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Uno

Barcelona no era su lugar favorito, demasiado sol, demasiada gente, y demasiados problemas últimamente.

Carlos había evitado involucrarse personalmente en el caos, delegando las tareas más sucias a sus hombres.

Pero esta vez era diferente, unos socios habían decidido que podían jugar con fuego, y Carlos Sainz no era alguien que tolerara la insolencia.

El enfrentamiento había comenzado cerca de las nueve de la noche, en un callejón estrecho donde las luces de neón parpadeaban y el aire olía a pólvora.

Carlos, vestido con un traje oscuro perfectamente ajustado, observaba desde la sombra mientras sus hombres reducían a los traidores.

No necesitaba involucrarse, pero le gustaba estar allí, recordarles a todos por qué lo llamaban "El Matador".

Fue entonces cuando lo vio.

Al otro lado del callejón, junto a la parte trasera de una pequeña florería, un pequeño cuerpo salía del local, con unas bolsas de basuras que fácilmente eran más grandes que el chico.

Era joven, delgado, con una cabellera despeinada y un aire tan ajeno al caos que lo estaba rodeando que parecía de otro mundo.

Carlos estaba lejos, considerablemente lejos, pero podía ver que su expresión era de ligera curiosidad, como si no entendiera del todo lo qué estaba pasando.

Carlos sintió que algo en su interior se rompía... No, no se rompía; se incendiaba.

Era una sensación tan intensa que casi lo dejaba sin aliento, por un segundo, el sonido de los disparos desapareció, los gritos se apagaron, y lo único que existía era ese chico, de pie bajo la tenue luz de una farola.

Mío.

El pensamiento cruzó su mente con la fuerza de un trueno.

El chico lo miró, sus ojos avellanas llenos de inocencia y desconcierto.

Carlos sintió que el mundo se detenía, y por primera vez en años, el miedo lo atravesó, no a los enemigos, ni a las traiciones, sino a lo que estaba sintiendo.

Un disparo cercano lo devolvió a la realidad, apretó los labios y levantó una mano, señalando al chico que regresara al interior de la florería.

El joven pareció dudar por un segundo, pero finalmente desapareció detrás de la puerta.

Carlos se quedó inmóvil unos segundos más, su mirada fija en el lugar donde el chico había estado.

Luego se giró hacia sus hombres.

—Acaben rápido, no quiero estar aquí más tiempo del necesario.—Ordenó con voz fría, pero su mente seguía atrapada en aquellos ojos.

Mientras se alejaba del caos, supo que no podría sacarlo de su cabeza, era absurdo, peligroso, pero inevitable.

Si había algo en lo que Carlos Sainz era experto, era en conseguir lo que quería.





El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Carlos encendió su laptop en el ático que usaba como refugio en Barcelona.

El lugar era tan discreto como lujoso, un reflejo perfecto de su doble vida. Abrió un archivo protegido y escribió el único dato que tenía, el nombre de la florería.

Flor de Lirio.

Un clic bastó para activar a su equipo de inteligencia, sabía que en cuestión de horas tendría toda la información que necesitaba.

Quién era el chico, qué hacía ahí, y si alguien más ocupaba su atención. No le gustaba no tener control sobre algo, y mucho menos cuando ese "algo" lo había dejado inquieto desde el momento en que lo vio.

Al día siguiente, mientras bebía un café negro y miraba por la ventana, su asistente personal, Lucas, le entregó un informe detallado.

—Se llama Pablo Martín Páez Gavira, 20 años, vive solo en un pequeño apartamento a unas calles de la florería. Sus padres murieron hace años. La florería es suya; la compró hace tres años. Nada deudas significativas, vida sentimental inexistente.

Carlos levantó una ceja.

—¿Nada de pareja?

Lucas negó con la cabeza.

—Ni rastro de relaciones recientes, ni siquiera algo casual. Es un chico bastante reservado.

Carlos esbozó una sonrisa ligera, algo casi imperceptible, le gustaba lo que escuchaba.

—Bien, quiero más detalles sobre su rutina, horarios, cualquier cosa que pueda ser útil.

Lucas asintió, pero no pudo evitar añadir:

—¿Puedo preguntar por qué tanto interés?

Carlos lo miró por un segundo, y Lucas supo que había cruzado una línea.

—No.

Dos días después, Carlos entró por primera vez en la florería, había esperado a una hora tranquila, cuando el lugar estaba casi vacío.

El suave aroma de flores frescas llenaba el aire, y la luz del sol entraba por las grandes ventanas, iluminando el lugar con un cálido resplandor.

Gavi estaba detrás del mostrador, arreglando un ramo de margaritas.

Carlos lo observó durante un instante, notando los pequeños detalles, la forma en que mordía su labio inferior mientras acomodaba los tallos, cómo sus dedos eran ágiles pero delicados.

Cuando Gavi levantó la vista y lo vio, sonrió, con esa naturalidad que Carlos apenas recordaba que existía en el mundo.

—Buenos días, ¿En qué puedo ayudarte?

Tuvo razón, el chico no lo reconocía, después de todo, estaban lejos y era oscuro, sus posiciones y las luces le favorecieron más a Carlos que a Gavi.

Carlos se acercó lentamente, como si estuviera entrando en territorio desconocido.

—Quiero comprar flores.

Gavi asintió, sin sospechar nada.

—Claro, ¿Tienes algo en mente?

Carlos fingió pensar, la verdad era que no sabía nada de flores, pero no iba a admitirlo.

—No estoy seguro, algo... Sencillo pero elegante.

Gavi asintió, entusiasmado.

—Entonces algo como lirios blancos o tulipanes podría funcionar, los lirios son más elegantes, pero los tulipanes tienen un toque más amigable.

Carlos lo miró, absorto, mientras hablaba con pasión sobre algo tan simple como flores.

Nunca había visto a alguien así, alguien que irradiara una especie de pureza que parecía completamente ajena a su propio mundo.

—Lirios, entonces.—Respondió finalmente, aunque no estaba seguro de haber escuchado realmente la explicación.

—Perfecto, ¿Es para alguna ocasión especial? —Preguntó Gavi mientras comenzaba a seleccionar los tallos.

Carlos dudó por un momento, algo que nunca hacía.

—Algo así.—Murmuró, esquivando la pregunta.

Gavi no insistió, terminó de preparar el ramo y se lo entregó con una sonrisa.

—Aquí tienes, espero que le gusten.

Carlos tomó las flores, pero no pudo evitar notar algo.

—¿Le?

Gavi parpadeó, confundido.

—¿Perdón?

—Dijiste "espero que le gusten". Asumiste que eran para alguien más.

Gavi se sonrojó ligeramente, apartando la mirada.

—Oh, bueno, la mayoría de las personas que compran flores lo hacen para regalar, no quise asumir nada...

Carlos sonrió por primera vez desde que entró.

—Tal vez son para mí.

Gavi levantó la mirada, sorprendido, pero no dijo nada, Carlos dejó el dinero en el mostrador, asegurándose de dejar una generosa propina, y salió con el ramo en la mano.

Mientras caminaba por la calle, con el aroma de los lirios envolviéndolo, no pudo evitar pensar que había sido un buen comienzo.

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