La luna iluminaba su camino de vuelta al castillo por entre el bosque, sus manos seguían entrelazadas tras el baile y los fuegos artificiales que vieron junto a los niños desde el puerto. Si le preguntaban a Phoebe diría que eran como los del año pasado, nada común. Pero eso era porque lo único que recordaba era el rostro de Luffy emocionado junto a sus nuevos amigos. ¿Y Luffy? Ahora estaba seguro de que no dejaría esa isla sin ella a su lado. 

—¿Qué planes hay para mañana?—preguntó él moviendo una rama colgante abriéndole el paso a Phoebe.

—Pues tenemos nuevos amigos...—ella fue la primera en poner pie sobre el camino empedrado del patio trasero abandonado—algo pensaremos.

—Imagina sus rostros si llegan a enterarse que eres, literalmente, su princesa.

Luffy soltó su mano para con un brinco subir al borde de la fuente olvidada por el tiempo y caminar por allí jugueteando. El olor a pasto recién cortado, el cielo estrellado, sus sombras sobre el pavimento empedrado lúgubre, los pasos de Luffy...trataba de memorizarlo a detalle.

—Haríamos realidad sus cuentos. 

—Eso suena lindo ¿no crees?—bajó de la fuente para alcanzarla casi en la puerta de cristal.

Phoebe no dijo nada, solo le vio abrirle la puerta de la sala donde durmieron la noche lluviosa. Todo estaba a oscuras pero sabían moverse por los pasillos del castillo, tenían que estar el doble de cautelosos por el constante movimiento de guardias e invitados pero el pasillo de su habitación era el que nadie se atrevía a pisar. La luna parecía cuidarlos sin perderles desde los ventanales por los que pasaban corriendo, en una especie de carrera infantil.

Pero entonces unos pasos se acercaban. Ella puso una mano en el pecho de Luffy para hacerle detenerse antes de doblar el pasillo, el de la cicatriz ladeó la cabeza mirándole atento. 

—Es mi papá—murmuró sintiendo la ansiedad apoderarse de su cuerpo. Reconocer sus pisadas era de las primeras cosas que había aprendido así como a controlar el miedo ante sus arrebatos agresivos para proteger a sus hermanos—quizá viene a buscarme. Espera aquí hasta que lo haga irse ¿si?

Luffy asintió dándole una sonrisa confiable, su reacción fue acariciar su mejilla suavemente antes de desaparecer dando la vuelta donde efectivamente, el Rey estaba transitando. En cuanto la vio apresuró su paso pero ella se quedó allí, cerca de su compañero de aventuras.

—Phoebe—le llamó con tono firme, la mencionada dio un pequeño brinco—¿dónde te metiste?

—Estaba en el patio de la fuente.

—¿Eres tonta? El Rey de la isla del Sur está aquí con el príncipe, vinieron especialmente a verte...—le vio de pies a cabeza. El vestido corto tan común en el pueblo, las botas sucias y el sombrero de paja. Continuó ahora hablando con asco—¿qué tienes puesto? Esa no es forma de conocer a tu futuro esposo.

—¿Esposo?—repitió en un murmuro con los ojos abiertos de par en par.

—Tienes diecisiete años y le debo un favor al Rey. De algo debes de servir—los ojos de Phoebe se cristalizaron, su labio inferior comenzó a temblar ante la frialdad de sus palabras—quítate eso.

De un manotazo tiró el sombrero de paja al suelo a lo que como si fuera un reflejo se arrodilló para tomarlo de nuevo, se puso de pie y volvió a ponérselo viéndolo fijamente. Sus ojos expresaban lo que sus labios no lograban dejar salir. El Rey sonrió negando ante el desafío.

Su mano se volvió a levantar. La expresión de Phoebe cambió de repente. 

—¿Qué clase de Rey es si trata a su hija de esta manera?—preguntó Luffy sosteniéndolo por la muñeca evitando que tocase a la princesa al estar entre ambos.

Urán frunció el ceño tratando de sacarse pero le era imposible lo cual le hizo molestarse aún más. Luffy lo soltó pero seguía sosteniéndole la mirada, era una que Phoebe no conocía, como si fuese una faceta nueva de la Luna. Estaba serio, decidido y hasta molesto. Apretaba su otra mano en un puño que comenzaba a enrojecerse ante la presión.

—¡¿Y este mocoso quién es?!—gritó, alertando a los guardias que patrullaban el piso inferior.

—Me llamo Monkey D. Luffy, seré el Rey de los Piratas y sobre mi cadáver dejaré que le ponga una mano encima a Phoebe. 

Los pasos de los guardias retumbaban en los oídos de Phoebe quien puso una mano en el brazo de Luffy.

—Lu, es mejor que escapes ya—le dijo con obvia desesperación pero él no se movía—Lu...

—No voy a dejarte sola—respondió ladeando un poco la cabeza en su dirección para verle por el rabillo del ojo.

El Rey aplaudió lenta y escandalosamente, los soldados podían verse al final del castillo. 

—¡Qué romántico!—soltó una risita sarcástica. Los guardias pasaron por los costados de Urán tomando a Luffy entre varios y empujando a Phoebe al fondo de la escena—ya saben a dónde llevarlo. Que la gente no se entere, por favor.

Phoebe intentó abrirse entre ellos pero eran muchos y obviamente más fuertes que ella. 

—¡No te preocupes, Bee! ¡estaré bien!—le escuchó entre los pasos pesados pero de todas maneras les siguió desesperada.

Su brazo fue retenido por su padre quien sin decir palabra alguna la arrastró en contra de sus intentos de safarse hacia su habitación. Abrió la puerta y como si fuese una muñeca de trapo la lanzó al suelo, quemándose las rodillas y palmas de las manos contra la alfombra.

—Cámbiate. Ya vuelvo.

Ella apretó los puños con desesperación levantándose con rapidez pero no la suficiente para alcanzarlo. La puerta se cerró y por debajo apreció dos sombras, era obvio que no la dejaría salir. 

—¡Te odio!—comenzó a gritar frenéticamente, repitiéndolo mientras daba golpes contra la madera.

Sus pasos dejaron de escucharse y sus manos sangraban. Se resbaló hasta caer de rodillas entre lágrimas de desesperación. Quitó el sombrero de su cabeza para observarlo con detenimiento, ¿qué plan tenía Luffy? ¿qué haría en esta situación? Una ventisca de aire frió se coló por la ventana abierta moviendo las cortinas blancas y entonces lo supo.