16.- Nuestro último día
Cuando Roberto y Alexander entraron, fueron cegados por las miles de fotos que Aurelio tomaba con emoción. Todos aplaudían y festejaban con ahínco.
Alex apretó la mano del rubio y sonrió como nunca lo había hecho.
—Gracias, gracias. —Hizo una reverencia en broma. La pareja era simplemente hermosa: un par de metaleros, atractivos, con una energía inigualable; aunque aún los amigos estaban extrañados, no entendían como Alex podía estar con Roberto; eran una mezcla bastante extraña.
Se sentaron y James felicitó a Roberto con unas cuantas palmadas en el hombro.
—Lo lograste, te felicito. —Le sonrió y hablaron con emoción mientras Carlos ya se estaba ligando a la chica de cabello de colores que trabajaba con Laura.
Todos hablaban y hacían bulla hasta que el peliplatinado vio entrar a un chico bajo y tierno. Se levantó y se acercó para darle un abrazo.
—Que bueno que sí has podido venir. —Lo abrazó por el hombro y lo llevó a la mesa—. Ven, pasa, te aparté un lugar junto a Magaly. —Quitó la chamarra de la silla y lo presentó—. Magaly, él es mi mejor amigo de la esgrima, Daniel. Creo que alguna vez te conté de él. Daniel, ella es Magaly, mi mejor amiga.
—Hola, encantada. —La de azabache le extendió la mano con ternura.
Alexander sonrió pícaro y le guiñó el ojo a la mujer. Realmente había llevado a Daniel para que se conocieran con otra intención, ya que ambos eran de baja estatura, tiernos y muy amigables.
Todos saludaron a Daniel en coro como en una reunión de alcohólicos anónimos. Aurelio sacó su celular e hizo videollamada con Drake y el inexplicable mejor amigo de Carlos, Emiliano.
—¡Hola, queridos! Les tenemos una noticia. —Dio la vuelta a la cámara y mostró a la pareja estelar. Alex hablaba con Roberto pegado a él, como si el mundo no existiera, mientras acariciaba su mejilla y sus brazos con ternura. —¡Saludeeeen!
Alex subió la mirada y vio al par en el teléfono.
—¡Hola! —Sonrió y por primera vez, pudo ver a Drake sin ningún sentimiento más allá de la amistad.
Drake sonrió y se acercó al celular.
—¡Muchas felicidades! Les deseo lo mejor a ambos. Se ven realmente felices. Hacen una muy buena pareja.
—Gracias ¿Verdad que es hermoso? —Roberto abrazó a su chico y le llenó la mejilla de pequeños besitos.
El platinado sonrió.
—Bueno, si me permiten... —Se levantó y señaló al moreno con picardía—. Más te vale que te pongas a grabar esto. —Rio y pasó al escenario con la guitarra que había llevado unas horas antes. —Buenas noches a todos —dijo sensual en el micrófono, sentándose en el banco.
Todos aplaudieron y gritaron mientras lo miraban con curiosidad.
—Esta noche me siento realmente feliz, pues la persona que ha llenado mi corazón se encuentra aquí. —Señaló a Roberto—. Soy el más afortunado y quiero demostrárselo con una canción que he compuesto para él. —Comenzó a tocar y todos sacaron sus encendedores.
You give me your smile
A piece of your heart
You give me the feel I've been looking for
You give me your soul
Your innocent love
You are the one I've been waiting for...
Roberto sonrió y se abanicó con el menú para disimular los ojos llorosos. Aurelio grababa en vivo con el celular de James, chillando de la emoción.
When you came into my life
It took my breath away
And the world stopped turnin' round
For your love...
Cuando terminó todos se pusieron de pie y hasta los que estaban en la llamada aplaudieron. Emiliano gritó a todo pulmón, despertando a los suyos que dormían, pues a las 3 a.m. en su país.
—¡Besooo!
El platinado se levantó mientras Roberto caminaba hacia él. Lo abrazó tambaleándose de un lado a otro con una sonrisa y al final le dio un beso puro e inocente, tanto que se le salió una lágrima. Alex tenía demasiado en su pasado y esto para él significaba vencer todos sus miedos.
Roberto se escondió entre sus brazos y por fin soltó las lágrimas de felicidad. Nadie le había tratado así en sus diecinueve años de vida y mucho menos le habían escrito una canción.
El platinado miró a todos sonriente mientras abrazaba a su chico y se lo llevó caminando sin descubrirlo fuera del bar. Le limpió las lágrimas mientras todos los veían desde adentro con ilusión.
—¿Por qué lloras, pequeño?
—No es nada. —Sollozó y sonrió—. Nadie jamás me dedicó una canción y menos algo tan hermoso.
—Owwww. —Rio suave y lo abrazó mientras veía la luna—. No puedes esperar menos conmigo ¿ok? —Estuvieron hablando un rato y volvieron más tarde para seguir con el festejo.
[...]
—Buenos días, mi amor. —Alex suspiró abrazando al rubio de cucharita—. ¡Nuestro último día del año!
Roberto se dio la vuelta mientras comía una manzana.
—Míralo como el inicio de otro año juntos. —Le dio un beso—. ¿Quieres?
Le dio un mordisco y sin sacársela de la boca se paró para ponerse los bóxers. Dio el mordisco completo y le devolvió la manzana al rubio.
—Recuerda que hoy vienen mis padres. —Salió de la recámara y bajó a la cocina para revisar el pavo que llevaba tres días marinándose.
Toda la casa estaba adornada y el árbol de navidad se prendía de colores, llamando la atención de Storm. Ambos estaban a punto de volver a la universidad y la segunda semana, Alex presentaría la tan esperada obra de teatro (ya se había pospuesto varias veces).
Roberto estaba hecho un manojo de nervios. Se bañó y se vistió formal, con un traje blanco y un moño negro. Tenía el cabello recogido, sin aretes y se había cubierto cualquier parte que tuviera cicatrices. Bajó perfumado, encontrándose con el peliplatinado.
—Ya tengo todo limpio y oliendo a manzana canela... ya sabes, aroma decembrino...
Alex miraba el pavo en el horno de cuclillas.
—Perfecto... ya preparé lo último, solo falta el pavo... necesito que lo cuides, me tengo que bañar.
—Sí, cuidaré que no se queme, señor Quintanilla.
—¡Quintana! —gritó y rio desde la escalera mientras Storm ladraba, haciendo retumbar la casa, ya que por fin había dejado de ser un cachorro.
Alex bajó una hora después, acomodando las mancuernas de su traje. Estaba completamente perfumado, con un traje negro y moño blanco; el cabello amarrado en una coleta alta, la barba recortada y se había quitado los piercings y los grandes anillos de calavera que solía usar.
—Ya estoy. —Suspiró—. ¿Cómo me veo?
—Maravilloso. —Se miró en el espejo, intentando aplacar algunos cabellos—. ¿No me veo ridículo de blanco?
—Te ves perfecto y me gusta cómo te ves con barba y bigote. —Le dio un beso en la mejilla cuando la alarma del pavo sonó. Ambos parecían recién casados, la típica pareja de blanco y negro.
—Estoy muy nervioso... —El timbre de la puerta sonó y el rubio dio un pequeño grito—. Yo... yo abro y... y tú...
—¡Hey! cálmate; mejor tu saca el pavo y yo voy. —Le dio un beso rápido y se acomodó el moño para abrir la puerta.
Un hombre alto y una mujer bastante hermosa entraron con alegría.
—¡Hijo!
Alex los abrazó.
—Buenas noches, pasen. ¿Gustan algo de beber?
Ambos se sorprendieron al ver la casa tan arreglada mientras eran olfateados por Storm.
—Agua para mí está bien. Vaya, hijo... no pensé que tuvieras todo esto tan hermoso —dijo la mujer con entusiasmo.
—Vamos mamá, ya me conoces...
—¿Quién es este jovencito? —dijo la mujer al ver a Roberto, quien estaba terminando de adornar el pavo como venía en el tutorial. El rubio le dio la vuelta a la barra para quedar junto a su hombre, intentando calmar sus manos temblorosas.
Alex sujetó su mano fuerte.
—Mamá, papá: él es Roberto, mi novio. —Sonrió tembloroso.
Ambos se quedaron mudos con la boca abierta. Roberto, por su parte, miró a Alex con pánico y se quedó ahí congelado viendo a sus suegros.
Alexandra, para romper la tensión, se quitó el guante de terciopelo negro y extendió la mano, esperando ser besada.
—Mucho gusto, Alexandra Bossieu.
—Mucho gusto, Roberto Ramírez. —Estrechó su mano con seriedad. Storm chilló y empujó al rubio para quitarle seriedad al asunto.
El padre de Alexander miró al peliplatinado con confusión y volvió la vista al rubio.
—Mucho gusto, Alonso Quintana. Hijo... ¿Podemos hablar?
—Sí, claro. —Subieron las escaleras para ir a la habitación del chico.
Alexandra miraba a Roberto de pies a cabeza.
—¿Cómo se conocieron?
—Teníamos muchos amigos en común. Yo estudio ingeniería y matemática pura en la misma universidad que él —explicó, haciendo su mejor actuación para disimular el miedo que corría por sus venas.
La mujer elegante asintió.
—¿Cuántos años tienes? ¿Trabajas? ¿Por qué estás con mi hijo?
Alonso miró serio al de ojos grises.
—¿Por qué no me dijiste?
—No sabía cómo hacerlo... Aceptó estar conmigo hace unas semanas. —Pasó grueso, parado cual soldado.
El padre asintió peinando su barba con una mano en la cintura, caminando de un lado al otro, intentando contener su furia y procesar la información, buscando la manera adecuada de reaccionar ante su único hijo.
Roberto ladeó la cabeza con una sonrisa.
—Tengo diecinueve. Trabajo en una ferretería por el momento y estoy con él porque lo amo. —Sonrió cordial.
Alexandra asintió y lo abrazó cambiando a una sonrisa cariñosa.
—Bueno, si él te quiere.... es su decisión, así que... bienvenido a la familia. Yo ya lo sabía, ese Alex no me parecía un chico muy normal que digamos... —Se quitó el saco y se lo entregó.
Roberto subió el abrigo al armario en donde notó el globo de "It's a boy" escondido.
—(¿Acaso es un anormal por no amar según los estándares? ¿Cómo que no es normal?) —pensaba serio, hasta que escuchó lo que el padre de Alex le decía.
Alonso le dio una cachetada a su hijo en seco.
—¡¿Primero ese soldado y ahora este?! Tú no aprendes ¿verdad?
Alexander se quedó callado parado, aceptando el golpe. Miraba a la nada con los ojos llorosos sin refutarle ni una sola palabra.
—No puedo creerlo. Sabes que no tengo nada en contra de que seas... lo que sea que seas, pero de verdad ¿de dónde los sacas?
—Lo amo, papá.
—¡Eso me dijiste la última vez y ve como terminaste!
Una lágrima cayó por su mejilla.
—Él es diferente.
El hombre suspiró furioso.
—¡Escúchame bien, Alexander Quintana! —Se escuchó el grito por todo el departamento y le apuntó con el dedo—. Si tú repites lo que pasó con el soldado... te olvidas de nosotros, no hay segunda oportunidad ¿Entendido?
—Sí, señor —dijo firme.
—Y tendrás que regresar la moto si no haces bien las cosas.
Alex asintió obediente, mordiéndose los labios, sintiendo el nudo en su garganta.
Alonso lo miró unos segundos y lo abrazó.
—Es por tu bien, hijo. Sabes que quiero lo mejor para ti y no quiero que termines en las drogas de nuevo por otro estúpido.
El platinado lo abrazó fuerte y se soltó llorando.
—Gracias, papá. —Se alejó y se limpió las lágrimas.
El hombre le dio unas palmadas en la espalda y se alejó para encaminarse a la puerta.
—Y quita esa maldita cara; más te vale que no le arruines la noche a tu madre o me encargaré de que te vaya peor. Puras decepciones contigo ¿Cuándo podrás hacer algo bien? —Negó y se fue.
Alexander salió con los ojos hinchados y la mano en la mejilla marcada pero como siempre, puso una gran sonrisa y bajó.
—¡A cenar! —gritó con un tono alegre.
Roberto no tardó ni dos segundos en arrastrarlo al baño y revisarlo.
—Ahora entiendo porqué nos complementamos. —Acarició su mejilla, furioso—. ¿Qué te dijo? ¿Qué te hizo? Sabes que no me da miedo ir al cofre del auto y...
—Nada. Todo está bien. Lo hablamos más tarde ¿sí? —Salió del baño rápidamente y volvió a la mesa para comenzar a llevar las cosas.
El rubio sirvió la ensalada cuando cruzó miradas con Alex. Tenía la vista perdida y sin luz, como cuando enfrentaba a su padre o estaba listo para irse a los puños y cuchilladas. Lo que tenía de problemático, lo tenía de protector asfixiante.
—¿Ya no te duele? —susurró a espaldas de la mesa mientras acomodaban el pastel. Miró el palo de golf que estaba junto a las sombrillas y el pechero y volvió la vista al platinado.
—No —le contestó sonriente—. Quita esa cara. —Acarició su mejilla y terminó de dejar todo en la mesa. Se sentó y los padres hablaron alegres. Al de ojos grises también se le veía alegre y más tranquilo; como si no hubiese pasado algo malo.
Roberto comía viendo un punto fijo en la pared. Se sentía en casa de sus padres y jamás creyó extrañar los chistes de su hermano mayor.
—¿Cómo les pareció la ensalada? —preguntó apenas pestañeando.
Todos asintieron.
—Muy rica —dijo Alonso, limpiándose los labios con el pañuelo.
Alex tomó la mano del rubio.
—¿Todo bien, mi amor?
—Divinamente. —Lo miró y sonrió con serenidad mientras comía recordando los tutoriales de etiqueta. —Ya vuelvo, voy por el postre. —Storm lo siguió, llorando como cuando estaba herido.
El peliplatinado se paró y fue a la cocina para abrazarlo por la espalda y darle un beso en el cuello.
—¿Qué pasa mi amor? No quiero que terminemos mal el año...
—Comamos el postre y acabemos esta formalidad. —Se giró—. ¿Te gustaría que yo trajera a mis viejos acá? ¿Qué mi papá me diera una paliza frente a ti? —susurró disimulando—. Si ese hombre te vuelve a levantar la mano, no respondo.
—No, no me dieron una paliza, tranquilo ¿sí? Está bien, nada malo va a pasar. Yo la tenía bien merecida; ya más noche te contaré.
Roberto se apartó y fue a servir el postre mientras mantenía a Alex detrás de él, protegiéndolo, aunque fuera más bajo y delgado.
Se sentaron y todos comieron hasta que dieron las 12, anunciando la llegada del nuevo año. Los padres comieron las uvas y tomaron sidra, que, a diferencia de Alex y Roberto, solo se besaron para recibir el año nuevo juntos; eran todo lo que deseaban: un beso que convertían sus doce deseos en uno solo.
Jugaron un juego de mesa y se despidieron más tarde.
—Un gusto, Roberto. —Alonso le apretó la mano y la mujer lo abrazó. Alex se despidió con un beso y un abrazo y vio a sus padres marcharse.
El rubio cerró con llave la puerta y borró la sonrisa fingida que tenía.
—Gracias a Dios solo es una vez al año. Creí que moriría de gastritis por no devolverle el golpe a ese hombre. —Cargó a Storm y se subió. —¿Alex, vienes a dormir?
—Tenemos que hablar —le dijo serio desde la puerta.
—Podemos hablar en la cama. —Entró al acuarto y se desabrochó los zapatos y se despeinó. —Vamos, está calientita.
—Ya voy, solo déjame pasar al baño. —Se encerró, se soltó el cabello y se quitó todo quedando en bóxers. Miró su mejilla en el espejo y se echó un poco de agua para ir a la cama y acostarse de lado, mirando al rubio.
Roberto abrazaba al perro, quien tenía la costumbre de dormir con ellos.
—Ahora sí, señor Quintana ¿Qué deseas decir?
—¿Recuerdas que estuve con Francisco? —susurró, mirándolo fijo.
—Oh, el infierno. —Asintió, recordando la historia. Solo Emiliano era feliz con él y eso porque ese hombre no tenía alma.
—Bueno, fue una pareja que escondí de todos menos de mi padre. Él se enteró cuando terminamos porque... —Suspiró con los ojos llorosos, aún le dolía y no era capaz de sacar todas las heridas emocionales que tenía—. Cuando fui soldado encontraron droga que él había olvidado debajo de mi almohada y me corrieron del ejército; ahí se destruyó mi sueño de llegar a ser un gran general. Cuando me sacaron, entré en depresión y me había metido mucho a ese mundo de las drogas con Francisco... así que mi estado empeoró bastante rápido y terminé internado... a ese punto ya estaba hecho de drogas. —Mostró las marcas de las inyecciones de heroína en sus brazos y entre los dedos de los pies. —Mi padre fue el que tuvo que lidiar con mis estupideces y me dio esa cachetada porque cree que serás como Francisco. Por eso no había tenido amores formales, en general la gente es muy mierda.
—Gracias a los dioses que no entraron a la cocina —jadeó asustado y con una mirada preocupada—. Hombre, ahí guardo mis vicios. —Lo abrazó y lo peinó con delicadeza—. Ya pasó.
El peliplatinado apretó los ojos, escondido en su pecho.
—Por favor, si algo pasa tira las drogas, no quiero tener ese peligro —dijo con la voz quebrada.
—No te preocupes, primero muerto antes de dejar que alguien se fume mi María. —Lo arrulló acariciando su espalda caliente, sintiendo sus cicatrices. —¿Qué te pasó?
Alex lo abrazó aún más fuerte.
—No estoy listo para hablar de eso. —Se sentía impotente y, aunque había intentado darle su corazón a Roberto, su ser aún estaba completamente destrozado.
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