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21.- Un último latido

La línea estaba completamente plana. Los doctores corrían, preparando el desfibrilador.

Alexander se debatía entre la vida y la muerte; veía su vida pasar en un instante. El chico sonreía completamente calmado, sabía que ya no tendría que preocuparse más por nada. Sus dolores se curaban lentamente. Abrió los ojos y vio a su pequeño Storm correr hacia él. Cayó al suelo y comenzó a reír como loco, siendo llenado de lamidas, hasta que vio al rubio aproximarse. Se levantó lentamente y metió las manos en sus bolsillos, observando el hermoso atardecer que iluminaba los ojos azules de su amado. 

—Hola —susurró y lo besó suavemente.

—Alex... —dijo el menor con la voz cortada—. Necesito que despiertes. No me puedes dejar solo... no aquí, no así, no ahora...

—Pero... —El peliplatinado miró a los lados—. ¿No lo ves? ¿No sientes la calma? No hay nada más, todo está completamente tranquilo... Solo tú y yo... por fin. —Sonreía de verdad, sin fingir ni un solo momento.

Roberto gritaba como loco en el pasillo.

 —¡Alex! ¡Sálvenlo! Por favor, no pueden permitir que se me vaya. ¡Alex, despierta! —Lloraba desconsolado mientras era detenido por varias enfermeras; hasta que cayó de rodillas. —No puedo perderlo —susurró dolido y furioso. Estaba decepcionado por como Alexander había traicionado la confianza mutua. Intentó calmarse unos minutos después y les llamó a todos sus amigos. —Chicos... Alex sí se drogaba... de nuevo... No —sollozó—, no era maría. Chicos... Alex se me va a morir. —Rompió en un llanto desgarrador nuevamente.

El peliplatinado se dio la vuelta y vio a sus padres. 

—Perdónenme...

—Está bien, hijo, te amamos y estamos orgullosos de todo lo bueno que has logrado —dijo su madre con una sonrisa.

—Así es, hijo. Perdóname por todo lo que te he hecho. —Su padre sonrió y le dio una palmada en el hombro—. ¿Vamos a pintar juntos?

El peliplatinado volteó a ver a Roberto e hizo una mueca y volvió la vista a sus progenitores. 

—¿Por qué están siendo tan buenos conmigo?

—Oh, Alex ¿No lo ves? Aquí están todos tus más grandes deseos —le contestó Alexandra.

Daniel llegó corriendo como loco, jadeando y lleno de sudor.

—¡Alex! He-Hemos ganado. —Sonrió feliz y le entregó su traje de esgrima con su espada. —Es hora de que hagáis justicia. La esperanza prevalecerá en vosotros.

Los ojos de Alexander se llenaron de lágrimas y volteó a ver a Roberto. 

—Lo siento, no puedo dejarlo solo; suficiente daño le he hecho. Él es mi verdadera felicidad.

Daniel y Magaly llegaron apresurados al hospital, estaban asustados y angustiados. Vieron a lo lejos a Roberto, quien estaba en la sala de espera, ensangrentado y con las heridas abiertas de todo lo que tuvo que pelear para obtener información. Le zumbaban los oídos y aun así se había negado a que lo ayudasen; primero quería saber que Alex estaba bien.

El cuerpo de Alexander resistía demasiado por el pasado; si no fuese por eso, ya estaría tres metros bajo tierra desde hace mucho.

El doctor volvió horas después.

—¿Familiares de Alex...? ¿Alexander Quintana Bossieu? —dijo bastante serio.

Todos se levantaron. 

—Somos sus amigos —corearon los muchachos.

El hombre asintió. 

—Logramos estabilizarlo y ya está un poco más tranquilo. Solo una persona podrá pasar y es importante que no lo alteren. ¿Hay algún familiar?

Roberto negó. 

—No, pero yo soy su novio. —Estaba por ir, pero Magaly lo detuvo.

—Yo iré, doctor. —Ella estaba mucho más serena y tal vez Alex no se pondría tan nervioso al verla.

El rubio aceptó a regañadientes y se fue por el pasillo, viendo entrar una camilla a toda velocidad, en la que llevaban a Owen a cirugía. Uno de los vecinos le había llamado a una ambulancia cuando vio al chico tirado afuera de su departamento, buscando ayuda. 

—¡Puto! —susurró furioso y siguió caminando como si nada.

Alexander estaba temblando y sudando con los párpados rojos por la falta de droga.

Magaly entró y se acercó a la camilla, aguantando el llanto. 

—Hola, precioso —susurró.

Alex abrió un poco los ojos y la miró con una sonrisa débil. 

—Hola, pequeña... ¿Qué haces aquí? ¿Cómo estás? —Volvió a cerrar los ojos.

—Bien, veo que el que anda en la mierda es otro. —Le acarició el cabello despeinado.

—Claramente no soy yo. Yo estoy mejor que nunca, en mi paraíso personal. —Rio medio adormilado.

Ella suspiró triste. 

—Me alegra, porque la fiera que está en el pasillo se encuentra en el infierno.

Alex abrió los ojos de nuevo con una mirada triste. 

—Lo escuché... No merezco a alguien tan bueno como él.

La de azabache rio suave. 

—Me preocupa tu definición de bueno... En realidad, me preocupa todo de ti en este momento.

—Estoy bien, no te preocupes. Salgo de aquí y listo, como nuevo. —Temblaba sin siquiera darse cuenta de lo mal que estaba; de lo bajo que había caído. —Mis padres no se pueden enterar de esto.

Ella asintió y lo abrazó para calmarle el temblor.

—Eso tenlo por seguro; Roberto los detesta y ni loco les hablará.

Alex suspiró, intentando no quebrarse. 

—No sé cómo volví... No sé en que momento, pero estaba en un lugar tan hermoso... Veía a mis padres orgullosos de mí, habíamos ganado las competencias de esgrima, estaban todos mis amigos... todo era tan... tranquilo...

—¿Ah sí? —Ella lo escuchó con atención. —Solo sé que debes mejorar pronto. Eres el único que aplaca a ese perro rubio rabioso; ya hasta Aurelio está haciendo su outfit para cuando lo enjuicien por masacre.

—¿Una masacre? ¿de qué hablas? —dijo Alex abriendo grande los ojos.

—Oh, ¿Por qué crees que tu hombre no está aquí? —Señaló su ropa doblada en la mesita, salpicada de sangre.

—Oh mierda... oh mierda... —Negó nervioso y su pulso se aceleró—. ¿En dónde está?

Magaly rio. 

—Tranquilo, él está bien. —Lo recostó y lo trató de calmar.

—No se lo pueden llevar. Necesito salir de aquí —dijo más nervioso, intentando arrancarse el suero y las gomitas de su pecho. —Dile que venga.

Ella asintió. 

—Sí, está bien, pero quédate aquí quieto... Si te ve así, él mismo te remata. —Salió lentamente y corrió con los muchachos. —¡Quiere verlo!

James intentaba llamarle a Roberto, pero no contestaba el teléfono.

El rubio estaba en el apartamento empacando las cosas de Alex y viendo nervioso su celular, debatía en su mente si llamar a su suegro o no. Sus heridas no le importaban en lo absoluto, no podía pensar en nada más.

Alexander comenzó a llorar desconsolado, intentando recordar cómo había llegado a ese lugar. Hablaba solo en voz alta con la vista perdida en el techo. 

—Todo comenzó con ese mareo en la cafetería... el primer día que le hablé a Owen... cuando compré mi galleta... —Mordió sus labios. Realmente le costaba trabajo recordar las cosas. —El segundo fue... cuando él estaba en la librería... mierda... ¡El polvo en los libros...! ¡Maldito Owen de mierda! —Comenzó a golpear su cabeza, furioso—. ¡ERES UN PENDEJO, ALEXANDER! ¡¿Cómo pudiste no notarlo?!

Magaly y Daniel salieron de camino al apartamento de Alex. Ella abrió la puerta con su copia de las llaves y se encontró un caos, con el perro llorando frente a la puerta del baño. 

—¿Bob? —llamó a la puerta mientras el agua se escuchaba caer y al rubio llorar suavemente.

El peliplatinado comenzó a alterarse mientras miraba a los lados como si estuviese loco. 

—¿Qué mierda querías de mí? —Pensó en el momento que se estaba viajando y en cómo quería violarlo. —¡HIJO DE PERRA LO LOGRASTE...! —Comenzó a golpear la cama furioso y su ritmo cardiaco se elevó. Los doctores entraron corriendo y lo volvieron a drogar, pero en una dosis más pequeña. Le irían quitando las drogas de manera paulatina para que no tuviera colapsos.

Magaly tuvo que quitar totalmente el suministro de agua para que Roberto saliera del baño.

El rubio salió vestido y con su mirada indiferente habitual; estaba recobrando esa armadura de hostilidad. Siempre que abría su corazón, terminaba mal.

—Hola ¿Puedes llevarle su ropa? Pidió verte —le dijo la de azabache, preocupada.

Alex miraba a Roberto en su viaje. Sonreía más tranquilo; casi parecía estar soñando despierto. 

—Hola, mi amor. —Rio lleno de sudor—. No, no vayas, no. —Negaba con la mano levantada como si quisiese atraparlo.

Owen estaba atontado en la cama en otro piso, vendado cual momia. Había decidido no demandar, pero sí juró que se vengaría del par de la peor forma posible. Y, por suerte o no, pudieron pegarle la lengua de nuevo.

Magaly llevaba prácticamente a rastras a Roberto al hospital. El chico estaba callado como estatua. La mujer aventó a hombre dentro del cuarto de Alex y cerró de nuevo la puerta para no dejarlo salir. El de ojos azules se acercó lentamente a la cama. 

—Hola, señor Quintana.

—¡Roberto, mi amor! —Una gran sonrisa se pintó en el rostro de Alexander, quien ya estaba fuera del viaje.

El rubio lo observó fijamente y tomó asiento para cruzarse de brazos con una expresión bastante seria. 

— ¿Ya me vas a decir la verdad? ¿Hmmmm?

El peliplatinado suspiró. 

—Caí en cuenta... ¿Recuerdas el día que fui a la cafetería por las bebidas? Cuando fui a comprar todo, me encontré a Owen y estoy seguro de que él me puso la droga cerca porque volví mareado y no entendía la razón, ¿lo recuerdas? No estaba mintiendo, no me estaba drogando, al inicio él lo hizo en secreto, estoy seguro. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Cuando fui a trabajar a la librería él entró y más tarde estaba sobre la moto perdido... te dije que no me drogaba, fue cuando me llevaste al hospital.

Roberto asintió con el ceño fruncido. 

—¿Y las últimas semanas? ¿Te drogabas por obra y gracia del Espíritu Santo? —dijo suavemente, conteniendo las ganas de saltarle al cuello.

—Yo... la necesitaba. La droga ya estaba en mi sistema y... con esas dos veces fue suficiente para volver a necesitarla, para hacerme adicto de nuevo. —Limpió una lágrima—. Me sentía tan miserable... por todo, la esgrima... mis padres... Sé que esto no lo justifica, pero estaba completamente roto. —Se cubrió el rostro—. No pude parar y me gasté todo el dinero.

—Dime... ¿Qué hiciste todas esas semanas? Porque los demás "camellos" me dijeron que andabas muy pegadito a Owen. —Apretó los puños hasta que se marcaron las venas en sus brazos. Ladeó la cabeza y lo observó con una mirada homicida. —¿Qué pasó con eso de que confiabas en mí y podíamos hablar de nuestros sentimientos? —Se levantó furioso y lo señaló—. ¡Las relaciones se basan en la puta confianza, Alexander!

—No pasó algo, no accedí a algo con él... hasta el último día... se aprovechó que estaba drogado, yo no lo acepté... —Negó—. Te dije que no era perfecto. Solo soy una mierda. No merezco a alguien como tú...

El rubio se sentó y se cubrió el rostro. Duró un largo rato así, en completo silencio, mientras escuchaba al platinado sollozar. 

—Alexander, tú me sacaste de la mierda, tú me hiciste el que soy el día de hoy... Ahora es mi turno de sacarte a ti de la mierda. —Levanto la mirada, estaba llorando en silencio como siempre lo hacía antes de conocer a Alex.

El de barba lo miró intentando alcanzar aire. 

—Puedes golpearme; sé que quieres, ya no importa —dijo con la voz completamente rota y lúgubre—. En verdad no te mereces esto. Te fallé, no pude repararte; solo te destrocé más. —Suspiró y cerró los ojos.

Roberto se levantó y estiró las manos como si fuese a estrangularlo. Se detuvo en seco y volvió a la silla; en verdad estaba intentando controlar sus instintos asesinos.

 —Agradece que me tienes enculado, en serio no sabes las ganas que tengo de aplicarte todas las que me aplicaron. —Se cruzó de brazos—. Vamos a trabajar en esto. No lo veo tan mal.

Alex dio un suspiro, temblando de nuevo como si estuviese en medio del Himalaya. 

—No quiero arrastrarte a esta mierda, sé por lo que has pasado muchas veces...

—Viejo, vivo en la mierda; un poco de estrés no es nada... Si supieras mi pasado ni siquiera me hablarías. —Se levantó y se acercó para sujetarlo del mentón con tanta fuerza y rabia ciega, que lo lastimó—. Vamos a sobrevivir te guste o no, perra —susurró entre dientes, apretando su mandíbula furioso.

El peliplatinado lo miró de reojo un poco asustado, aceptando que lo lastimara. 

—Creo que romperme la nariz te calmaría un poco. —Sonrió nervioso y cerró los ojos, esperando el primer golpe.

Roberto le dio un beso suave en la frente. 

—Esto es por sobrevivir, y... —Le dio una cachetada que le dejó la mejilla roja y la mano marcada—. Eso es por ser un pendejo de mierda. —Sonrió y se puso a desempacar las cosas que había llevado del departamento.

Alexander se quedó mirando el techo, estaba realmente confundido. 

—¿Le dijiste a mis padres lo que pasó?

—Nah, ellos me cagan. —Rodó los ojos y siguió acomodando—. Tu papá definitivamente preguntaría a mis padres y bueno... no pienso regresar a Vietnam. —Le dio un zape—. Soy borracho, no imbécil.

El peliplatinado asintió callado y comenzó a sudar. Las piernas le temblaban y apretando los puños intentó contenerse, dando algunos jadeos.

Roberto fue y le ajustó las correas que los doctores le pusieron en la cama. 

—Esta mierda te corta la circulación, no sé si te inyectaste algo, pero esa porquería se te queda entre los músculos y, cada vez que te mueves, se liberan pequeñas dosis de la droga. Llevé a Storm con Carlos y fui a presentar tu carta de renuncia a la librería así que... piensa que ahora estás en vacaciones. —Le sonrió ilusamente.

—Necesito trabajar, tengo que pagar el hospital —dijo Alex, jadeante.

—No necesariamente. Tienes seguro. Obvio, yo te pago los medicamentos y ya encontré tus ahorros. —Lo vio y se partió de risa—. ¿En serio la clave de tu cuenta bancaria la anotaste en la placa del perro?

—Era el único lugar en donde no lo iba a olvidar y creo que el menos obvio para los ladrones. Además, Storm la cuidaría mejor que nadie. —Le sonrió—. Lamento... decepcionarte; a ti, a mis amigos... a los de la esgrima, a mi familia... a todos. Lo siento.

—No te preocupes, cuando vives tan decepcionado cómo yo... esto no es nada. —Le besó la mejilla—. Al menos no estás colgando del techo. —Le guiñó el ojo y terminó de organizar. —Bueno, creo que ya no puedo darme el lujo de ser ama de casa —bromeó antes de despedirse—. Voy por maga. Vendré mañana, tengo mucho que hacer.

—Bien, nos vemos. —Suspiró mientras hablaba consigo mismo en su mente, cuando vio a la chica entrar.

Ella lo cuidó toda la noche.

[...]

Al día siguiente, Roberto ya estaba llevando una solicitud para que Alex aplazara ese semestre. Él mejor que nadie, sabía que la rehabilitación le quitará demasiado tiempo. Unas horas después regresó al hospital. 

—Hola, Daniel ¿Cómo está Maga?

El chico abrió los ojos, estaba dormitando. 

—Hmm... creo que bien —dijo adormilado, dando un gran bostezo—. Está en el cuarto con Alex.

—Bien. —Traía una carpeta llena de papeleo—. Pasaré antes de ir a hacer unas vueltas. —Subió al cuarto y entró de golpe—. ¡Alejandro Quintanilla es solicitado en pendejos anónimos!

Alex se despertó de golpe ante el ruido de la puerta. 

— ¡¿Qué pasa?! —jadeó y se sentó asustado—. Ustedes me darán otro infarto. —Se recostó de nuevo.

El rubio se sentó en la cama y le revolvió el cabello. 

—Te traje los papeles de la universidad. Solo con las inasistencias acumuladas, tendrías el semestre reprobado, así que ya pedí que te dejen en pausa y puedas meter materias hasta que te recuperes.

—Oh, mierda —dijo serio, sin sentimiento, como si la universidad ya no existiese—. ¿Tienes un cigarro?

—Nada de cigarrillos; además de estar prohibido en el hospital, me advirtieron que podría explotar una bala de oxígeno si te pones a prender esas cosas aquí. —Le dio una caja de dulces—. Mira, para que te distraigas.

—Gracias. —La tomó y la abrió desesperado, metiéndose todos a la boca. Dio dos mordidas y se los tragó por completo.

Roberto le quitó la caja. 

—Puta vida. Se me olvida que rellenas tus vacíos con comida. —Sonrió avergonzado—. No digo nada, yo lo hago con licor y matemáticas. —Sacó otra cajita de su bolsillo—. Di "Aaaaa"

Alex abrió la boca grande cual lobo y cuando dejó todos los dulces, dio un mordisco tan fuerte que casi le arranca la caja. 

—Y con drogas también, porque también te la vives drogado.

—Oye, yo no soy el que está amarrado a una puta cama de hospital. —Rio y le sacó la lengua, entregándole los papeles de la universidad—. Además, María y yo nos entenderemos de maravilla.

—Oye, lo dice el que terminó con un desfibrilador a los dieciséis. —El platinado le sonrió sarcástico y comenzó a firmar todo—. Debes dejar la María si tú quieres que yo deje la Santa.

El rubio lo miró indignado. 

—Hasta en cama sabes cómo hacerme sufrir.

—En la cama es en donde mejor sé hacerte sufrir. —Lo miró de reojo, coqueto y le regresó los papeles—. Cero drogas en la casa de ahora en adelante.

Su hombre asintió y suspiró. 

—De todos modos, debemos mudarnos a una zona más barata... Mi sueldo no puede costear un lugar tan refinado. —Guardó los papeles ya firmados.

Alexander negó.

—Venderé el equipo de esgrima y conseguiré un trabajo.

—Nada de eso, ya lo empeñé para pagar el hospital. En cuanto se pueda lo sacaré. —Se levantó y arropó a Magaly, quien dormía profundamente.

—¡¿De verdad lo empeñaste?! —Arrugó la nariz—. Viejo... ese traje cuesta más que mi propia vida. ¿Cuánto te dieron por él?

El rubio se cruzó de brazos. 

—Lo que me costó salvar tu pendeja vida. —Le mostró la escandalosa cuenta del hospital que llevaba hasta el momento.

Alexander abrió grande los ojos.

—M I E R D A. —Pasó grueso—. Venderé la moto...

—Demasiado tarde, ya vendí mi amado Impala.

—No, no, no, no, dime qué no hiciste eso. —Se pegó en la frente—. Dijiste que sería con tu sueldo.

—Mi sueldo solo alcanza para mantenernos y con lo básico; tuve que hacerlo... Y el perro se lo di a Carlos para que no muera de hambre —explicó sentándose a los pies de la cama.

—No puedo creer que hagas estas mierdas por un pendejo. —Ahora se sentía peor de culpable.

—Alexander... Caminé dos días en una carretera con un hippie y eso que solo era mi crush. —Sonrió tierno—. La vida es un riesgo, y más para los que no tenemos cuna de oro.

—Pero era TU Impala... Esa joya va contigo y con nadie más. —Suspiró y se metió en su celular.

Roberto le quitó el aparato. 

—Nada de llamar a tus padres.

—No los llamaré, no soy tan pendejo. —Lo volvió a tomar.

El rubio negó furioso y le quitó la batería. Se paró y despertó a la chica. 

—Maga, ve con Daniel. Yo me quedaré de ahora en adelante.

La chica asintió adormilada y se paró para darle un beso en la frente a Alex. 

—Nos vemos mi niño. —Le sonrió acariciándole el cabello—. Cualquier cosa nos llamas. —Se despidió de Roberto y se fue.

El rubio se sentó junto a la cama y leyó las indicaciones del doctor. 

—Mierda. Carlos sí le entiende a estas cosas.

—¿De qué hablas? —El de ojos grises ladeó la cabeza.

Roberto le mostró el tratamiento. 

—Él estudió medicina.

—Oh, cierto. —Se movió incómodo—. ¿Me desamarras? Tengo que ir al baño.

El chico asintió, se paró para ponerle seguro a la puerta y desamarrarle las correas al hombre.

Alex se levantó algo adolorido de estar tanto tiempo acostado y fue al baño, cerrando la puerta. Se echó un poco de agua en la cara y cuando salió, vio la comida que le había pasado a dejar la enfermera. 

—¡Alimento! —gritó cual espartano y se abalanzó al plato para tragarse todo. Ni siquiera le dio tiempo a la enfermera de salir del cuarto.

Roberto le quitó los platos vacíos y los cubiertos. 

—¡No te los comas, perro malo!

Alex lo miró unos segundos en completo silencio y se dejó caer para empezar a hacer lagartijas como loco.

Su hombre lo agarró cual costal y lo aventó a la cama para amarrarlo. 

—¡El doctor dijo R E P O S O, no buscarse otro infarto!

El peliplatinado lo miró asustado ante sus arranques de ira. 

—¡O-o-o... Okey...!

El rubio asintió, lo arropó y se sentó a leerle en voz alta un libro en su teléfono sobre la ingeniería de Roma.

Alex comenzó a reír viendo el techo. Ante tanto movimiento muscular, se comenzó a dar un buen viaje con el libro.

Leyendo muy metido, el de ojos azules sacó sus lentes de lectura algo chuecos y comenzó a leer en voz alta todos sus libros pendientes que siempre leía en casa de sus padres escondido en el sótano. 

—Y así es como en la edad oscura los pueblos de Creta recuperaron las forjas de bronce...

El platinado ya había pasado la droga. 

—¿Me lees otro? —Lo miró tierno.

Roberto lo observó unos segundos, recordando como todos sus ex y sus padres lo callaban diciendo que los libros no servían. 

—Espera, es que tengo muchos que solo son de cálculo avanzado. —Buscó y encontró uno de fantasmas. —Bien... El demonio avanzaba por la cornisa...

Alex se quedó dormido, completamente en paz, cuando entró el doctor para explicar todo el tratamiento y de lo dura que sería para Alexander la rehabilitación.

Roberto asintió y se cruzó de brazos. 

—¿Qué consecuencias tendrá en su salud?

—No sabemos qué tan mal está. No sabremos si necesitará la droga de por vida. Hay algunos pacientes que se hacen completamente dependientes y se les tiene que administrar dosis muy pequeñas, como las pastillas psiquiátricas. Le haremos unos estudios para ver sus niveles y le haremos unas pruebas psicológicas.

—Oh... ¿Eso afectará su posibilidad de practicar deportes? Ya sabe... esgrima y cosas de esas. —Roberto escuchaba con el corazón roto.

—No, son dosis muy pequeñas, casi imperceptibles, pero eso lo mantendrá tranquilo. El problema es que él sea lo suficientemente responsable para no excederse; en cualquier descuido puede recaer.

El rubio asintió y vio dormir al platinado. Sintió como el peso de la responsabilidad le quebraba la espalda. Roberto era la persona más descuidada, desorganizada y problemática del mundo. 

—Bien... puedo pedirle a su mejor amiga que se la administre.

[...]

Alex ya estaba haciendo ejercicio a primera hora de la mañana. Ese día lo darían de alta y le dirían si necesitaría la droga de por vida o no; un gran riesgo sin duda.

Roberto lo jaló de la pierna, intentándolo arrastrar hasta la cama. 

—¡Vamos que me van a regañar!

—Nadie te va a regañar, ya puedo ejercitarme. —Le enseñó la receta.

—Buenos días. —Entró el doctor con los papeles de los estudios y la respuesta.

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