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Capítulo 8.

Vanya

El frío se estaba apoderando de aquel lugar. Los cobertores ya no eran suficientes para aminorar la sensación que me hacía sentir cansada y triste. Quería ducharme. Desde que me trajeron a este lugar no me había duchado y ya olía mal. No tenía ni idea de cuanto tiempo llevaba encerrada en este sitio, pero calculaba que al menos dos semanas, un poco más.

Me levanté de la cama y protegí mi espalda con una frazada. Estaba descalza y el frío subía por mis pies a todo mi cuerpo. Miré a través de la ventana, dándome cuenta de que aquel manto de nieve era más grueso y predominante. Tirité de frío y me froté las manos.

Solté un largo y profundo suspiro. ¿Qué estarían haciendo Nate y Seth? ¿Me extrañarían cómo yo los extrañaba a ellos? Quería ver a mis padres, a Cami, mi mejor amiga, la hermana que la vida me regaló. Quería regresar a Nueva York y ver a Zora y a todos mis perrhijos que saqué de las calles o les quité a los imbéciles de sus dueños que solo los maltrataban. No me arrepentía de lo que hice, porque si no lo hubiera hecho tal vez ellos ya no estarían aquí y hubieran cruzado el arcoíris hace mucho.

Noah salió de la cabaña junto a Artem, subieron a la 4x4 que tenían estacionada frente a la cabaña y se alejaron. Eso quería decir que la perra de Ksenia y yo estábamos solas en la cabaña y que si no aprovechaba este momento ya no podría huir de aquí.

Me protegí más con la frazada y regresé a la cama. Ya no me drogaban porque me querían lucida para cuando me sacaran de aquí y me llevaran con el asqueroso violador que me iba a comprar. Podía ser cualquiera, maté a muchos mafiosos de todas las organizaciones, así que la mayoría me quería ver muerta. ¿Me arrepentía? No, nunca me arrepentía de mis actos y ahora solo estaba pagando las consecuencias de lo que hice en el pasado. Lo volvería a hacer una y otra vez sin importar que esas decisiones me trajeron aquí.

Liberé a muchas mujeres de cerdos violadores, asquerosos pedófilos y secuestradores. Lo haría de nuevo una y otra vez, las veces que fueran necesarias con tal de saber que todas ellas estaban en un lugar seguro, aunque yo lo estuviera pasando mal.

La puerta se abrió y detrás apareció Ksenia, sostenía una bandeja con la comida. El estómago me rugió porque no comía mucho y lo poco que me daban no me alimentaba bien. Dejó la bandeja en el colchón y se apartó.

—Come —ordenó. Miré dentro de la bandeja y había un emparedado y un vaso con leche.

—Eso no me llena —cogí el emparedado.

—¿Crees que me importa? —respondió molesta.

—No, claro que no —le di una mordida al emparedado y me supo a gloria. No era carne, pero el jamón y el queso me sabían tan bien en la lengua. Las papilas gustativas vibraron y casi gemí por estar comiendo algo tan rico.

—Come y cállate —masculló.

Se quedó frente a la puerta, asegurándose que me terminara el emparedado y me tomara las pastillas que me estaban ayudando con mi dolor.

—Necesito más toallas sanitarias —le dije, pero ni caso me hizo, me ignoró por completo —. Sigo sangrando —la miré —. Al menos responde, desgraciada —espeté.

—Cuando Noah regrese a ver si las trajo —no me miraba a la cara.

—¿A dónde fueron?

—Ya no hay comida y todavía vamos a estar aquí una semana más por tu culpa —a falta de servilletas me tuve que limpiar los labios con la frazada.

—¿Por mi culpa? —inquirí entre molesta y sorprendida por su descaro —. ¿Acaso yo les pedí que me secuestraran y me trajeran aquí? Ustedes lo hicieron por órdenes de tu estúpido jefe —Jaló la silla y se sentó en ella —. Si estamos en esta situación no es mi culpa, imbécil.

Tensó la mandíbula, pero no se movió de su lugar. Se quedó sentada en la silla mirando cómo comía. El emparedado apenas aminoró el hambre que sentía. No tenía casi energías, pero si no aprovechaba a escapar ahora que Noah y Artem estaban ya no tendría oportunidad de hacerlo.

La observé de pies a cabeza. Observando si llevaba alguna navaja o arma que pudiera usar en su contra. A primera vista no encontré nada, hasta que presté atención y me fijé que en uno de los bolsillos de su pantalón escondía una navaja. Tenía que hacer que se acercara a mí para poder quitársela y matarla. Tal vez ya no le iba a arrancar los dedos con los dientes, pero sí podía cortárselos, con lo que sucediera me sentiría satisfecha.

—¿Qué me ves? —preguntó con molestia.

—Eres una persona horrible —le dije. Entornó los ojos —. No sé qué te haya sucedido para que seas así, pero nunca vas a lograr nada con esa estúpida actitud tan nefasta.

—¿Crees que me importa algo que tú digas? Solo eres una niña rica que nació en cuna de oro a quien no le faltó nada. Tuviste todo a manos llenas y nunca tuviste que degradarte para conseguir lo que necesitabas —se levantó de la silla —. Nunca te faltó comida en la mesa. Yo tuve que sacar comida de la basura —dio un par de pasos en mi dirección —. Tuve que hacer lo que fuera para sobrevivir en las calles.

—Eso no te justifica que seas una perra desgraciada —escupí —. Yo también tuve que hacer muchas cosas para sobrevivir —soltó una risa burlona.

—Sobrevivir a La Fortaleza no te hace una víctima. Todos sufrimos los abusos y maltratos de esos imbéciles —empuñó las manos. Sus nudillos se pusieron blancos —. Todos pasamos por el mismo infierno. Y si me quiero justificar lo haré. ¡No eres nadie para decirme lo que puedo hacer o no! —soltó el primer golpe, pero no me defendí. No metí las manos para detenerla. El segundo golpe y la mejilla me ardió, se me movió la mandíbula y contuve las ganas de írmele encima. Para el tercer golpe me puse de pie, me le acerqué y le quité la navaja que guardaba en el bolsillo —. Perra —me aniquiló con la mirada.

—Me vuelves a tocar y te mato —la amenacé con la navaja en alto.

—¿Crees que me das miedo? —se burló —. Pobre niña rica y tonta. Por eso dicen que las rubias son estúpidas —intentó acercarse, pero la amenacé y dio un paso atrás —. Suéltala.

—¿Si no lo hago qué me vas a hacer? —me acerqué a ella con la navaja frente a mí. Si intentaba acercarse lo primero que sentiría sería el filo del arma blanca.

—No sabes cómo usarla —su tono delataba el temblor en su voz —. Te vas a cortar.

—¿Crees que soy tan estúpida? —me le fui encima. La acorralé contra la pared y cogí su muñeca en lo alto —. No me subestimes —enterré la navaja en la palma de su mano —. ¡Nunca me subestimes! —le grité al mismo tiempo que movía la navaja y le abría la mano en dos.

Soltó un chillido de dolor mientras abría los ojos al mismo tiempo. La empujé contra la pared y le di un golpe en el rostro. Otro golpe y otro más hasta que se desvaneció, pero antes de que su cuerpo tocara el suelo la cogí de su ropa y la empujé una vez más. Su mano sangraba a chorros, la tenía a la mitad a punto de caérsele.

—Aquella noche te advertí que no tocaras a mi hombre —la miraba a los ojos —. Te lo dije y no me creíste. Crees que no soy lo suficientemente inteligente como para matarte yo misma y nunca, nuca debes subestimar a una mujer cómo yo.

—Perra —escupió con el odio palpando en su voz.

—La más perra que conociste —cogí la navaja y su mano rebanándole los dedos de la mano lastimada. Gimió de dolor y apretó los ojos como si con eso ya no le fuera a doler —. Espero que te pudras en el infierno —con la misma navaja le corté la garganta. La sangre se escurría por su cuello y su ropa hasta el suelo.

Busqué entre la ropa y encontré la llave del grillete que rodeaba mi tobillo. Tenía que darme prisa antes de que Noah regresara, así que solo cogí su chamarra y le quité las botas para ponérmelas. Cogí la frazada y me la puse en los hombros protegiendo mi espalda. Salí de la cabaña y caminé por donde se fue Noah, pero escondiéndome entre los árboles para que si regresaba no me viera. Mis pies se hundían en la espesa nieve y no tardaría en nevar de nuevo. No tenía la vestimenta adecuada para salir a la intemperie a tan bajas temperaturas. El frío me cortaba las mejillas como si fueran filosas navajas. Me protegí la cabeza y las mejillas con la misma frazada, pero entre más pasaba el tiempo sentía más frío.

—Maldita sea —maldije.

Todo se veía igual, los árboles y las pocas rocas que había en el camino. Todo estaba cubierto de nieve. Los dientes me castañeaban y el frío me volvió más lenta y torpe.

Caminé por lo que se me hizo una eternidad y sentía que solo daba vueltas en círculos. Me sentía mareada y débil. Un par de veces me caí de rodillas y me quedé ahí unos minutos. Mi cuerpo empezaba a ponerse frío, el calor se estaba esfumando cómo las horas. El sol se ocultaba a lo lejos dejando destellos naranjas en el cielo.

Continué caminando por horas y horas. Estaba perdida y si no encontraba donde refugiarme iba a morir de hipotermia. A lo lejos se veían las montañas todas cubiertas de nieve. ¿Dónde estaba? ¿Rusia, Canadá? No lograba distinguir nada, para mí todo se veía igual. Caminé más y más hasta alejarme de aquella cabaña. Para ese momento Noah ya había encontrado a su compañera desangrada en el suelo de la habitación. Iba a enfurecer al ver que me había escapado y vendría a buscarme hasta el fin del mundo.

Al verme tan cansada apoyé la espalda contra el tronco de un árbol. Respiraba agitadamente, sentía las mejillas entumecidas y los dedos adoloridos. Los pies me estaban matando y los sentía fríos al igual que todo mi cuerpo. Con cada respiración el vaho salía de mi boca y se perdía arriba de mi cabeza. Cerré los ojos unos segundos. Necesitaba pensar lo que haría y para donde iría ahora que había salido de esa cabaña.

Abrí los ojos de golpe en el momento que a lo lejos escuché el aullido de un lobo. Miré desesperada a cada lado, asustada y muriendo de frío. Tenía los músculos entumecidos, casi no sentía los dedos de las manos, las cejas y las pestañas cubiertas de nieve. Me levanté poco a poco. No sé cuanto tiempo estuve en esa posición, pero me costó levantarme y avanzar.

Volví a escuchar el aullido de un lobo, así que apresuré el paso y empecé a andar más rápido. El aullido se escuchaba más cerca y era fuerte, pero no estaba en las mejores condiciones. A ratos me sentía mareada y todo me daba vueltas, pero decidí continuar y no detenerme hasta encontrar un lugar seguro donde me pudiera quedar a pasar la noche.

El sol se había metido por completo y la luna se hacía presente en el firmamento acompañada de las estrellas que brillaban a lo lejos. No había visto una imagen tan perfecta y hermosa en toda mi vida, pero no podía quedarme a contemplar aquella hermosa postal porque si lo hacía podía terminar despedazada por un lobo, un oso o un puma.

A lo lejos miré una pequeña cabaña, pero no estaba segura de que lo fuera. Estaba tan confundida y delirando que todo me parecía irreal. Continué avanzando hasta que llegué frente a la construcción y sonreí al ver que no estaba delirando.

—Gracias —caminé hacia la puerta, toqué y esperé unos segundos, pero nadie respondió —. ¿Hay alguien ahí? —volví a tocar. Miré por la ventana para asegurarme que la cabaña estuviera abandonada y confirmé mis sospechas, no había nadie dentro.

Cómo pude abrí la puerta y miré dentro, cerré la puerta detrás de mi espalda. Intenté encender la luz, pero al darme cuenta de que no había interruptor esperé hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Me encontré con una pequeña cabaña de tres piezas, la sala, la cocina y el comedor. Más allá había un pasillo con dos puertas. Fui hacia la cocina, me di cuenta de que no había estufa, solo una mesa y un fregadero. Regresé a la sala y vi la chimenea y unos pedazos de madera. Encendí la chimenea y me quedé ahí para recibir el calor de la madera encendida.

Busqué en la cocina un poco de comida, pero solo había unas latas caducadas de carne y verduras. Ni siquiera iba a probar eso, podía morir intoxicada. Sacudí uno de los empolvados sillones y me senté para quitarme las botas de Ksenia. No sentí nada cuando le quité la vida y si tuviera que hacerlo de nuevo lo haría sin pensarlo. Me acosté y cerré los ojos. En algún momento me quedé dormida, un poco más tranquila porque estaba lejos del peligro que representaba Noah. Me iba a vender con un cerdo violador y no le importaba nada, no le importaba yo, lo que me podían hacer estando en un lugar así. Me iban a prostituir hasta el día de mi muerte, hasta que ya no les sirviera y me desecharan como basura.

Si él no tenía piedad por mí yo no la tendría con él. Sería implacable con mi venganza y ya no me iba a importar lo que vivimos en el pasado. Todo eso murió la noche que se atrevió a ponerme una mano encima y perdí a mi bebé por su culpa. Era mi decisión si lo tenía o no, solo yo podía decidir eso él no. Se tomó libertades que no le correspondían y se creía dueño de mis decisiones. Estaba muy estúpido si pretendía que bajaría la cabeza y acataría cada una de sus órdenes.

Escuché ruido afuera y abrí los ojos de golpe. Me tomé unos minutos para procesar lo que estaba ocurriendo y donde me encontraba. Al comprobar que ya no estaba en la misma cabaña que Noah me senté en el sillón. Miré la chimenea y los leños se habían consumido por completo. Me quedé tan dormida que no desperté en toda la noche. Me levanté estirando los brazos al techo y soltando un gran quejido.

Volví a escuchar otro ruido y me asomé por la ventana. No se veía nada ni nadie. El mismo panorama que la noche anterior. El estómago me gruñó suplicando comida, pero no había nada más que esas latas del año del caldo y no las iba a tocar. Ni loca me comería eso por mucha hambre que tuviera.

Iba a tener que salir a buscar algo que comer si no quería morir de hambre. Necesitaba alimentarme bien para poder continuar con mi camino y escapar de aquí, de donde sea que me tuvieran. Si no me alimentaba cómo tenía que hacerlo moriría en el primer segundo al salir de esta cabaña.

Empujé una de las puertas y me encontré con una habitación. No había mucho, solo una cama vieja y cubierta de polvo y un pequeño closet. Busqué dentro y me encontré con una chamarra y unos pantalones para el frío. Los sacudí y me los puse. Al salir cogí las botas y me senté en el sillón para ponérmelas. Saldría a cazar algo, lo que fuera con tal de tener comida en la mesa.

Pero antes de ponerme las botas la puerta fue abierta súbitamente. Me levanté con rapidez y una corriente eléctrica me hizo caer al suelo retorciéndome de dolor. Noah entró sosteniendo una pistola eléctrica, se la entregó a Artem y se acercó a mí. Me pateó y se agachó para coger un puñado de mi cabello y golpearme el rostro.

—¿Creíste que podías escapar de mí?

Soltó en tono de burla.

—Eres una perra muy estúpida —otro golpe que me rompió el labio y me hizo sangrar de la nariz —. Nadie huye de mí y se sale con la suya —yo estaba temblando por la corriente que me recorría el cuerpo —. Te va a salir muy caro lo que hiciste —me golpeó las costillas y el pecho. El aire se esfumó y sentí un hueco en el estómago —. Mataste a Ksenia —se escuchaba furioso —. Y yo te voy a matar a ti.

Estaba tan cegado por la ira que lo único que lo podía calmar era darme una buena paliza para así sacar todo su coraje. Me soltó del cabello, sin embargo, me pateó y golpeó las costillas, las piernas y la cabeza. Gritaba e insultaba mientras descargaba todos sus sentimientos a través de los golpes.

—Noah —lo llamó Artem que continuaba sosteniendo la pistola eléctrica. Eso y los golpes me estaban destrozando —. Noah —le llamó de nuevo. Estaba hecha un ovillo en el suelo recibiendo golpes, patadas e insultos —. ¡La vas a matar! —se detuvo al escuchar a Artem.

—¡Cierra la boca! —le gritó de regreso. Artem apagó la pistola y la soltó en el suelo.

—¡Date cuenta de lo que hiciste! —me señaló —. Casi la matas —ambos me miraron, lo mal que estaba y lo golpeada que ese hijo de puta me dejó en el suelo.

—¡Se lo merecía!

—Valerik te va a matar. La quiere con buena salud y presentable. ¿Qué le vas a decir cuando el cliente la vea toda golpeada? —Artem se acercó y metió una mano debajo de mi cabeza —. Estás mal, Noah —apenas lo podía ver, tenía un ojo lastimado y los ojos se me cerraban solos.

—Ella me provocó —me señaló.

—Si Valerik te mata te lo tienes bien merecido —Artem extendió la mano y cogió la chaqueta para cubrirme del frío. Me cargó en sus brazos y me levantó del frío suelo. Salimos hacia la 4x4 todoterreno y me cargó en lo que Noah salía de la cabaña —. Resiste —dijo. Apartó los cabellos que tenía pegados a mis mejillas por la sangre que me escurría de la nariz y la cabeza.

Noah llegó y subió para salir de ahí. El frío de aquel día era más crudo y castigador que el de la tarde anterior. Estaba temblando de frío, golpeada y humillada a más no poder. Nadie me había tratado de esta manera como lo estaba haciendo Noah en ese momento. Ni siquiera Seth me trató así, nunca me humilló o me golpeó cómo él lo hacía.

Tardamos mucho en llegar a la cabaña, el sol ya se había metido de nuevo y la nieve empezaba a caer cubriendo todo a su paso. Artem me sostuvo en sus brazos y me llevó cargando hacia la cabaña. No me llevó a la habitación, me dejó en el sillón más grande. La chaqueta cayó al suelo en el momento que mi cuerpo tocó la suave tela del sillón. Artem no tardó en encender la chimenea y me cubrió con más frazadas y cobertores.

—Toma —Artem se sentó a mi lado y me entregó dos pastillas. Medio fruncí el ceño al ver las dos tabletas en su mano y en la otra un vaso con agua.

—¿Para qué son? —pregunté.

—No es veneno si es lo que piensas —dijo serio —. Es para calmar el dolor —me entregó las pastillas y las acepté sentándome para tomármelas. Sentí que algo caliente se deslizaba de uno de los orificios de mi nariz, Artem me pasó un pedazo de papel para que me limpiara.

—Gracias —le dije. Bebí más agua. Exhalé con fuerza y me dolió el costado izquierdo —. Creo que tengo una costilla rota —le dije. Me levanté la blusa junto con el suéter para que Artem revisara —. ¿Cómo se ve? —le pregunté.

Artem acercó sus dedos a la zona adolorida y hundió las yemas con cuidado, pero el solo roce de sus dedos me hizo gemir de dolor.

—Tienes una costilla rota —musitó. Intenté verme, pero solo alcancé a ver fugazmente una mancha roja. Me erguí y respiré con dificultad. Si me agachaba me dolía, lo podía soportar, pero era molesto —. Voy a buscar medicamentos para el dolor. Intenta no moverte mucho —sugirió y asentí. Se levantó y me acomodé de nuevo en el sillón.

El calor de la chimenea me reconfortaba, sentía la piel tibia y ya no sentía morirme de frío. Me protegí con los cobertores para entrar en calor. Los pies los tenía tibios al igual que las manos. Cerré los ojos y solo el sonido de los leños crepitar me acompañaba.

Intenté dormir, pero los pasos de Noah entrando y saliendo de la sala me distraían. El sueño se esfumó y abrí los ojos mirando encantada el fuego que danzaba sutilmente y me hipnotizaba. A ratos Noah se acercaba a la sala, pero tomaba su distancia y se quedaba a unos pasos alejado. En una ocasión se quedó detrás del sillón respirando con agresividad. Me mantenía atenta por si se atrevía a hacerme algo, pero dada mi condición no estaba segura de si podría defenderme.

—¿Qué haces? —cerré los ojos al escuchar a Artem —. ¿Vas a terminar lo que empezaste? —le preguntó. Noah resopló —. Ya déjala descansar. No te ha hecho nada. Todo está en tu cabeza por lo que te hicieron. Te lavaron el cerebro tan bien que ahora ella es tu enemiga número uno. ¿Y sabes por qué lo hicieron? Porque nunca la dejaste de amar, porque arruinabas sus planes al todavía tener un lazo con alguien. Tenías que romper cualquier vínculo que tuvieras con ella. Nunca serías el soldado perfecto al sentir algo por la enemiga de tu "padre" —dijo lo último con un tono molesto en la voz.

—Cállate —masculló Noah.

—No me voy a callar —le dijo —. Desde que Valerik te dijo que tenías que secuestrarla te pusiste mal. No importa cuanto te borren la memoria tú siempre vas a sentir algo por ella y eso es lo que te está matando por dentro.

—No es cierto.

—Es cierto, Noah. Pero eres tan cobarde que nunca lo vas a aceptar —rodeó el sillón y se acercó a mí. Mantuve los ojos cerrados para que no descubrieran que todo este tiempo los estuve escuchando —. Ahora vete, si no quieres que en este momento le llame a tu padre y le diga lo que acabas de hacer —Noah resopló —. Se te dijo que no debías tocarla e hiciste más que eso.

Escuché sus pasos alejándose a toda prisa y subió la escalera. Artem se sentó en la mesita en medio de la sala. Puso una mano en mi hombro y me movió para que despertara. Abrí los ojos y lo encontré frente a mí.

—Encontré esto —señaló un bote de pastillas. Me levanté poco a poco. Cualquier movimiento brusco me lastimaba por dentro —. Te va a ayudar.

—Voy a necesitar mucho reposo después de esto —le dije. Me entregó una pastilla, lo miré con ojos entornados y sacó otra. Me pasé las pastillas con agua y me cubrí con los cobertores. No me quería destapar porque sentía mucho frío —. ¿Ahora qué va a pasar? —me atreví a preguntar.

—Tienes que descansar —me reí con burla. Eso no iba a ser posible con el imbécil de Noah haciéndome la vida imposible todo el tiempo.

—Como si eso fuera posible —solté burlesca —. Tu amigo no me lo permite. Cada vez que puede me lastima y me ofende —y no me estaba haciendo la víctima cuando era más que obvio que lo hacía por algo que yo no le hice.

—No ha tenido días buenos.

No le iba a decir lo que había escuchado, no quería que supieran la ventaja que tenía, aunque por ahora no me ayudaba en nada. Estaba débil y herida y así no podía actuar contra ninguno de ellos.

—Tal vez —me limité a decir. No tenía caso ir en contra de él cuando era su amigo y lo iba a defender a cómo diera lugar —. Quiero descansar, tengo sueño y me siento mal —Artem asintió y se levantó —. No me despiertes por favor —le pedí.

—De acuerdo —dijo y se fue. Apagó la luz y solo el sutil fuego de la chimenea iluminaba la sala.

Me volví a acomodar en el sillón y me protegí con los cobertores. Estuve a punto de morir por hipotermia allá afuera. Tenía los dedos entumecidos al igual que cada musculo de mi cuerpo. Estaba resistiendo mucho para todo lo que me había sucedido desde que Noah irrumpió en la casa y me sacó de ahí a la fuerza. No me recuperaba de una cuando ya estaba entrando a otra.

—¿Por qué me pasa esto a mí? —pregunté como si alguien me fuera a responder. Me moví y me quejé por todo el dolor que me estaba crepitando el cuerpo. Esa noche estando sola, me permití llorar a mares, ya que no lo había hecho en semanas.

Estuve tan cegada por el odio y el enojo que no me di cuenta de que todo este tiempo estuve reprimiendo mis sentimientos y que no lloré cómo tenía que hacerlo. No me avergonzaba llorar, no era menos débil por hacerlo. Así que lo hice, lloré todo lo que pude. Saqué todo lo que llevaba dentro y que estaba consumiendo mi ser. Las lágrimas empapaban mis mejillas, mojaron mi cabello y limpiaron mi alma. Lo sentí como si me estuviera quitando un poco de peso de encima. Como si hubiera estado cargando un pesado costal que no me permitía vivir en paz. Lloré cómo nunca lo hice en toda mi vida, porque nunca me lo permití y ahora se sentía tan liberador. Lloré hasta que me quedé dormida, hasta que tenía los ojos tan hinchados y pesados que no podía mantenerlos abiertos.

Me dormí escuchando el viento mientras nevaba. Afuera los lobos aullaban y la nieve cubría todo por completo. No supe en qué momento me quedé dormida, pero al despertar me sentía más tranquila, más liberada. Abrí los ojos con pereza tras escuchar un fuerte ruido que venía de la cocina, pero no le presté atención. Preferí quedarme acostada en el sillón frente a la chimenea, me fijé y había más leños quemándose.

Después de pasar una noche afuera y estar a punto de morir de hipotermia nadie me iba a sacar de ese sillón ni con una grúa. No me importaba no bañarme unos días, pasé más tiempo sin bañarme y siendo sincera prefería no hacerlo. No me iba a morir por eso. Artem se detuvo frente a mí y me entregó las pastillas que tenía que tomar ese día. No hacía esto porque le importara. Yo no le importaba ni un poquito y lo entendía, él le era fiel al asqueroso de su jefe. Hacía esto para que me recuperara pronto y así sacarme de aquí, solo estaban esperando a que los papeles con mi nueva identidad estuvieran listos y así llevarme lejos de mi familia.

Me deslicé hacia arriba con cuidado, ya que el costado todavía me dolía y no debía moverme tanto ni hacer fuerza.

—Gracias —cogí las pastillas y me las pasé con agua que Artem me entregó en un vaso.

—Estoy preparando sopa —dijo. Así que ese fue el ruido que escuché en la cocina. De seguro se le cayó una cacerola o un cucharón —. Tienes que comer.

—Gracias —dije siendo sincera —. No tengo mucha hambre.

—Todavía no está lista, puedes continuar durmiendo —se alejó y me dejó sola.

De los tres era el que mejor me trataba. Ni qué decir de Noah, era un asco de persona y lo justificaba con todo lo que le hicieron en el pasado. Yo también pasé por mucho, pero no era así, tal vez era una asesina, sin embargo, lo que hacía era por un bien común. Me deshacía de toda esa escoria que siempre fue un mal para este mundo.

Noah bajó y salió de la casa dejando la puerta abierta. Todavía de que hacía sus estupideces se enojaba. Puse los ojos en blanco y miré hacia afuera. Todo estaba cubierto de blanco y el frío se colaba trayendo consigo un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Me protegí con los cobertores y de nuevo me acomodé en el sillón.

Anhelaba salir de aquí y regresar a casa, ver a mi familia y que todo fuera diferente porque sabía que ya nada sería igual después de esto. Yo ya no era la misma, ahora habitaba en mí un sentimiento oscuro y letal que me consumía. Lo único que me mantenía en pie era esa sed de venganza que se gestaba dentro de mi ser. No tendría piedad de nadie. Ya no me importaba lo que una vez llegué a sentir o todo lo que pasamos juntos en el pasado, eso murió y los recuerdos fueron borrados y reemplazados por otros. Siempre tendría en mente todo lo que me hizo, sus golpes y las humillaciones a las que fui sometida.

Le pedía al cielo que alguien me sacara de este lugar y me regresara a mi casa a donde pertenecía. Que todo esto fuera una pesadilla y que un día despertara en mi cama, de donde nunca debí de salir.

No prometía ser una buena persona, porque eso no estaba en mi naturaleza. Yo no sería esa mujer que cambia por amor, porque cuando alguien te ama lo hace sin querer cambiar tu esencia, lo que eres y representas. Si ellos me amaban de verdad nunca me pedirían que cambiara y estaba segura de que nunca lo harían.

Necesitaba regresar a su lado y ser felices cómo tanto lo merecíamos. No pedía más. Lo merecía. 


💣💣

¡Hola! Espero les haya gustado el capítulo.

Opiniones aquí. Las voy a leer todas.

¿Qué les pareció el capítulo?

Si alguien pensaba que Noah iba a cambiar, no lo hará y aunque lo haga Vanya nunca lo perdonaría.

El reencuentro entre ellos tres está más cerca y será épico. Este libro será una montaña rusa de emociones.

¿Les gustaría saber cómo me imagino a los personajes? Más que nada a Everett e Irina, porque de los otros personajes ya he subido imágenes en mi Instagram, pero si quieren puedo subirlas aquí también.

Nos leemos en el siguiente capítulo.

Para avisos y adelantos mi Instagram:

elena_santos.92

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