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7.- Soldado por una noche

Aurelio habló toda la noche con Francisco.

—No seas estúpido. O sea, amigo, date cuenta; Alexander solo te quiere por el recuerdo y nada más. No debes permitir que te siga pisoteando de esa manera.

—Tienes razón...

—Ya nos vamos a graduar, es hora de que te des tu lugar, cariño. Ya olvídalo. Sé que ese hombre es muy ardiente, pero tú vales más.

[...]

Alexander entró a la cafetería, suspiró y comenzó su rutina de siempre.

—Buenos días, Laura.

—¡Alex, hola! —La mujer lo miró de reojo unos segundos y sonrió mientras limpiaba la barra. —Te veo muy alegre y radiante; como si estuvieras en la flor de tu vida.

—Ah mujer, sabes cómo alegrarme el día. —Le sonrió de lado y tomó su banco para sentarse frente a la caja.

—Te tengo una sorpresa —dijo la chica con emoción. Se desapareció unos segundos en la bodega y volvió con un pastel lleno de corazones.

—¡Wow! No es mi cumpleaños...

—Lo sé, es para ti solo porque... —Suspiró feliz—. Quiero ser pastelera, quiero dejar la psicología y dedicarme a lo que amo.

—Eso me da mucho gusto. —Sonrió y partió un cacho de pastel para probarlo. —Esto está delicioso, muchas gracias. —Le dio un beso dejándole un poco de merengue en la mejilla.

La campanilla sonó y llegaron los muchachos cual soldados que acababan de ganar una guerra.

—Vaya, vaya ¿Qué es esto que veo? ¡¿Un Francisco feliz?! —Le sonrió al castaño con nostalgia. —¿Qué van a llevar?

—Ocho capuchinos y un pastel de dulce de leche que diga "¡Victoria! Te lo agradezco", por favor. —Sonrió triunfal y empoderado. Estaba decidido en superar al peliplatinado.

Alexander asintió y le entregó la orden a Laura. Miró unos segundos a Francisco antes de cobrarle mientras los chicos esperaban sentados en una mesa.

—Te ves tan hermoso sonriendo... casi se me olvida la época en la que estamos, Francisco. —Le sonrió tierno, ladeando la cabeza—. Tengo un regalo para ti por lo de tu tesis.

El castaño lo miró sonriente y negó.

—No sé de qué me hablas, ese hombre depresivo ya está muerto. —Sintió como Aurelio lo veía fijamente desde la mesa.

Drake se aproximó al mostrador con las manos en los bolsillos de los jeans.

—Hola, vengo a despedirme.

Alexander miró al rubio con incomodidad.

—¿Podemos despedirnos afuera?

—Claro. —Dejó en el mostrador un amuleto hecho de semillas y cuentas negras, con una gema de ojo de gato—. Para ti. —Drake sonrió y salió de la cafetería.

Francisco tomó el pedido y volvió a la mesa mientas todos le aplaudían y gritaban felices.

Alexander salió rápidamente.

—Hola, Drake...

—Hola, Alex. —Le sonrió al chico y le dio un abrazo—. Solo quiero despedirme. Es hora de irme a buscar sufrimiento innecesario en otro país. —Rio y se alejó para tomarlo por la nuca y darle el beso que jamás se había atrevido a darle.

Alex lo abrazó por la cintura y acarició lentamente su cabello entre sus dedos.

—Creí que solo amigos... —susurró, pegándose frente con frente.

—Así es, solo quería despedirme, Alex.

El de ojos grises le sonrió unos segundos y miró por el vidrio lo que le había dejado en el mostrador.

—¿Para qué es el amuleto?

—Para la suerte. —Le sonrió—. Roberto me contó todo y te hice eso con ayuda de Sixx.

—Gracias...  Lamento no tener algo para ti —le contestó el de ojos grises, apenado.

—No necesitas darme algo, ya hiciste suficiente. Que tengas una buena vida. —El rubio le dio un último abrazo, aspirando su aroma y se marchó.

Alexander entró a la cafetería y tomó una servilleta para escribir en ella un pequeño mensaje. Pasó a la mesa de los chicos para recoger algunos vasos vacíos y le entregó discretamente la servilleta a Francisco. El castaño se levantó y fue rápidamente al baño para leer lo que decía: "Te veo a las once de la noche en mi casa. Vivo frente al karaoke. Departamento #17".

[...]

Los chicos cantaban y tomaban felices mientras Francisco miraba su reloj con insistencia.

—¿Pasa algo, cariño? —le preguntó Aurelio mientras aplaudía, viendo a Drake cantar.

—No... es que mañana tengo trabajo y ya es un poco tarde; creo que ya debería irme —contestó el castaño.

—¿De qué hablas? Apenas van a dar las once. ¿Acaso dejar a Alex te hizo responsable?

Francisco solo le sonrió y se despidió de los demás.

Alexander se miraba en el espejo, mientras acomodaba su bandana. Dio un suspiro y arregló los últimos detalles de la sorpresa.

Francisco llegó nervioso y dudó si tocar a la puerta o mantener su dignidad e irse. Apretó la servilleta, tomando aire profundo y finalmente, tocó el timbre.

Alexander bajó rápidamente y abrió la puerta. El hombre estaba vestido como el gran soldado que solía ser. Se había puesto la colonia que el castaño amaba tanto, en años pasados y el departamento estaba lleno de velas con algunos pétalos de rosa.

—Buenas noches, soldado —dijo con voz baja y suave.

—Buenas noches. —Sonrió nostálgico como si fuera un chico de diecisiete años de nuevo. —Ahora mismo hago las lagartijas, teniente. —Se quitó la chamarra y dejó ver las placas que siempre cargaba. Alex usaba las de Francisco y viceversa; era una promesa de amor que habían sellado hace seis años, intercambiando sus placas.

—Así me gusta, soldado —dijo firme Alexander y rio. —Ven acá, tontuelo. —Lo abrazó fuerte, enterrándolo en su pecho—. Muchas felicidades. —Tomó su mandíbula y lo besó lentamente—. Siempre supe que serías un gran escritor.

—Deja esas mentiras para después, tú y yo sabemos para qué estamos aquí —hablaba el castaño, tratando de mantener ese muro de hielo, para no terminar llorando en la ducha de nuevo.

—No son mentiras, solo trato de celebrar tus logros. Si te mintiera, seguiría siendo tu novio y te engañaría con medio mundo. —Lo miró firme. El uniforme le daba más autoridad. —Solo... intento darte un día lindo ¿Tampoco dejarás que te dé eso?

—Sabes que no. —Se acercó y empezó a quitarle el uniforme. —(Soy una perra empoderada, una perra indomable, no soy el juguete de nadie... ¿Qué era lo que seguía?)

—Hey, cálmate, en verdad quiero hacerlo bien —le dijo Alex, mirándolo hacia abajo.

Francisco lo besó autoritario mientras lo arrinconó en la sala.

Storm comenzó a ladrarle al invasor con odio, como si le estuviese haciendo algo malo al peliplatinado.

—¿Así que ya te hiciste una fiera? Así me gustas más —le dijo el de ojos grises, viendo como el chico desabrochaba sus pantalones.

Francisco lo aventó al sillón y se puso sobre él. Tomó un cojín para aventárselo a Storm.

—Aléjate de aquí, comida china, cruda. —Terminó de desnudarse y comenzó a besar los labios de Alexander; fue bajando, dejando pequeñas mordidas por su piel tatuada.

Alex dio un pequeño gemido y lo miró clavándose en sus ojos oscuros.

—Amo verte Feliz. Amo al Francisco de antes. —Cerró los ojos y acarició su espalda suavemente.

[+++]
—Hola ¿Cómo te llamas?

—Alexander Quintana ¿y tú? —dijo el adolescente mientras esperaba en la fila con su cambio de ropa.

—Francisco Galindo. —Le sonrió y miró curioso al chico de cabello rubio. —¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis ¿Tú?

—Diecisiete. —Volvió a mirar al frente de la fila—. Es un gusto conocerte, Alexander Quintana.

El rubio sonrió mirando al suelo.

—¿Estás aquí por el servicio?

—No, quiero ser médico militar ¿y tú? —dijo Francisco, viendo a los soldados hacer la revisión de las credenciales.

—No, estoy aquí porque es mi vocación; algún día seré General de Alto Mando —dijo con emoción, viendo el cielo con todos sus sueños por delante.
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Francisco pescó de nuevo sus labios, sintiendo la respiración caliente del peliplatinado. Separó sus piernas y se estiró para tomar el lubricante de la mesa de centro.

Alexander le sonrió mientras acariciaba sus pequeños brazos.

—Amo sentirte, amo tenerte aquí. Amo tu piel, tus ojos, tus brazos...  —Le dio unos cuantos besos húmedos en los hombros.

El castaño humedeció sus dedos sin dejar de repetir el mantra de Aurelio, en su mente.

Alex rodeó con sus piernas la cintura del mayor y le sonrió tiernamente mientras se preparaba.

[+++]
—Shhhh nos van a descubrir. —Rio Alex mientras se escondían entre los árboles, a unos metros de los dormitorios.

Francisco rio.

—Ya casi está. —Puso el filtro y le dio una lamida al papel para cerrar el cigarro de marihuana. —Toma.

—¿Estás seguro de que esto me hará bien?

—Absolutamente seguro. Siempre que te sientas mal, esto te ayudará.

Alexander hizo una mueca y tomó el cigarrillo para dar una calada profunda.

—Sabes, he estado pensando en pintarme el cabello de negro con plata, ya sabes... algo esfumado...
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Tomó su miembro y lo introdujo con fuerza, y sin nada de cuidado.

[+++]
—¡Francisco, lo estoy logrando! —Entró Alexander corriendo a los dormitorios, viendo que el castaño estaba recostado, ojeando una revista.

—¿Qué cosa? —Se sentó en la cama y lo miró con una sonrisa.

—¡Me ascendieron a teniente! —gritó el peliplatinado.

Francisco le sonrió débilmente.

—Que bien... y ya te teñiste el cabello... tenía razón, ridículamente sexy. Queda con tu barba...

—¿Qué sucede amor? ¿no te alegra esto? —Se arrodilló ante la cama y tomó sus manos.

—No, no realmente... Solo me doy cuenta de que yo soy un fracaso y no avanzo en nada.

—Pe... pero no eres un fracaso, amor. —Se subió a la cama y abrazó al castaño. —Lo siento, no pensé que esto te fuera a afectar, en realidad... creí que te alegrarías por mí. Mejor... dejemos todo esto de lado. Por favor, solo quédate esta noche. Te demostraré lo mucho que te amo y que no hay nadie mejor que tú.
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Alex gimió alto y apretó tanto los brazos de Francisco que dejó sus manos marcadas.

—Sí, así... ¡Argh!

El departamento estaba inundado con los jadeos de ambos. Ese calor mutuo que se solían dar en el cuartel los confortaba como nunca.

Alexander echó la cabeza hacia atrás y perdió la mirada en la luna mientras las respiraciones se hacían cada vez más pesadas y lentas.

[+++]
Francisco lo besó lentamente y le quitó la playera al nuevo teniente.

—Te... tengo miedo —le dijo Alexander, parando los besos.

—Todo estará bien, confía en mí —le susurró Francisco y comenzó a prepararlo.

Alexander asintió y se dejó hacer.

—Ugh... me duele. —Apretó los ojos con nervios.
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Francisco por fin se deshizo del mantra que retumbaba en su mente y dejó salir todo.

—Yo también te amo, Alex —le gimió al oído.

Alexander volvió la vista a él y tomó su mejilla para besarlo con el poco aliento que le quedaba.

Francisco dio un gemido fuerte y buscó las manos del hombre para entrelazarlas con las suyas. Los cuerpos de ambos comenzaron a temblar como la primera vez en la que se entregaron el uno al otro.

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El capitán entró al dormitorio y escuchó los gemidos que provenían de una de las literas; el hombre alto se acercó al bulto y quito la sábana blanca, descubriendo al par de hombres desnudos.

—¡¿Qué está pasando aquí?!

Alexander miró al capitán asustado.

—Na-nada.

Francisco se bajó rápidamente de la litera, cubriéndose.

—No es lo que parece, señor.

—¿No, par de maricas? A la oficina del general, ¡AHORA!
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—Ya... ya casi termino —dijo el peliplatinado, apretando el sillón con fuerza.

Francisco arremetió con más fuerza hasta terminar dentro del hombre, depositándole un casto beso en la frente.

Alexander cerró los ojos y comenzó a masturbarse para terminar casi al mismo tiempo que el castaño.

—Vaya... eso fue... —jadeó con una gran sonrisa, viendo todas las marcas que el otro chico le había dejado.

Francisco se dejó caer en el pecho sudado del menor y comenzó a escuchar su latido acelerado.

—Lo siento... —susurró.

—Calla, solo... disfrútalo. —Lo abrazó mientras llenaba su cabeza de pequeños besos y jugaba con sus cabellos cortos.

Francisco se quedó completamente dormido, sintiéndose seguro. Alexander lo cargó y lo subió a la recámara para meterse bajo las cobijas con él.

La mañana siguiente Alex se despertó y miró a Francisco dormir.

—Si tan solo hubiera sabido el caos que traerías a mi vida... —susurró y miró las pequeñas marcas en sus brazos. Se levantó y se puso los bóxers para bajar a la cocina. Un rato después subió y vio al castaño sentado de espaldas, fumando marihuana y observando a Storm, quien destruía su única corbata. —Buenos días, te traje el desayuno. —Dejó la bandeja en la mesa de noche y le dio un beso en la mejilla.

—Hmmmm... —Francisco se dio la vuelta y lo miró, echándole el humo en la cara al peliplatinado.

Alexander le quitó el cigarrillo y lo cargó para llevarlo al baño.

—Vamos a quitarte ese horrible olor. —Lo sentó en la tina y tomó el jabón para comenzar a tallar sus brazos con delicadeza.

El castaño le arrebató el jabón.

—Ya me acordé... —Lo miró furioso—. No importa cuánto te ame, no soporto que me trates como un retrasado mental.

—Bien... —Lo miró extrañado y se levantó—. Anda pues, que disfrutes tu baño. —Salió y comenzó a tender la cama mientras renegaba en susurros. —Que difícil eres, Francisco. —Terminando, Alex se sentó en la cama mientas jugaba con el amuleto que Drake le había dado.

[+++]
—Alexander Quintana Bossieu, a la oficina del general ¡Ahora!

Todos en el cuartel vieron al capitán, consternados. Alex se paró y lo siguió hasta la oficina en la que ya lo esperaban varios comandantes.

—Adelante hijo, pasa.

Alex miró a todos asustado y se sentó frente al escritorio.

El general aventó a la mesa, una bolsa llena de marihuana.

—¿Puedes explicarme qué hacía eso debajo de tu almohada?

El peliplatinado abrió grande los ojos, reconociendo la bolsa con la droga de Francisco.

—Yo... eso... —Pasó grueso.

—Esto es inadmisible. El día de hoy dejas tu puesto. Ya van dos grandes faltas y no podemos permitirnos tener un teniente como tú en nuestra armada.

Los ojos de Alexander se llenaron de lágrimas y algo en su ser murió por completo; sus sueños se despedazaron y la luz desapareció.
[+++]

Una lágrima rodó por su mejilla y rápidamente la limpió al escuchar la puerta del baño abrirse.

Francisco miró al peliplatinado, ya vestido.

—Alex... Tú y yo... ¿Por qué nos tratamos aún? ¿Por qué no somos como los ex normales?

—Porque tú me amas y yo te... yo te amo de vez en cuando: te amo cuando eres el Francisco que conocí, no el que me puso las drogas en la almohada, no el depresivo. Supongo que no puedes dejarme ir y yo me aprovecho para... ¿recordar el pasado? —Suspiró y lo miró directamente a los ojos—. ¿Por qué crees tú?

—Creo que soy un patético que no sabe soltar su pasado... Mira: tú terminas con alguien, lo bloqueas, haces el duelo de la relación y vas con alguien más... y así sucesivamente hasta que consigues a alguien a quien si soportas y te soporta; forman una familia y si no, en un punto abrazas la soledad, ella te ama, tú la amas, se hacen uno solo y dejas de buscar en otros lo que no necesitas. —Enumeraba, comiendo y tentado de patear al perro lejos de su desayuno.

Alex se botó de la risa.

— A veces se me olvida que eres más viejo que yo. —Se encogió de hombros—. Entonces ya puedes irte y buscar la siguiente oportunidad, y ya. Deja los dramas.

—Sí, creo que sí. —Se levantó y estiró la mano para estrechar la del peliplatinado—. Hasta nunca, Alexander. La próxima vez que nos veamos, seremos completos desconocidos. —Le arrancó la corbata a Storm—. Ojalá te dé moquillo, bola de pelos.

Storm le gruñó con enojo y le ladró como si lo corriera del lugar.

Adiós, Francisco. —Le sonrió, mirando su reloj—. (No le doy... ni una semana para que vuelva).

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