18.- Miedo
La espada estuvo a milímetros de rozar a Alex, haciendo que la gente se quedara sin aliento. El hombre le dio le dio cuatro golpes al enemigo y en el último segundo, el contrincante le dio justo cuando el timbre sonó. Se quitó la máscara en shock, viendo al chico frente a él.
Roberto chilló asustado cuando tocaron a Alex. Se tapó los ojos mientras Daniel le ofrecía agua, impactado.
Todos los jueces se fueron a revisar las cámaras y el lugar se inundó de un silencio profundo. Desengancharon al hombre y él caminó hacia las bancas con la mirada perdida, lleno de sudor y jadeante, sin poder creer lo que había sucedido.
—Pe-perdónenme —le dijo el platinado con la voz cortada a su equipo, sin volver a la tierra; estaba completamente perdido.
En cuanto Alex se sentó, Roberto corrió a él y lo abrazó, desamarrándose el pañuelo que siempre llevaba en el brazo para limpiarle el sudor.
—No te preocupes, van a revisar la grabación. Yo sé que ganaste. —Lo abrazó, quedando aún más pequeño ante el uniforme.
Los jueces salieron y se pararon al centro con una carta firmada que anunciaba el equipo triunfador tras la minuciosa revisión del video.
—Y el ganador de la vigesimotercera competencia de esgrimistas es... ¡Delfines marinos!
Algo crujió en el interior de Alexander, dejando caer su careta y su espada. Tantos años de práctica se habían desvanecido en un solo segundo.
Los chicos del equipo tuvieron que detener a Roberto, quien estaba rojo de rabia, gritando.
—¡Están comprados esos malditos hijos de perra!
El entrenador estaba furioso, hablando con los jueces, mientras Magaly intentaba consolar a Daniel, quien, furioso también gritaba.
—¡Están vendidos! ¡No contaron los puntos de Alex!
Tiempo después, con todo y derrota, jalaron al de ojos grises a los vestidores.
—Esos putos estaban comprados y lo sabes, tú estás bien —le dijo Roberto, viendo que Alex seguía en shock, sin hablar.
Lo desvistieron con ayuda de Daniel y le ayudaron a ponerse su ropa mientras todos abuchean a los jueces.
—No os preocupéis, todos saben que has sido el ganador.
Roberto le besó la frente y lo consoló por un rato mientras los demás se cambiaban.
Alexander comenzó a sacar lágrimas en los vestidores. Salió del lugar y entró al cuarto de limpieza, gritando furioso y golpeando las paredes. Se quedó ahí un tiempo mientras todos lo esperaban afuera. Después de un rato salió y se encaminó a su moto, dejando su traje, su espada y a su novio ahí, como si nada más existiese.
El rubio llegó al estacionamiento y lo vio mirando a la nada.
—¿Alex? ¿Quieres hablar de eso? —Lo abrazó preocupado—. Vamos a casa ¿Sí? Ya es tarde.
El hombre lo miró de reojo y se subió a su moto, esperando a su amante sin decir nada. Le dejó tendido el casco para que lo tomara.
[...]
Roberto sentó a Alex en la sala y le dio un beso.
—Entiendo si no quieres hablarme...
—Practiqué para esto toda mi vida... si hubiera ganado, hubiera entrado a los olímpicos y... —Suspiró intentando contener el nudo en su garganta.
El rubio se arrodilló abrazándolo, acariciando su espalda, tratando de consolarlo en silencio.
—Ahora seré un bueno para nada, la esgrima me hubiera dejado dinero y... —Miró sus manos que no paraban de temblar y sus nudillos llenos de sangre por los golpes que había dado anteriormente. —Si tan solo hubiera dado el paso atrás... —Cerró los ojos y los puños—. Si tan solo...
Roberto tomó su rostro entre sus manos.
—Mírame. Tú no hiciste nada mal... Hasta yo, que soy un ignorante en ese deporte, vi a kilómetros que eso estaba arreglado. Tú lo hiciste perfecto y no eres un inútil, lo sabes. —Lo abrazó de nuevo y le susurró—. No lo eres.
—Tal vez hayan estado arreglados, pero ahora las puertas para los olímpicos están cerradas. —Suspiró, pasó grueso, le sonrió y se intentó quitar. —¿Quieres cenar algo? —dijo con un tono alegre.
Roberto lo abrazó con fuerza.
—No tengo hambre, tengo rabia... mucha. —Lo aplastó entre sus brazos, asustado de ver ese cambio repentino de actitud.
—Bueno... pues yo tengo demasiada hambre... así que necesito que te quites. —Lo tomó de la cabeza para separarlo y fue a la cocina.
El rubio fue detrás de él, vigilando que no se hiciera daño. Lo abrazó de nuevo por la cintura, pegando el rostro a su espalda.
—Yo cocino... ¿Quieres que te prepare la tina?
—No. —Alexander sacó todo del refrigerador, así estuviera crudo y comenzó a comer. Se movía arrastrando al chico como si nada, de un lado al otro. Se comió toda la carne cruda, los huevos crudos, todas las verduras y se tomó dos six pack de cerveza de golpe, una tras otra, sin parar. Al final dio un suspiro y se limpió toda la espuma de la birra que le había quedado en los labios.
Le intentó quitar en vano la comida de las manos y preocupado, le decomisó la cerveza.
—No puedes comer eso así, te dará salmonela o toxoplasmosis... —Corrió y sacó el frasco de galletas para arrojar toda la María al inodoro. —Estás pasando por una crisis, Alex.
—No es una crisis, solo tengo hambre. —Se fue a hacer ejercicio como loco, sin esperar a que le hiciera la digestión.
Roberto fue detrás de él y le quitó las pesas.
—Ya es la una de la madrugada, duerme y mañana hablamos ¿sí? —Temblaba preocupado, no quería que Alex terminará colgado del techo como su primer amor.
—Tú duerme, yo tengo mucha energía. —Le sonrió y le dio un beso, tomando las pesas de nuevo.
Roberto se sentó en el suelo y lo cuidó toda la noche. Hasta Storm estaba extrañado con la actitud de Alex.
[...]
Alex ya estaba bañado y tenía grandes ojeras por no dormir nada.
—¡Buenos días! —le dijo a su chico, quien roncaba en el suelo.
El rubio se despertó de golpe.
—Buenos días —Miró a su hombre y se levantó para correr a la puerta y cerrar con llave. —Alex, tenemos que hablar. Me preocupa que andes tan raro.
—¿Raro? ¿de qué hablas? —lo miró extrañado.
—Sabes que todo esto no es normal... ¿Quieres hablar de cómo te sientes? —Se sentó frente a la puerta—. Puedes hablarme, si quieres gritar o pegarme y-yo no tengo problema... Solo dime que tienes.
El peliplatinado frunció el ceño, extrañado.
—Jamás te pondría un dedo encima. No tengo nada, al contrario, mañana se estrena la obra para abrir el año escolar, la adelantaron... —Le sonrió y fue a la cocina para servir cereal, lo único que había quedado tras su frenesí nocturno.
Roberto lo siguió, restregándose las manos en el pantalón con nerviosismo.
—Alex... prométeme que vas a estar bien... ¿Sí? —Se sentó y no fue capaz de dar bocado.
—Sí, lo prometo. De verdad... el raro eres tú ¿qué te pasa?
—Alex... te vi ayer en estado zombi como diez horas, ¿crees que no me preocupa tu salud? —Lo miró con ojos llorosos.
—Tranquilo, estoy bien, estoy perfecto ¿Lo ves? —Abrió los brazos poniéndose de pie y dio una vuelta.
El rubio negó y señaló su cabeza y su corazón.
—¿Y cómo estás de ahí? ¿Te vas a dedicar a beber y comer hasta que tenga que llevarte al hospital?
—No, eso solo me pasa después de los entrenamientos de esgrima —le dijo desinteresado, evadiendo las demás preguntas.
El de ojos azules negó y lo abrazó.
—Prométeme que jamás volverás a ponerte como anoche. —Lo miró bastante serio—. O yo mismo te lavaré el estómago.
—No te puedo prometer que no tendré hambre; de verdad no sabes que gasto de energía es ese... pero bueno... —Se alejó—. Iré por mis cosas a casa de Magaly. Vuelvo en un rato.
Roberto tomó su chamarra de mezclilla.
—Voy contigo, ella tiene mi mochila del trabajo.
[...]
—¡Ya llegamos! —El de ojos grises entró y abrazó a sus mejores amigos—. ¿Cómo están?
Daniel estaba lleno de tristeza. Miró a Magaly e hizo una mueca.
—Tratando de superarlo...
El corazón de Alex se rompió un poco más, sabiendo que todo era su culpa, ya que Daniel había tenido uno de los mejores puntajes de la noche.
—Ya veo... vine por mis cosas y Maga... Drake me dijo que te dejó unas cosas para mí...
—Oh sí, espérame. —La chica se fue a su cuarto y regresó con una caja que tenía dibujos, unos collares y unos llaveros.
Roberto estaba sentado fumando en la sala, viendo a la mujer.
—Maga, ¿podemos hablar en la cocina?
La de azabache asintió y fue con él mientras Alex revisaba el contenido de la caja, sentado en el sofá.
Roberto cerró la puerta y la miró, apagando el cigarrillo.
—¿Sabes si Alex se mete drogas duras? Anoche llegó a casa y comió todo crudo —le contó a detalle todo lo sucedido, con preocupación.
Magaly negó.
—Él dejó todo eso y después de los entrenamientos es así... Que coma crudo no es normal, pero que se atragante como un monstruo, sí. A demás, cuando se metía las drogas se alejaba de todos.
—Anda muy raro. —Se sentó rascándose la cabeza—. Duró un buen rato viendo a la nada y después se comió hasta la lata de comida para perros. —La miró con ojos llorosos—. ¿Crees que esté a salvo?
—Hmmmm. —Ella se asomó y vio al peliplatinado que estaba serio en su celular, fumando. Miró de nuevo al rubio y asintió—. Él se guarda todo y no podemos ayudarlo mucho; siempre ha sido así; está acostumbrado a lidiar con todo solo y su padre siempre lo obligaba a poner una sonrisa después de alguna golpiza... Alex es un chico bastante... cerrado. El día que se drogue... —La chica negó recordando el pasado, bajó la mirada al suelo y guardó silencio un momento—, ese día realmente lo sabrás.
Roberto asintió preocupado y le contó todo lo que le pasó con ese ex.
—O sea me aguanto una paliza, pero no creo poder pasar por todo eso de nuevo; no quiero tener que llamar a la policía para que recojan un cadáver... —La abrazó, limpió sus ojos llorosos. Salió para ver al peliplatinado. —¿Cómo vas? ¿Listo para la obra?
Alex levantó la mirada y se paró.
—Solo repasaré los últimos diálogos en el coche. —Miró a Magaly—. Adelantaron la obra así que... supongo que los veré mañana en la noche. —Hizo una mueca y miró a Daniel para abrazarlo fuerte. —Lo siento viejo, hice lo que pude.
—Nos vemos, mi niño de ojos grises —le dijo Magaly dándole un beso en la frente a Alex y los vio partir.
[...]
Roberto conducía mientras Slayer sonaba de fondo.
—¿Y ya viste lo que te envío ricitos de oro del otro lado del charco? —Sonrió viendo la carretera.
—Sí, unas pulseras y llaveros —dijo mientras movía la cabeza al ritmo de la música. —¿Estás listo para pasado mañana?
—Sí, ya tengo mis cuadernos para volver a clases. —El rubio le robó un beso rápido. —Sabes que te amo ¿cierto?
—Sí, lo sé. Tú, ¿lo sabes? —le contestó Alex con una gran sonrisa.
—Lo sé, pero quiero que entiendas que me preocupo y te cuido por eso, porque te amo... Sabes que el amor es incondicional ¿No? Que no importa lo que pase, yo estaré para ti. —Lo miró fijo mientras esperaban en medio del tráfico.
Rio y le sonrió unos segundos.
—Tú estás perdidamente enamorado. —Negó para besarlo—. Yo también lo estoy. —Bajó la ventana—. ¡Amo a Roberto Ramírez! —gritó con medio cuerpo fuera del auto, haciendo que los automovilistas voltearan. —Y... ¡Hey! —Se metió de nuevo—. Tranquilo, no me voy a colgar.
El rubio lo miró sonrojado.
—¡Deja de gritar! —Se botó de la risa—. En serio, sabes que no soy estable y, soy muy malo para andar escondiendo todo lo que sirva para colgarse —dijo con la mirada clavada en el volante.
—Sí, no te preocupes. Magaly y tú, hablan muy alto y... eres muy malo para esconder cualquier cosa.
El de ojos azules rio a carcajadas.
—Por eso es por lo que sigo vivo.
[...]
Pasaron a la tienda de conveniencia y llegaron a casa más tarde.
—¡Storm, traje tu comida en lata! —gritó Alexander cuando cayó cual palo al suelo.
Roberto chilló asustado.
—¡Alex! ¡Te dije que no te comieras la comida de perro y todas esas porquerías crudas! —Se acercó al platinado y escuchó sus ronquidos de oso—. Ah bueno... sigue vivo. —Vio a Storm—. Tú no viste nada...
Storm se acercó al peliplatinado y le gruñó por comerse sus croquetas.
[...]
A la mañana siguiente, el peliplatinado llegó en su moto a la universidad antes que nadie para ensayar solo en el teatro. Había dejado durmiendo a su chico en su casa, quien iría más tarde con todos los amigos.
Roberto despertó notando que Alex ya no estaba. Bajó para revisar que la comida de Storm estaba a salvo y se puso a repasar todo para el concurso de matemáticas; sabía que no iba a ganar, pero un tercer lugar le daría puntos extra en la materia.
Por la tarde, el de ojos azules ya estaba roncando con los libros regados y apestando a marihuana.
Alex se asomaba por el telón viendo el lugar lleno y a todos sus amigos esperando, menos a Roberto.
—No ha llegado —le dijo a Fernanda, preocupado y tomó su celular para llamar a la casa, al celular de su hombre y nada.
—¡Teeeeeeerceraaaaa llamada! ¡Comenzamos!
Alexander salió acompañado de unos amigos, con una actitud arrogante.
—Como gustéis, igual es, que nunca me hago esperar... Aquí está don Juan Tenorio para quien quiera algo de él... Aquí está don Juan Tenorio, y no hay hombre para él. Desde la princesa altiva a la que pesca en ruin barca, no hay hembra a quien no suscriba; y a cualquier empresa abarca, si en oro o valor estriba... Nápoles, no hay lance extraño, no hay escándalo ni engaño en que no me hallara yo. Por donde quiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí —dijo con una voz más grave de lo normal. Las chicas lo miraban llenas de corazones y las de nuevo ingreso se derritieron ante ese rugido tan varonil.
—Podrás haber tenido a todas las mujeres, pero jamás a la más pura y casta; Doña Inés —dijo Don Luis.
—La tendría a mis pies en tres días. —Sonrió con la mano en la cintura.
—Ja, ja, ja, yo en dos.
—¡Apostemos! —Alex miraba de reojo aún vacío el lugar apartado para Roberto.
El rubio llegó a la mitad de la obra. Se sentó mientras miraba el escenario agitado y despeinado. El chico tuvo que saltarse cinco semáforos en rojo para llegar.
Alexander era bastante convincente y Roberto llegó en un momento bastante inoportuno.
—Doña Inés... mi amada Inés. —Se quitó la camisa dejando ver su torso desnudo, subió a la cama acariciando el rostro de la chica y la besó lento hasta que los reflectores se apagaron para cambiar la escenografía. Las luces volvieron y ahora se encontraba en el cementerio.
—Wow, tanta sensualidad la mató —comentó Roberto en voz alta, haciendo que todos lo voltearan a ver feo. —Ash, perdón.
—¡Seguro así te hace en las noches! —gritó un chico de atrás, riendo.
El rubio se giró.
—¡¿Envidia?!
Alex intentó seguir, pero el ruido lo desconcentraba.
Una chica gritó.
—¡Alex será mío, está hermoso!
Roberto fingió estar serio mientras le comenzaba el tic en el ojo y las venas le brotaban de la rabia que se le comenzaba a acumular.
—¡Yo le doy por atrás todas las noches, le encanta gemir a la putita! —gritó el chico al fondo, chocando los cinco con sus amigos.
Roberto se giró y gritó más duro que la música y los actores.
—¡¿Y si mejor te sacas esa polla de la boca para que te oiga mejor?!
Alex escuchó eso y abrió los ojos, perdiendo la concentración en su diálogo. Los chicos le ayudaron a retomar disimuladamente.
—¡¿Y si me la vienes a sacar tú?! ¡No es mi culpa que tu perra se meta en mi cama!
—¡¿Y si te meto el puño por el fundillo para bajarte la calentura?! ¡¿Y si te tiro los putos dientes?! —gritó tan fuerte que todos vieron al rubio con miedo.
El chico se paró furioso con sus amigos.
—¡¿Qué esperas, perra?!
—¡Afuera, ahora mismo, virgen de mierda! —Se paró Roberto y fue a empujarlo, dispuesto a enfrentar a todo el equipo de fútbol americano a puño limpio.
Media escuela se salió del teatro para ver la pelea. Los actores pararon la obra. Alex suspiró fastidiado.
—¿Es en serio esta mierda?
Todos sus compañeros lo miraron furiosos y botaron todo.
—Deberías controlar a tu fiera. Gracias por arruinarnos la obra, Alexito —dijo una de las chicas.
El hombre de uno noventa le dio un puñetazo al rubio, rompiéndole la nariz.
—¡Pedazo de mierda!
—¡Eso dijo tú madre cuando naciste, maldita escoria! —Roberto le saltó cual fiera y le dio una paliza ridículamente rápida. Era pequeño y rápido, por lo que un par de llaves y codazos hicieron que el gran hombre terminara vomitando sangre en el estacionamiento, haciendo que sus amigos corrieran sin pensarlo dos veces.
Todos gritaban emocionados y apoyaban a Roberto. Alexander salió bastante serio ya con su ropa normal y el casco puesto.
Roberto se giró viendo a todos y rugió peor que un vikingo antes de una batalla.
—¡¿Qué ven?! ¡Se están perdiendo la obra!
—La obra terminó —dijo Alex, pasando a su lado, camino a su motocicleta.
Roberto lo vio jadeante y negó.
—Pe-pero faltaba la escena que ensayamos...
—Hubiera pasado si alguien no se hubiera puesto como loco —le dijo el platinado con un tono sombrío.
Negó avergonzado, secando la sangre que escurría, tiñendo su ropa en ese color carmesí.
—Mierda... perdón, en serio. —Abrió el auto donde tenía el ramo de flores que le regalaría al final de la obra. —¿Ahora qué hago con esto?
—No sé, ni siquiera sé por qué llegaste tarde; seguro te estabas drogando, hasta acá me llega el olor a marihuana o mejor dicho... tu "María" —le dijo con desinterés, poniéndose los guantes. Lo miró y se acercó a él para acomodarle la nariz sin avisar, como le habían enseñado en el ejército.
Roberto jadeó adolorido y asintió avergonzado.
—Perdón, me puse a fumar mientras repasaba para las nacionales y perdí el tiempo. —Desamarró su pañuelo del brazo para limpiarse la sangre que caía de su nariz. Precisamente por estas cosas es que jamás salía sin él.
—Sí, como sea. —Alexander se subió a la moto y se fue a casa.
[...]
Roberto entró a la casa como perro regañado y subió en silencio para devolverle las llaves a Alex de la casa.
—Entiendo si me odias... Sé lo importante de esto, pero no soporté que te dijeran esas cosas... —Comenzó a empacar todo.
Alex se limpió rápido las lágrimas en sus mejillas.
—Da igual, todos hablan y todos dicen mierdas —dijo sacando el humo del cigarrillo, viendo el techo—. ¿A dónde vas?
El rubio lo miró confundido.
—Pues no sé, obvio ya no me querrás aquí... Solo te pasan cosas malas o yo lo arruino.
—Deja de decir estupideces, ven acá —le dijo serio, sin ningún sentimiento, como usualmente estaba en las mañanas en la cafetería.
Roberto avanzó con cuidado hacia él y lo miró con los ojos vidriosos, el rostro lleno de sangre y tierra, esperando lo peor.
Alex lo tomó fuerte del brazo y lo tiró con él en la cama. Lo abrazó acercándolo a su pecho sin decir algo.
El de ojos azules lo abrazó, quedándose inmóvil.
—Perdón, en serio...
—Cállate o te callo. —Sacó el humo pensativo.
Roberto asintió, quedando en un silencio sepulcral, completamente inmóvil en medio del abrazo, notó que lo está ignorando, así que solo bajó la mirada a la nada.
Alex lo abrazó más fuerte y sonrió un poco. Lo miró de reojo y cuando Roberto lo observó de regreso, él desvió la mirada, serio. Él siempre fue reservado y cuando Francisco cometía un error, se iba; pero con Roberto ni siquiera podía enfadarse. El corazón le retumbaba y él solo rio ante su debilidad por su amante.
El rubio lo escuchó reír y se le heló la sangre. Cuando sus otros amantes reían tras un problema, él terminaba hasta con collarín, aguantando los gritos de su padre, después de regresar como perro arrepentido. Cerró los ojos esperando el primer golpe.
El peliplatinado acarició su brazo con delicadeza.
—Eres muy tierno —susurró apagando el cigarrillo en el cenicero de la mesa de noche.
Roberto abrió un ojo viéndolo muerto de miedo. Solo esperó.
Alex le sonrió y se paró para salir del cuarto y cerrar la puerta tras él.
El rubio se hizo bolita en la cama, viendo a la puerta y no hizo ni un solo ruido ni se movió en un buen rato.
El de ojos grises entró con una charola. Tenía agua, pastillas, hielo, algunas toallas y un chocolate caliente. Lo puso en la mesa de noche y tomó la toalla sentándose a su lado para comenzar a limpiar su rostro. Le dio un beso dulce y comenzó a palpar su nariz.
—Hmmmm, respira hondo. —Le metió ambos dedos por la nariz y le ajustó el tabique. Le puso dos cotonetes para dejarla bien derecha—. Listo, esperemos que no necesites cirugía. Si sientes alguna molestia, me avisas. —Le entregó las pastillas y el chocolate.
El chico obedeció y hasta se aguantó el dolor sin hacer un solo ruido, aunque su gesto le delataba. Tomó el chocolate con cuidado.
Alex lo miró unos segundos y tomó la taza de chocolate vacía, acariciando su rostro.
—Te amo y sí, esperaba esa obra desde el año pasado, pero no te preocupes, ya fue. —Besó sus labios con extremo cuidado.
Roberto asintió, agachando la mirada. No estaba autorizado para hablar, aún muriendo de ganas por suplicar su perdón.
—¿Estás bien? —Ladeó la cabeza y le tocó la frente—. ¿Qué sientes?
Jadeó adolorido y cuando cayó en cuenta de esto, se tapó la boca asustado.
—Roberto, háblame por favor ¿Qué te pasa? —dijo preocupado.
—Nada.
Alex sonrió con ternura.
—También eres malo para mentir.
El rubio negó y se cruzó de brazos.
—Oh sí, eres muy malo para mentir ¿Qué tienes?
—Nada —jadeó asustado de meterse en problemas con Alex.
—Bueno, ya que este hombre no quiere hablar, tendré que tomar medidas extremas.
Pasó grueso y lo miró preocupado, definitivamente iba a terminar recibiendo su merecido; solo rogaba a los dioses que no terminara en el hospital.
Alex lo miró enojado y se puso sobre él para hacerle cosquillas con cuidado de no lastimarlo.
Roberto empezó a reír y terminó a carcajadas, hasta que se cansó y roncó como puerquito. Se alejó silbando por la nariz.
El peliplatinado se botó de la risa y lo abrazó.
—Awwww... Te amo tanto...
Roberto lo abrazó de vuelta y se escondió el rostro contra su pecho.
—Yo te amo.
Acarició sus cabellos rubios.
—Eres hermoso. —le depositó un beso en la coronilla. —¿Ya me dirás qué tienes?
—No tengo nada, solo no quiero más problemas contigo y que, al final, me calles — dijo casi susurrando, aún escondido.
—En realidad, estaba esperando a que hablaras para callarte así... —Lo separó y tomó su barbilla para darle un beso largo.
Roberto jadeó sorprendido y se alejó.
—¿Esa es tu forma de callarme?
—Sí... ¿Qué otra esperabas?
—Hombre, la última vez que me callaron terminé con cuatro puntadas en el brazo. —Le mostró la cicatriz.
—Mierda... eso solo te hace gritar más. —Rio y esperó a que el chico hablara de nuevo para besarlo. —¿Lo ves? Es más fácil callarte así.
Negó con una mirada rota e intentó sonreír ante el chiste. Definitivamente, Roberto había aprendido a callar aun si lo estuvieran torturando.
—Si alguien te toca... Oh, créeme que lo mataré. No lo hice hoy porque vi que no me necesitabas... Pero conmigo puedes dejar de temer ¿Entendido? Y gracias por defenderme.
Roberto asintió y lo abrazó con más calma.
—Mejor olvidemos lo de ayer, lo de hoy y vete a cambiar para ya dormir que mañana tenemos las clases oficiales.
—Buenas noches, mi cielo. —Se levantó y se fue a bañar para limpiar toda la sangre seca y volver a dormir con su hombre. Lo miró unos segundos y sonrió débilmente; ahora sabía que estaría completamente seguro.
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