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Dos

Carlos nunca había sido un hombre paciente, pero cuando se trataba de Gavi, parecía haber encontrado una excepción.

Desde el día que entró en la florería, había regresado varias veces, siempre con una excusa distinta para verlo.

Un ramo para decorar su oficina.

Un centro de mesa para una “cena importante”.

Incluso una vez había comprado unas simples margaritas, solo para escuchar la voz del chico otra vez.

Sin embargo, no eran esas visitas las que alimentaban su obsesión, sino los momentos en los que lo observaba desde las sombras, sin que Gavi lo supiera.

A veces desde su coche, estacionado discretamente al otro lado de la calle. Otras veces, desde un rincón del café frente a la florería, con una vista perfecta de la puerta principal.

Gavi tenía un encanto que era casi doloroso de mirar.

Era amable con todos, siempre con una sonrisa o una palabra cálida.

Carlos lo veía interactuar con los clientes, cómo las mujeres se quedaban un poco más de lo necesario, riendo de forma exagerada ante cualquier cosa que Gavi dijera.

Los hombres no eran diferentes; algunos incluso intentaban invitarlo a salir de forma descarada.

Carlos apretaba la mandíbula cada vez que veía esas escenas.

Mientras Gavi acomodaba unas plantas fuera de la florería, un hombre joven, probablemente un estudiante universitario, se acercó.

Carlos observó desde el interior de su coche, sus dedos tamborileando contra el volante mientras el tipo se inclinaba un poco más de lo necesario, hablando animadamente.

Gavi parecía no darse cuenta del interés del chico.

Asintió distraídamente, con esa sonrisa inocente que ya estaba empezando a volverse una tortura para Carlos.

—Dulzura... No tienes idea de lo que haces, ¿Verdad?—Murmuró Carlos para sí mismo, su voz baja y cargada de frustración.

El universitario finalmente se fue, aunque no sin lanzar una última mirada a Gavi por encima del hombro, Carlos dejó escapar un suspiro, pero su alivio duró poco.

Una mujer mayor entró a la tienda y empezó a charlar con Gavi mientras él le mostraba unos ramos.

Era evidente que no tenía segundas intenciones, pero el hecho de que Gavi fuera igual de encantador con ella solo enfureció más a Carlos.

No era justo.

No era justo que alguien como él, alguien que había destrozado tantas vidas, estuviera siendo doblegado por un chico que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.




Carlos decidió que había tenido suficiente de observar desde lejos, entró a la florería cuando el cielo empezaba a oscurecer.

La campanilla sobre la puerta sonó, y Gavi levantó la vista, iluminándose al verlo.

—Carlos.—Dijo alegremente.

—Qué bueno verte, ¿Buscas algo en especial esta vez?

Carlos se detuvo un momento, su mirada recorriendo el pequeño espacio antes de volver a posarse en Gavi.

—No, solo quería pasar.

Gavi ladeó la cabeza, un gesto que Carlos encontraba insoportablemente adorable.

—¿Pasar? —Repitió con una risa suave.

—Es raro verte sin un encargo, desde la primera vez que entraste siempre vienes buscando algo diferente al del día anterior,¿Seguro que no necesitas nada?

Carlos caminó hasta el mostrador, sus pasos lentos y deliberados.

Se inclinó ligeramente, apoyando las manos en la superficie, acercándose lo suficiente como para ver el ligero sonrojo que coloreó las mejillas de Gavi.

—Tal vez sí necesito algo.

Gavi lo miró, parpadeando rápido.

—¿Qué cosa?

—Eres demasiado amable con la gente.—Dijo, su voz baja pero afilada.

—¿Sabes? Todos esos idiotas que entran aquí solo para verte.

Gavi retrocedió ligeramente, confundido.

—No sé de qué hablas...

Carlos chasqueó la lengua, su paciencia estaba colapsando.

—Claro que no, no te das cuenta de nada, ¿Verdad? No ves cómo te miran, cómo intentan acercarse a ti.

—¿Intentan acercarse?—Preguntó Gavi, con una risa nerviosa.

—Solo son clientes, Carlos.

Carlos apretó los puños, luchando por controlar el impulso de hacer algo más que solo hablar.

—No deberías ser tan confiado... Hay demasiadas malas personas ahí afuera.

Gavi lo miró, sin poder entender del todo, ¿Por qué de la nada salía con esto?

—Carlos, ¿De qué...?

Carlos sonrió, pero esta vez no había nada de calidez en su expresión.

—Dame unas rosas.

Gavi abrió la boca para hablar, pero simplemente volvió a callarse y asintió.

Si algo había aprendido en su vida, era que nunca debías dar un paso atrás cuando querías algo, Carlos lo sabía a la perfección.

El silencio que siguió fue tan pesado que parecía llenar cada rincón de la florería, que se apresuró en terminar los pequeños arreglos para entregárselos al hombre.

—Nos veremos pronto.—Dijo, dejando el dinero, a este punto, ya conocía todos los precios de ahí, Carlos le dio una última mirada por sobre el hombro, para luego salir del local.

—Es un tipo bastante... Extraño.—Dijo Gavi con las mejillas coloradas, extraño y apuesto debe admitir.




Gavi no podía sacarse a Carlos de la cabeza, era como si su presencia hubiera dejado una marca imborrable en su pequeña florería, en su vida tranquila.

Había algo en la forma en que lo miraba, algo que le ponía los pelos de punta y, al mismo tiempo, le hacía sentir un calor extraño en el pecho.

Esa noche, mientras cerraba la tienda, sus ojos se desviaron hacia la acera donde había estado estacionado el coche de Carlos.

Incluso bajo la tenue luz de las farolas, recordaba el brillo impecable de la carrocería negra, el rugido del motor cuando se marchaba.

—¿Qué hace alguien como él viniendo aquí? —Murmuró para sí mismo, cerrando la puerta con llave.

Carlos era todo lo que Gavi no era; poderoso, seguro, peligroso. Y aunque no quería admitirlo, esa diferencia lo fascinaba tanto como lo aterraba.


La campanilla sobre la puerta sonó apenas Gavi terminó de colocar un nuevo arreglo en el mostrador.

Levantó la mirada, esperando ver a uno de sus clientes habituales, pero su corazón dio un vuelco al encontrar a Carlos allí de nuevo.

Vestía un traje negro perfectamente ajustado, con una camisa blanca desabotonada lo suficiente como para revelar un atisbo de piel.

Su reloj brillaba bajo la luz de la tienda, una pieza que probablemente costaba más de lo que Gavi podría ganar en años.

—¿Carlos? —Preguntó, tratando de sonar tranquilo.

—¿Esperabas a alguien más?—Respondió Carlos con una media sonrisa, avanzando hacia él con pasos lentos, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—No, yo... Bueno, no suelo tener clientes que repitan tantas veces en tan poco tiempo.

Carlos apoyó las manos en el mostrador, inclinándose ligeramente.

—Tal vez deberías acostumbrarte.

Gavi tragó saliva, sintiendo cómo el aire en la tienda parecía volverse más pesado.

—¿Qué flores necesitas hoy?

Carlos lo miró fijamente, sus ojos oscuros estudiando cada detalle del rostro de Gavi.

—No vine por flores.

El tono de su voz era bajo, casi un susurro, pero había algo en él que hizo que Gavi sintiera un escalofrío recorrerle la espalda.

—Entonces... ¿Por qué estás aquí?

Carlos sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—Porque quería verte.

Gavi sintió que el suelo se deslizaba bajo sus pies.

—Eso no tiene sentido.—Dijo, tratando de sonar razonable.

—Hay cientos de tiendas de flores en esta ciudad, tiendas mucho mejores que esta. Tiendas que probablemente están más cerca de tus estándares.

Carlos alzó una ceja, como si las palabras de Gavi fueran irrelevantes.

—No me interesan esas tiendas.

—¿Por qué? —Preguntó Gavi, frustrado consigo mismo por no poder detener las preguntas que se acumulaban en su mente.

—¿Por qué alguien como tú vendría aquí? No tiene sentido.

Carlos lo observó en silencio durante unos segundos que se sintieron como una eternidad.

Finalmente, se enderezó, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

—¿Alguien como yo? —Repitió, su voz cargada de una peligrosa diversión.

—Sí.—Respondió Gavi, tratando de no apartar la mirada.

—Eres... Diferente, tu coche, tu ropa, todo en ti grita que no perteneces a este lugar.

Carlos soltó una risa baja, pero no había humor en ella.

—Tal vez no pertenezco aquí, pero tú sí.

Las palabras hicieron que Gavi parpadeara, confundido.

—No entiendo...

Carlos dio un paso hacia él, y aunque no lo tocó, la cercanía era suficiente para que Gavi sintiera el calor de su cuerpo.

—No tienes que entenderlo, solo tienes que aceptar que voy a seguir viniendo.

El corazón de Gavi latía con fuerza mientras las palabras de Carlos resonaban en su mente.

—Esto es... Raro.

Carlos inclinó la cabeza, una sonrisa lenta extendiéndose por su rostro.

—¿Por qué raro?

—Porque... porque no tiene sentido que alguien como tú se interese en alguien como yo.

Carlos se inclinó hacia él, acercando su rostro al de Gavi hasta que pudo ver el leve temblor en sus pestañas.

—Tú no tienes idea de lo que haces, ¿Verdad?

Gavi retrocedió un paso, pero Carlos no lo siguió.

—¿Qué hago?

Carlos lo miró fijamente, como si pudiera verlo todo, cada pensamiento, cada emoción.

—Me vuelves loco, Gavi, desde el primer momento que te vi, supe que tenía que tenerte.

El rostro de Gavi enrojeció violentamente, y por primera vez, sintió verdadero miedo mezclado con algo que no podía identificar.

—A-Apenas me conoces.

Carlos sonrió, una sonrisa peligrosa que no prometía nada bueno.

—Conozco lo suficiente.

Gavi no sabía qué responder, así que guardó silencio mientras Carlos retrocedía hacia la puerta.

Antes de salir, se giró una vez más hacia él.

—Nos vemos dulzura.

Y con eso, Carlos se fue, dejando a Gavi con el corazón latiendo desbocado y una sensación en el pecho que no sabía si era miedo, emoción o algo mucho más complicado.

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