22.- Algo que no conozco
El doctor le sonrió al peliplatinado y lo revisó antes de anunciar los resultados.
—Bueno, Alexander; el laboratorio ya nos mandó los resultados junto con la evaluación psicológica; efectivamente tendrás que vivir con la droga. —Abrió la carpeta con la hoja de estudios—. Lamentablemente te tocó una hora bastante difícil. Tu pico es a las tres de la madrugada, así que serán 2 mg a las tres en punto, no más, no menos. Alexander... sé que esto será difícil para ti, pero necesito que en verdad tengas mucha disciplina y, así tengas muchas ganas, solo deberás consumir la tableta. Si sientes la necesidad de más, puedes llamarle a la psicóloga a cualquier hora y ella te ayudará.
Ambos asintieron obedientes. Roberto solo quería buscar a Owen para terminar de matarlo con sus propias manos. Apretó los puños y suspiró, mientras intentaba luchar ante su propia naturaleza.
—Entendido, Doc.
El peliplatinado miró al de bata blanca salir, después de todas las instrucciones y volvió la vista al rubio, quien ya había firmado el alta.
—¿Todo bien?
—De maravilla. ¿Ya nos vamos? —Arrastró la maleta a la moto mientras Alex lo seguía. El chico había durado tanto tiempo en el hospital que Roberto ya había tenido que mudarlos. Le entregó el casco al peliplatinado y subió al vehículo. —Sujétate bien, que esta carretera está llena de baches.
Alexander sentía el aire golpear su rostro como hace mucho no lo hacía. Se sentía realmente feliz de tener a su chico; así haya perdido todo, nada le preocupaba más, no pedía nada más. Levantó los brazos y dio un grito fuerte, viendo la puesta de sol en el mar junto a la carretera.
Pasaron el puente que dividía la ciudad y lo llevó a una zona rural, hasta el último rincón al norte de la ciudad.
Alex miró al rededor.
—Este no es el camino a casa... ¿Estás seguro de que no me estás secuestrando?
Roberto negó con una sonrisa y entró con todo y la moto a la planta a ras de piso. Era un departamento sencillo, frío y muy oscuro.
—Vivimos juntos; ya estamos secuestrados. —Bajó la maleta y abrió la puerta que estaba atorada por la humedad. El edificio era tan viejo que los interruptores aún eran de cadena en el socket del foco. El chico brincaba, intentando alcanzarlo, pero ni así pudo.
Alex rio y lo cargó para que el rubio prendiera la luz. Miró las paredes con un tapiz horrible que se estaba despegando. Recordó su departamento de mármol blanco, elegante.
—Bueno... comienzo a considerar el prostituirme profesionalmente.
—Oye, no; aún no llegan los resultados para saber si tienes bichos de la cosa esa horrible llamada Owen.
El de barba rio.
—¿Ya me das mi celular? Prometo no llamar a mis padres.
Roberto lo sacó y se lo entregó con la batería. Comenzó a acomodar los pocos muebles que no había tenido que vender. Miró al platinado y sonrió optimista.
—Solo ve el lado bueno; es económico y estoy a dos cuadras del trabajo. —Se quitó las botas—. Somos dos hombres y estamos sanos... bueno, si es que tus estudios dicen eso; así que no tendremos que gastar en anticonceptivos.
Alex se botó de la risa.
—Ya nos vi, la señora con sus chinos, haciendo recalentado de frijoles, mientras su marido gordo ve el futbol, todo borracho. —Sacó la panza que no tenía y rodó los ojos como si estuviese alcoholizado—. Solo nos faltan los hijos maltratados.
Roberto rio a carcajadas, echándose en el sillón.
—Oye, yo apoyo el aborto. Creo que, si vas a querer hijos, tendrás que esconderme todos los ganchos de ropa.
El de ojos grises se sentó a su lado mientras reía.
—No hijos, gracias. —Sacó un cigarrillo y se metió en su celular. Subió la foto de su motocicleta en una página de subastas. —El precio inicial sería de veinte mil dólares —susurró y suspiró con una sonrisa de esperanza.
Roberto se botó de la risa mientras recalentaba los frijoles.
—¿Crees que sea justo subastarla por esa miseria? No es ni la mitad de su precio original, y te recuerdo que mi viejo le metió muchas mejoras.
—Lo sé, pero necesitaremos el dinero. No te preocupes, porque ahí inicia la subasta. Seguro me darán más. —Se paró y se acercó para meterle el dedo a los frijoles—. Hmm, están ricos. —Sonrió y lo abrazó por la espalda.
—Bien... Aunque no deberías venderla. Yo ya tengo dos empleos para mejorar la situación. —Se dio la vuelta para abrazarlo y verlo fijo—. Deberías conservarla.
—No, no debo hacerlo. Y que no se te olvide que necesitamos recuperar mi traje de esgrima. —Le sonrió cuando su celular sonó con una nueva notificación.
Roberto asintió feliz.
—¿Cuándo vas a volver a la esgrima? —Una chispa de esperanza brilló en sus ojos y vio su celular—. Responde el mensaje.
—No, eso está muerto. Jamás volveré a pisar ese suelo. Lo decía para vender el traje en su precio justo. —Suspiró y tomó su celular, quedando en shock—. Oh... MIERDA. —Le mostró la pantalla en la que decía que alguien ofrecía ciento treinta y cinco mil dólares.
El rubio se quedó helado al ver esa cifra.
—Vende esa moto ¡ya!
Alexander, tembloroso preguntó si alguien ofrecía más y a los segundos alguien salió con la oferta final de ciento sesenta mil. Sin pensarlo más, la vendió y gritó de la felicidad, cargando a su chico y dando vueltas, celebrando.
Roberto estaba confundido, era mucho dinero, pero sabía que la moto significaba mucho para Alex.
—Te felicito. Al menos volverás a vivir en un lugar menos frío.
—¿Volveré? ¡Volveremos! Podemos buscar un lugar mejor al que ya estábamos.
El rubio asintió y habló con nostalgia.
—Ya la extraño... —Se apartó y siguió cocinando pensativo; era demasiada información para procesar.
Una semana después le llegó un mensaje anónimo a Alexander con la dirección de entrega de la motocicleta mientras comía.
—¡Ya está! —gritó y se paró rápidamente sin pensar en los peligros. Se fue a lavar los dientes, tomó su chamarra de cuero y le dio un beso a su amado antes de salir.
—Oye, ten cuidado. Si ves algo sospechoso me envías un emoji o algo corto y rápido de escribir ¿sí? Y mándeme tu ubicación. —Le dio un beso y cerró la puerta con llave cuando el mayor partió.
[...]
Alex entró al estacionamiento del centro comercial de la ciudad y se bajó, dándole un beso a su moto.
—Nos vemos preciosa. Gracias por todos los momentos juntos. —Guardó las llaves y entró al lugar. Le mandó un mensaje al vendedor y esperó un rato ahí, encontrándose con Daniel y Magaly, quienes estaban viendo tiendas, tomados de la mano. —¡Hey, chicos! —Fue rápido hacia ellos—. ¡Hola!
—¡Alex! Hola ¡Qué milagro! —dijo Daniel, emocionado de ver tan bien a su amigo.
—Vine para vender la Harley-Davidson. —Les enseñó el mensaje mientras miraba al rededor—. Roberto y yo estamos buscando un mejor lugar para vivir.
—Oh, sí... eso... puedes quedártela —dijo la de azabache con un ligero sonrojo.
—¿Qué? ¿De qué hablas? —El peliplatinado ladeó la cabeza confundido.
—De la moto... puedes quedártela. —La mujer levantó las cejas con picardía y emoción.
Alex se quedó en shock. —¿Qué? ¡¿Tú eres la compradora?! —Negó con una gran sonrisa—. Debes estar bromeando, mujercita...
Ella negó.
—Mi padre dijo que te la puedes quedar. Siempre has sido su favorito. Ya sabes que siempre quiso un hijo varón y pues... ya lo conoces...
—Oh Dios...
Roberto estaba en la casa, hecho un manojo de nervios. No esperó ni veinte minutos cuando ya estaba buscando su cuchillo de caza y sus nudilleras. Estaba en pijama afilando el cuchillo, pendiente al teléfono y la hora.
—¡Ya se está demorando mucho! —Fue a cambiarse y salió de la casa, solo, en la noche, cruzando los callejones de mala muerte como si nada.
Alex se había quedado a platicar feliz con los chicos un buen rato y fueron a cenar comida italiana.
—Bueno... ya es tarde. Tengo que irme. —Sacó su celular y le llamó a Roberto para avisarle que ya iba a salir a casa.
El rubio estaba a nada de llegar al lugar. Avanzó más rápido mientras fumaba marihuana, cuando vio la llamada entrante de su hombre.
—Hola ¿Cómo estás? ¿Pasó algo? —Arrojó la colilla y corrió al centro comercial como fiera, sin esperar una respuesta.
—Hola, estoy bien. Estoy en el centro comercial, solo llamo para avisarte que ya voy a casa —dijo mientras se despedía de los chicos. —Te adoro, nena. En verdad, muchas gracias. Dile a tu papá que en cuanto pueda lo iré a visitar como en los viejos tiempos —le susurró a la chica, dándose la vuelta, teniendo ya enfrente a Roberto; quien estaba furioso, empapado por la lluvia y usaba su chamarra de mezclilla, un pañuelo en la cabeza y pintura de guerra en las mejillas. —Hola —le dijo el rubio con seriedad.
—H-hola, mi amor... ¿Qué estás usando? —dijo extrañado.
—Ya te cayó la esposa —dijo Magaly, muriendo de la risa. Daniel casi se ahoga con su bebida, riendo a carcajadas.
—¿No te gusta mi estilo? —Lo vio cruzado de brazos, alzando una ceja—. ¿No te dije que me llamaras en caso de emergencia?
—No hubo emergencia, perdón amor.
La otra pareja jamás había visto a su mejor amigo tan sumiso, lo cual les hizo reír mucho más.
Roberto asintió y le limpió con la manga de la chamarra un poco de salsa de tomate que tenía en la mejilla.
—Bien... entonces ¿qué pasó con la moto? ¿La vendiste?
—Sí, pero... me la regalaron de vuelta —dijo con una gran sonrisa.
El rubio asintió sin creerle nada.
—No te preocupes, ya saldremos de esto. Puedo vender mi guitarra ¿Sí?
Magaly miró al chico.
—Mi padre dijo que se la quedara. Ya está hecha la transacción —dijo con voz dulce.
Roberto miró a Alex.
—¿Qué?
—Que su padre "compró" la Harley —dijo emocionado.
El chico no entendió nada, pero asintió aliviado porque ya no tenía que vender su amada guitarra.
—Oh... Sííí... claro...
Alexander se despidió de sus amigos y volvió con Roberto a la moto.
—En serio debes dejar las drogas.
—Las estoy dejando. Llevo dos meses sin beber. —Subió a la Harley y abrazó al platinado, relajado.
[...]
Alex entró al departamento bastante molesto.
—¿En dónde las tienes?
—¿Cuáles? Me lo fumé todo cuando estabas en el hospital; no tenía nada que hacer cuando venía para acá. —Se quitó el pañuelo y se fue a lavar la cara—. Busca tranquilo, lo único que tengo ahora es estrés. —Entró al baño, dejando la puerta abierta.
—No me mientas. Noté que llegaste al centro comercial con los ojos rojos. ¿En dónde tienes a tu María? ¿Hmm?
Roberto se subió los jeans ajustados de espaldas.
—(Tal vez si lo seduzco dejará de buscarla...). —Lo miró por encima del hombro—. Te dije que tengo dos trabajos, la universidad y te tengo que cuidar. —Movió el trasero coqueto, procurando no ser tan obvio.
Alexander bajó la mirada y se quedó perdido.
—Oh ya... —Asintió—. Y ¿cómo se te quita el estrés?
Se dio la vuelta y caminó suavemente, moviendo las caderas de un lado a otro y metió las manos en sus bolsillos.
—Bueno... tal vez un poco de "calor humano"
—¿Ajá? —Alex lo miró de pies a cabeza.
Roberto siguió caminando hasta arrinconarlo contra el sillón.
—Bueno, entonces... ¿No quieres un poco de amor? —Se sentó sobre él.
Alex tomó su cuello y lo miró con deseo para comenzar a besarlo tierno. Fue bajando los besos por su cuello, y sus manos llegaron hasta la espalda baja de su amante.
El rubio jadeó suave. Acarició su pecho y comenzó a bajar por su abdomen hasta llegar a su cinturón.
El peliplatinado subió de nuevo y le mordió el lóbulo de la oreja para susurrarle sensual.
—¿En dónde está tu María? —Lo tomó dominante por el cuello.
—Me la fumé hace tiempo —insistió, subiendo las manos por debajo de la playera de Alex.
El hombre lo siguió besando, acomodándolo bien. Metió sus manos por la espalda del chico, sintiendo cada cicatriz que lo cubría.
El rubio jadeó, sonriendo de lado y besando su cuello, comenzó a desabrocharle la chamarra de cuero.
Alexander acarició su mejilla, separándose de él por unos segundos para observar su rostro con ojeras.
—Te amo. —Negó como si estuviese encantado y lo besó de nuevo con suavidad, quitándole la chamarra de mezclilla deslavada.
—Te amo, Alex. —Lo miró tierno y lo abrazó escondiendo su rostro en ese cabello plateado con raíces rubias.
Lo abrazó fuerte, acariciando su cabello dorado y aspirando su aroma.
—Gracias por quedarte conmigo. Gracias por hacerme olvidar mis demonios. —Le comenzó a susurrar cosas de amor.
—Para mí es un placer. —Levantó la vista y sonrió perdidamente enamorado, escuchando las cosas más tiernas que solo Alex sabía decirle. Amaba escuchar esa voz ronca y encantadora; esa voz solo para él.
El de ojos grises se despojó de su playera, dejando ver todos sus tatuajes y las cicatrices. Tomó el inicio de la tela y le quitó la prenda a su gran amor. Continuó los besos por sus hombros hasta tomarlo de los muslos y pararse para llevarlo a la recámara. El cuarto tenía la cama rodeada de cajas que aún no habían desempacado, así que Alex tuvo que poner mucha atención por donde caminaba, haciendo imposible que los besos siguiesen. Depositó a su hombre en la cama y besó su abdomen mientras acariciaba cada centímetro de su piel.
Roberto sonrió agitado, se sentó un poco para tomar su rostro y lo besó profundo, con ansias.
—Hazme lo que quieras —susurró, juntando sus frentes.
El peliplatinado asintió con los ojos cerrados y le regresó un último beso para quitar lo restante de la ropa, dejando a ambos completamente desnudos. Deseaba hacer muy feliz a su hombre, así que tomó su miembro mientras lo besaba con amor.
Roberto se dio la vuelta, quedando arriba del mayor.
—No sabes lo mucho que te extrañé —dijo lamiendo su pecho, bajando sin dejar de mirarlo.
Alex jadeó un poco, viéndolo con una gran sonrisa, olvidándose del resto del mundo.
Besó sus abdominales marcados, acariciando los tatuajes de su pecho, hasta que tomó el miembro de Alex y lo llevó a sus labios.
El platinado dio un suave gemido, apretando la almohada con fuerza, sintiendo la humedad y la presión que Roberto ejercía.
—Anda, es tuyo. —Sonrió jadeante, tomando su miembro y dándole unos pequeños golpecitos en la lengua.
Emocionado como niño en dulcería, se llevó todo a la boca, moviéndose cada vez más rápido, emitiendo gemidos ahogados.
El de ojos grises, ante la emoción, comenzó a mover la cadera, haciendo que entrara por completo.
—Anda. —Tomó su cabello de oro, aumentando aún más el ritmo.
Roberto sintió su garganta llena y comenzó a masturbarse con fuerza, mientras se ayudaba con la lengua y el paladar para darle placer al peliplatinado.
Casi a nada de terminar, Alexander lo tomó de la mandíbula y lo guio hasta sus labios para besarlo y darse la vuelta, quedando sobre el de cabello de oro. Entrelazó una de sus manos y con la otra tomó su ser para sentarse lentamente sobre él, dando un rugido feroz de placer. Era la primera vez que Alex se dejaría hacer por su hombre.
Roberto gimió alto, cerrando los ojos con fuerza. Se sentía simplemente exquisito al ser estrangulado por el interior de su amado. Sujetó la cintura del hombre y comenzó a marcar el ritmo mientras susurraba mil obscenidades.
El de piercings puso sus grandes manos en el pecho del menor mientras jadeaba. Se movía de una forma hipnotizante, como si quisiese imitar la danza árabe.
Gimiendo a todo pulmón, Roberto echó la cabeza hacia atrás y clavó las uñas en la cadera del otro.
Alex tomó una de sus manos y la puso sobre su abdomen marcado.
—Quiero que me disfrutes, quiero que me sientas como si el mundo fuese a terminar mañana —jadeó mientras jugaba con su cabello platinado. —Soy tuyo, hazme lo que desees.
Se intentó sentar un poco y lo sujetó por el cuello. Alex era mucho más grande que él, así que solo podía besar su pecho, morder sus pezones y lamer sus clavículas. Le dio una fuerte y sonora nalgada para apretar ese trasero digno de un dios griego.
Alexander gimió mirándolo coqueto.
—¿Eso es todo lo que tienes? —Levantó una ceja, retándolo.
Roberto lo ignoró, moviendo las caderas bajo su peso. Le empujó, dejándolo escurrido en la cama y se acomodó de rodillas para poner los tobillos del mayor en sus hombros, haciendo que pudiera penetrarlo de una manera más profunda.
El de barba gimió con los ojos cerrados, dejándose hacer y dejándose tomar por el placer y amor absoluto.
El de ojos azules le mordió suave por encima de los tobillos, subiendo el ritmo y aumentando la fuerza de su agarre y las estocadas. Salió y arrastro a su hombre de las piernas a la orilla de la cama, pegando sus pantorrillas y pegando sus rodillas contra su pecho. Entró de nuevo de manera brusca sin dejar de ver las mejillas sonrojadas del otro.
Alex gimió fuerte. El chico podía ser pequeño de estatura, pero de tamaño...
—¡Ahhh! ¡Roberto! —Apretó fuerte la mandíbula, aferrando a la colcha a tal nivel, que las venas en sus brazos se marcaron.
Sus estocadas se hicieron fuertes y rápidas, empujando al platinado. Gruñía ronco de manera gutural, sonriente. Le dio la vuelta al hombre, pegó su rostro a la cama y levantó su cadera. Ya estaba lleno de sudor, tanto que las gotas caían en la espalda blanca, llena de tatuajes.
Un recuerdo vino a la mente de Alex por unos segundos; "Oye... pero no es cuánto aprieta, es 'cómo lo aprieta'...". Rio bajo y eso hizo.
El rubio sonrió con picardía.
—Veo que aprendiste bien. —Le lamió la espalda, dándole pequeñas mordidas y le tiró del cabello mientras gritaba el nombre de su hombre. Sin duda, la fuerza que Alex ejerció hizo que Roberto se volviera loco.
Alexander, al sentir el jalón, no se pudo contener más y terminó manchando toda la cama. Jadeó exhausto y continuó moviendo el trasero.
Tiró más fuerte de su cabello como si fuesen riendas y moviéndose con fuerza alcanzó el clímax, llenando el interior del platinado con su hirviente semilla. Salió manchando el trasero del hombre. Estaba sorprendido de haber aguantado tanto.
Alex cayó rendido, jadeando.
—Eres increíble y... creo que me rompí algo. —Rio con dolor.
Roberto cayó medio muerto boca abajo. Buscaba aire extremadamente agitado y bañado en sudor.
—Bi-bienvenido al club de que te cruje todo.
Alex se dio la vuelta para ver el techo, haciendo que su cadera tronara.
—Ah... —gimió aliviado—. Ahí está. ¡Hey...! ¿T-te gustó? —Le sonrió, volteándolo a ver.
El rubio rio rendido.
—Me encantó. Se ve que aprendiste de mis técnicas. —Le guiñó el ojo y, con muchísimo esfuerzo, se dio la vuelta para quedar boca arriba. —¿Cómo cuánto pesas?
—Como unos... 80 kg aproximadamente... ¿Por?
—Por nada. —Movió los hombros, haciendo que estos crujan peor que pan duro—. ¡Auchi!
Alex rio.
—Lo siento; ya no te vuelvo a romper... o mínimo, no así.
El menor negó sonriente y débil.
—Tú puedes romperme todo lo que quieras. —Le dio un beso tierno y acarició sus labios.
—Te amo ¿sabes? Te amo como jamás he amado a nadie. El incidente en el hospital... me hizo pensar que tengo tanto que decirte, que deseo hacer tantas cosas a tu lado... Te amo y jamás me cansaría de decírtelo, pero mucho menos de demostrártelo.
Roberto sonrió.
—No sabes el susto que me llevé de verte ahí... no quería perderte, porque me has cambiado y me has hecho más fuerte. Lo que dijiste hace rato... He aprendido a amar tus demonios y me has hecho dejar de sufrir por los míos, porque cuando estoy contigo, ya no temo por mi vida, ya no temo por los golpes. —Acarició su espalda—. ¿Algún día me contarás de las cicatrices en tu espalda? —La alarma sonó—. ¡Hora de las drogas! Tendremos que dejar esa historia para otra ocasión. —Se paró y se estiró para ponerse los bóxers y peinarse un poco. Salió a la mesa vieja, tomó la bolsa para sacar la pastilla de Alex y guardó lo demás para evitar cualquier riesgo. Regresó con un vaso lleno de agua. —Listo. Tómate esto. —Le entregó el vaso y la tableta.
—¿Quién diría que los mismos doctores me pedirían que me drogue? —Rio y se pasó la pastilla, mostrándole a Roberto la lengua para asegurar que se la había tragado.
Arrugó la nariz y lo observó con una mirada homicida.
—Ni me recuerdes que me emputo.
—¡Hey! Tranquilo viejo. —Se recostó lleno de sudor—. Este lugar es raro, primero un frío fuerte y después un calor del infierno. —Se limpió.
—Sí. ¿Quieres bañarte? —Se encaminó a la ducha, cojeando—. Ugh, me dio un calambre.
—No, no tengo ganas de bañarme a las tres de la mañana. Mejor cuando desp... —Se quedó dormido a media palabra.
Roberto asintió y se fue al baño para prender la regadera que sacaba agua hirviendo.
—¡Maldita ducha que no se deja templar!
Un golpe fuerte se escuchó, haciendo que el platinado se despertara.
—¡¿Estás bien, mi amor?! —gritó adormilado.
—¡Sí, solo se me cayó el shampoo! ¡Duerme, en dos horas me voy a trabajar! —gritó desde adentro del baño.
Alexander se acomodó de nuevo e intentó con ciliar el sueño, pero sintió algo bastante reconocible y no era lo más agradable del mundo: un cañón frío sobre su sien.
—Párate y camina —le susurró una voz masculina, difícil de no distinguir.
—¿O-Owen? ¿Cómo mierdas encontraste mi ca...?
—¡Cállate o no saldrás vivo de aquí! —susurró el hombre a sus espaldas—. Párate y camina con las manos en alto hacia la puerta.
Alexander hizo caso y lentamente caminó a la salida, con esperanza de que el hombre no escuchara que Roberto estaba en el baño.
—Creo que no deberías estar aq... —Se escuchó un disparo.
Roberto escuchó el ruido.
—¡¿Alex?! ¿Qué fue ese ruido? ¡¿Estás bien?! —gritó desde adentro del baño, y al no obtener respuesta salió envuelto en la toalla. Entró al cuarto y no vio al chico en la cama. —¿Alex? —Fue a la sala y vio al peliplatinado bañado en sangre. —¡¿Alexander?! —Vio al de cabello corto y comenzó a temblar—. ¿O-Owen? ¡Ma-maldito hijo de perra!
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