de nuevo, si termino rápido mi parte mi padre deja descansar. Haciéndose cargo e del puesto. Podríamos jugar junto a mi hermano, podrías traer unos amigos tuyos si quieres.
Frisk borró la sonrisa que había formado y bajo el rostro con un semblante lastimero, Asriel, preocupado, le preguntó que había dicho mal.
—Es que... es que yo no tengo amigos...
El monstruo guardo silencio, agachándose a buscar algo bajo el mueble del mostrador. Le pidió a Frisk que se acerara. Y así lo hizo la pequeña.
—Ten... —Asriel tenía entre sus garra una preciosa flor dorada.
—No pued-... —Comenzó la niña de manera automática, ella no tenía dinero para pagar esa flor.
—Es un regalo.
La flor abrió un par de ojos y una fina línea emergió de su centro, una pequeña boca. Observaba a la niña con grandes ojos.
—Su nombre es Flowey, mi mejor amigo, fue la primer Flor mágica que hice, pero últimamente se siente un poco... olvidado, ¿cierto amigo?
Frisk creyó que la flor bufó. No estaba segura, pero estaba fascinada, había escuchado de las flores mágicas, pero verlas en personas la llenaba de determinación y emoción. Comenzó a alagar lo bonita que era. Y a la flor eso le agrado, haciendo una mueca orgullosa, encantado por los elogios tan sinceros de la niña.
—Flowey fue mi compañía de joven, mi mejor amigo, pero dice que ahora que trabajo, me he vuelto aburrido. Así que... puedes llevártelo y traerlo cuando juguemos. Es algo difícil de tratar, pero es un amigo fiel.
—¿En serio me dejarás con esa mocosa ? —Para sorpresa de la niña, la flor tenía una voz ronca y afilada.
Ansiosa y al borde de las lágrimas, la niña tomó la maceta de Flowey, abrazándola con una necesidad aplastante que conmovió al monstruo. Llevándolo a llorar con ella.
—Estoy seguro que serán buenos amigos —expresó el monstruo limpiando sus lágrimas con la esquina de su mantel.
—¡Arggg! ¡Deja de ser un llorón! ¡Y tú también! ¿Apenas y sabes cómo cuidar a una flor? ¡No soy fácil!
—¡Oh eso! Puedo darte unos tips , Frisk —Asriel saco una libreta donde comenzó a anotar los cuidados básicos y sencillos de una flor, mientras iba explicándoselo a la niña, ya se había percatado de la dificultad de la otra para leer.
Y de esa manera, una nueva manera de ver el mundo junto a una flor malhumorada, comenzó una pequeña pero muy hermosa floristería. Aquella de la que los Dreemurr eran dueños.
La floristería de los sueños y esperanzas.
El
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