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1.- Café tostado

Alexander entró a la cafetería y dio un suspiro largo para absorber ese aroma del café tostado que tanto hipnotizaba a los clientes. Se acercó al pechero, se puso el delantal y la gorra que conformaban su uniforme. Miró unos segundos a su compañero y por fin rompió el silencio, hablando con una voz grave y adormilada.

-Buenos días. -Tomó el pequeño banco y lo puso frente a la caja registradora. El de ojos grises era callado, apenas cruzaba palabras con el menor.

Francisco solía ser el primero en llegar. Divisó al hombre de cabello platinado mientras acomodaba las mesas.

-Buenas -contestó indiferente y siguió con lo suyo.

Alex comenzó a contar el cambio de la caja mientras tarareaba una canción. Revisó su celular y tocó la campanilla de pedidos para llamar la atención de su compañero.

-¡Hey, niño, ya es hora de abrir! -Volvió a bajar la cabeza y acomodó los billetes por denominación.

-Ugh... ya voy. -Francisco cerró el periódico, dejando atrás la sección policiaca con todos los detalles de los asesinatos más recientes y se dirigió a la puerta para cambiar el letrero de "Cerrado" a "Abierto".

Una chica entró en los primeros segundos; era una compañera de Alexander que iba todos los días solo para coquetearle, con la esperanza de algún día sacarle su número u obtener una cita con él.

-Hola, Alex, ¿me das... lo mismo de siempre? -dijo sonriente y le dedicó una mirada profundamente enamorada.

El peliplatinado la miró de reojo y se levantó para preparar el café negro habitual. El chico fingía estar concentrado en la cafetera, así no sería descortés al no hablarle; le era molesto tanta insistencia y más, de una chica tan odiosa que creía que ni Dios la merecía. El hombre dejó el café en la barra y volvió a su asiento para revisar sus mensajes sin decir más.

La cafetería se empezó a llenar; los jueves solía haber más gente de lo normal. Francisco atendía las mesas y llevaba las bebidas mientras que Alex cobraba y preparaba los cafés.

De pronto, la campanilla de la puerta sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Delante de la entrada apareció un moreno con un acento extranjero, siendo el foco de atención.

-¡Franciscooo! -chilló con emoción.

El de cabello castaño miró hacia la puerta y pasó grueso al notar a su amigo. En esos momentos, solo le quedaba desear que la tierra se lo tragara. Puso una sonrisa fingida, intentando ocultar sus mejillas sonrojadas y se acercó.

-¡Hola, Aurelio!

-¡Felicidades por tu premio de literatura! -gritó el moreno como si se tratase del gran logro de la humanidad. Aurelio era el mejor amigo de Francisco. Los chicos eran polos completamente opuestos; el mayor era un extrovertido y extravagante en todo sentido de la palabra.

Alexander los miraba de reojo con una sonrisa burlona mientras jugaba con un mondadientes en su boca. Ver a Francisco en esas situaciones tan incómodas para él, le causaban un placer interno inexplicable.

Aurelio se acercó a la barra y pidió un capuchino con chispitas.

-Vamos, sonríe. Eres el mejor del país y sigues con cara de tragedia, Francisco. -Aurelio tomó su café caliente y miró al de barba-. Gracias, cariño. -Le guiñó el ojo a Alex y siguió hablando con su mejor amigo.

El peliplatinado le sonrió y volvió a sentarse en su banco, moviendo la cabeza al ritmo del metal pesado que salía de sus audífonos. Las horas pasaron hasta que sonó la alarma indicando el cambio de turno.

-Y... hoy vendimos 67 bebidas: 20 capuchinos, 5 tés... -dijo el de tatuajes, leyendo una pequeña libreta con todos los pedidos.

Bien, yo me encargo. -La chica sonrió con las mejillas sonrojadas. -Gracias Alex, nos vemos el lunes. -Le dio un beso en la mejilla al chico, dedicándole una mirada de borrego enamorado.

-Nos vemos, Laura. -Sonrió el mayor y se quitó el uniforme para ponerse la chamarra de cuero y cruzó la puerta de cristal hacia su libertad.

Francisco salió tan distraído que chocó con la trabajada espalda del mayor.

-P-perdón...

El de ojos grises lo ignoró y subió a su Harley-Davidson para ir directo a la universidad: los jueves tenía clase de filosofía y pintura.

[...]

Alex estaba en el jardín pintando, completamente concentrado. Ese día habían puesto los caballetes en círculo para plasmar en el lienzo a una modelo que estaba al centro, sujetando una manzana cubierta de caramelo. La maestra iba pasando, analizando cómo cada alumno iba utilizando los colores. La mujer se detuvo detrás del chico y observó su pintura.

- Me gusta, me gustan las luces aquí. -Señaló el cabello de la chica en la pintura. Alex le sonrió mientras mordía uno de los pinceles, ya que no tenía más espacio ni más manos para sujetarlo.

El timbre sonó y todos los de literatura comenzaron a salir de sus salones como pequeñas hormigas. Todos gritaban y reían emocionados: era jueves de karaoke y beber.

Drake y Aurelio iban contando chistes en el escándalo total, tratando de sacarle mínimo una sonrisa al amargado de Francisco. El más bajo fijó la mirada en Alexander, perdiéndose por completo en su cabello rebeldemente perfecto que iba de un azabache a un plateado brillante; sus brazos, trabajados, llenos de tatuajes, siendo el más grande una botella de Jack Daniel's; la mandíbula marcada, delineada por esa barba tan particular que tenía; los labios carnosos, siendo abrazados por un par de piercings negros a la derecha. Francisco le tenía un odio casi visceral; el verlo solo le producía un asco asfixiante.

La última hora de clase se fue volando. El peliplatinado entregó su cuadro a revisión y guardó todas sus cosas para irse rápidamente. Caminó por el jardín cuidando que nada se le olvidase, hasta que tropezó y cayó en el abdomen de un moreno.

-Ugh... lo siento. No deberías estar tirado aquí. -Sacudió la cabeza y se estiró para tomar todas sus pinturas y los pinceles.

Aurelio lo miró preocupado.

- Perdón, es que busco inspiración... Tengo que escribir una novela contemporánea. -Señaló el campus lleno de luz y gente riendo a lo lejos-. Nada como la realidad. -Suspiró feliz y volvió la vista a sus borradores.

-Sí, bueno... suerte con eso. Deberías poner un letrero de precaución. -Rio nervioso, lo miró sonriente y se sentó-. Aurelio, ¿cierto?

-Sí, ese soy yo. Lo sé, los grandes sobresalimos -dijo altivo y le estrechó la mano con una gran sonrisa.

-Te conozco de la cafetería...

El de ojos oscuros recogió los papeles restantes y se los extendió. No había notado que uno de los escritos de terror que Francisco le había regalado, se había ido entre los papeles de Alex.

-Se ve que eres buena onda. ¿No vas a los jueves de karaoke y borrachera como los demás de humanidades?

-Ugh... no sé si ellos vayan. -Miró a lo lejos a sus compañeros, quienes estaban recogiendo sus cosas-. En mi caso, yo salgo los viernes a un bar que está cerca de aquí. Hay una chica que canta hermoso, ella es hermosa... -Sonrió atontado y se levantó-. Bueno, nos vemos. -Asintió en señal de despedida y se fue a su moto. Guardó todas sus cosas en las mochilas laterales de cuero y se subió para ir a su casa. Alexander vivía solo, ya que sus padres habitaban lejos de Oblivos.

[...]

En el bar, todos bebían y cantaban felices mientras Francisco solo fumaba marihuana y veía las estrellas por la ventana, en espera de que saliera su canción, sintiendo un vacío horrible en el corazón. Por fin llegó la hora tan esperada; pasó al frente para aullar lo que podía de esa canción, que expresaba por completo su dolor. Al terminar se perdió por las calles de la ciudad, hasta que llegó al amanecer al apartamento en donde vivía desde que lo corrieron de casa. El de cabello castaño, entró corriendo directo al baño y vomitó lleno de lágrimas. Se recostó en la cama junto a su novia Samantha y la abrazó.

-¡Iugh! ¡Apestas, Francisco! -dijo la chica adormilada, separándose para taparse con las cobijas y evitar el contacto con el hombre que olía peor que baño de carretera.

El pequeño samoyedo de Alexander se subió a la cama y se recostó a su lado cuando la alarma sonó, anunciando un nuevo día.

- Ugh... cinco minutos más, mamá -dijo, intentando alcanzar el interruptor de la alarma. El hombre suspiró y miró el techo, esperando que todo su cuerpo reaccionara. - Buenos días, Storm. -Pasó su lengua por sus labios para mojarlos, hasta que finalmente se levantó, dando un gemido ronco, estirándose para encaminarse al baño, no sin antes echarle un vistazo al perro blanco. -¿Qué hiciste? Nunca te subes así a la cama... -Entrecerró los ojos y salió esperando lo peor. Recorrió la sala y nada. Sus pisadas flojas se dirigieron al baño, entró y todo se quedó en silencio total.

Storm bajó de la cama y se fue al final del pasillo para ver la puerta del baño fijamente.

Alex abrió los ojos en grande y pegó el grito de su vida.

- ¡¿ES EN SERIO, STORM?! Ah... te ganaste un castigo, perro travieso -gruñó, mirando el papel de baño hecho trizas a su lado.

Storm ladró y comenzó a brincar mientras veía a Alex a lo lejos, sentado en el WC. Esperaba no tener un castigo tan fuerte si le bailaba y le hacía gracias a su dueño.

Alex se tuvo que limpiar con los pequeños cachos restantes. Se metió a bañar y se preparó para ir a la universidad.

-En la noche no te me escaparás, pequeño perro del mal -dijo juguetón, comiéndose el cacho de pizza frío que le quedó de la noche anterior. Tomó sus cosas y se encaminó a la escuela: hoy tenía clase de teatro y música.

Samantha meditaba desnuda mientras Francisco la observaba fijamente con la cabeza en blanco. El castaño tomó su taza, dio un trago a su café y continuó escribiendo sobre la mesa rota mientras los dos gatos se paseaban por el miniapartamento.

La mujer se levantó del suelo y habló en un tono arrogante.

- Quiero mudarme, la energía aquí es mala.

El chico rio incrédulo sin separar la vista de sus escritos.

- Nuestro presupuesto no sabe de energías, mujer.

-No sé ni siquiera el porqué estoy contigo: solo llegas apestando a marihuana y vómito... -Dio un suspiro fastidiada, sacando su ropa-. Como sea. Tengo que ir a la universidad para entregar el vestuario de la obra, con Camila.

-Yo te llevo. Tengo que ir para hablar con el profesor; no haré su obra estúpida.

-No. Pasaré primero con mi hermana -dijo poniéndose el vestido flojo de flores que le cubría hasta los tobillos-. Emiliano pasará por nosotras.

-Como desees. -Francisco continuó escribiendo con mala cara.

[...]

Alexander fingió besar a la chica y se puso sobre ella.

-¡Perfecto! -gritó el profesor, dando un aplauso y Alex se alejó de la mujer con una sonrisa victoriosa. -Recuerden que el día de la obra se tendrán que besar en serio.

-Claro, yo no tengo problemas, basta con que ella dé su consentimiento. -Miró a la chica, con las manos en la cintura. Ella simplemente asintió, siendo observada por las otras mujeres con envidia.

Samantha llegó en compañía de su hermana Camila.

-Buenos días -dijo la rubia en un tono arrogante.

-Les traemos las pruebas del vestuario -contestó Samantha.

Alex miró a Camila y sonrió de lado.

- ¿Puedo probarme el traje de Don Juan? -preguntó en un tono coqueto, con esa voz que a cualquiera haría dudar de su heterosexualidad.

Samantha tiró su manzana al suelo con la boca abierta al escucharlo y la rubia rodó los ojos.

- Sí, solo ten cuidado, aún son costuras provisionales. -Camila le entregó el traje y le dio la espalda para darle privacidad por unos cuantos minutos. -¿Quieres apurarte? No tengo todo el tiempo del mundo. -Se dio la vuelta y miró al hombre.

-¿Quieres calmarte? Dijiste que son provisionales, intento ser cuidadoso, ¿okey? -Tomó a la rubia por los hombros y la hizo a un lado para pasar y salir con sus compañeros. El traje, le quedaba perfecto; hacía que sus músculos se marcaran más y lo hacían parecer un príncipe del siglo XVI. Tomó una de las espadas y la movió de un lado a otro hasta que las costuras se reventaron y lo dejaron solo en ropa interior.

Camila chilló tan fuerte al ver su gran obra destruida, que parecía que los vidrios del lugar se iban a reventar.

-¡Te advertí que eran costuras temporales! -Hizo una rabieta que ni Samantha, avergonzada, pudo calmar. La pelirroja miró al hombre con nervios.

- F-fue un accidente ¿cierto?

Alexander le entregó los pedazos a Samantha y asintió con una sonrisa educada. Al ver el drama que Camila estaba haciendo, le puso la mano en la cabeza, dominante y la miró desde arriba.

- Ahora puedes ponerle unas costuras de calidad. ¿Puedes? -Le sonrió burlón.

La rubia lo miró con un odio visceral, tanto, que parecía una Gorgona.

-¡No puedo creer que seas tan estúpido y un maldito patán, imbécil! -Le dio un golpe en el pecho y se marchó con su hermana mientras todos reían como locos. Lo único en común en las hermanas, además del apellido, era su gusto por los hombres tan difíciles.

Emiliano, el novio de Camila, esperaba a las mujeres en su auto. Vio a las chicas venir y rodó los ojos al oírlas gritando; se notaba que no era algo nuevo para él.

-Niñas, no entendí nada después de "No sé hacer costuras bien hechas y mi hermana solo estorba"...

Alexander y Emiliano eran los dos únicos hombres que jamás le cumplían los caprichos a Camila; toda la escuela se moría por ella y todos se pondrían a sus pies ante cualquier deseo que la rubia manifestara.

Francisco apareció por la puerta del teatro y se acercó al profesor.

-Buenas tardes, vengo a renunciar, tengo demasiadas tareas y no podré... -Observó a Alex unos segundos y volvió la vista al profesor-. Drake ya tiene una obra lista para abrir Don Juan Tenorio.

Alexander bajó del escenario, ya vestido y pasó junto a Francisco, dándole un ligero golpe con el hombro.

-Hasta luego, profesor. -Se encaminó hacia un camión de comida que había en uno de los jardines de la universidad. -Buenas tardes, unas alitas por favor. -Le sonrió a la chica y pagó la comida. Divisó a su alrededor mientras mordía los aros de sus labios; todo estaba completamente lleno, excepto un asiento en una de las mesas ya ocupadas. Tomó su comida y se acercó a ésta; estaban Aurelio y un chico rubio desconocido.

Aurelio y Drake eran tan ruidosos que espantaban a los demás.

-No, ya deja eso, ya te dije que el nihilismo no sirve -insistió el moreno, a lo que el rubio negó.

- Sabes que solo sirve el absurdo de Camus...

-Hola. ¿Puedo comer aquí? -El peliplatinado entrecerró los ojos, ya que la luz del sol casi lo cegaba, éste lo iluminaba a la perfección, dejando ver el ligero azul de su mirada gris.

Ambos asintieron y felices le ofrecieron el asiento.

-Sin Francisco, esta mesa está vacía -acotó Drake.

Continuaron hablando de filosofía mientras Alexander solo los escuchaba y se reía de algunos comentarios, negando. El par debatía casi a los gritos sobre la dualidad cuerpo-alma, hasta que sonó la campana, haciendo que ambos salieran de su acalorada discusión.

Drake miró al desconocido y le sonrió.

-Me dijeron que los viernes hay conciertos... ¿Conoces algún lugar?

El peliplatinado lo miró con una gran sonrisa.

-En toda la ciudad hay. Hoy hay uno en el bar cerca de aquí... solo es una chica que canta como un ángel. -Sonrió emocionado y miró al moreno-. ¿Quieren venir?

-Yo sí -aceptó Drake de inmediato. Era un melómano empedernido. Estudiaba doble titulación en lingüística y música. Sin saberlo, ambos asistían a la misma clase.

-Yo paso, queridos. Tengo mucho trabajo que hacer. Los veré luego. -Aurelio, se levantó despidiéndose y desapareció entre la multitud sin decir más.

-Bien... -Miró al rubio-. Me llamo Alexander Quintana. -Le extendió la mano con una ligera sonrisa.

-Drake Vince, un gusto. -Estrechó su mano.

-Mucho gusto, Drake. ¿Nos vamos? -Levantó una ceja con picardía y se marcharon en la motocicleta de Alex.

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