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19 Letras: Té frío y telas de araña...

Con el corazón en mano y los ojos cerrados hasta más no poder, Asgore cerró con llave la habitación que solía compartir con su esposa Toriel, no podía soportar siquiera acercarse más a ese lugar y resucitar todos los recuerdos que yacían en esas cuatro paredes. Todas su pláticas antes de dormir, el nacimiento de su primogénito al ser delicado su alumbramiento, los llantos de Asriel por alguna pesadilla terminando en que el joven monstruo, durmiera ahí con ellos, como una familia. Las veces en que el mismo príncipe había arrastrado a su hermano para que sintiera la calidez de sus padres... Todas aquellas vivencias que tenía incrustado en el corazón y que por nada en el mundo, iba a abandonarlas.

Se había tomado el tiempo de recoger todo objeto que le recordara a sus hijos y esposa,  y los guardo en esa habitación. Le pidió a su capitana que escondiera la llave en alguna parte, para no tener que volver abrirla, a excepción de que en un dado caso, su esposa volviera... pero ya había perdido la esperanza en ello. Había pasado demasiado tiempo sin respuesta alguna, y sentía que al igual que los sentimientos de él se habían intensificado en culpa, los de ella también,  pero en frustración, emoción que no tardaría en echarle en cara a él. Después de todo, si era su culpa... en una parte.

El castillo estaba más solitario que nunca a excepción de unos pocos guardias que aún custodiaban las puertas. Removió de sus hombros la capa púrpura y la colgó en su ropero, se cambió de ropa por un traje rojo holgado y cubrió sus cuernos con un sombrero de duende, aunque no funcionó mucho, pues aún sobresalían. Se miró en el espejo y sonrió, aún podía darle felicidad a su pueblo, y estaba seguro que la navidad era una buena época para animar.

Tocaron su puerta varias veces antes que él atendiera, terminando de ponerse las botas. Al abrirla, un silbido animado y un fuerte, y asfixiante abrazado lo recibió. No se quejó y simplemente rió no viéndose incomodado por la fuerza bruta de su amiga.

—¡Demonios, Asgore! ¡Te ves muy bien! Ya era hora que nos acompañaras en las fiestas, sabes que no me gusta verte ahí sentado todo el día, esperando... ya sabes... —La capitana de la Guardia Real bajo el tono de su voz, no esperando incomodar al monarca al percatarse que sin querer había tocado un tema delicado.

—Gracias por intentar tan duro, Undyne —contestó el monstruo jefe levantando sus mejillas en una gentil sonrisa—. Todo está bien, estuve buscando muchos objetos que a los niños podrían gustarles...

—¿Estas seguro de qué quieres regalar las cosas de tus hijos? —cuestionó la pez con cautela, colocando su palma en el hombro de su amigo grandote.

Entre las garras del monarca yacía una bufanda rayada de dos tonos de verdes, uno más claro que el otro, la cual, había pertenecido a su primogénito, era uno de los trabajos de costura que habían hecho en conjunto con su mujer antes de la caída de Chara. Hizo una pequeña mueca al recordar a su hijo luciendo esa bufanda con mucha alegría demostrando que era capaz de coser como su madre. Era un bonito recuerdo, pero...

—Estoy lleno de cosas que ya no pueden ser usadas por mí, ni por nadie más. Permanecí en este camino por mi pueblo así que mi vida será consagrada a ellos también —respondió con un tono algo ronco pues aún le era difícil desligarse de aquellas pertenecías de su familia.

Anhelaba aferrarse mejor a sus recuerdos y dejar ir los bienes materiales que solamente le torturaban día con día.

Undyne asintió y tomó dos bolsas de las que el rey había llenado para regalar a los diferentes niños de las zonas del Subsuelo. Mientras que el otro se ponía tres en su espalda.

—Muy bien, As-... digo Santore —corrigió aguantando una risotada por su propia broma.

El monarca ladeó la cabeza sin comprender para luego musitar una pequeña risa. Levantó su pecho con orgullo y chocó su puño libre, llamándose a sí mismo con ese nuevo nombre. Arreglo una barba blanca vieja alrededor de su hocico, de tal manera que no se reconociera su rostro, pero era obvio que el monarca será el único monstruo en el Subsuelo que rozaba los tres metros sumado a los estoicos cuernos, pero Undyne le dejaba ser. Nunca le había visto tan animado desde que su esposa lo dejó en el trono.

Ambos buenos amigos recorrieron todo el Subsuelo repartiendo los juguetes que Asgore había recogido, como cada uno tenía su propia historia, el rey- digo... Santore se tomaba el tiempo de narrarla a cada niño que llegaba, por supuesto, ocultando ciertos detalles con respecto a su hija y su protegidas. Sintió una liberación enorme al hablar de los momentos felices de sus hijos, pensando con seriedad en cuando había decidido negar aquello y enfrascarse en sus tristes muertes.

De Hotland hasta Snowdin. El espíritu navideño llegó a cada niño y ¿por qué no? A los adultos también con lo animado del sujeto grandote que no se había visto desde hace ya tanto tiempo.

¿Por qué de repente, el monarca salía de su castillo y compartía con ellos? Era extraño, pero nadie se quejó.

Repartió la última prenda, la bufanda de su hijo, a un ratón de Snowdin, el cual no dudó en lanzarse encima del monstruo grandote y agradecer al borde del llanto. Esas acciones lentamente fueron sacándole una sonrisa sincera al monarca, inclusive, se le salieron un par de lágrimas de sus ojos bicolor.

—¡Oh, vamos! ¡No dejas de ser un sentimentalista! —Undyne golpeó el hombro de su rey con carisma, en sus brazos, sostenía a un esqueleto pequeño de larga bufanda roja.

—¿Undyne? ¿Y ese bebé?

—G me dijo que cuidara de él mientras que la chica de su esposa se alista para la fiesta, ¿te quedarás, cierto? ¡Incluso traes una bolsa con ropa extra! —Señaló la monstruo pez a la mochila más pequeña que Asgore aún tenía debajo de sus patas.

La bestia semejante a cabra y león negó con la cabeza, peinándose con cierto nerviosismo su barba.

—Lo lamento, Undyne, pero no podré hacerles compañía, al menos no tan pronto, ya tenía planes para hoy.

La capitana alzó una ceja confundida mientras trataba de recordar otra persona dentro del actual círculo reducido de relaciones del monarca. Fue cuando vio una araña en su hombro es que lanzó un largo "ahh" captando la referencia.

—A ella no le gusta el frío, ¿cierto?

—Disculpa...

—¡Relájate, felpudo! A la próxima les dire que nos movamos a Waterfall, hay que agregarle algo de sonido a esas cascadas —comentó animada, comenzando a bailar por las baladas del fondo, el esqueleto también bailó con ella.

—Papyrus está muy animado —Sonrió con ternura el rey Asgore.

—¡Sí que sí! ¡Vamos, Punk! ¡Bailemos juntos!

La animada Undyne fue al centro de Snowdin y bajo al saquito de huesitos, bailando con él, pero más parecían posiciones de batallas que provocaban que el jovencito monstruo estallara en risas animadas.

Asgore se removió el gorro y lo guardó, le pidió permiso a su científico real para cambiarse en su casa, cosa que el esqueleto mayor aceptó sin mayores problemas al estar más concentrado en el vestido que lucía su esposa en esa noche de navidad para luego girar con una expresión nada agraciada a los canes que la contemplaban de lejos, daba la impresión que tendría que enseñar otro tipo de huesos a algunos sabuesos si seguían viéndola de esa forma.

Navidad, una noche para pasar en familia o amigos. Asgore ya había perdido la cuenta de cuando fue la última vez qué pasó las fiestas con alguien, pero aún no se sentía tan cómodo como para pasar con su grupo de conocidos al serle aún un poco difícil los ambientes excesivamente alegre al estar pasando por su transición de rey deprimido e insufrible a un ser más animado. Así que cuando la reina araña le pidió una cita más formal y discreta, no tuvo ningún problema en aceptarla al ser lo que estaba buscando para no regresar temprano a su castillo, ademas, que se le hacía cierta ilusión acompañarla.

Inconscientemente, se arregló como todo un caballero, era quizá la costumbre, pero solía ir de esa manera a la citas, con el cabello peinado para atrás y un traje semiformal. Una camisa manga larga blanca con una líneas rojas que combinaban con su pantalón café.

Camino tranquilo con la araña de su acompañante en las manos, jugando con ella de manera delicada para no lastimarla, temía que con su fuerza terminara aplastando a la pobre.

El calor le resbalaba al monstruo elemental de fuego, pero comenzó a ponerse nervioso mediante se acercaba a la sala de té de su nueva amiga. No recordaba la última vez que estuvo a solas con una mujer, temía echarlo a perder a la primera, y con lo detallista que había demostrado la chica ser con sus cosas, sentía que él iba a salirse del molde para lo que ella esperaba.

Sin embargo, al encontrarse el lugar con velas aromáticas y las arañas esperando a que el monarca jugara con ellas, pudo relajarse. La arácnida compartía ciertos gustos y etiquetas a los cuales él estaba acostumbrado, eso permitía una línea de hechos más llevadera.

Se sentó en la única mesa de dos que había en la habitación y a su pies llegó una de las hijas de la reina araña, tan grande que era capaz de abarcarle parte de las piernas, con ánimos comenzó a mimarla. Le era tan nostálgico sentirse rodeado de niños como lo eran las arañas.

—¿Su majestad? —Muffet salió vestida de telarañas, con algo más coqueto a lo que el rey estaba acostumbrado, razón por la cual, desvió su rostro avergonzado.

La reina araña rió con ternura y malicia por haber logrado el objetivo de ponerlo nervioso, cosa que se le fue regresada al percatarse del atuendo del monarca. Relamió sus dientes ofuscada y usó una de sus manos para darse aire ante la situación.

—Permíteme servir el té... —agregó Asgore de manera atropellada tomando la tetera de la mesa y servirlo en sus respectivos vasos.

Para su sorpresa, el líquido estaba frío y con telas de araña en el contenido, Muffet chillo de vergüenza y rápidamente le retiró la tetera de las manos, caminando con una gran velocidad a su lado.

—¡N-No había preparado el té! —exclamó con un carmín en sus mejillas.

Sin esperar respuesta, se regresó a su cocina, dispuesta a remediar su error. Asgore la contempló retirarse, para después seguirla con algo de pena.

—¿Puedo ayudarte?

—¡Claro que no! ¡Es mi deber atender a mis inquilinos!

—Pero es navidad... No sería lindo que me quedara esperando en la mesa..., además quiero ayudarte —sonrió tímidamente el rey.

Sus miradas se quedaron clavadas un rato hasta la mascota de la araña de asomo por la puerta, como quien dice que pueden contar con ella también. Ambos rieron, intentando preparar la comida de la cena, pues con Asgore tan alto, le costaba moverse por la estrecha cocina de la araña, sumado a que todas las arañas estaban encima también, y Muffet a veces aprovechaba esa cercanía para hacer de las suyas.

Asgore aguantaba todo eso pues aunque la chica se mostraba interesada, sabía respetar su espacio y su estado emocional. El rey no estaba listo para otra relación amorosa, y la reina araña tenía demasiado trabajo por delante, sin embargo, eso no impedía que ella podía mandarles consejos sobre cómo se era ser perseverante en la vida y avanzar para alcanzar la meta que el monarca se había planteado. Mientras Asgore le hacía compañía con su sola presencia conocedora de conocimientos.

Con un poco de té frío y telas de araña, podía hacerse una pequeña fiesta de té y pasarla bien.

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