9.- ¿Alex?
Alexander se subió a su moto bastante furioso, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —susurraba a sí mismo con el corazón destrozado; su única amiga real lo había traicionado. Arrancó y manejó con la mente repleta de ideas hasta que no vio que los autos ya habían frenado. El hombre se estrelló a toda velocidad con el auto frente a él y salió volando hasta caer en un parabrisas, dos autos adelante.
Fue llevado de emergencia al hospital más cercano. Gritaba de una manera desgarradora al tener partidos los huesos de la pierna izquierda; su rostro estaba bañado en ese líquido carmesí que emanaba de su ser sin parar.
—¡Storm! ¡Mi perro! Po... por favor —susurró viendo todo cada vez más borroso—. Tienen que ayudar a mi perro, es lo único que... lo único que tengo —jadeó hasta desmayarse por el dolor.
[...]
El elevador se abrió y Alexander salió con la cara llena de rasguños y con muletas. Al dar la vuelta en el pasillo, encontró todas sus cosas afuera.
—Mierda —susurró y abrió la puerta rápidamente; para su suerte, no habían cambiado la chapa de la casa—. ¡¿Storm?! —Buscó con trabajos por todo el departamento, estaba desesperado— ¡¿Storm, en dónde estás?! —Se sentó en el suelo, exhausto, y sacó su celular con nervios mientras unas lágrimas comenzaban a caer al no encontrar a su perro.
📱Para: Todos los contactos.
Alexander: ¡Sigo vivo! Estoy en mi casa. Tuve un accidente en la moto, pero ya estoy mejorando. ¿Alguien ha visto a Storm? Desapareció de mi casa junto con los muebles. Foto de su rostro lleno de pequeñas cicatrices y la raíz del cabello con un tono rubio brillante.
Drake vio el mensaje y de inmediato llamó a Carlos, el hermano de Roberto.
—¿Hola? Oye... ¿Te acuerdas del perro blanco que te llevó tu hermano? No se lo diste de comer a los chinos ¿o sí?
Roberto se paró rápidamente al escuchar la pregunta del celular que estaba en alta voz y le arrebató el celular a Carlos mientras vía a Storm beber la cerveza de su plato.
—Hola, Drake. Sí lo tengo, está con mis Pitbulls... Sí, sigue vivo... Nah, está bebiendo cerveza con James y conmigo.
[...]
Alexander contestó furioso el celular.
—Sí, estoy bien ¡Ya te dije que estoy bien! Solo buscas pretextos, Francisco. Disfruta a tu novio y deja de buscarme. —Colgó fastidiado y se paró con las muletas mientras intentaba meter algunos muebles. ¿En dónde estaría su perro? No sabía por dónde comenzar a buscar.
Carlos bajó de su Harley-Davidson y subió al departamento con Storm.
—Así que... tú eres el "polvo" pendiente de Bob. —Miró al peliplatinado de pies a cabeza.
—¿Qué? —Alex se dio la vuelta y miró al chico jadeante, viendo a su perrito detrás de él—. ¡STORM! —Se le pintó una gran sonrisa y se acercó cojeando para intentar cargarlo, pero fue un intento fallido—. ¡Perdón por dejarte aquí, pequeño! No era mi intención —dijo lleno de alegría tras verlo vivo.
Roberto apareció detrás de su hermano y cargó al Samoyedo para alejarlo de Alexander.
—Nop, ahora es mi muchacho. Le decimos Cerbero de cariño.
—¡Oye, viejo! Dame a mi perro. —Intentó avanzar, pero cayó frente al rubio y jadeó adolorido.
Carlos lo ayudó mientras reía suavemente.
—Hombre, estás en la mierda. A este paso serás el caso de caridad número dos, después del sarnoso.
—Gracias, gracias. —Suspiró acomodando su cabello—. Perdón por no ir a los ensayos —le dijo a Roberto con preocupación.
—Te di por muerto. Este animal lloraba mucho, así que me lo quedé. —Señaló el lugar—. Deberías hablar con el casero. Creo que todos te dimos por muerto.
—Ugh, mierda. Solo... fue un accidente en la moto, iba distraído y salí volando... —Tocó su frente—. ¿Me ayudarían a meter todo?
Carlos vio a su hermano y ambos asintieron.
—A cambio, nos dejarás al perro.
Roberto bajó al garaje por algunos muebles que habían dejado ahí; con ayuda de su hermano los subieron al elevador.
—¡Subiendaaaa! —gritó Roberto para avisarle a la gente que iba lleno el elevador.
Storm ya no era dulce; era un gruñón como los Pitbull de los hermanos: ahora mordía todo a su paso.
—¡Storm! Para —gritó Alexander, viendo como su perro destrozaba sus cajas de ropa.
El perro le gruñó y se fue con Carlos para hacerle ojitos mientras el hombre le hablaba como si fuese un bebé.
—¿A quién le gusta hacer sufrir? ¿a quién?
—Mierda, si no estuviera en este estado ya te hubiera partido la cara de estúpido que tienes —le gruñó el peliplatinado al hermano de Roberto.
El hombre de cabello largo rio y lo cargó como costal.
—Mientras Bob arregla esto, te llevaré a un lugar en el que no mueras.
Alexander puso cara de pocos amigos y miró al perro que iba detrás de Carlos.
—¿De verdad en un mes me cambiaste? —Rodó los ojos—. Ahora entiendo porqué Magaly te escogió.
Carlos subió a Alex en la moto, haciendo que el chico se desparramara en esta; parecía una muñeca sin vida. Carlos arrancó y lo llevó a su casa en los suburbios. Tenían un taller en el que su padre, un metalero de la vieja escuela, reparaba un auto.
El padre de los hermanos se levantó viendo a los hombres llegar en la motocicleta. Limpió la grasa de las herramientas y le dirigió una mirada asesina al mayor.
—¡¿Ahora eres un maricón como tu hermano?!
Carlos negó y bajó de una de las bolsas laterales a Storm.
—No, es solo un invitado para el almuerzo.
El chico se bajó con cuidado y le extendió la mano al hombre.
—Buenas tardes, soy Alexander Quintana Bossieu, un gusto.
El hombre solo asintió.
—Tengo mucha grasa, muchacho. Pásate.
—¡Lucifer, Cthulhu, Damián, Cerbero, a comer! —gritó la madre de Roberto. Todos los perros salieron corriendo para hacerle fiestas a la mujer.
Alex siguió a Carlos.
—En verdad quiero a mi perro de vuelta. —Hizo una pequeña pausa para respirar y siguió—. Así que... ¿Rogelio es homosexual?
—Roberto, y sí, es re-marica. —Rio mientras le acomodaba la silla y lo ayudaba con las muletas—. Durante toda la secundaria y preparatoria vivió con un crush horrible por Sixx.
Alex se sentó y lo miró extrañado.
—¿Cómo es que de desear a un chico raro y... bueno... alguien como Sixx, pasó a desear a alguien como yo? —Se botó de la risa—. Ese polvo... puedes decirle que se vaya despidiendo de sus fantasías, yo no confío en los chicos bonitos.
—O sea que debes tener terribles problemas de confianza propia. —Se burló y le revolvió el cabello platinado. —Oye princesa, no sé qué tengas para dejar a un perro como ese a su suerte, pero debes ser un hijo de puta como a él le gustan.
La mujer le arrojó una chancla a su hijo.
—Deja de ser un grosero con las visitas.
Alex rio.
—Tuve un accidente ¿Ok? Jamás dejaría a mi perro así. Mi familia está muy lejos y no tengo amigos de confianza, no pude avisar. —Observó a la mujer—. Muchas gracias por la comida, señora.
Ella le sonrió y se sentó con los muchachos en la mesa.
—Podrías quedarte acá mientras contactas a alguien que te ayude; tenemos un cuarto de visitas, pero eso sí, aléjate de mi hijo menor. Es un sodomita.
—Muchas gracias, señora. No me gustaría abusar de su hospitalidad, pero creo que le tomaré la palabra.
Carlos asintió.
—Te lo dije mamá, ese sodomita solo consigue chicos lindos.
La mujer negó.
—Deja de decir tonterías y vete a trabajar con tu padre.
Alexander se quedó un rato platicando con la mujer hasta que terminaron de comer.
Más tarde llegó Roberto en su auto y se bajó, viendo a su hermano.
—¡Mamá! ¡Carlos está metiendo hombres a la casa! —sonrió travieso y le dio un golpe a su hermano con un trapo mojado del taller.
Carlos gruñó.
—Oh, ven acá, maldito. —Y comenzaron a juguetear como un par de cachorros, tirando algunas herramientas.
El peliplatinado rio cuando escuchó la voz del hombre y se levantó para salir con las muletas.
El rubio se detuvo, miró a Alex y se relamió los labios.
—Ya están tus cosas en su sitio... creo. Te traje una caja de ropa. Deberías regresar en estos días. —Señaló sus heridas—. Ya no tienes trabajo, pero sí una excusa para la universidad.
—En realidad... quería pedirte si podías llevarme a la universidad estos días... —Le sonrió un poco apenado—. Tengo la obra de Don Juan y por suerte ya no tendré yeso para la presentación, pero sí tengo que ensayar.
—Claro, solo no te mueras en mi auto. No sabes lo horrible que es lavar sangre de la tapicería. —Todos rieron a carcajadas, al parecer, ya había pasado.
Alexander asintió sin creerle una sola palabra.
—Gracias viejo. Te debo la vida por todo esto... —Su celular sonó y el chico se alejó para contestar. —Sí he trabajado, papá, solo tuve un accidente. Dos meses, sí. Gracias. Dale un beso a mamá. Sí, adiós.
El padre de Alexander le había mandado dinero para subsistir por dos meses y le pagó dos meses de renta al dueño del departamento para que se recuperara tranquilamente.
[...]
Carlos entró con el botiquín al cuarto de Alex. No lo parecía, pero el hombre había dejado medicina por flojera de hacer un año de servicio en la zona rural.
—A ver ojos tristes, ¿qué tenemos acá?
Alex se quitó la playera y dejó ver su torso. Por suerte, sus tatuajes no habían salido perjudicados. El muchacho se encontraba en su peor estado físico: su cabello se comenzaba a ver como un rubio sucio, la barba estaba mal cortada y larga y su rostro lleno de rasguños.
Carlos le revisó las curaciones y las desinfecto.
— Listo. Nada de drogas, licor o grasas.
—Gracias. —Le sonrió amable el explatinado y se sentó—. ¿Cómo son ustedes? Es decir... no logro descifrarlos. —Negó pensativo.
—Esa es la idea. Imagina una familia con un taller de mecánica, un hijo que trabaja reparando maquinaria y otro que estudia para lo mismo. —Le ofreció un vaso de agua.
Alex subió una ceja curioso y tomó el vaso.
—¿Así que ustedes podrían reparar mi Harley?
—Sí, solo suelta los verdes. —Acarició su rostro, revisando las heridas—. Esto... no te dejará marca.
Le sonrió y lo miró fijamente.
—¿Cuánto me cobrarían por repararla? Es una Harley-Davidson Nigh Rod.
Carlos se encogió de hombros, guardando todo en el botiquín.
—Tenemos que ver los daños primero. Mi viejo te dirá que tan costoso será devolverla a su gloria original.
—Está bien. —Alex se paró y se puso la playera—. Necesito ir al supermercado. —Tomó las muletas—. Iré en taxi. Vuelvo en un rato.
—Nada de eso. —El rubio de cabello largo pegó un chiflido—. ¡Bob, ve con el roto al supermercado!
Alex rio y vio bajar al chico rubio.
—Hola, perdón por las molestias... —Le siguió al auto.
—Para mí es todo un placer, nena. —Subieron al auto y Roberto arrancó hasta que llegaron a un supermercado con marcas diferentes a las que Alex como "riquillo" solía usar. —La suerte de traer a un inválido es poder estacionarnos más cerca. —Rio. lo ayudó a bajar y entraron a la tienda.
Alex miraba algunos productos mientras Roberto llevaba la canasta.
—Mierda, espero que esto sirva. —Tomó un paquete de navajas y los tintes azabache y plateado, con otras cosas para darle justo el color perfecto a su cabello tan característico.
Roberto lo miró mientras masticaba un chicle.
—¿Eso es todo, cara bonita? —Le dio una nalgada al más alto.
Alex tomó una cajetilla de cigarros y la puso en la caja, mirando al rubio de reojo con una sonrisa un poco incómoda.
—Eso es todo. —Pagó y volvieron a casa en completo silencio.
Roberto ayudó a bajar a Alex cuando vio venir a su hermano.
—¡Hey, Carlos! Llama a tu nueva novia, Camila y que le ayude a este buen hombre, piernas rotas, a teñirse.
—No, no, no, esa mujer está loca. —Miró a Carlos—. No sabía que ahora eras su novio... buena suerte con eso. —Le guiñó el ojo y se fue a su cuarto. Se encerró con llave y sacó todo lo que había comprado.
Carlos se fue con Camila a un motel y Roberto se quedó en el taller cantando.
Alex se miraba fijamente en el espejo y comenzó a recortar su barba cuando escuchó ese canto. Se quedó en completo silencio, quería grabar cada tono que esa dulce voz emitía. —(Ese no puede ser Roberto... es decir... es tan hermoso)
[... Unas horas después...]
Alex salió del cuarto con la barba recortada, bien definida, el cabello brillante y bien cortado, perfumado, parecía el chico radiante de antes. Fue directo a la cocina, encontrándose con la madre de Roberto.
—Buenas noches ¿Necesita ayuda, señora?
La mujer lo miró de reojo y negó mientras fumaba un puro.
—Mis hijos ya cocinaron y comieron hace horas, pero sobrevivió el postre. —Señaló la gelatina—. ¿Quieres?
El peliplatinado asintió y se sentó en la mesa.
—Sé que tenerme aquí es un gasto, así que estoy dispuesto a pagarle una renta por todo lo que ha hecho por mí. —Señaló la caja de tabaco natural—. ¿Puedo?
Ella sonrió y le acercó la caja.
—Nada de eso, jovencito. No lo parece, pero tratamos de ser buenos ciudadanos y altruistas. —La mujer se levantó y se fue cuando vio entrar al señor Ramírez.
El señor se lavó las manos bastante serio, con algunas manchas de sangre en su camiseta blanca y sacó una cerveza del refrigerador. Tomó la bebida de dos tragos y miró al peliplatinado, limpiando la espuma de su barba.
—¿Qué le pasó a tu moto, niño?
—Quedó destrozada, señor. —Sacó su celular y le mostró una foto—. ¿Cuánto me cobraría por dejarla como nueva?
—Diablos, eso está peor que mi economía después de que nacieron mis hijos. —Se rascó la barba trenzada—. Hmmmm... lo de las partes, la pintura y el repuesto original... —Se sentó, tomando pluma y papel para hacer las cuentas.
—Es edición especial —dijo Alexander con nervios.
—Oh, espera, entonces... Bien, creo que sería esto. —Le pasó el papel con la cuenta final.
El de ojos grises casi se ahoga con el puro.
—Dios... creo que saldría mejor comprarla nueva.
—Efectivamente. —El hombre asintió arrugando la nariz y se levantó. —Buenas noches. Nada de ruidos raros en el cuarto de Bob.
📱Alexander: $200,000 por reparar la moto.
Su padre escupió su té encima de su amada esposa, horrorizado.
📱Alonso: ¡¿Tanto?! Es más fácil comprar otra.
📱Alexander: Lo mismo pensé, pero es edición especial y no hay más...
📱Alonso: Bien, pero consigues un trabajo mejor.
📱Alexander: Sí papá, ya te dije que en dos meses. Buenas noches, dale un beso a mamá de mi parte.
Roberto se sentó, deteniendo el sangrado de su nariz.
—Hola, niño bonito
Alexander miró al rubio asustado.
—¿Qué mierda te pasó?
—No es nada, solo me caí. —Secó sus lágrimas. La única persona capaz de eso era su padre cuando se ponía furioso por alguna estupidez que el rubio había dicho o hecho.
Alex se paró y fue por papel para volver a la mesa. Puso las servilletas debajo de su nariz y limpió sus lágrimas con delicadeza.
—Deberías tener más cuidado —susurró, ya que era muy tarde—. No llores, tranquilo. —Lo abrazó acariciando su espalda sin importarle si se manchaba su playera de sangre.
Roberto se apartó y sonrió débilmente.
—Gracias, no es nada... yo solo me busco esas caídas.
—Está bien. Ya me iré a dormir para no molestarte más.
Ambos se levantaron y Roberto lo acompañó hasta la puerta del cuarto en el que el chico se quedaba. Alex lo miró con una sonrisa para consolarlo.
—¡Hey! Ten cuidado con las escaleras, niño bonito. —Le guiñó el ojo imitando su tono de voz.
[...]
En la mañana, ya estaban los tres (Carlos, la madre de los hermanos y Alexander) en la mesa, desayunando mientras el señor levantaba de la cama a su hijo menor a los gritos.
—¡Ve a irrespetar a tu novio! ¡A mí me hablas cómo se debe! —El hombre aventó al rubio contra la mesa y este cayó al suelo.
Alex miró a Roberto levantarse cabizbajo. Ver a ese eterno chico rebelde rendirse y ser sumiso ante el maltrato, le partió el corazón.
Carlos rio al ver al rubio y se ganó un puñetazo, haciendo que escupiera sangre sobre sus huevos.
—Tú no te metas aquí o también te voy a moler a palos.
Alexander clavó las uñas en la mesa y miró con los ojos rojos al hombre; la sangre le hervía al ver como trataba a los chicos. Deseaba regresarle todo el daño que le había hecho a Roberto.
El señor Ramírez miró furioso al peliplatinado.
—¡¿Y tú qué ves?!
—Lo siento señor, solo recuerdos de la guerra. —Le sonrió irónico y continuó comiendo con la mirada metida en su desayuno.
Roberto se sentó junto al de ojos grises hasta que la puerta sonó. Los perros le ladraban furiosos a la mujer que se encontraba afuera; era Magaly.
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