Capítulo 18
El sol brillaba fuertemente, hacia bastante calor.
Se encaminaron hacia el parque de diversiones. No estaba cerca, pero tampoco lejos.
Al llegar, Leo notó un pequeño detalle. Era la primera vez que Millie iba a un lugar así. La emoción y el asombro que demostraba lo decía todo. Aunque eso implicaba una cosa y era que ella se querría subir a todos los juegos.
Tal como Leo pensó, Millie lo arrastró por todo el lugar señalando cada juego al que quería subirse, como una niña pequeña.
La pobre infancia de Millie se había limitado a jugar en su pequeño cuarto o en el jardín. Sola. No tenía hermanos ni amigos. Cuando fue mayor, sus amigos la invitaban, pero ella no quería ir. Le avergonzaba ser la única que no había ido allí antes.
Ahora, después de tantos años, estaba experimentando lo mismo que los niños pequeños. Y con eso era feliz.
Leo la seguía, sin dejar de observar sus expresiones. Le parecía muy interesante.
Después de dos horas, tomaron un receso para comer algo y descansar. El cabello de Millie había sufrido las consecuencias de la montaña rusa muchos juegos más, pero no parecía importarle.
Leo se sentó a su lado y comenzó a peinarle el cabello. Millie se exaltó, era la primera vez que un chico peinaba su cabello. Se puso nerviosa y sus mejillas enrojecieron.
—Al fin notas mi existencia—dijo con una sonrisa en sus labios—. Estabas tan absorta en los juegos que me sentía solo.
—Lo siento—musitó apenada—. No es necesario que lo hagas, puedo peinarlo sola.
—Tu cabello es muy suave, se nota que lo cuidas mucho. —dijo mientras recogía la liga de la mesa para terminar su trabajo.
—Cuando se destiñe el cabello se arruina, es por eso que lleva más cuidados. —respondió.
—Y huele bien...—Leo se acercó al oído de Millie y ella se puso más nerviosa aún—Estas toda roja, Millie.
Ella se tapó la cara y se alejó en cuanto terminó de atar su cabello. Su corazón latía rápido, más que las otras veces. Millie se había estado cuestionando los motivos de aquello. Al parecer había pensado en ello desde hacía un tiempo, pero no era fácil para ella admitir que algo pasaba.
Cuando terminaron de comer siguieron recorriendo el lugar. Era un día hermoso, el cielo estaba despejado, no parecía que fuera a llover. Eso es lo que todos pensaban. Aunque el clima tenía otros planes.
Cuando salieron de la casa embrujada, notaron que se había nublado. No había rastros del sol y el viento soplaba a toda prisa. Se acercaba una tormenta.
—¿Deberíamos regresar? —preguntó Leo mirando al cielo.
—No quiero irme aún...
Millie se estaba divirtiendo. Volver a casa sería arruinar completamente su día.
—De acuerdo. Sigamos entonces. —le regaló una sonrisa.
La lluvia no tardó en hacerse presente, mojándolos a todos. Millie corría bajo ella mientras se reía. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había caminado bajo la lluvia y esa vez no había sido tan grata.
Leo comenzó a observarla con una sonrisa. Le gustaba ver a Millie siendo feliz. Ese tipo de felicidad sincera, no fingida.
Entonces recordó algo que le borró la sonrisa de a poco. Era un recuerdo borroso de unos años atrás. Un día lluvioso como aquel y una chica caminando bajo ella, vestida de negro. Sus pasos eran erráticos como si no se encontrara bien. Leo la había visto mientras volvía a su antigua casa, aunque no había llegado a ver su cara. Se preguntó por qué recordaba eso justo ahora.
Millie lo incitó a que jugara con ella. Leo regresó a la realidad y se unió a ella.
El clima empezó a empeorar, la temperatura había descendido bastante y decidieron que ya era hora de regresar a sus casas.
Leo acompañó a Millie a su casa. Ambos estaban empapados, pero había valido la pena. La sonrisa en la cara de Millie había durado todo el día.
Leo se despidió, no sin antes besar su mejilla y ella se quedó observándolo hasta que desapareció en la esquina. Su cara estaba roja y no era sólo por Leo.
Millie entró a su casa y se dirigió a su habitación. Su cuerpo se sentía pesado. Se recostó en la cama y sus ojos se cerraron lentamente.
La sonrisa había desaparecido.
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